Disclaimer:The hunger games no me pertenece
Peeta estaba de espaldas a la puesta centrado en una
cacerola, al oírme se dio la vuelta y sonrió. El corazón me dio un vuelco
cuando vi su blanca sonrisa de nuevo. Era completamente adictiva, no podía
estar si ella mucho tiempo. Le devolví la sonrisa acercándome a curiosear lo
que estaba cocinando. En la cazuela había una mezcla de diferentes verduras que
desprendían un exquisito olor y que hicieron que mi estomago gruñera de nuevo,
tan fuerte que hasta Peeta lo oyó empezando a reírse.
— No tiene gracia, solo son tripas pidiendo alimento, bobo…
— La tiene porque decías que no tenías hambre…— Resoplé.
— ¿Tardará mucho en hacerse?
— Un ratito…— echó unos trozos de carne a la cazuela, por el
aspecto, supuse que era ganso—Pero he pensado en tu hambre y he preparado un
poco de queso con manzana.
Miró hacia la mesa y allí estaba, rebanadas de esponjoso pan
con el cremoso queso de cabra, y por encima rodajas de manzana perfectamente colocadas
espolvoreadas con un poco de canela. Se me hizo la boca agua al verlas, no me
había percatado de su existencia, mi mirada estaba centrada completamente en
él. Esa sencilla comida era lo único que podía traerme un buen recuerdo de los
Juegos. Peeta y yo en la cueva, compartiendo comida y besos, yo protegiéndole,
aunque en ese momento estaba aterrada, y la mayor parte del tiempo actuaba,
también hubo momentos para recordar. Como que allí fue la primera vez que sentí
ése hambre en mi interior y el fuego quemándome gracias a uno de sus besos.
—Oh…— Gemí mientras me llevaba una a la boca, me sentía como
si no hubiera comido en años, me había acostumbrado demasiado a las comidas regulares.
—Esta riquísimo, Peeta, qué buen cocinero eres…
—Solo es queso y manzanas…yo solo lo he juntado…
—Da igual—Fruncí el ceño— Está rico y lo has hecho tú. Me
vale— Sonrió ampliamente y siguió atendiendo al guiso de verduras.
Me senté en una de las sillas, junto al plato con las
rebanadas del pan y me quedé observando cómo los músculos de sus brazo se tensaban y
destensaban al remover la comida. Mi vista siguió paseándose por su ancha
espalda. La camiseta volvía a quedarle ligeramente ajustada, por lo que sus músculos
se marcaban a la perfección bajo esa fina tela. Y la tela se movia con cada
leve contracción muscular haciéndome sonreír levemente. Me mordí el labio al
recordar como mis dedos se clavaban en ella cuando Peeta estaba haciéndome el
amor. Mi intimidad palpitó por enésima vez ese día haciendo que me removiera
incomoda en la silla. Maldita sea, ¿es que ahora me voy a convertir en una
asquerosa pervertida? Peeta me estaba pervirtiendo, eso era un hecho, lo estaba
haciendo como pareja, y aun así, aunque me incomodaba, no me desagradaba la
idea, me gustaba que Peeta me enseñara a sentir lo que me había prohibido
sentir.
— ¿En qué piensas Katniss? Estas muy callada.
—No pienso…—Mentí a medias— Sólo te observo…me gusta tu
espalda.
—¿Mi espalda?— Se giró para mirarme.
—Eso he dicho…
—¿qué tiene de especial?
—¿ A parte de que es tuya? — esas palabras salieron de mi
boca sin ser pensadas, por lo que me arrepentí cuando las escuché de mis
labios, aun así seguí— Es grande…ancha…musculosa…fuerte…perfecta— El sonrió
—¿Hay más cosas que te gusten de mí?
—no te besaría si solo me gustara tu espalda…
—Eso ya lo sé…quería decir que me gustaría saber qué es lo
que más te gusta de mí…
— Tus pestañas— creo que la velocidad con la que lo dije
asustó a Peeta, pero un segundo después ya estaba sonriendo— Son tan rubias que
solo se ven bien si hay mucha luz…pero a la vez son larguísimas parece que se
van a enredar, pero nunca lo hacen…son…perfectas también….
—¿algo más?— Tenía una amplia sonrisa en los labios, y un leve
rubor en las mejillas, eso me dio algo de valor
— si…— Sin detenerme a pensarlo levante un poco su camiseta
y pasé la yema de los dedos por la suave línea de vello— Me gusta mucho esta
parte…estos…pelitos…— Miré sus ojos, viendo en ellos la vergüenza, algo que
pocas veces había visto en ellos.— y no entiendo por qué…supongo que la palabra
que los definiría es “sexy” pero, sinceramente nunca he pensado en que es y que
no es sexy— suspiré, estaba hablando demasiado. Bajé la mirada al suelo
avergonzada.
— Tú eres sexy…— me agarró con suavidad la barbilla para que
le mirara.
— Eso si que no…acepto que creas que soy hermosa…¿pero
sexy?— sonreí levemente— definitivamente no…
— Eso es que no te has visto desnuda…
—Me he visto desnuda más veces que tu…
—Pero no como yo te he visto, en…en nuestros momentos íntimos…—
Me ruboricé fuertemente. Perfecto— Es completamente sexy esa cara que pones, lo
la manera en la que mueves tus caderas para buscar mis caricias…
— Vale, tú ganas— no quería seguir escuchándole, ese tema me
ruborizaba demasiado. Pero definitivamente, yo no podía ser clasificada como
una persona sexy.
— Eso es, yo gano porque tengo razón, aunque no lo
creas…—resoplé mientras que se daba la vuelta para volver a atender la cazuela.
Cuando acabó de hacerse la comida pusimos entre los dos la
mesa en silencio y luego nos sentamos a cenar. Esa noche Peeta se sentó a mi
lado y no enfrente como solía hacer. Mientras que cogía un trozo de las
verduras que Peeta había hecho el pasó su dedo por mi cuello, haciendo pequeñas
formitas, dibujándolas. Sonreí contra la comida y me metí el tenedor en la
boca, saboreando la exquisita comida. Él bajó lentamente por mi cuello hacia mi
escote muy lentamente haciendo que mi piel se erizada.
—Peeta…— Arrastré la ultima sílaba.
—¿hmmm..?— Continuó por mi escote sin hacer caso de mi
advertencia acariciándome dulcemente.
Le dejé continuar rindiéndome ante esa caricia, pero no me
quedé atrás y empecé a acariciarle también empezando por su cuello,
dirigiéndome hacia los pelillos de su nuca donde enredé los dedos. Peeta sonrió
mirándome directamente a los ojos.
Y entonces pasó. Peeta se lanzó contra mis labios como si
nunca me hubiera besado, enredó sus dedos en mi pelo y busco mi lengua como si
la necesitara para vivir. Dejé que entrara en mi boca y mis labios empezaron a
jugar con los suyos. Se levanto de la silla y me obligo a levantarme para pegar
su cuerpo al mío. Nuestro beso empezó a ser más intenso, nuestras respiraciones
empezaron a acelerarse y el fuego de mi interior a incendiarse. Sus manos
recorrieron toda mi espalda hasta colocarse cada una en uno de mis glúteos los cuales fueron apretados sin
piedad. Gemí contra los labios de Peeta al notar esa presión y mis manos volaron para introducirse debajo de
su camiseta y acariciar su firme vientre.
Yo misma me subí sobre la mesa y dejé que se colocara entre
mis piernas a la vez que le quitaba la camiseta. En ese momento por fin pude
tocar su perfecto torso completamente desnudo y solo para mí. Me incliné sobre
su cuello y empecé a besarlo con devoción, recorriéndolo, dejando un caminito
de besos desde su barbilla a su clavícula. Poco a poco me centre en su pecho,
que también bese dulcemente, intercalándolo con tiernos mordisquitos. La
respiración De Peeta era completamente errática, hecho que el único efecto que
tenía en mi era hacer que mi entrepierna palpitara de forma aberrante. Junto con mis besos mis manos también hicieron
un camino hacia abajo, llegando a esa línea de vello traspasándola y
sorprendentemente, incluso para mí se perdió bajo el pantalón del Chico del
pan, acariciando toda su longitud por encima de su ropa interior. Maldita sea,
estaba tan excitado como yo, aun no me acostumbraba a ese calor contra mis
dedos. Peeta gimió con fuerza buscando mi boca de nuevo para beber de ella. Sin
esperar mucho más comenzó a quitarme la camiseta de un rápido tirón, aunque sin
entender por qué la dejó a la mitad de mi cabeza, tapándome los ojos solamente.
Busqué sus labios a ciegas y me frustré al no encontrarlo.
—Madre mía Katniss…
—¿Qué?— Mi respiración no me daba tregua, estaba haciéndome
jadear de manera casi embarazosa.
— No llevas sostén…—Negué con la cabeza y me beso de nuevo
con esa hambre tan característica suya. Esa hambre que le hacía pasar el chico
bueno, al malo y rudo.
Peeta descendió a jugar con la parte más sensible de mis
pechos. Me los besó y lamió arrancándole a mi garganta varios gemidos muy
intensos. No me di cuenta de que por fin había liberado mis ojos hasta que mi
mano volvió a colarse bajo sus pantalones y apretó ese gran trozo de carne
dura. El gemido de Peeta contra uno de mis pezones no se hizo esperar. Froté
esa parte de su anatomía sobre la tela, para luego bajarle un poco los
pantalones y meter mi mano por dentro de esa última tela que nos separaba. Otra
vez su calor me pego de lleno en la mano haciendo que las palpitaciones de mi
intimidad fueran dolorosas y mi ropa
interior se humedeciera hasta un punto casi insospechado.
Sus manos descendieron por mis costados y sin esperar más me
arrancaron de un solo tirón los pantalones con cintura elástica que llevaba en
ese momento. Peeta separó sus labios de mí y le oí gruñir sonoramente, por un
solo segundo temí que algo estuviera mal con mis braguitas especialmente
elegidas para él. Pero como para quitarme cualquier duda Peeta me besó de nuevo
mordiendo mis labios con ansias, estaba claro lo que quería de mí.
Mi mano volvió a acariciarle, bajando y subiendo por toda su
longitud mientras que la otra consiguió que la ropa que me molestaba bajara un
poco. Peeta me robó otro gemido al pasar su dedo sobre mis bragas haciendo
presión entre mis pliegues, justo en ese punto de placer desolador.
—Hazlo otra vez…— Susurré moviendo mi cadera contra su mano
buscando el roce. Cuando lo hizo, mi cabeza cayó hacia atrás acompañada de mi
gemido.
Sus dientes se clavaron en mí a la vez que apartaba el
encaje y su mano se encontraba cara a cara con la piel más sensible de todo mi
cuerpo. Acarició mi punto de placer con suavidad, aunque ese tierno masaje
consiguió que en mi garganta emitiera intensos gemidos.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong
dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong.
— Ahora no…— Se
quejó Peeta sin apartar sus manos de mí.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong
dindong dindong dindong dindong dindong.
— Definitivamente deberías…dejarme que le pateara el culo…—
Conseguí decir entre jadeos.
— Lo haré yo mismo…— Su beso fue demasiado tierno, signo
inequívoco de que nuestras caricias sobre la mesa de la cocina habían acabado.
— Podemos hacerlo los dos…— supuse que mis labios formaron
un ridículo puchero, puesto que Peeta levantó una de las comisuras de mis
labios con su dedo, muy suavemente.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong
dindong dindong dindong dindong dindong dindong
Se apartó de mí dejándome fría y sobrexcitada pero lo asumí
y me bajé de la mesa para ponerme mi ropa. Peeta recolocó la suya intentando
que su excitación no se notara y fue a abrir a nuestro invitado forzoso.
— ¡Vas a quemar el maldito timbre! — espeté nada más ver a
nuestro mentor.
—Tranquila encanto— Se llevo una mano a la cabeza en señal
de dolor y la otra me la extendió a mí, en ella traía un sobre. Lo cogí con
algo de recelo.
— ¿Qué es esto?
— Míralo tú misma, aunque no esperaba enterarme así, creía
que éramos amigos.
El sobre tenía inscrito el símbolo del capitolio y estaba
enviado por la mismísima Paylor. Lo abrí lentamente, ante la atenta mirada de
Peeta y mi mentor. Saqué el trozo de papel, un papel decorado con ribetes
dorados y leí.
“Se le informa que ha sido invitado a la celebración
del decimoctavo cumpleaños de nuestra querida Sinsajo,
que será celebrado el 8 de mayo en el Edificio de Justicia del Distrito
12 a partir de las 20:00
Imprescindible vestir de etiqueta.”
Comencé a hiperventilar al leer aquella simple frase.
Celebración y mi cumpleaños no se llevaban bien. Nunca había celebrado mi
cumpleaños, ¿Qué iba a celebrar? ¿Qué estaba un año más cerca de entrar en la
cosecha? ¿Qué seguía en ella? ¿Qué ese año podía ser elegida? No, definitivamente
no iba a hacerlo este año tampoco.
—¿Katniss? —La voz de Peeta me pareció completamente lejana.
— Yo…yo…— Tartamudeé— no….
Arrugué el sobre en mi puño para luego lanzárselo a la cara
a Haymitch y salí corriendo hacia mi habitación, para refugiarme entre las
sábanas e impedir que así me vieran llorar.
Oí como Peeta intentaba seguirme y Haymitch se lo impedía.
Oí como hablaban de la celebración. Y entre lágrimas oí pronunciar varios
nombres incluyendo el de Johanna y el de Gale, ese último nombre hizo que me estremeciera.
Cerré los ojos con fuerza deseando que se callaran, incluso
tapé mis oídos, pero las palabras que había leído hacía unos minutos me
taladraban el cerebro. 8 de mayo, mi cumpleaños… mañana era 8 de mayo, mañana
era mi cumpleaños, mañana habría una fiesta en mi honor a la que yo no
asistiría.