jueves, 16 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capitulo 33



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Aguante la respiración esperando a que Peeta me contestara, sin moverme, sin parpadear, sin respirar. Lo había hecho, le había propuesto a Peeta que se casara conmigo. Ni siquiera me di cuenta cuando lo hice, no lo había planeado, no contaba con que mi boca dijera eso, solo pasó. Mis palabras fueron más rápidas que mis pensamientos. Y cuando quise darme cuenta mis labios ya lo habían pronunciado. Pero sí era sincera no me arrepentía de haberlo hecho. Quería que Peeta fuera solo para mí. Mi chico del pan. Mi amigo, mi novio, mi amante y mi esposo. Para siempre.
¿Era un pensamiento egoísta?
Peeta acarició mi espalda y sujetándome de los hombros me obligó a incorporarme para mirarme directamente a los ojos. En los suyos solo podía leer la sorpresa. Si sentía algo más no pude descifrarlo. Se mordió el labio y suspiró.
— Katniss…ya no estoy enfadado. No necesitas decir eso— me esperaba cualquier cosa menos eso, no creía que pensara que lo hacía por su enfado.
—¿qué? No lo digo por eso…yo…
—¿Tú qué?
— Yo te amo…tu me amas…¿no?
— eso no lo dudes…
— y vivimos juntos…quiero que sea así para siempre…
—Solo porque crees que me vas a perder— podía ver la decepción en sus ojos
— ¡No! Solo porque te amo Peeta…— me incliné un poco y deposité un beso en sus labios— te amo y quiero ser tu esposa.
—somos muy jóvenes…
— si a ti no te importa a mi tampoco…— susurré.
Me giré acostándome en la cama. Me sentía estúpida. Y decepcionada. Y dolida. Y asustada. Peeta no quería casarse conmigo. Ahora tendría que recoger los trocitos de mi maltrecho corazón. Me había rechazado y eso dolía más que una espada atravesándote. Le di la espalda, no quería que me viera llorar. Lo último que necesitaba en ese momento era que me viera rota.
Como supuse, él no tardo ni dos segundos en imitarme y acomodarse contra mi cuerpo. Notar su aliento en mi nuca me hizo estremecer de tal manera que tuve que reprenderme a mí misma. Debía contenerme, estaba enfadada.
— Katniss…
— ¿qué?— me maldije al comprobar cómo mi voz tembló.
—No he dicho que no…
Depositó un beso en mi cuello y aunque yo no me moví siguió depositando poco a poco más y más besos. Cuando sus labios dieron paso a sus dientes mi piel ya estaba erizada y mi respiración acelerada. El fuego en mi interior había vuelto a formarse. Maldije a Peeta por eso, pero no traté de pararle. Le había echado tanto de menos que no podía negarme a sus besos.
Una de sus manos viajo acariciando mi dorso hasta uno de mis pechos, el cual acaricio con delicadeza, para luego pasar a masajearlo con una mayor rudeza provocando en mi garganta unos leves gemidos. Aunque intenté girarme Peeta no me lo permitió, atrayéndome más hacia él. Ese hecho me hizo constatar que el sexo de mi chico del pan ya estaba preparado de nuevo para perderse en mi interior. Mi gemido fue mayor al notarlo contra mi cuerpo y busqué su boca para morder sus labios mientras que involuntariamente movía mis caderas contra él, frotándome con suavidad.
Mis pechos pronto dejaron de ser insuficientes para Peeta ya que su mano bajó lentamente hasta la unión de mis piernas. Las separé gustosamente l para dejarla trabajar en mí. Uno de sus dedos pronto encontró mi centro de placer y empezó a estimularlo con suavidad, lo que implicaba que mis gemidos ya eran leves gritos contra los labios de Peeta. Ahora el mismo había empezado a frotarse contra mí. Ese movimiento y su mano jugando en mi intimidad estaban haciendo que mi fuego interno se extendiera cada vez más rápido.
Sus dedos abandonaron esa parte de mi piel que me hacia gritar de placer para perderse en mi interior. Entraban y salían de mí con un ritmo enloquecedor, como siguiera así no iba a tardar en explotar. Pero yo lo que quería es que sus dedos fueran sustituidos por esa dureza que se clavaba en mi trasero cada vez con más fuerza.
—Peeta…
Mi voz suplicante y ronca le hizo acelerar el movimiento de su mano. Y no pude hacer más que dejarme llevar. Me dejé llevar por el placer que me estaba provocando su mano, cerré los ojos intentando ahogar los gemidos en la almohada mientras que los dientes de Peeta tiraban de la piel de mi cuello. Y ocurrió. No soporté más la intensidad de sus dedos entrando en mí y exploté de nuevo con un grito casi desgarrador.
Lo que vino a continuación no me lo esperaba. Sentí como la hombría de Peeta me invadía. Grité. Aquello era lo más excitante que habíamos hecho. Tenerle dentro de mí así colocados me encendió de nuevo al instante. Y no quería que esto acabara. Peeta dejó su mano sobre mi intimidad y empezó a moverse lentamente. Jadeando y gimiendo a mi oído. No pude evitar girar de nuevo la cara y besarle a la vez que acariciaba su pelo. Y en ese momento Peeta me embistió más fuerte. Gemí con intensidad y mordí sus labios dejando que sus movimientos fueran rudos. Me encantaba cuando pasaba de ser ese caballero a esa bestia haciendo el amor.
El fuego en mi interior empezó a invadirme de tal manera que creía que me derretiría entre los brazos de Peeta. Sabía perfectamente que explotaría en pocos segundos. Pero los segundos fueron aún más cortos cuando uno de los dedos de mi chico se posó en mi centro de placer y lo acarició. Dejé que mi fuego explotara a la vez que Peeta mordía mi labio inferior, acto seguido sentí como el también había explotado.
Jadeé mirándole a los ojos con una sonrisa, solo él podía convertir un enfado mío en un encuentro como el que acabábamos de tener. Me besó mezclando nuestros jadeos y él mismo me dio la vuelta para quedar pecho contra pecho.
— Debería haber sido yo quien te pidiera matrimonio…—sus jadeos me impidieron descifrar si solo era un comentario o en realidad estaba molesto.
— Sabes que no soy nada convencional…
— Lo se Katniss…— suspiró incluso entre jadeos— Pero…— me beso en la frente.
— ¿Pero?— yo también suspiré.
— Llevaba planteándomelo mucho tiempo y no sabía cómo ibas a reaccionar y ahora me lo pides tú. Solo estoy sorprendido…— no pude evitar sonreír y besas dulcemente sus labios.
—Bueno…¿sabes qué? Olvida que te lo he pedido… Hazlo tú…— Me acomodé en su pecho.
— Ahora no…— murmuró— cuando llegue el momento.
—De acuerdo…¿sabes que diré que sí no?
—Lo sé…
Sentí sus brazos rodeándome y me tranquilicé un poco aunque me sentía mal por él. Él creía que seguía siendo la antigua Katniss, la que decía "no" al compromiso, no a las relaciones, y no a las bodas. Pero esa Katniss ya no existía. Ahora quería estar al lado de Peeta para siempre. Ser suya y que él fuera mío. De nadie más. Suspiré. Todo eso hacía que a mi cabeza volvieran los malos pensamientos que tuve durante las horas de soledad que Peeta me brindó estos días. ¿habría estado solo? ¿se habría visto con Delly? Solo pensarlo me ponía enferma. No había que ser muy listo para darse cuenta de que Delly quería más que una simple amistad de Peeta. Besé su pecho reuniendo valor y levanté un poco la cabeza para mirarle.
— ¿Adonde ibas estos días por las tardes?
— A la panadería…casi está terminada. Pronto podré trabajar en ella.
—me dejarás mucho tiempo sola…
—Tú vendrás conmigo, puedes trabajar ahí.
— Pero yo no…
— Como dependienta— aclaró, tanto él como yo sabíamos que mis dotes para la cocina no eran muy buenas.
— ¿Te has visto con Delly?— Mejor acabar con la duda cuanto antes. Aunque doliera.
— ¿qué?
— ¿Has visto a Delly estos días?— Sí, sonaba como la típica novia celosa y posesiva, pero no podía evitarlo.
— Katniss…¡estas celosa!— Peeta rió con suavidad y yo golpeé su pecho sin fuerza.
— no, no lo estoy— mentí— solo quiero saberlo.
— Sí…la vi, todos los días, todas las tardes estábamos juntos— bajo su mano por mi espalda acariciándola hasta la última curvatura de ésta. Palidecí casi al instante. Noté perfectamente como mi rostro se quedó sin una gota de sangre. Los celos y la impotencia se apoderaron de mí y un dolor en el pecho se hizo muy intenso. Las lagrimas pedían a gritos salir de mis ojos— es broma Katniss…solo la vi al día siguiente de la fiesta, me preguntó si podía darme su regalo para ti.
— Pero tú no…— aún me costaba pensar que lo de antes fuera una broma— …no tienes un regalo.
— Le dije que no te gustaban los regalos, que era mejor no dártelo.
— Ajam…
— Katniss… Aunque ella quiera algo conmigo, yo solo quiero estar contigo. Solo estás tú para mí.
— y tú solo estás para mí…
Besé sus labios y aunque la sombra de los celos no se había ido del todo le creí. La verdad es que en mi fuero interno sabía que no debía tener miedo a que Peeta me cambiara por otra, me amaba desde siempre, y eso era mucho tiempo. Pero también sabía que Delly era mejor que yo. Y eso era inevitable. Y quizás sus insistencias no tan inocentes hicieran mella él.
—¿me lo pediste por culpa de Delly?
—Peeta…no…ya te lo dije, te lo pedí porque te amo— o al menos eso creía, mi subconsciente me decía que quizás también quería hacerle más mío delante de ella.
— de acuerdo…— beso mi cabeza— no debes de estar celosa, no tiene ninguna oportunidad.
Sonreí contra su pecho abiertamente. A mi "yo" inseguro le gustaba oír las cosas tan especiales que Peeta decía de mí. Me sentía halagada, querida y amada. Sin duda Peeta era lo mejor que me había pasado. Podría decir que incluso mejor que el nacimiento de Prim. Amaba a ese hombre y él me amaba a mí. No había nada más perfecto para mí que eso y este momento. Abrazados desnudos después de hacer el amor. Solo me arrepentía de no haberme tragado mis miedos antes y haber disfrutado de estos momentos con él antes. Pero las cosas siempre pasan a su debido tiempo, y que Peeta y yo empezáramos a demostrar nuestro amor de esta manera no iba a ser la excepción. Había pasado cuando tuvo que pasar, ni más ni menos. Justo cuando los ataques de Peeta eran casi inexistentes (eliminando el del día de mi cumpleaños) y yo era de nuevo más fuerte y autosuficiente. Nuestra relación ahora ya no podía salir mal.


sábado, 11 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capitulo 32



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Prácticamente corrí a mi habitación, Peeta me seguía de cerca, compartiendo la misma ansiedad. Antes de entrar no pude evitar darme la vuelta y besarle de nuevo. Ya echaba de menos esos dulces labios. Esta vez fui yo quien le atrapó contra la pared mientras bebía de sus labios. Cuando noté que sus manos se dirigían de nuevo hacia mis senos las agarré apartándome con una sonrisa.
— Mejor en la cama…— Me mordí el labio inferior como sabía que le gustaba a él y me di media vuelta.
Supe que a Peeta le costó reaccionar un poco, ya que me dio tiempo a inclinarme frente a la mesita de noche y abrir el cajón de las píldoras. Pero no me dio tiempo a más. Peeta se acomodó contra mi espalda. Besó, lamió y mordisqueó mi cuello con demasiada lentitud mientras que sus manos comenzaban a acariciar mi cintura por debajo de mi camiseta. Con un poco de dificultad conseguí coger una de las pastillas y metérmela en la boca. Sus manos no se pararon en mi cintura, claro que no. Siguieron su habitual camino hacia mi pecho. No pude ahogar el gemido que salió de mi boca cuando Peeta tomó ambos pechos y los masajeó. Los acarició suavemente y luego con mayor fuerza, proporcionándome aún más placer. Eché mi cabeza hacia atrás apoyándola sobre el hombro de mi chico del pan, dejándole así mayor superficie de mi cuello expuesta que no dudó en atacar con sus labios y su lengua.
Cuando mis gemidos se hicieron más intensos se separó un segundo de mí y me quitó la camiseta. Ni él ni yo pusimos atención a donde fue a parar, porque enseguida volvió a posicionarse como antes, provocando en mis pechos miles de sensaciones que volaban hasta la unión de mis piernas. Haciendo que ésta palpitase rogando atención. Como si Peeta hubiera escuchado las suplicas de mi sexo, hizo descender su mano derecha, que se perdió bajo mis pantalones, acariciándome sobre la tela de mis braguitas. En mi garganta se formó un grito de placer a la vez que mis piernas temblaban. Sí, demasiado tiempo sin esas caricias me habían hecho hipersensibilizarme, como si fuera la primera vez que me tocara.
Giré mi cara y busqué su boca para intentar callar un poco los gemidos que estaba dejando escapar gracias al frote que estaba haciendo contra mí. Estar en esa situación, con Peeta colocado de esa manera me excitaba más que cualquier otra forma de la que antes me había tocado. Notar su dureza contra el final de mi espalda me excitaba. Y no pude evitar moverme un poco para hacérselo saber, me apreté más contra él, robándole un gemido.
Acto seguido y sin esperármelo Peeta me obligo de un leve empujón a tumbarme en la cama. Le miré un par de segundos jadeando antes de que él mismo se quitara su camiseta y se lanzara contra mis labios. Me los besó y mordió, buscó mi lengua y jugó con ella. Nuestras lenguas pelearon y se enroscaron con una fuerza que no conocía en nosotros, una fuerza arrolladora que me gustaba demasiado. Peeta también podía ser fuego y en este momento me lo estaba demostrando.
Sus manos comenzaron a pelear con el botón de mis pantalones. Esta vez ganaron la batalla pronto y procedieron a deshacerse de ellos. Tuve que ahogar una risita cuando oí como Peeta gimió al ver mi ropa inferior. La tela transparente no dejaba nada a la imaginación, además esta se notaba que estaba perfectamente mojada allí donde mis piernas se unían, justo sobre mi intimidad. Puede que eso antes me habría incomodado, pero deseaba tanto que Peeta me hiciera el amor que el verme así no hizo más que aumentar mi deseo por él. Por probar lo que llevaba días rondando por mi cabeza.
—Creo que te gusta…— susurré. No hacía falta preguntar, no apartaba los ojos de mis braguitas.
—Me encantan…
Hice acopio de valor, recordando a Haymitch y sus "armas de mujer" por lo que le ofrecí la única cosa que sabía que ahora haría rendirse a Peeta. Me pasé la lengua por los labios y separé un poco más las pernas, dejando que viera a través de la transparente tela toda mi intimidad. Aunque me sentí demasiado expuesta me gustó comprobar cómo los ojos de Peeta se oscurecían por el deseo. Sonrió un poco y se colocó entre mis piernas para esta vez centrarse en recorrer con sus labios mi cuello de nuevo. Cuando éstos bajaron por mi escote intercalándose con sus propios dientes, hizo desaparecer mi sujetador. Estaba tan centrada en sus labios que ni siquiera sentí cómo lo desabrochaba.
En el momento en el que su boca hizo posesión de la parte más rosada de uno de mis pechos, esta se endureció hasta casi doler, y el placer que me recorrió provocó que mi espalda se arqueara bajo el cuerpo de Peeta. Su lengua jugó con esa parte de mi anatomía y sus dientes la atrapaban con suavidad. El otro pecho lejos de estar desatendido era estimulado con una de sus manos. Y yo no podía parar de gemir y retorcerme de placer ante tantas sensaciones.
Cierto es que podría haberme dejado hacer y podría haberle dado la voz cantante en esta ocasión, pero yo no quería eso. La última vez me había gustado demasiado mandar, llevar el ritmo, ser yo la que le provocaba a él. Asique en un rápido movimiento, conseguí que rodáramos y quedé sobre él. Sus ojos completamente abiertos por la sorpresa me hicieron sonreír. Aunque mi sonrisa duró poco porque enseguida volvió a atacar mis labios, incorporándose para quedar a mi altura. Con ese simple movimiento nuestras entrepiernas se rozaron a través de las telas que no separaba, y a ambos nos abandono un sonoro gemido. Mordí su labio inferior y moví mi cadera buscando mi placer y el suyo, sobretodo este último, quería oírle gemir.
Cuando conseguí arrancarle varios gemidos volví a obligarle a recostarse y esta vez fueron mis labios los que se perdieron en su cuello. Recorrí toda esa superficie con los labios, intercalándolos con los mordisquitos aquí y allá dependiendo de la intensidad del gemido de Peeta. Mi lengua jugó con el lóbulo de su oreja mientras que a la vez mis manos bajaban pos su abdomen y desabrochaban sus pantalones.
Él mismo fue quien se quitó los pantalones, pero no le deje hacer lo mismo con sus calzoncillos. Cogí sus manos entrelazando mis dedos en ellas a la vez que mis besos descendían por su pecho. Mordisqueé sus pectorales bajando hacia sus abdominales. Cuando le solté de mi agarre, sus manos empezaron a acariciar mi pelo y mi espalda. En el momento en el que mis labios llegaron a la goma de sus calzoncillos no me detuve y continué besándolo, besé la tela de algodón que se ajustaba enormemente a su dureza. Recorrí con besos esa dureza sobre la tela. No necesitaba preguntarle si le gustaba, sus gemidos y la forma que tenía de tensar las caderas cada vez que recibía un beso era suficiente.
Bien, ahora venia la prueba de fuego, iba a hacer lo que tan bien había estudiado en el "Manual de la perfecta amante" que encontré en el sótano. Deslicé suavemente sus calzoncillos a través de sus piernas hasta que su miembro quedó ante mí. Enorme, duro y caliente. Me mordí el labio intentando eliminar el nerviosismo. Lo tomé con mi mano e hice el movimiento de sube y baja que el mismo Peeta me había enseñando. Lentamente. Haciendo que mi chico entrecerrara los ojos y gimiera. Sonreí con un poco de autosuficiencia al comprobar ese efecto. Me agradaba que él no fuera el único que proporcionaba placer.
Mi mano subió y bajo durante unos segundos por toda su hombría pero yo no quería eso. Su miembro no estaba a escasos centímetros de mi cara para solo acariciarle. Volví a lamerme los labios por enésima vez y como el otro día besé la brillante punta. El gemido de Peeta no se hizo esperar.
—Katniss…
No le hice ni el más mínimo caso y mi lengua sustituyo a mi mano. Recorrió su longitud de abajo arriba. Otro gemido por su parte hizo que repitiera la acción para luego centrarme en la hinchada punta, en el libro decía que era la parte más sensible, asique mi lengua jugo sobre ella mientras que le miraba a los ojos. Dejé de jugar con mi lengua de esa manera y lo rodeé con mi boca succionando levemente, y aunque me costó un poco dejé que entrara en mi boca todo lo que pude. El gemido de Peeta no se hizo esperar, esta vez mucho más intenso que los anteriores, tanto que tuve que volver a mirarle para comprobar que estaba bien. Moví lentamente mi cabeza para que su sexo saliera de mi boca y volví a dejar que entrara a la vez que conseguía mover mi lengua sobre él. Continué con ese movimiento cada vez más rápido haciendo también cada vez más presión con mis labios. Noté como Peeta enredaba una de sus manos en mi pelo y me indicaba que ritmo seguir. Eso lejos de molestarme lo agradecí y de una manera extraña hizo que el fuego en mi interior se incrementara más. En un principio había pensado que resultaría desagradable, pensé que tener esa parte de su cuerpo en mi boca me repugnaría. Y nada más lejos de la realidad. Ni siquiera el sabor era desagradable.
Continué con ese movimiento ayudándome de las manos para acariciar el resto de miembro que no entraba en mí. Aquello me estaba gustando. Adoraba la forma en la que Peeta gemía, tan alto y fuerte que parecía casi como si gritara. Seguí y seguí casi sin creerme que yo estuviera haciendo eso. Yo Katniss Everdeen estaba proporcionándole placer a un hombre con la boca, y no me disgustaba, es más, el fuego en mi interior era tal que la tentación de llevar una de mis manos hacia mis palpitaciones era cada vez más intensa. Y eso aunque me gustaba también me asustaba un poco. Y una vocecita en mi interior decía que estaba perdiendo mi esencia. Tenía miedo de dejar de ser la antigua Katniss. Pero otra vocecita, la que de momento ganaba, me decía que por sentir placer no iba a cambiar. Y demonios, el placer que estaba sintiendo ahora al escuchar a Peeta no lo cambiaría por nada.
—Katniss…para…no quiero…—Paré de moverme lentamente un poco asustada, no entendía por qué de repente me decía que no quería, le miré sin apartarle de mi boca— no quiero terminar en tu boca…
No pude evitar sonreír levemente y lanzarme a besar sus labios, compartiendo su sabor. Un sabor que me excitaba sobremanera. Mucho más que mi sabor cuando lo probé de sus labios. Nuestro beso se torno tan apasionado, ya no solo era besos, eran mordiscos. Y entre beso y beso Peeta dio un tirón a mis braguitas, rasgándolas, arrancándomelas sin contemplaciones. Eso elevó la intensidad del fuego en mi interior, ahora quemaba demasiado. Y por ello yo misma conseguí llevar su miembro a mi entrada y dejé que me invadiera. Su gemido se juntó con el mío llenando la habitación. Comencé a moverme lentamente acostumbrándome al tamaño. Pero sentir las manos de Peeta agarrando y apretando mis nalgas hizo que mis movimientos rápidamente se volvieran más demandantes, buscando apagar el fuego de mi interior.
Peeta no pudo estarse quieto, supongo que a causa de su propio fuego interior. Se incorporo abrazándome y empezó a moverse sentado frenéticamente. Sus movimientos y los míos propios se convirtieron en una locura. La velocidad no podía ser mayor, así como la fuerza del movimiento. Peeta se hundía en mí con fuerza, y a cada embestida un grito salía de mi boca. El movimiento frenético que teníamos sobreexcitaba mis células, y notar los dedos de Peeta clavándose en mi cuerpo avivaba ese fuego en mi interior, un fuego que no tardaría en explotar y que estaba controlando gracias que mis propios dedos estaban clavados en los hombros de él.
Justo cuando noté el calor de Peeta derramarse dentro de mí me dejé ir y el fuego en mi interior explotó, de tal manera que todas mis articulaciones temblaron de placer, a la vez que mi grito retumbaba en todas las habitaciones de la casa.
Mi chico del pan, lamio y mordisqueo mi cuello descendiendo la velocidad del movimiento de su cadera. Nuestros jadeos se mezclaron cuando buscó mi boca y me besó de manera dulce, demasiado casta para lo que acabábamos de hacer. Le devolví el beso enredando mis dedos en su pelo. Me separé unos segundos y le sonreí mirándole a los ojos. Luego él besó mi frente con ternura.
— Tú me amas ¿real o no real?— susurré contra sus labios como él hizo la primera vez que hicimos el amor.
—Real…— susurró después de una pequeña risa.
Peeta se recostó dejándome sobre él. Sin salir de mí aún. Me abrazó tan fuerte que creía por un momento que conseguiría sacar todo el aire de mis pulmones, aunque yo no me quedé corta y me aferre a él con todas mis fuerzas.
—Peeta…
— ¿hmmmm?— incluso apoyada en su pecho supe que tenía los ojos cerrados.
—¿Querrías…tostar el pan…conmigo?— susurré


miércoles, 8 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capitulo 31



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Una semana, Peeta llevaba sin tocarme una semana. Una semana entera en la que no habíamos compartido ni una sola caricia, ni un solo beso. Nada. Y lo peor de todo es que apenas hablábamos entre nosotros. Las comidas pasaban en un silencio sepulcral y él incluso había empezado a usar otra habitación. Algo que me hacía llorar cada noche hasta caer dormida. Aunque la tranquilidad no se acababa ahí, ya que cada noche había sufrido pesadillas. Pesadillas en las que le perdía de mil y una maneras. La primera noche soñé que él moría a manos de Gale. Gale apretando su cuello con fuerza hasta la asfixia. Otra de las noches era una rastrevíspula gigante la que le atacaba y atravesaba su pecho con su enorme aguijón del tamaño de una espada. La noche que mas grité fue cuando moría a manos de Prim y Rue.
Al menos, Peeta se acercaba hasta mi habitación y me calmaba. Aunque apenas me tocaba intentaba calmarme con sus palabras. Era en el único momento en el que era de nuevo el mismo. Cuando intentaba calmarme después de una pesadilla. Pero cuando el llanto cesaba, volvía a arroparme y se marchaba dejándome sola en la enorme cama. Cuando eso ocurría rara vez volvía a dormirme, y entonces era cuando le escuchaba llorar al otro lado de la pared.
En esta semana sentí como mi vida volvía a carecer de sentido, y aunque Haymitch y Johanna intentaron sacarme una sonrisa no lo consiguieron. Mi madre me llamo para disculparse por no asistir a mi fiesta, pero ni eso me provocó una emoción. Mi corazón no sentía nada al recordar que mi propia madre no había estado en mi decimoctavo cumpleaños. Incluso no me apetecía ni cazar. Dejé de llevar la ropa interior de encaje y poco a poco me fui aislando de nuevo. Peeta y yo éramos como dos extraños que compartíamos casa. Su voz se había vuelto ruda cuando se dirigía a mí. Su mirada huidiza. Se pasaba mucho tiempo fuera de casa, reconstruyendo la panadería, o eso era lo que esperaba yo, aunque quizás su tiempo lo pasara con Delly.
Ahora prefería que no viviera bajo mi mismo techo. No soportaba verle y no poder tocarle.
Oí sonar el timbre varias veces. Y así solo picaba una persona en todo Panem. Intenté ignorarlo mientras cocinaba pero al final consiguió su propósito y fui a abrirle.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo encanto?— Ni siquiera me saludó antes de entrar e ir directamente a la cocina.
— ahora mismo estaba intentando hacer la cena.
—No me refiero a eso Katniss— dijo pesadamente.
—Entonces…¿a qué te refieres?— resopló con fuerza.
—A Peeta, ¿a qué si no?— esta vez quien resopló fui yo.
— yo no hago nada, maldita sea, Haymitch es él el que no me mira, ni me toca…hace…— intenté luchar contra las lagrimas—Hace una semana desde mi cumpleaños y hace una semana que no me besa…
—Ponle remedio, Katniss ¡utiliza tus armas de mujer!
— yo no tengo de eso…
— claro que las tienes… Peeta te lo ha dicho muchas veces "no sabes el efecto que causas en las personas", Katniss eres hermosa, inteligente, y con él sale tu lado tierno y sexy…
— Creo que eso ultimo debías habértelo ahorrado…— odiaba la idea de que Haymitch creyera que era "sexy"
— lo que sea…el caso es que muevas el culo y hagas algo para recuperar al antiguo Peeta.
—lo se…tengo que moverme…tengo que hablar con él…pero tengo miedo de que todo acabe mal.
— nenita…todo está mal, no puede empeorar más ¿no? Arriésgate.
— supongo que tienes razón Haymitch…— suspiré pesadamente— las cosas ya no pueden ir a peor.
— Pues ya está…arriésgate, yo también echo de menos al chico.
—¿Por el pan y la comida?
— exacto…¿qué creías?
— ¿yo? Nada…— le serví un plato de comida de la que estaba cocinando para que cenara y así me dejara en paz.
Aún cuando Haymich se marchó me quedé pensando en nuestra conversación. Tenía toda la razón, debía actuar si quería que Peeta volviera a amarme como antes. Dejé preparada la mesa y subí a arreglarme. Las mujeres hacían eso cuando salían con sus novios ¿no? Se ponían guapas para ellos. Era lo que yo iba a hacer. Iba a estar guapa a para Peeta, para hablar con él. Para recuperarle o perderle para siempre. Pondría todas las cartas sobre la mesa. Y es posible que acabara arrepintiéndome, pero tenía que hacerlo. Por Peeta y por mí.
Entré en el baño y me desnudé rápidamente. No sabía cuánto tardaría Peeta en llegar y quería estar lista. Aún así me quede unos segundos mirándome en el enorme espejo del baño. Era extraño, pero ahora no me veía tan horrible. Incluso sentía que podía ser atractiva. Y esta noche lo sería para Peeta. Sonreí a mi propio reflejo y me metí en la bañera para darme una relajante ducha.
Mientras que el agua caía sobre mí agradecí un poco las horas de soledad que me había dado Peeta. El tercero de los días que había salido durante toda la tarde pude leer el libro que había encontrado. Y ahora podría ser de gran ayuda, sobre todo si llegábamos a mayores como era mi intención. Salí de la ducha y después de envolverme en una toalla fui a la habitación para elegir un atuendo adecuado. No quería nada llamativo, al menos no exteriormente. Así que como ropa elegí unos simples pantalones cortos de tela vaquera y una camisera lisa. En lo que si me esmeré más fue en la ropa interior. Elegí un conjunto de color negro pero completamente transparente. No dejaba nada a la imaginación, ya que con el puesto se veía tanto de mi cuerpo como si estuviera desnuda. Como peinado me deje el pelo suelto, sabía que a Peeta le gustaba así, las ondas cayendo por mi espalda, más de una vez en el pasado el me había deshecho la trenza para acariciarme el pelo.
Me vestí y bajé al salón a esperarle, cogí un libro, pero para ser sincera no leí nada. Estaba demasiado nerviosa como para centrar mi atención en las letras, quería que Peeta llegara ya. Necesitaba urgentemente sacar de mi todo lo que pensaba y exponer todos mis sentimientos. Quizás luego tendría que recoger los pedazos, pero debía intentarlo. No podía seguir así. La situación me estaba afectando demasiado, iba a enloquecer.
Cuando oí la puerta cerrarse di un respingo en el sofá, estaba tan perdida en mis pensamientos que no me esperaba ese suave ruido. Peeta paso por delante del salón hacia la cocina, sin ni si quiera mirarme. Suspiré, bien, allá vamos. Sé que podría enfrentar mis miedos. Entré en la cocina poco después que él y si saludarle empecé a calentar la comida. Lo único que hizo Peeta fue sentarse en la mesa frente a su plato. Podía notar sus ojos clavados en mi nuca mientras que revolvía la comida.
Serví los platos y me senté frete a él. Tomé un poco de comida de mi plato y me lo metí en la boca. Al menos el ganso me había quedado bueno esta vez. Comí dos bocados más, y aunque estaba rico dejé mi tenedor en mi plato, limpié mis labios con la servilleta y miré a Peeta. Estuve mucho rato mirándole, demasiado. En todo ese tiempo Peeta no me miró. Solo comía sin levantar la vista de su comida. Y eso dolía. Tomé aire y lo expulsé lentamente, volví a coger mi tenedor y seguí comiendo solo hasta que él acabó y se levanto a recoger su plato.
—Peeta, tenemos que hablar— Me miró y suspiró.
—No hay nada de lo que hablar…
—¡Claro que sí! —casi grité— no podemos seguir así. Como dos desconocidos viviendo en la misma casa— me levanté para quedar frente a él.
— volveré a la mía— el corazón me dio un vuelco incompresible.
— no…— negué con la cabeza— yo no quiero eso…
—¿ y qué quieres Katniss?
—volver a antes de mi cumpleaños…— instintivamente llevé mi mano hacia el llamador de ángeles que me había regalado y lo apreté fuertemente.
— Podría matarte
—Ya me estas matando así. Te necesito como siempre, necesito tu sonrisa, y tus palabras de cariño, necesito tus labios y tus caricias…
—Pero podría matarte ¿Qué parte no entiendes?
— lo entiendo perfectamente, pero no vas a hacerlo. No vas a hacerme daño nunca más. Nunca— me armé de valor y posé un casto beso en sus labios— nunca…— le di otro beso pero él no se movió— Aunque tengas otro ataque no lo harás— dejé otro beso en sus perfectos labios— porque me amas.
— En esos momentos…— le callé con otro beso más largo— Katniss…— volví a juntar mis labios a los suyos a la vez que mis manos rodeaban su cuello y se entrelazaban con el cabello de su nuca.
Mi corazón palpitó más rápido cuando noté como sus labios respondían a mi beso, como se abrían levemente para que su lengua saliera al encuentro de la mía. El hambre se apodero de mí y mi beso se tornó más apasionado. Mordí y lamí sus besos como hacía días que no lo hacía, mis manos dejaron de estar quietas en su nuca y pasaron a acariciar su espala y su pecho, había echado de menos ese musculoso pecho. Sus manos imitaron a las mías y se dirigieron a mi torso, por donde se pasearon para luego detenerse sobre mis senos. Los masajearon y acariciaron. Haciendo que mi garganta emitiera un gemido ronco contra los labios de Peeta. Para entonces el calor de mi vientre había hecho el efecto esperado en la unión de mis piernas y podía notar perfectamente como la tela transparente de mi ropa interior se iba humedeciendo vergonzosamente.
Con dos rápidas zancadas Peeta pegó mi espalda a la nevera y no pude evitar gemir al notar el frio contacto del metal contra mi espalda. Sus labios bajaron hacia mi cuello y lo recorrieron lentamente, era una pequeña tortura placentera y yo quería más, había pasado demasiado tiempo sin Peeta, sin esos besos. Quería más. Tomé el pelo de Peeta con mi mano derecha y tiré de él con suavidad, lo suficiente para que se apartara de mi cuello. Por un segundo me miró jadeando sin entender. Pero no le dejé protestar. Volví a centrarme en sus labios y en su lengua mordiéndolos enredando aun más mi mano en su pelo.
Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad me separe un par de centímetros, y aunque el intentó besarme conseguí evitarlo. Estábamos tan cerca que nuestro alientos aún se mezclaban y pude oí el gemido de frustración que abandonó la boca de Peeta cuando no le permití seguir besándome.
— Peeta…—intento volver a besarme por lo que tuve que agarrar con firmeza su pelo, rezando por no hacerle daño—Escuchame…— mi voz no sonaba muy convincente, jadeante y ronca de excitación.
—¿Qué?— susurró el mirándome a los ojos.
—Júrame que esto no será solo sexo.
—¿QUÉ?— su voz subió un par de octavas
— Júrame que esto significa que volveremos a ser una pareja, a ser novios…— Luché contra las lágrimas— júramelo…
—Preciosa…— noté su acelerado aliento en mi frente antes de que depositara un suave beso en mi frente— nunca, NUNCA, tendría solo sexo contigo…esto significa que me he rendido, que no aguanto sin ti…que el amor y la necesidad que siento por ti puede más que mi miedo… pero si llegara a hacerte daño yo me iría contigo.
— no lo harás…—le besé esta vez dulcemente— porque ahora tengo esto— cogí el llamador de ángeles entre mis dedos— y mis besos y mis caricias…que siempre te arrancan de las garras del ataque…
— Está bien…— dejó un beso en mi nariz
— ¿entonces me lo juras…?
— Lo juro por mi vida…— volví a reclamar su lengua de nuevo con el mismo ímpetu que antes.
— Vamos a la cama…— me costó hablar por la excitación por mí dejaría que me tomara allí mismo, pero quería algo especial— estaremos más cómodos— volví a posar mis labios en los suyos suavemente.
Intenté que mi sonrisa fuera de picardía, no sé si lo conseguí pero Peeta lamió sus labios devolviéndome la sonrisa. Conseguí escapar de su cuerpo y me dirigí a la habitación rápidamente. Tenía ganas de probar lo que había leído días atrás.


sábado, 4 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capitulo 30



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Peeta regreso a los pocos minutos con una bandeja con dos cuencos, uno grande y otro más pequeño. Me incorporé lentamente en la cama, empezaba a sentirme mejor, ya que el dolor externo se había ido, solo quedaba ese ardor de garganta, el dolo interno, quizás el más molesto. Le miré intentando sonreír, pero lo único que conseguí es que él apartara la mirada de mí, fijándola en la bandeja que traía.
—Te traigo un poco de caldo de verduras…y miel, mezclado con jarabe, para que duermas un poco.—Negué con la cabeza ¿jarabe? ¿Quería drogarme?—Katniss…Te ayudará a dormir…lo necesitas, sabes perfectamente que necesitas descansar.— Suspiré sabía que tenía razón, quisiera o no, Peeta tenía razón y debía dormir un poco, descansar.
Me aparte del borde de la cama y dejé que se sentara para que me colocara la bandeja en las rodillas. Le sonreí para darle las gracias y tomé el cuenco humeante. Olía deliciosamente, como todo lo que preparaba él. El calor de la cerámica contra mis dedos era reconfortante, ni siquiera me había dado cuenta de que los tenía helados. Soplé suavemente el líquido y di un leve sorbo.
Dolor. Cuando el cálido líquido descendió por mi garganta es lo que sentí. Un intenso y fortísimo dolor. Desgarrándome las cuerdas bocales. Arrancándome las amígdalas. Dejé el cuenco encima de la bandeja, derramándolo y me llevé las manos a la garganta, gimiendo de dolor sin poder evitarlo. Tragar dolía demasiado. Incluso ahora, tragar mi propia saliva dolía.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al mirar al Peeta. Eran la consecuencia de la mezcla del dolor con los sentimientos que tenía al ver su rostro. No pude reprimirlo. Empecé a gimotear mirando a Peeta que tenía en su rostro reflejado el miedo y la culpabilidad. Pero en ningún momento se acerco a mí, y eso dolía más que mis cuerdas vocales. Solo se inclinó para apartar la bandeja de mis piernas y dejarla sobre la mesita.
Cuando a los pocos minutos me calme Peeta tomó el cuenco más pequeño y lo revolvió con una cucharilla. Le miré con miedo. No quería volver a tragar.
—Solo será un trago más…y esto está a temperatura ambiente. No te dolerá tanto. Cuando te tomes el jarabe este te adormecerá un poco la garganta antes de dormirte… Es un sueño placentero, no tendrás pesadillas. Te lo prometo.
No sé por qué pero le creí. Creí a pies juntillas lo que me dijo. Solo con ese "te lo prometo" ya no había nada que temiera. Cogí el cuenco cuando me lo ofreció y me lo acerque a la nariz. El olor dulzón de la miel y el jarabe me adormeció el olfato. Suspiré y mirando a Peeta me metí el contenido de ese cuenco en la boca. El líquido viscoso llenó cada rincón de mi boca. Adormeciéndola un poco, como Peeta me había prometido. Cerré ambos puños con fuerza y tragué. El dolor fue casi el mismo que con el sorbo de caldo. Pero no me dio tiempo a sentir mucho, ya que enseguida empecé a ver la habitación borrosa, hasta que dejé de ver por completo, seguidamente me dormí profundamente.
A la mañana siguiente me desperté con un terrible dolor de cabeza y con la garganta ardiendo. Carraspeé pero el dolor y el ardor se intensificaron más. Suspiré intentando calmarme y me di la vuelta para mirar a Peeta. Pero el otro lado de la cama estaba vacío. Es más, parecía que al otro lado de la cama no había dormido nadie hoy. Mi corazón se estrujó y mi pecho se contrajo al recordar lo distante que Peeta había estado conmigo el día anterior. Y todo por mi culpa y la de mi enorme boca que no podía mantener cerrada.
Me aguanté como pude las enormes ganas de llorar y me levante despacio, ya que la habitación pareció moverse cuando lo hice. Al hacerlo vi sobre mi mesita un extraño bote que la noche anterior no estaba. Lo cogí y leí la etiqueta "espray bucal. Alivia al instante el dolor y la inflamación". Supuse que el doctor se había acercado a casa temprano. No lo pensé dos veces y me lo apliqué. Inmediatamente, como decía la etiqueta sentí un enorme alivio, aunque el dolor no disminuyó del todo.
Justo en el momento en el que empecé a sentir el alivio el "ding dong" del timbre se me clavó en el cerebro. Intenté escucharla quien entraba a casa cuando Peeta abrió puerta, pero desde la habitación no se oían bien, ni siquiera desde el pasillo de la planta superior pude oír de quien se trataba. Bajé las escaleras descalza, pero solo a la mitad, ya que en la entrada Gale estaba frente a mi chico del pan, ambos parecían incómodos, pero al menos de momento no se estaban gritando. No pude evitar quedarme ahí para escuchar la conversación.
—Quiero verla— Exigió Gale, incluso sin verle supe que estaba apretando los dientes.
— y ella no quiere hacerlo, ¿no la viste? Ayer huyó de ti.— Peeta también sonaba enfadado.
— luego me ayudó.
— Y la besaste sin su permiso.— era lo último que esperaba oír de la boca de Peeta.
—Te lo ha contado….— supuse que Gale estaba mostrando su sonrisa más socarrona, esa que sacaba con algunas chicas de la Veta— Le encanto…— Baje un par de escalones más para enfrentarme a él, pero lo que vino a continuación si que fue lo último que esperaba. Peeta le dio un derechazo en la mandíbula a Gale, haciendo que este retrocediera un par de pasos, llevándose la mano al labio. Cuando la retiró pude ver como su labio sangraba, signo de que estaba partido.
No puedo negar que me sorprendió el acto de Peeta. Él no era violento. Era bueno y calmado. Dulce, el que resolvía las cosas hablando. La temperamental y violenta era yo. Pero algo dentro de mí se alegro por ese puñetazo. Peeta supo poner en su sitio a Gale. Supo callarle de la mejor manera. Aun así para que no se enzarzaran en una pelea de testosterona me puse entre ellos apartándoles el uno del otro, con cierto miedo por si Peeta sufría uno de sus ataques. Le miré, y aunque sus ojos estaban algo mas oscurecidos de lo normal supe que solo era debido a su enfado con Gale. Le sonreí levemente.
—¿Peeta…me dejas hablar un minuto con él?— Incluso yo misma me sorprendí de escuchar mi voz, aunque sonaba un poco ronca y apagada— solo un minuto. Si pasa algo gritaré— por primera vez en muchas horas, él me sonrió.
— Como le toques un pelo sin su permiso…— se dirigió a Gale apuntándole con el dedo— …eres hombre muerto— luego Peeta me beso dulcemente en los labios y se fue a la cocina.
Mire a Gale durante unos interminables minutos en el que él también solo me miro, puedo decir con casi total seguridad que recorrió cada centímetro de mi cuerpo con su mirada. Suspiré, sus ojos empezaban a intimidarme. Pero no podía procesar ninguna palabra después del beso que Peeta me había dado. Tanto tiempo sin tocarme y ahora me besaba, supuse que simplemente fue para marcar su "territorio" pero al menos, de momento seguía siendo suya. Aparte a Peeta de mi pensamientos y volví a centrarme en el hombre que tenía delante.
—Querías verme ¿no? Aquí estoy…—murmuré roncamente
— ehm…bonito atuendo…— dijo con sarcasmo. En ese momento quise que la tierra me tragara y matarle, no recuerdo que sentimiento llego primero.
— ya…gracias…— intenté que el camisón bajara por lo menos hasta la mitad de mi muslo— ¿qué querías Gale?—tuve que carraspear.
—Despedirme…me voy de nuevo…— suspiré
—Adiós…
—No vas a pensar en lo que te dije ¿no? En…tú y yo…
—Gale…nunca hubo un tú y yo…sólo éramos amigos…confundimos sentimientos…
— Yo no lo he hecho, y me he dado cuenta tarde…
— Mira aunque no los hubiera confundido, si sintiera algo por ti, no podría estar contigo.— me arrepentí de decir eso casi en el instante en el que acabé.
—¿es eso lo que ocurre? Lo es, ¿verdad? Es por las bom…
—¡NO! — tosí—No pronuncies esa palabra…no digas nada de eso, no es por eso. No lo es porque mis sentimientos están con Peeta. Peeta es el amor de mi vida.
— el amor de tu vida ¿eh? ¿Vas a casarte con él?
—no…no lo sé…
—deberías saberlo ¿no? Si es el amor de tu vida…
— lo es…Le amo como nunca amaré a nadie más. Es la única persona a la que me he entregado en cuerpo y alma.
— ¿en cuerpo?
—¿qué?— me dejó descolocada completamente.
—¿Ya le has entregado tu cuerpo?
—Maldita sea, ¿qué clase de pregunta es esa?—espeté— eso solo nos concierne a Peeta y a mí— vi como Gale sonreía, y sin entender muy bien por qué eso me molestó— además, viste las pastillas, sabes para qué son.
— Eso no prueba nada…¿sabes lo que creo Catnip? Que aún no has podido…hacerlo…— la sangre empezó a hervir en mis venas, ¿cómo se atrevía a dudar de mi palabra y de mis sentimientos? ¿Dónde estaba el Gale bueno y honrado de antes? Ese que era mi aliado, con el que descubrí tantas cosas. Con el que compartía una amistad sincera— Creo que aun no te has acostado con él…porque en realidad no puedes hacerlo porque no hay amor y tú solo lo harías si estuvieras completamente enamorada, por esa inocencia tuya que tan bien conozco.—En ese momento no pude evitarlo y mi mano izquierda voló hasta su mejilla, dándole el tortazo más fuerte que había dado en mi vida. Ni siquiera sé por qué fue un tortazo y no un puñetazo. Tendría que haber cerrado el puño. Pero no lo hice y me arrepentía de no hacerlo.
— Te equivocas. Quizás no en el hecho de que yo solo podría hacer el amor estando enamorada— respiré profundamente— donde te equivocas es en el hecho de que sí que he estado con Peeta de ese modo, he dejado que me recorra con sus manos, con su boca y su lengua, he dejado que entre en mí, y no una ni dos veces, muchas— quizás ahí mentí un poco— y mi mente y mi cuerpo están deseando que lo haga otra vez, por el placer que me proporciona, porque esos orgasmos— por suerte recordé la palabra a tiempo— son los mejores momentos de mi vida, y son con él, y es cuando más unida a él me siento. Porque es el momento en el que nuestro amor es lo único que importa a nuestro alrededor.— mi voz se había ido apagando, y la ronquera haciéndose más presente, pero conseguí decir todas esas palabras sin titubear, aunque ahora empezaba a notar como mis mejillas ardían, señal de su enrojecimiento.
—Debería irme ya— se frotó la mejilla a la vez que me miraba con cierta tristeza. Ahora parecía decepcionado.
—Gale…te aprecio…— intenté que el enfado disminuyera
— he sido un bocazas…creía que así quizás…podría recuperarte
— solo puedes hacerlo como amiga…nada más, porque nunca hubo nada más.
—Me besaste…
— lo sé…pero ¿sabes? Nunca sentí lo mismo que siento besando a Peeta…
—¿eres feliz? ¿te hace feliz?
—Gale…sabes que mi felicidad nunca será completa después de…de la rebelión…pero, en los momentos en los que olvido por qué vivo en esta casa, o por qué Peeta lleva esa pierna ortopédica, sí, soy inmensamente feliz con él— fui perdiendo poco a poco la voz y volví a toser, esta vez fuertemente.
—¿estas bien? ¿por qué toses tanto?
—estoy enferma— conseguí mentir entre tos y tos.
—¿llamo a Peeta?¿quieres agua?— negué con la cabeza esperando a que se me pasara.
La tos desapareció a los pocos minutos, pero yo volvía a estar agotada de tanto toser, y agotada por la conversación que estábamos teniendo. Apreciaba mucho a Gale después de todo, le debía muchas cosas, y había sido mi amigo desde hacía mucho tiempo, no podía darle la espalda a eso, pero sus palabras me había hecho daño, y tener que explicar la relación que tenia con Peeta también era complicado, porque ni yo entendía muy bien mis nuevos sentimientos.
— debería dejar de hablar…— Gale asintió
— ahora sí que me voy—susurró— ¿mantendremos el contacto?—Asentí— te he echado de menos…
— y yo…
Permití que se acercara a mí y depositara un suave beso en los labios, quizás era algo más que un simple beso de amigos, y más teniendo en cuenta de que Gale y yo nunca nos besábamos en la mejillas cuando cazábamos juntos, pero nuestra amistad tampoco había sido normal. No le di mayor importancia a ese beso, aunque sí me gustó compartirlo con él, era un beso de despedida, sus labios nunca más tocarían los míos, porque los únicos labios que quería que me besaran eran los del chico del pan. Salió de la casa sin decirme adiós, nunca nos había gustado decirlo. Y esta vez no fue distinta.
Yo misma cerré la puerta de la calle y luego fui con Peeta a la cocina. Como todas las mañanas estaba horneando algo que olía deliciosamente. Sonreí un poco mientras le miraba amasar una pasta que parecía ser la de galletas. Cuando sus ojos se posaron sobre mí le sonreí pero él sin hacer nada más aparto la mirada. Genial, empezábamos de nuevo.
— estás haciendo galletas…— era una afirmación, lo sabía perfectamente, solo intentaba tantear el terreno.
— Ajam…
— huele muy bien…
—gracias…— ni si quiera me miró para agradecerme el cumplido— ehm…veo que tu voz esta mejor…
— si…aunque duele un poco…y sigo ronca…
— es mejor que no hables mucho…para recuperarte bien.— pareció una forma sutil de decirme que me callara
—creo que voy a ir a seguir descansando….estoy agotada…
— es una buena idea…
— si…
Salí de la cocina completamente abatida. Ni siquiera me había preguntado sobre la conversación con Gale, como si no le importara…subí de nuevo al cuarto y me metí bajo las sábanas y aunque intenté evitarlo no pude y el llanto acudió a mí con fuerza. Era un llanto amargo y desgarrador. Solo dejé de llorar cuando se me acabaron las lágrimas. Y luego a los pocos minutos, volví a caer en un profundo sueño sin darme cuenta.


miércoles, 1 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capítulo 29



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Abrí los ojos cuando sentí como me depositaba en una cama. Vi como me miraba con preocupación y tuve que cerrar los ojos para no ver su cara, ya que el corazón se me encogía de una forma demasiado dolorosa. Al poco entro Haymitch jadeando.
—Acabo de llamar al médico, vendrá enseguida— entre en pánico y mire con terror a Haymitch
—no…no…no…— no podía pronunciar nada más.
— todo está bien encanto, es el médico del distrito, no dirá nada a nadie—murmuró él a la vez que Peeta suspiraba.
—¿Nadie?—conseguí decir antes de otro ataque de tos debido a la maldita quemazón de la garganta me atacara.
—A nadie Katniss…—suspiré no muy convencida
Busqué la mano de Peeta pero él la apartó en cuando conseguí tomársela. Un nuevo miedo se apoderó de mí. Peeta alejándose de mi lado. No lo soportaría. Ahora que ya había asumido mi amor por él no podría soportarlo. Le necesitaba. Necesitaba que estuviera conmigo. Como amigo, como pareja y como amante. Necesitaba sus abrazos y sus besos, sus caricias. Incluso ahora le necesitaba haciéndome el amor. No podía darme la espalda por algo así. Ya habíamos pasado por ello, podríamos volver a superarlo. Juntos podríamos. Pero no podía alejarse.
Estaba perdida en mis pensamientos de desolación cuando sonó el timbre de la puerta. Peeta sin decir nada salió de la habitación. Miré a Haymitch aterrorizada.
—Está asustado preciosa, volverá a ser el mismo de siempre pronto.
—y yo…—luché contra el llanto.
—estuviste peor la primera vez que te atacó.
—por él—no me entendía, tenía miedo por él, estaba asustada por lo que él pensaría.
— ¿Sientes miedo por él?—asentí—Al final vas a estar enamorada de verdad ¿eh?— le fulminé con la mirada— He hablado con él, el también te quiere, se le pasará— suspiré mordiéndome el labio y cerrando los ojos.
Pocos segundos después oí como regresaba Peeta seguido de unos pasos más pesados y sonoros. Abrí los ojos y detrás de él se erguía un enorme hombre. Perfectamente llegaría a medir los dos metros y sus enormes brazos eran el doble que los de Peeta, al igual que su gran pecho. Moreno y con los ojos verdes. No recordaba haberle visto nunca por el distrito, así que podría apostar que era del 13, o incluso del mismísimo Capitolio. Miré a Haymitch con miedo, pero él se acercó a darle un apretón de manos como si le conociera de toda la vida.
—Artz viejo amigo…—Haymitch incluso sonreía.
—Haymitch, bribón…—éste incluso le dio una palmada en la espalda con su enormes manos, parecía que iba a rompérsela.
Después de saludar a Peeta con un seco apretón de manos me miró a mí. Escudriñándome con la mirada. Depositando sus ojos en mi cuello. Debía tener un aspecto completamente horrible.
—Soy el Doctor Artz Leighis, seré su médico hasta que se recupere señorita Everdeen— no pude evitar el suspiro que salió de mis labios— Creo que no es muy amiga de los médicos…
—Lo que ocurre Artz es que la señorita tiene miedo de que informe del accidente a las autoridades— Aclaró Haymitch, algo que agradecí enormemente
—No fue un accidente—espetó Peeta por detrás de los otros dos hombres— He estado a punto de matarla ¡¿Es que no os dais cuenta?¡Algún día pasará!—No sabía si el médico estaba al tanto de la técnica del "secuestro" que había sufrido Peeta, pero le miró sin cambiar la expresión de su cara.
—Sé que no lo harás— Haymitch le apretó el hombro— se lo mucho que amas a esa chica—en ese momento me di cuenta de que estaban hablando como si yo no estuviera presente en la sala. Genial, ahora me hacían el vacio.
Haymitch obligo a Peeta a salir de la habitación, su rostro se iba enrojeciendo por momentos, al igual que sus ojos, signo inequívoco de que estaba a punto de llorar, y ver llorar a Peeta no lo soportaba. Por eso agradecí el gesto de mi mentor. Aunque segundos después entendí que lo hizo porque el médico iba a empezar a examinarme.
El doctor se sentó en la cama junto a mí y llevo sus enormes manos hacia mi cuello. Tocándolo con suavidad, aun así ese toque dolió como si me clavara mil agujas en él. Gemí tímidamente. No quería que pensara que era una debilucha pero de verdad que dolía.
— Sé que duele Katniss…has tenido suerte…si sus pulgares hubieran estado uno sobre el otro te habría roto la tráquea en cinco segundos…— no sé si lo hacía para animarme, pero no sirvió de nada—¿Puedes hablar? Dime tu nombre.
—Katniss Ever…— Mi voz sonaba ronca y pesada hasta que se fue apagando sin dejarme pronunciar la última silaba de mi apellido. El doctor arrugó la nariz, signo de que aquello no era bueno.
—Abre la boca— obedecí sin rechistar y hundiéndome la lengua con un palo de madera y apuntando con una linterna a mi boca miró su interior. Al poco se aparto y volvió a tocar mi cuello, moviendo lentamente los dedos—gira la cabeza hacia la derecha…—lo hice— y ahora a la izquierda— volví a obedecer—bien…— se separó de mi guardándose la linterna en uno de sus bolsillos.
Artz se acerco a la puerta e hizo un gesto de cabeza, con eso los otros dos hombres entraron a la habitación, la cara de preocupación de Peeta me mataba. No portaba verle así quería gritarle que le quería y que le amaba, que estaba bien, que no se preocupara porque no había cambiado nada en mis sentimientos, que seguía queriendo pasar el resto de mi vida a su lado. Siendo su novia. Quería seguir estando a su lado, despertar a su lado y dejar que me hiciera el amor una y mil veces más. Le necesitaba. Y si no fuera por los otros dos hombres, incluso se lo suplicaría con mi paupérrima voz. Para que ambos olvidáramos ese mal trago.
—bueno…— El doctor empezó a hablar frotándose las manos— el daño podía haber sido peor— Peeta cambió el peso de su pierna sana a la ortopédica, incomodo— tiene inflamadas las cuerdas bocales y las amígdalas, de ahí que no pueda hablar. Pero no hay daño ni muscular ni a nivel óseo, y mucho menos medular, el mareo y el cansancio es por la falta de aire— Haymitch asintió atento, Pero fue Peeta el que mejor se tomó la noticia ya que su suspiro lleno toda la estancia— los hematomas del cuello pueden ser tratados con los ungüentos específicos— prosiguió el médico— la inflamación y el dolor interno pueden ser tratados con un espray bucal que les recetaré a continuación. En dos o tres días debería estar como nueva.
—gracias Artz amigo…—Haymitch volvió a estrecharle la mano sonriendo.
—Katniss…—se dirigió a mí sin soltar la mano de Haymitch— sería bueno que tomaras una ducha caliente, intentaras tomar un caldo caliente y luego un poco de miel, será de gran ayuda, hazlo y descansa—no pude evitar negar con la cabeza, sabía que no aguantaría estar de pie en la ducha— seguro que tu chico te ayudará en todo— el aludido aparto la mirada, dirigiéndola a la ventana. Y pude oír como los otros dos hombres suspiraban al unísono conmigo.
—Claro que lo hará— sentenció Haymitch.
— Y por su puesto puedes estar tranquila…— se acerco a tomar mi mano que era prácticamente la mitad en tamaño que la suya— nadie sabrá nada de lo que ha ocurrido. Yo mismo te traeré el espray para que nadie haga ninguna conjetura— le apreté la mano en señal de agradecimiento.
Cerré los ojos mientras que mis tres acompañantes salían del cuarto. Nada más oír la puerta de la entrada cerrarse pude escuchar como Haymitch y Peeta discutían. No oía gran cosa, es más, ni siquiera entendía las palabras, pero por su tono de voz estaba claro que estaban discutiendo, recriminándose cosas. Y podía imaginarme qué clase de cosas eran, así que no pude evitar que una furtiva lágrima abandonara mi ojo izquierdo. Sentía que irremediablemente iba a perder a Peeta, aquello había sido una brecha en nuestra relación que no sabía cómo arreglaríamos.
Al poco oí de nuevo la puerta de la casa, esta vez se cerró con un fuerte portazo, y unos pies enfadados subieron por la escalera. Por el crujir de la madera supe que era Peeta, reconocería el sonido de sus pasos en cualquier parte, por muy fuertes, o débiles que fueran. Entro en la habitación y se quedó mirándome sin decir nada. Recorriéndome con la mirada. Yo tampoco sabía qué hacer, así que no aparté mis ojos de su perfección.
— voy a prepararte un baño caliente…— parecía que había pasado horas desde que entró en el cuarto hasta que habló, aunque hubiera preferido que no lo hiciera, porque acto seguido me dejó de nuevo sola.
Mi chico del pan regreso a los pocos minutos y se sentó en la cama a mi lado. Volvió a mirarme en silencio durante un minuto o más, sus ojos viajaban de los míos a mi cuello, y yo quería que dejara de mirarme así, empezaba a avergonzarme su mirada, pero lo peor, es que no sabía que pensaba, y las conjeturas que mi atolondrado cerebro hacía me asustaban. Pasado ese tiempo se inclino un poco, mirando mi vestido con atención.
—Voy a quitarte el vestido para llevarte al baño…ya tienes la bañera llena—Asentí suavemente mientras que sus manos recorrieron mis costados.
Supuse que era para buscar la cremallera, por que cuando la encontró aparto la mano del lado contrario. Con la suavidad que le caracterizaba la hizo descender hasta mi cadera. Luego tomó la tela del pecho del vestido y tiró hacia abajo. Pude ver perfectamente como sus ojos se abrían mucho más y un gemido ahogado salí a de su boca cuando el vestido me dejó con el pecho completamente al descubierto. Le vi apartar la mirada, como si no quisiera verme, como si le diera asco cosa que me incomodó. Así que simplemente uno de mis brazos cubrió mi pecho rápidamente.
—Katniss…no tiene sentido que te tapes…te he visto el pecho muchas veces ya…sé como es de memoria…— suspiro— además, voy a bañarte…
—¿qué?— mi voz sonó mas ronca que la de Haymitch con resaca.
— Ya oíste al médico. Voy a bañarte, a prepararte un caldo calentito y curarte el cuello…es lo mínimo que puedo hacer después de lo que he hecho.— suspiré sin decir nada.
Peeta siguió con su tarea, y si el gemido que dejó escapar de su boca con mi pecho desnudo me asustó, el que dio cuando vio las minúsculas bragas que semicubrian mi intimidad me aterró. Pero entonces supe porque era, recordé que esa ropa me la ponía por él, porque le excitaba. Sabía que esas braguitas podían haberle excitado y ahora no quería excitarse conmigo, ahora no quería ni mirarme. Retiró el vestido de mi cuerpo y lo dejó a los pies de la cama.
—Bueno…ahora voy a quitarte las braguitas…¿o prefieres que no lo haga?— suspiré.
—Hazlo…— Tosí con fuerza, pero cuando me calmé prosiguió a desnudarme completamente.
Se mordió el labio cuando la prenda abandonó mis piernas, noté que estaba sumamente nervioso e incomodo, sus manos temblaban levemente, y no dejaba de cambiar el peso de su cuerpo de una a otra pierna. Levanté un poco una de mis rodillas, para que mi intimidad fuera menos visible pero no sirvió de mucha ayuda ya que él me cogió en brazos como si mi peso fuera el de una pluma.
Me llevo al baño y me deposito en la bañera. El agua estaba a la temperatura perfecta, y mis músculos se relajaron casi al instante. La espuma con olor a canela flotaba sobre el agua, él se relajo también cuando quedé cubierta por esa espuma de olor delicioso.
— ¿Estas cómoda?— Asentí mirándole. No quería que me dejara sola.
—¿Te froto un poco con la esponja?—asentí de nuevo. Necesitaba tenerle cerca.
Peeta cogió la esponja, y aunque titubeó un poco empezó a frotar suavemente mis hombros dándome un placentero masaje. Después pasó a mi espalda y luego los brazos. Metió el brazo bajo el agua y frotó mi vientre y luego mis piernas, pero nunca tocó mis partes más sensibles. Aunque mi piel se sobre excitaba con cada toque suyo. Para cuando empezó con el masaje en los muslos yo ya estaba completamente excitada y húmeda era consciente de ello incluso bajo el agua. Y me odiaba por ello. Me odiaba por excitarme en una situación así. Cuando Peeta por primera vez estaba pasándolo mal a mi lado.
Minutos después me ayudó a levantarme y apoyándome en él me rodeó con una mullida toalla. Hasta que no vi que le había mojado su camiseta no me había dado cuenta de que él ya se había cambiado la camisa ensangrentada. Un escalofrío me recorrió cuando recordé aquel momento en el que se la manché, al recordar su cara de pánico. Volvió a cogerme en brazos y segundos después me estaba depositando en la cama. Allí con otra toalla me secó bien.
— Ahora te vestiré…— volví a asentir, no podía hacer nada más.
Se acerco al armario y al poco regresó con un camisón de raso azul eléctrico y unas braguitas de encaje del mismo color. Sin duda era ropa del capitolio. ¿La habría elegido por que le gustaba? No quise darle mayor importancia y dejé que me deslizara la ropa sin quitarme la toalla, no lo hizo hasta que las braguitas estuvieron en su sitio y el camisón tapando mis pechos. Luego me arropó suavemente con las sabanas.
— voy a por el ungüento…— regreso en solo unos segundos— ¿te lo apli…— no acabó la frase se sentó a mi lado, abrió el bote, hundió los dedos en él y empezó a extenderlo sobre la piel de mi cuello.
Gemí levemente cuando sus dedos rozaron un punto de dolor, supuse que uno de los moratones. Peeta me miró suplicando perdón. Sonreí levemente y le tome la mano donde tenía el bote. Por suerte no la apartó, acaricié el dorso de su mano con mi pulgar y continuó con la aplicación. Luego aplico el segundo ungüento, ese que debía borrar el hematoma.
—voy a preparar el caldo— se apartó bruscamente cuando termino de extender toda la crema sobre mi ya no tan dolorido cuello.
Suspiré y no pude hacer nada más que acurrucarme en la cama sintiéndome fría. Odiaba pensarlo pero en mi cabeza no dejaba de rondar la idea de que estaba perdiendo a Peeta. Perdiendo el amor de mi vida. La única persona por la que aún estaba viva y quería seguir estándolo.



sábado, 28 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 28



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Los ojos de Peeta se estaban oscureciendo. Cuando le dije que Gale me había besado sus ojos se abrieron mostrándome toda su parte blanca y luego pude ver como su pupila poco a poco se dilataba llegando a borrar casi por completo el iris de aquel perfecto color azul.
— Peeta…tranquilízate…no fue nada más. No hubo nada más y me aparté…
Las lágrimas empezaban a concentrarse en mis ojos pidiendo salir. Hacía mucho tiempo que no veía así a Peeta, sus ataques habían disminuido mucho, tanto en número como en potencia.
El último había sido hacía más de dos meses en mi cocina, ni siquiera recuerdo qué fue el detonante aquella vez. Yo estaba cocinando y cuando me di la vuelta para mirarle estaba con los ojos fuertemente apretados y agarrándose a la parte trasera de una de las sillas. Me quedé estática, callada, y a los pocos minutos me miró. Estaba sudando pero sus ojos tenían su color normal. Me susurró un "estoy bien" y sonrió. Incluso después me dio un casto beso en los labios y continuamos el día con normalidad.
Pero ahora era diferente, sabía que era diferente. Sus ojos casi negros me lo decían. Apretó la mandíbula con fuerza me miró a los ojos de donde las lagrimas ya salían a borbotones y luego a mi cuello.
Cuando quise actuar fue tarde.
Sus manos se cernieron sobre mi cuello, y usando toda su fuerza empezaron a apretar, robándome el oxigeno. Forcejeé con todas mis fuerzas clavándole mis uñas en sus manos y muñecas pero no servía de nada el apretaba y apretaba tan fuerte que creía que iba a romperme el cuello antes de ahogarme.
Debido a mi torpe forcejeo mi espalda acabó contra la puerta del ostentoso despacho y el cuerpo de Peeta aprisionando el mío para que no me moviera. Sus ojos reflejaban todo el odio que en ese momento me tenía, y más que el hecho de estar quedándome sin aire lo que más me dolía era ver ese odio y esa rabia en sus ojos y su rostro. Ver su cara en ese estado me hizo aumentar la intensidad del llanto lo que provocó que el aire dejara por completo de entrar y salir de mi sistema.
Ya está, aquello acaba ahí. A manos del hombre al que amaba. Cuando empezaba a querer vivir de nuevo. Y no tenía miedo por mí, o al menos no mucho, tenía miedo por él. Por cómo se sentiría, porque sabía que no podría soportar la idea de haberme arrancado la vida. Y acabaría con la suya propia. Y a Peeta le quedaba mucho por vivir. Peeta tenía que ser feliz. Se lo merecía. Él más que nadie merecía ser feliz en esta vida.
Cuando noté que estaba perdiendo la consciencia hice un último acopio de fuerzas y como pude pegué mi cara a la suya y conseguí llegar con mis labios a los suyos. En ese momento estaban fruncidos por la rabia. Una de sus manos dejo de apretar mi cuello permitiendo que algo más de aire llegara a mí para tirar de mi pelo con fuerza. Me hizo gemir de dolor pero no aparté mis labios de él. Sorprendentemente los suyos se abrieron y dieron paso a su lengua que con fuerza se introdujo entre mis labios y buscó mi lengua. Le besé pensando que sería nuestro último beso. Sus agarres no habían disminuido de intensidad pero su lengua se movía dentro de mi boca con pasión.
Pero algo cambió la mano que agarraba mi cuello dejó de hacerlo y bajo hacia mi pecho izquierdo. Lo apretó y masajeó con fuerza. Su beso se había vuelto más voraz, más fiero. Pocos de los besos que me daba Peeta eran así. Tiró mas de mi pelo haciendo que quedara aún más expuesta a él y mordió mi labio a la vez que yo misma gemía y por fin podía tomar una gran bocanada de aire.
Pero el airé fue como fuego entrando en mi garganta magullada. Quemó de tal manera que no pude evitar toser. Por suerte pude apartarme de la cara de Peeta y toser contra su pecho. Manchando su camisa de sangre espesa, oscura. Peeta me soltó el pelo y pude encogerme. El dolor en mi cuello y mi garganta era completamente horrible. La tos no cedía y la falta de aire volvía a ser palpable. Tosí y tosí, pero ya no había sangre.
Miré a Peeta. Sus ojos estaban de nuevo azules y me miraban con horror. Sus manos tiraban de su propio pelo. Pasados unos segundos se arrodilló frente a mí, ahora el lloraba como un niño pequeño. Aquello me rompió el corazón. Pero no podía decir nada. La tos por culpa del fuego en mi garganta no paraba.
— Katniss…Dios mío ¿qué he hecho?— intenté hablar pero no salió ningún sonido de mi garganta. Así que solo negué con la cabeza. Quería que no se preocupara, quería que supiera que todo había pasado y que todo iba a ir bien. Pero la tos me lo impedía.
— voy a ir a buscar a alguien…—volví a negar con la cabeza y tiré de él hacia mí para que no se moviera de mi lado.
Dejé de toser a los pocos minutos. Aún así no solté la mano de Peeta en ningún momento. Más calmada, aunque aún jadeando le miré directamente a los ojos. Seguía llorando desconsoladamente. No podía imaginarme por lo que estaba pasando. Pero si a mí me ocurriera algo así no podría permanecer junto a él por miedo. Y odiaba esa idea, porque sabía que era lo que quería hacer. Alejarse de mí. Irse para no hacerme daño.
Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y volví a posar mis labios sobre los de él, manchándoselos de sangre. Pero el me rechazó, apartándose de mí. Dejándome completamente vacía, aquello dolía más que mi garganta.
— soy un monstruo…nunca estarás segura a mi lado— Negué de nuevo con la cabeza.
—No…— mi voz apenas fue audible. Pero me miró— no…no…no…no…— intentaba gritar, pero de mi garganta solo salía un murmullo.
—Katniss…no hables…no debes hablar…tengo que llamar a Haymitch, necesitas que te vea un médico.
—no…— me mordí el labio era frustrante no poder hablar, más incluso que el ardor. Le señale y luego me señale a mí— separaran…— esperaba que entendiera que si alguien sabía de su ataque podían intentar separarle de mí. Al parecer para la gente que ahora regía el país seguía siendo un símbolo importante.
— Quizás sea lo mejor…casi te mato.— volví a negar fuertemente aunque dolió como el demonio.
— Te amo…—coloqué mi mano en su pecho, sobre su corazón, le amaba, moriría de verdad si él no estaba cerca.
—Katniss…yo…si yo…—Parecía no encontrar las palabras—me mataré antes de hacerte daño— sus palabras sonaron duras. Sonaron a un "voy a hacerlo". Todo mi cuerpo tembló de pánico al oír eso.
—Moriré también—sentencié todo lo rápido y fuerte que pude. Me forcé tanto que volví a toser.
No me lo pensé dos veces y cuando el ataque de tos terminó me acurruqué contra su cuerpo abrazándole con toda la fuerza que el mío propio me permitió en ese momento. Pasados unos minutos noté un beso de Peeta en mi coronilla y me rodeó con sus fuertes brazos de forma muy delicada. Pronto empezó a susurrarme que lo sentía y que le perdonara de nuevo. Su voz quebrada me indicó que volvía a estar llorando de nuevo. Apreté la tela de su camisa en mi puño y besé su pecho por cada lo siento suyo. No había nada que perdonarle. Yo había cometido la imprudencia de creer que podía decirle algo así de doloroso a solas. Yo era la idiota y la culpable de aquel ataque.
Pasamos varios minutos en ese despacho, sentados en el suelo, yo besando su pecho y él acunándome. Aún no podía hablar, pero sabía que debíamos salir de ahí. Además, quería volver a casa y meterme en la cama junto a él.
—Ha…y…mi…tch…—susurré mirándole.
—Iré a buscarle…—asentí separándome de él.
Se apartó de mi cuerpo lentamente, con miedo de hacerme daño y dejó que me acurrucara de nuevo al lado de la puerta.
—Volveré enseguida—Asentí levemente y me quedé allí sentada abrazándome a mí misma.
No sé cuánto tiempo pasó desde que Peeta se fue y la puerta se abrió de nuevo. El primero en entrar fue Peeta seguido de un estupefacto Haymitch. Hasta que no tuve que levantar la mirada para clavarla en los ojos de ese hombre no me había dado cuenta lo cansada y dolorida que estaba, y no era solamente el cuello lo que me dolía.
—oh Dios santo…—oí murmurar perfectamente a mi mentor. Genial debía tener un aspecto horrible. Pero mi mirada se dirigió hacia Peeta. Él volvía a llorar en silencio.
—Hey…—mi voz sonó lastimera y ronca me llevé un dedo a los labios, haciendo el símbolo de silencio—ssshhh…—mirando esta vez a mi mentor. Peeta ya lo estaba pasando bastante mal como para que le recordara lo que había hecho.
—Nos iremos a casa encanto…—siguió susurrando. Luego se dirigió a Peeta— Tenemos que salir por la parte de atrás. No creo que por ahí nos vea nadie— Peeta solo asintió como un autómata.
—¿Puedes levantarte Katniss?—mi chico del pan se arrodillo frente a mí. Asentí levemente de nuevo y me incorporé lentamente. No entendía el porqué de que mis piernas temblaran tanto.
—Cógela en brazos chico— Fue una orden directa, y sin mediar palabra Peeta obedeció. Yo intenté protestar, pero al sentirme contra su pecho desistí y me deje llevar.
Me acurruqué como pude contra el pecho de Peeta, para mí todo estaba pasando a cámara lenta. Cerré los ojos y me dejé llevar. Concentrándome en latido del corazón de Peeta. En ese momento era demasiado rápido, no como cuando lo usaba de almohada. Ahora parecía el aleteo de un pajarillo asustado. No tardamos ni un minuto en salir al exterior. Lo noté al sentir el frío de la noche del distrito 12. Aunque estuviéramos en mayo en el distrito por las noches refrescaba. La temperatura bajaba bastante. A veces incluso la cazadora se hacía imprescindible. Y hoy parecía una de esas noches. Aun así Peeta siguió caminando, o corriendo, no podía distinguir el traqueteo muy bien. Pero de repente paramos. Demasiado pronto para haber llegado a casa.
—Espera Haymitch está tiritando— yo ni siquiera me había dado cuenta hasta que él lo dijo.
Note como descendíamos dejándome sobre una de sus rodillas y tuve que agarrarme más fuerte a su cuello para no carme cuando él me soltó. Al poco noté como algo me rodeaba. Era la chaqueta de su traje. Su aroma era inconfundible. Al poco volvió a levantarse volviendo a agarrarme con fuerza y emprendimos la marcha de nuevo. Caí en un extraño trance del que no desperté hasta que noté el aroma de mi hogar. Ese aroma que Peeta dejaba por las mañanas al hornear pan.