Disclaimer: The junguer games no me pertenece
No podía dejar de dar
vueltas a todo el asunto de esas repugnantes fotografías. No sabía qué me
resultaba más horrible, el hecho de que gente se dejara fotografiar en momentos
tan íntimos, tan importantes para una pareja, o que esas fotografías estaban
hechas para que los demás las miraran.
No me esperaba eso de Peeta, era lo último que me imaginaba,
que él fuera un degenerado al que le gustaba ver cosas así. ¿Cuánto tiempo
llevaría mirando esas fotos? ¿Cuántas revistas como esa habría visto ya?
Inmediatamente después de esa pregunta, me vino a la cabeza otra, que me dolió
mucho más que las anteriores, de una manera casi absurda ¿Qué pasaba sí yo no
era la primera chica a la que Peeta besaba? ¿Y si él, antes de los primeros
Juegos, había mantenido relaciones intimas con otra chica? Viéndole mirar esas
fotos era lo más lógico de pensar.
La sombra de los celos se cernió sobre mí de forma
espantosa. El siempre me dijo que me amaba desde la primera vez que me vio
cuando éramos pequeños, pero…Para hacerlo no hace falta estar enamorado, y se
supone que es placentero de practicar…Nunca me lo había planteado, pero sabía
que Peeta tenía admiradoras en el colegio, era un chico muy atractivo, alegre y
simpático. A más de un grupito le había oído comentar sobre sus fuertes brazos
y sus dulces ojos. Más de una chica podía haber caído en sus brazos, y en su
cama. Suspiré amargamente e intente reconfortarme pensando que ahora me quería
a mí, que era mi Peeta, después de todo lo que había pasado, después de ser
torturado, después del veneno de las rastrevíspulas, me quería, nadie más lo
tocaría, solo yo.
Abrí los ojos sorprendía ante esos pensamientos de posesión,
de celos, nunca había sentido celos, y ahora estaban atacándome, era una
sensación peor que la sed. Suspiré e intenté acomodarme un poco mejor cerrando
los ojos de nuevo cuando la luz del pasillo se encendió entrando en la habitación.
Supuse que había pasado más de una hora cuando sentí el peso de Peeta en la
cama. Tapada como estaba me hice la dormida, no tenía ganas de hablar con él,
estaba dolida.
— Ojalá entendieras lo difícil que es esto…para mí…—susurró
mesando mi cabello— Lo difícil que es controlarme…— me dio un beso en la
coronilla y se recostó.
¿Controlarse? El labio me tembló, empezaba a tener cierto
miedo. Controlarse… ¿eso quería decir que todavía no controlaba sus ataques de
ira? Recuerdo el último que le dio, ya hacía meses, mucho antes de que empezara
a quedarse a dormir en mi casa. Ese día ambos lloramos muchísimo cuando
remitió. Me abrazó con miedo, le supliqué que no volviera a dejarme sola. Y
desde entonces y hasta ahora no lo había hecho.
Empecé a auntoconvencerme de que no iba a tener un ataque
mientras dormíamos. Pero cuando su respiración se volvió más calmada, signo de
que se había dormido, yo no conseguí conciliar el sueño. Y no lo hice hasta que
la luz del amanecer empezó a entrar por la ventana.
Me desperté cuando el sol estaba ya muy alto, la luz
brillante inundaba la habitación. Yo me encontraba justo en el centro de la
cama arropada perfectamente y sola. Respiré profundamente y me desperecé.
Tendría que enfrentarme a Peeta tarde o temprano, así que, ¿para qué esperar?
Tiré la ropa de la cama hacia atrás y salí de la cama. Me estiré y me peiné el
pelo con los dedos. Nunca me había preocupado por mi aspecto en demasía, pero
con Peeta cerca era diferente, prefería estar presentable para él. Me enfundé mis
zapatillas y con el pijama aún puesto baje en busca de algo para comer, aunque
ya fuera tarde para desayunar.
Al bajar las escaleras oí una voz más a parte de la de Peeta
en el salón. La inconfundible voz áspera de Haymitch. Sonreí para mis adentros,
al menos tendría a alguien más junto a mí cuando me enfrentara a Peeta. Estaban
hablando animadamente, pero en un tono de voz un tanto más bajo de lo que era
habitual en ellos, lo que me hizo pararme un segundo en el pasillo, y por
curiosidad, quedarme escuchándoles en silencio sin que me vieran.
— Ella empezará a necesitarlo tanto como tú—
— No estoy tan seguro Haymitch, llevamos meses así, ni
siquiera ha hecho mención de avanzar un poco más— Peeta parecía preocupado.
—Te noto un poco desesperado, chico—
—Lo estoy. Maldita sea…no sabes lo que es tenerla tan cerca
y no poder hacer lo que deseas— Haymitch rió— No tiene gracia…—
—Sabes cómo es Katniss— Gruñí suavemente esperando que no me
escucharan— es más inocente que un corderito…demasiado pura, tendrás que sacar
tu bestia interior y quitarle la pureza a “bocaos”—
— No te pases de la raya Haymitch— Por un momento pensé que
Peeta iba a defenderme y a poner en su sitio a ese viejo borracho, pero nada
más lejos de la realidad, ambos rieron socarronamente.
Apreté los puños y por un segundo se me pasó por la cabeza
la idea de entrar en esa sala y patearles el culo a los dos, pero deseché la
idea rápidamente. En cambio corrí escaleras arriba y entré en la habitación. Cerré
la puerta intentando no dar un portazo y me senté en la cama con las manos en
mi cara. Malditos sean… ¿Eso es lo que pensaban de mi? Que era una inocente cría
que no sabía nada de la vida. Maldita sea, yo había sacado adelante a una
familia con tan solo 11 años, había participado dos veces en los juegos del
hambre, había sobrevivido y había sido el símbolo de una maldita rebelión
contra la opresión…¿ Y aún así se atrevían a calificarme de inocente? Di un
puñetazo en la almohada. Iba a demostrarles, sobre todo a Peeta, que no tenía
nada de inocente. Acto seguido cruzó por mi mente el segundo calificativo que
habían usado: “pura”. Era pura.
Repetí mentalmente esa palabra hasta que perdió su
significado. Pura. No era tan tonta para no saber a lo que se referían. Al
parecer últimamente Peeta solo pensaba en eso. Inspiré y expiré varias veces
con los ojos cerrados relajándome para pensar sobre el asunto detenidamente. No
me gustaba que se rieran así de mí, quería demostrar que no tenían ningún
motivo para hacerlo. ¿Pero cómo? Recordé las fotografías de anoche y las
relacioné con mi supuesta pureza. Bien, estaba claro lo que Peeta quería, ¿pero
qué quería yo? Tenía muy claro el hambre que sentía con algunos de nuestros
besos, esa excitación, las ráfagas de electricidad corriendo por mi cuerpo,
empezando en mis labios, recorriendo todo mi ser para luego reunirse y palpitar
en mi intimidad. Mi cuerpo también sabía lo que quería, pero mi mente estaba
confusa…El rencor se estaba mezclando con esa especie de hambre que no se
calmaba con comida, el orgullo con el miedo. Y lamentablemente de lo que si
pecaba era de orgullosa, por lo que en ese mismo momento decidí que yo también
jugaría al juego que se traían esos dos,
pero a mi manera.
Tenía que idear una especie de plan. Bien ya sabía lo que
iba a pasar entre Peeta y yo, pero había un problema, no tenía ni remota idea
de cómo actuar. Puede que él tuviera experiencia, o en su defecto tenia esas
fotografías, en cambio yo…solo tenía mi instinto y las vergonzosas clases del
colegio, solamente sabía lo más básico, sabía que el órgano masculino entraba
en el femenino, que se suponía que eso daba placer. Aunque no tenía a nadie
delante me ruboricé imaginándome esa escena entre Peeta y yo, ambos
completamente desnudos, abrazados, besándonos el…penetrándome…Una punzada
eléctrica en la unión de mis piernas me hizo jadear. La sensación era la misma
que cuando nos besábamos, aunque menos intensa. La punzada regreso al pensar en
nuestros besos y en sus manos sobre mis caderas. Sabía lo que era esas
palpitaciones, las había sentido varias veces, pero no fue hasta la mañana del día
anterior que había conseguido darle un nombre mejor. Excitación. Me estremecí,
si me sentía así solo pensándolo, cómo sería estar en la situación. Sentí
miedo.
Debía compensar con información mi carencia total de
experiencia si quería demostrarle a Peeta que no era tan inocente y que yo
deseaba (o al menos creía desear) lo mismo que él. Pero… ¿de dónde iba a sacar
yo información? ¿Del mentor borracho? ¿De Sae? No…me moriría de la vergüenza y
mis mejillas estallarían…quizás debería tomar prestada la revista de Peeta…Suspire
sonoramente. Empezaba a estar bastante aterrada por todo lo que podía pasar.
Quería que pasara ¿no? Era lo que mi cuerpo pedía a
gritos cuando las manos de Peeta me rozaban.
Mi cuerpo quería que sus manos me tocaran más allá de lo estrictamente
moral. En cambio mi mente gritaba que no, que podíamos seguir así, como hasta
ahora. Castos besos y castas caricias. Pero… ¿Cuánto tiempo podríamos aguantar
así?
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