viernes, 18 de enero de 2013

Aprendiendo: Epílogo


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


No veo nada, todo está demasiado oscuro, todo al mi alrededor son paredes, creo que estoy en mi casa, en mi antigua casa, en la Veta. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no estoy en la Aldea de los Vencedores? En ese momento oigo un llanto. Es un niño. Un niño pequeño.
—¡Prim!—
No puede ser nadie más, ningún niño vive aquí, solo ella, solo mi hermanita pequeña a la que tengo que proteger.
—¡Prim!
El llanto del bebé se intensifica. Corro a oscuras, me estoy acercando. Está cerca. No. Ahora suena desde el otro lado del pasillo ¿Cómo? Me doy la vuelta, corro de nuevo. La angustia se centra en mi estomago. Me duele, me duele mucho. Quiero llegar hasta Prim, pero parece que su llanto cambia de un lado a otro. Corro y corro, pero cuando estoy cerca deja de llorar y vuelve a hacerlo desde donde vengo. ¿Por qué?
—¡Prim!
Por fin veo una luz. Por debajo de una puerta se cuela un poco de luz, el llanto procede de ahí, se intensifica. Le están haciendo daño. Ese llanto es de dolor.
— ¡No! ¡No! ¡Prim! ¡Prim!
La puerta no se abre. Pero sé que está ahí. Prim llora con fuerza, con mucha fuerza, aunque su llanto parece distinto, no es el llanto de Prim. No es Prim quien llora. Prim está muerta. Lo sé, yo vi como se volatilizaba entre las llamas. Llora un bebé. Es el llanto de un bebé.
—¡No! ¡No! ¡ABRE!
La puerta se abre por fin. Pero la luz me ciega. Es más brillante que el sol. Mucho más. Se refleja en las paredes blancas, en la cuna con barrotes blancos. ¿Qué habitación es esta? Huele mal. Me dan nauseas. Sangre. Eso es, huele a sangre. Sangre seca y..Oh, ¡No! Sangre y rosas. El olor dulzón de las rosas se mezcla con el metálico de la sangre.
Necesito vomitar. Pero entonces le veo. Ahí junto a la ventana por la que entra toda esa luz. No veo su cara pero sé quién es. Entrecierro los ojos y le enfoco. Snow…Le creía muerto.
Hay algo que llora en sus brazos. ¡El bebé! Snow tiene ese bebé que llora y gimotea tan fuerte. Le está haciendo daño.
—¡NO! ¡NO!
El vacio en mi interior se intensifica al ver a esa criatura. Reconozco su llanto, ese llanto que me desvela por las noches. Que me reclama solo a mí.
—¡NO! ¡NO! ¡MI BEBÉ!
Ahora lo comprendo, Snow tiene a mi hijo. ¿Por qué?
— ¡Le haces daño!
El bebé llora y yo me quedo inmóvil. ¿De dónde ha sacado esa flecha? Snow levanta la flecha en su mano derecha. Me mira sonriendo, con esa lengua viperina asomando entre los dientes. Ríe y la hace descender con fuerza contra el pecho del bebé que deja de llorar.
—¡NOOO! ¡NOOO!
Desperté entre los brazos de Peeta y mis manos se dirigieron rápidamente a mi vientre. Lloré y gimoteé vergonzosamente. Pero no me importaba. Seguía ahí. Mi hijo seguía ahí, protegido en mi abultado vientre. Me acaricié sobre mi ropa recordándome que era una pesadilla. Dejándome acunar entre los brazos de Peeta.
Desde que me había quedado embarazada las pesadillas se sucedían todas las semanas, pero ahora, faltando poco tiempo para dar a luz esas pesadillas se intensificaban en violencia. Y prácticamente el resultado era el mismo. La personita que crecía en mi interior moría a manos de alguien. Snow generalmente.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que acepté el darle una familia. Muchísimos según él. Pero como si las suplicas de Peeta hubieran sido escuchadas dos días después de aceptar formar una familia descubrí que estaba embarazada. Me había quedado embarazada en un descuido. Un descuido fortuito. Un descuido que ahora me brindaba las emociones más intensas que jamás había sentido.
Porque estar embarazada asustaba terriblemente. Saber que algo dentro de ti, te necesita, que le proteges, que has de cuidarle y que todas tus acciones le involucraran, asusta. Asusta la primera vez que te das cuenta de que tu vientre ya no está plano. Asusta la primera vez que notas como se mueve. Y la primera vez que deja de hacerlo. Asusta si está inquieto, o si está demasiado calmado. Asusta pensar si está cómodo, si te mueves mucho, o te mueves poco. Asusta hacerle daño.
Pero por muy asustada que esté, le quiero y mi vida se ha reducido al bienestar del bebé. Y la de Peeta a cumplir con mi bienestar. Sé que él también lo está pasando mal. Solo espero que no se arrepienta, porque aunque tengo miedo de que a nuestro bebe le pase algo, le quiero. Quiero a este niño más que a mi vida. Daría todo por él. Y por eso en mis 8 meses y medio de embarazo no he pisado el bosque. Echo de menos cazar. Pero sé que la vida que llevo dentro es más importante.
Me incorporé lentamente y miré a los ojos a Peeta, suplicándole perdón. Era la séptima noche consecutiva que le despertaba gritando. Adoro a este hombre, que parece no importarle la falta de sueño. Me besó y volvió a abrazarme.
—Lo siento….
—Ssssshhhhh…— me silenció posando sus labios sobre los míos— Pronto se acabaran las pesadillas.
—Y ¿si no? Sabes qué sueño, puede acompañarnos durante toda la vida…
—No lo harán. Si ya desaparecieron una vez lo harán de nuevo. Ya oíste al médico, es muy frecuente los sueños extraños en mujeres embarazadas.
— No son solo sueños extraños…
Mi voz solo fue un susurro. Pero no tenía ganas de discutir lo que el médico había dicho. Solo sabía que las pesadillas habían comenzado cuando supe que iba a ser madre y aún no se habían ido. Quizás debería aprender a vivir con ellas. A evitar gritar. Peeta cuando tiene una pesadilla no grita, el mismo me lo dijo, quizás yo pudiera aprender. Volví a caer en un profundo sueño sin apenas darme cuenta.
Pero el sueño duró poco. Una fuerte presión en el vientre hizo que me despertara. Al mirar por la ventana vi que estaba empezando a amanecer. Los primeros pájaros de la primavera cantaban sobre los árboles del jardín y entre las prímulas. Me giré para mirar a Peeta dormir. No pude evitar sonreír. Dormido conservaba aquella apariencia del adolescente que me enamoré. Sus largas pestañas rubias se rizaban enredándose las unas con las otras, su ceño relajado y esa sonrisa por estar soñando con algo bonito le daban esa apariencia de casi niño. Aunque hacía mucho que habíamos dejado de serlo.
Tuve que reprimir el gemido de dolor al sentir de nuevo esa fuerte presión en el vientre. Era la segunda vez que lo sentía, y esta vez con toda su fuerza al estar despierta. Y dolía. Dolía mucho. Aquello solo podía significar una cosa. Nuestro hijo no quería esperar más tiempo dentro de mí y quería nacer ya.
Cerré los ojos con fuerza esperando a que el dolor se pasara y cuando sentí mi vientre relajado acaricié la cara de Peeta dulcemente, no quería asustarle, aquello podía durar horas.
—Peeta…—susurré pasando mis dedos por sus labios— Despierta…
—¿Hmmm?
—Tienes que abrir los ojos y llamar al médico— Besé sus labios cuando abrió completamente los ojos— Vas a ser padre ya…
—¿ Qué? ¿has roto aguas? ¿ya viene?— todo lo pronunció tan atropelladamente que casi no le entendí.
—Sí… "ya viene"— No pude hablar más porque una nueva punzada de dolor recorrió todo mi vientre.
Peeta salió de la cama de un salto y se dirigió corriendo al salón, pude oír cómo se tropezaba con un par de sillas hasta llegar al teléfono. Poco después le oí murmurar algo y de nuevo sus pasos veloces hacia la habitación.
— El médico está de camino
Simplemente asentí ya que una nueva contracción me recorrió completamente. La intensidad se incrementaba con el paso de los minutos. Esta me hizo gritar sin poder evitarlo. En ese momento me maldije por haber aceptado las suplicas de Peeta. No solo había tenido que soportar los cambios en mi cuerpo, y en mi humor, la preocupación de proteger y cuidar a la criatura que llevo dentro, si no que ahora tengo que pasar por este dolor. Aunque en mi fuero interno sabia que pasar por esto merecería la pena. Tendríamos a nuestro bebé al lado, precioso, rosadito, esperaba que se pareciera a su padre.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos con otra fuerte punzada en mi bajo vientre a la vez que notaba como algo caliente me abandonaba, acababa de romper aguas. Para cuando llego el médico los dolores eran tan intensos que no podía evitar los gritos desgarradores que escapaban de mi boca, a la vez que estrujaba con fuerza la mano de Peeta.
Con el paso de las horas gemí grité y lloré de dolor. El miedo pudo invadirme durante unos minutos al pensar que mi vida cambiaba en ese momento, pero por suerte solo duró eso, unos minutos. Amaba a ese niño y deseaba ver su dulce carita. Lo peor del trabajo del parto fue sin duda el esfuerzo que tuve que hacer para que mi hijo saliera de mí.
Cuando noté que me abandonaba, las sensaciones se encontraron. La de felicidad se mezclo con la sensación de vacío, pero duro poco. Sólo hasta que oí ese llanto. El llanto de mi bebé, de mi hijo. De Peeta y mío. La persona que completaba nuestra especial familia.
Ni si quiera recordaba que tuviera los ojos cerrados cuando note una leve presión sobre mi pecho. Los abrí y allí estaba. Mirándome. La persona más pequeña del mundo me miraba recostada sobre mi pecho, sus ojos azules estaban bañados por sus primeras lágrimas, su tono de piel era rosáceo, y en su cabeza coronaba una mata de pelo oscuro. Y no pude evitar imitarle y llorar, llorar de felicidad al ver a mi hijo sobre mí. Era perfecto. Mitad fuego mitad pan.
—Es nuestra niña Katniss…es una niña…
La emoción en la voz de Peeta era palpable también. Busqué sus azules ojos con los míos y en efecto, al igual que los de nuestra hija y los míos estaban anegados de lágrimas. Busco mi boca y me dio un tierno beso. Tan tierno que creí estar en el cielo. Aquel momento no podía ser más perfecto.
Sus labios descendieron por mi cuello pero luego se posaron en la cabecita de la pequeña niña que tenia sobre mi pecho. Sonreí ante ese gesto tan paternal.
—Os quiero…más que a nada.
— lo se Peeta…yo…nosotras…a ti también— cerré los ojos, empezaba a estar demasiado cansada.
—¿Has decidido ya un nombre para ella?— Abrí los ojos y miré a mi pequeña, ahora dormía plácidamente, ajena a todo lo que le rodeaba.
— Quizás…tenga uno, pero quizás…no te guste…
— todo lo que hayas elegido tú me gustará
— Peeta…no tiene porqué.
— es así…siempre es así…
— Dandelion…— dije atropelladamente.
Era el único nombre que podía pensar para alguien que significaba tanto para nosotros, nuestro diente de león particular. Peeta me besó sonriendo, supuse que aceptaba que nuestra pequeña se llamase así. Lo habíamos conseguido. Éramos una autentica familia. Mi familia. Mi vida. Habíamos conseguido superar los miedos e inseguridades, y aunque mis pesadillas seguían, quizás, después de verle la cara a mi hija, desaparecieran.

FIN

Nota de autor: Siento el retraso al colgar estos ultimos capitulos, pero aquí estan por fin, todos juntitos y seguiditos, gracias por llegar hasta aqui, si alguien ha llegado XD

Aprendiendo: Capitulo 38


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Cuando me giré para comprobar con mis propios ojos lo que Gale me había dicho el corazón se me paró ante tal escena. Delly bailaba completamente pegada a un caballeroso Peeta, demasiado caballero para decirle lo incomodo que estaba, algo, que al menos yo, podía notar perfectamente en su mandíbula tensa y sus ojos vacilando por todo el jardín. Volví a mirar a Gale pero esta vez con una sonrisa en mi boca. Mi chico del pan estaba demostrando lo poco o nada que le interesaba la hermosa Delly. Y eso me llenaba el corazón de tal manera que parecía que iba a explotar de amor.
— Creo que debo ir a rescatarle…— susurré sin apartar la sonrisa de mi boca.
— ¿Va a haber pelea de gatas?
— No— Reí— al menos que se encare no voy a decirle nada fuera de lugar— En el fondo me da pena que esté enamorada de él.
— ¿pena? ¿por qué?
— Porque no podrá estar con él nunca, porque Peeta me ama a mí.
— eso es cierto…desgraciadamente para ella…
— Estoy segura de que Delly encontrará a alguien casi tan bueno como Peeta, es una chica preciosa y buena persona.
— Quizás ella no quiera a nadie más— Sus ojos penetraron tanto los míos que me dio miedo.
— ¿Me lo estás diciendo por experiencia? ¿y Johanna qué?
— Entre Johanna y yo solo hay un baile…
— Y unas miraditas, y susurros al oído…— Vi a Gale ruborizarse levemente, y eso me hizo comprender que lo que estaba diciendo era real, entre ellos dos pronto habría algo— Mejor voy con mi marido…— le susurré cuando no dijo nada— te veo luego…— besé su mejilla y me alejé de él.
Me acerqué a Peeta y Delly por la espalda de esta última. Mi intención no era asustarla pero cuando carraspeé dio un respingo y soltó a Peeta casi de inmediato. Tuve que ahogar una risita cuando me miró con esa cara de terror y blanca como un espectro.
—Kat…Kat…Katniss…— tartamudeó débilmente.
— Hola Delly, gracias por venir…
— De nada Katniss… Todo esto es precioso…y estás maravillosa…—Peeta me agarró la mano en ese momento, quizás para salvarse de las garras de Delly.
— Sí que lo es, pero el mérito no es mío, si no de la gente que ha trabajo en ello, yo no tenía ni idea…
—Ah…aún así, felicidades…a los dos…— sonrió nerviosa— Os dejaré solos para que baléis, es lo que deben de hacer los recién casados.
Sin esperar un "hasta luego" de nuestra parte se alejó rápidamente. Miré a Peeta a los ojos sin apartar de mis labios esa sonrisa divertida, ver a Delly nerviosa por mi culpa me había gustado más de lo que era correcto reconocer. Por mucha pena que me diera no iba a permitir que se acercara a Peeta más de lo necesario. Y aún menos cuando mi chico del pan estaba tan incomodo. Peeta hoy debía divertirse.
— ¿No tienes nada que decirme Peeta?— seguí sonriendo, pero él frunció el ceño y aparto la mirada, tan nervioso como Delly. Eso me asustó un poco.
— Se acercó a mí…quería bailar…acepte…—Parecía un niño pequeño tartamudeando.
— Solo me esperaba un "gracias por salvarme de ella"— susurré a su oído para luego depositar un suave beso en su mejilla.
— Creía que no era necesario— noté un pequeño rubor en sus mejillas aunque me besó para ocultarlo.— ¿Seguimos bailando?— no esperó a que asintiera para tomarme de la cintura y empezar a moverse al compás de la música.
Es posible que bailáramos durante horas, y aunque mis pies estaban completamente doloridos, me sentía tan dichosa que no me importaba. Estar en los brazos de Peeta de cualquier manera era algo verdaderamente fascinante para mí. Aunque no fue con la única persona que bailé. Haymitch se acercó a nosotros al poco rato y me pidió un baile. Su estado no era de total embriaguez pero su aliento olía levemente a alcohol. Supongo que eso era lo que le había dado las fuerzas para invitarme a bailar. Desgraciadamente nuestro baile no duró mucho. Ni su discurso paternal. Se tropezó con sus propios pies cayendo al suelo en medio de la pista. Dejándonos en el recuerdo de aquel día una anécdota graciosa. Extrañamente también bailé con Johanna, que se mantuvo callada acerca de su baile con mi mejor amigo. La intriga y la curiosidad me mataban por saber que se traían esos dos. Pero no quise ser indiscreta y acepté todos sus halagos (algunos fuera de lugar) sobre Peeta. También acepté escuchar a regañadientes sus consejos para mi "noche de bodas" pero por suerte para mí ya no necesitaba ningún consejo, yo misma sabría cómo actuar y como quería que fuera aquella noche.
Cuando oscureció la gente poco a poco fue desapareciendo, pocos de ellos se despedían, quizás por estar ebrios o quizás por no molestarnos, pero de repente solo quedábamos en el jardín Peeta y mis amigos más íntimos. El bebé de Annie dormía plácidamente en su regazo mientras que ella lo acunaba ante la atenta mirada de Peeta. Oh, Dios, otra vez no…no quería tener esa conversación… bebé y Katniss son dos palabras que no eran compatibles. No, no, no. No podía traer una personita al mundo para sufrir, por mucho que Peeta lo deseara, por mucho que me suplicara. No podía. No debía. No debía ser madre.
Un leve carraspeo de Haymitch nos sacó a todos de nuestros pensamientos. Y como si el mismo lo ordenara, todos desocupamos nuestros asientos, levantándonos para por fin despedirnos. Y sí decía por fin porque al fin podría disfrutar de mi chico del pan solo para mí. Cada uno de ellos fueron dándonos un beso, algunos más fríos que otros. El abrazo de Gale o de Johanna contrastaron enormemente con el escueto y rápido beso que mi madre me dio en la mejilla. Incluso en Peeta se entretuvo más. Suspiré sin poder remediarlo. Su actitud dolía. Sabía que nuestra relación estaba casi tan muerta como nuestra familia. Ella fue la última en irse, esa misma noche partía a su nuevo distrito. Se alejaba definitivamente de mí. Quizás si Prim siguiera viva nuestra relación habría mejorado, como pasó en el 13, pero ahora todo era diferente. Ella volvía a alejarse de mí. Por suerte le tenía a él, tenía a Peeta.
Cuando cruzamos el umbral de la puerta, Peeta la cerró a sus espaldas para después abrazarme. Hundió su nariz en mi pelo y noté como aspiraba. Sonreí intentando apartar los recuerdos dolorosos de mi madre y giré la cara para buscar su boca y posar mis labios sobre los suyos. Sabía a tarta de fresa y nata. A azúcar. Y era mío. Sonreí a la vez que su lengua salía a recorrer mis labios y le permití que jugara con la mía entrando en mi boca.
Sus manos estaban en mis caderas acariciándolas y apretando la tela del vestido, arrugándolo, pero ya no importaba. Me giré para quedar frente a él y el choque de sus labios sobre los míos fue devastador y ardiente. Me hizo gemir con solo eso, como si hiciera años que sus manos y sus labios no recorrían mi cuerpo, y de eso solo hacía unas horas. Sus labios bajaron por mi cuello hasta mi clavícula. La mordieron y la lamieron haciendo que mis pulmones buscaran más aire, jadeando. Se apartó de mí unos segundos y con una sonrisa pícara me cogió en volandas, levantándome los pies del suelo.
Mi grito de susto no se hizo esperar, pero el lejos de dejarme empezó a subir las escaleras riendo. No paró hasta llegar a nuestra habitación y depositarme con una delicadeza extrema sobre la cama.
— Al fin solos….— susurró mirándome inmóvil al lado de la cama.
— Al fin solos…—repetí recostándome, intentando ser, aunque solo fuera un poco, seductora.
Se colocó de rodillas en la cama, arrastrándose mientras que se quitaba la chaqueta de su traje. Luego consiguió colocarse ente mis piernas las cuales separé gustosamente haciendo que el vestido se remangara hasta casi mi cadera. Peeta dibujó en sus labios su sonrisa más pícara para luego atacar mi cuello. Lo besó mordió y lamió torturándome a la vez que sus manos intentaban encontrar la cremallera del vestido a mi espalda. Sonreí al notar que cada vez se frustraba más y más porque sus manos no la alcanzaban.
—Peeta…— no pude evitar la leve risita que salió de mi boca— la cremallera está en un lado. En el izquierdo…
— Mierda…— Maldijo en un susurro jadeando— quiero ver que ropa interior llevas hoy.
— Sabía que esa ropa tan extravagante te gustaba…— encontró la cremallera y la hizo descender hasta mi cadera, acariciándome en el proceso, haciéndome gemir.
—Me gusta más lo que hay debajo, tu piel desnuda y suave— posó sus labios sobre los míos y me beso con furia, como si lo necesitara para vivir.
— Entonces ¿preferirías que fuera sin ropa interior?— susurré jadeando, excitada solo por su beso.
— Creo que sí— Ahogó una risita contra mis labios antes de volver a recorrerlos con su lengua.
—Eres un pervertido Peeta Mellark…
—No…Me gustas demasiado Katniss Eve… Mellark…
Esta vez fui yo quien volvió a atacar su boca. Le mordí y lamí cada rincón de sus labios para que luego mi lengua recorriera la suya, acariciándola y saboreándola. Mis manos volaron hasta los botones de su fina camisa blanca. Empecé desabotonándola, despacio, regodeándome en cada centímetro del pecho de Peeta que descubría. Y aunque la ansiedad por sentirle se incrementaba cada vez más y más, teníamos todo el tiempo del mundo para estar juntos. No había razón para tener prisa.
Pero Peeta no pensaba lo mismo, ya que cuando aún no le había desabrochado ni el cuarto botón el mismo arrancó el resto de un tirón, quitándose la camisa en ese mismo instante justo antes de volver a posas sus labios sobre los míos, reclamándolos como propios. Acaricié su fuerte pecho deleitándome con cada uno de sus músculos para luego recorrer sus brazos hasta sus muñecas, que guié para que sus manos tomaran los laterales de mi vestido. Entre besos Peeta se deshizo de él, dejándome en ropa interior.
Sonreí con un poco de autosuficiencia al ver como los ojos de Peeta se oscurecían aún más al verme así. La ropa de encaje blanco contrastaba perfectamente con el moreno de mi piel, era algo que hasta yo podía ver, sabía perfectamente que me daba un toque sugerente. Ese toque que tanto buscaba para agradar al hombre que ahora estaba dejando un reguero de besos por mi cuello.
Peeta mordisqueó mi cuello arrancándole a mi garganta miles de jadeos y gemidos vergonzosos. Sus manos jugaban con el elástico de mis braguitas, como si dudaran de continuar o no. Y la espera no hacía más que incrementar las palpitaciones de mi entrepierna. Elevé un poco las caderas intentando buscar un mayor roce con el cuerpo de Peeta, cuando lo conseguí pude comprobar que incluso debajo de la ropa que aún le cubría Peeta estaba listo y excitado como yo. Ambos gemimos ante ese leve contacto y los besos de Peeta se volvieron más bruscos y voraces, empezaba a perder el alma de caballero.
Perdiendo la poca vergüenza que aún sentía en situaciones como esa tomé a Peeta de sus caderas y le obligué a recostar todo su cuerpo entre mis piernas, notándonos completamente a través de las prendas que nos separaban. Le rodeé con las piernas y froté mi intimidad contra la suya. Sonreí al comprobar cómo mi chico del pan entrecerraba los ojos gimiendo, para luego volver a recorrer mi cuello con su lengua. Pero ahora no se quedó ahí. Bajo con demasiada lentitud hacia mi escote y mis pechos, que dejaron de estar cubiertos por el sujetador de un solo tirón. Al parecer Peeta se había vuelto un experto desprendiéndome de esa prenda. Su lengua recorrió las partes más rosadas y duras de mis senos, haciendo que miles de descargas eléctricas confluyeran en mi intimidad, la cual estaba empapaba vergonzosamente la única tela que me cubría.
Cuando los dientes de Peeta atraparon uno de mis pezones, volví a tensar las caderas y arquearme, ahogando en mi propia garganta el gemido. En ese momento Peeta aprovecho para deshacerse de sus pantalones de un solo tirón y sin dejar de atender con su boca mis pechos. Ver a Peeta con solo la tela de algodón me excitaba aun más, ponía en alerta a todas y cada una de las células de mi cuerpo. La tela negra y apretada contrastaba a la perfección con la blancura de su piel, además de que hacía resaltar aún más aquella dureza que pedía salir a gritos. Me mordí el labio intentando contenerme y disfrutar de las caricias de los labios de Peeta pero pude. Mi mano derecha se coló entre nosotros y acarició toda la hombría de Peeta por encima de sus calzoncillos. Oírle gemir era el mejor de los regalos para mis oídos, no necesitaba nada más. Apreté aún mas mi mano contra su dureza, rodándola como pude y el hizo lo propio con sus dientes en mi pecho, robándome un grito de placer.
Comencé a acariciarle con suavidad, pero pronto la tela me estorbó y metí la mano por dentro de ésta, tocando toda su longitud directamente. Duro y preparado. Eran las dos únicas palabras que podría usar en aquel momento para definirlo. Mi mano lo recorrió cada vez a mayor velocidad a la vez que mi chico del pan hacía descender mis braguitas por mis piernas. Solo le permití que se apartara de mí para que el también acabara desnudo.
No pude evitar contemplarle durante unos segundos. Fuerte, musculoso, excitado y mío. El azul de sus ojos era solo un reducto a causa de su excitación. Me avergonzaba pensar que quizás mis ojos estuvieran igual, pero la vergüenza fue mínima ya que Peeta volvió a pegar su cuerpo al mío, ahora podía notarle en toda su plenitud, algo que me hizo gemir aún más alto e instintivamente mover las caderas, provocándome un roce placentero, haciendo gemir alto.
— Espera…Katniss…La pastilla…
Me quedé inmóvil. Asustada. La había pasado por alto, estaba tan sumida en las caricias y el placer que Peeta me proporcionaba que no había recordado la pastilla rosa. Asentí jadeando y el mismo la sacó del cajo y me la depositó sobre la lengua. La tragué aún en shock.
Peeta besó mis labios dulcemente a la vez que se perdía en mi interior. Sentir como me invadía me hizo despertar del leve letargo y gritar ahogadamente de placer. Salió y entró de nuevo en mí haciéndome gritar de nuevo. Sus movimientos era lentos, pero contundentes, fuertes. Me embestía con una mezcla de fuerza y romanticismo propia de él. Rudo pero con amor. Extraño de explicar, pero esa combinación hacia que el fuego en mi interior se incrementase a pasos agigantados. Sus embestidas aumentaron de rapidez a la vez que lo hacían sus gemidos y los míos propios. Nuestros jadeos gemidos y gritos se mezclaban en una atmosfera que hacía que el fuego y la electricidad de mi cuerpo aumentaran con violencia. Demasiado rápido en poco tiempo.
Mi cuerpo estaba en llamas, ardía, y oír los jadeos de Peeta solo hacía que ese fuego se avivase, que mi vientre buscara el alivio. Moví mis caderas con tal fin, haciendo que los movimientos de Peeta sumaran fuerza si eso era posible. Entendí que le gustaba asique seguí moviéndolas aunque la posición no era la más idónea para mí. Pero como si Peeta leyera mi pensamiento, me agarro de la cadera y nos hizo rodar, dejándome a mí sobre él. Mordí su labio inferior a la vez que mis caderas comenzaban a moverse al compás de las suyas. Cuando la mía descendía la suya subía. Los jadeos se incrementaron, los míos era gritos ahogados buscando apagar el fuego de mi interior. Pero el fuego no se apagó. Cuando sentí el calor de Peeta dentro de mí mi propio fuego explotó recorriéndome hasta la última célula de mi cuerpo. Grité y Peeta clavó sus dedos en mis caderas.
Buscó mi boca y me besó más calmadamente. Recuperando el aliento. Peeta me abrazó y siguió llenándome de besos la cara, sin dejar de jadear, mezclando su aliento con el mío, nuestros ahora ya casi inexistente gemidos.
Sonreí acariciando su pelo. Ya no me imaginaba mi vida sin él. Le necesitaba más que comer o beber, más que respirar. Besé la perfección de sus labios y luego como él mismo había hecho le besé cada rincón de su cara. El último beso lo deposité en su nariz. En su perfecta nariz.
— Te amo Peeta…—susurré
—Te amo Katniss…

Aprendiendo: Capitulo 37


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.

Los abrazos dentro de la casa habían durado demasiado. Me gustaba ver a la gente feliz, pero tanto contacto físico me desagradaba un poco. Y a parte estaba el hecho de que mi madre estaba fría y distante. Podría haberse ahorrado las molestias y no haber venido. Como en mi cumpleaños. Al parecer su familia se había acabado cuando Prim dejó de existir. Y mentiría si dijera que la mía también. Ahora tenía una nueva familia. Mi familia era Peeta, mis amigos. Sobre todo aquellas personas que sabían que significaba luchar en la arena y sobrevivir. El amor que alguna vez sentí por mi madre se había ido esfumando poco a poco, y aunque me sentía un poco culpable, era ella quien lo había provocado. ¿Cómo podría querer a alguien que casi mata de hambre a dos niñas pequeñas? Todas sufrimos por la muerte de mi padre. Y ahora que estaba enamorada podía comprender lo que se había sentido mi madre al perderle. Es posible que yo acabara como ella. Hundida, muda y muerta en vida. ¿no lo había estado ya? Pero yo, a diferencia de ella, no tendría a nadie por quien luchar. Ella debería haber luchado por nosotras. Y eso era algo que no podría perdonarle nunca. Y ahora con su distanciamiento, con sus acusaciones silenciosas, se había terminado cualquier rastro de relación y afecto entre nosotras. Era posible que esta vez fuera la última vez que la viera. Y eso dolía un poco.
Preferí permanecer cerca de Gale y Peeta, sobretodo del primero. Le había echado de menos. Demasiado. Echaba de menos salir a cazar y que él estuviera esperándome en nuestro lugar de encuentro. Que asustara a los conejos o a las ardillas para que yo pudiera atravesarles el ojo con una de mis flechas. Que limpiara mis manos de sangre. Echaba de menos sus "Catnip" y su risa. Esa risa que solo yo oía cuando compartíamos un poco de queso de Lady.
Pasados unos interminables minutos Peeta volvió a tomar mi mano y nos dirigimos todos juntos hacia el jardín. Cuando cruzamos la puerta la gente que allí se encontraba empiezó a aplaudir y a cantar una canción sobre amor y felicidad. Una pequeña Posy corrió hacia mí y se abrazo a mis piernas. Temí que tuviera las manos sucias, pero cuando Peeta la cogió en brazos y vi como la niña sonreía, el miedo se esfumó, nunca me había preocupado por algo así y nunca iba a hacerlo. Sus ojos verdes se posaron en los míos y se lanzo a mi cuello aún sujeta por Peeta.
—¡Te echo de menos Katniss!
—Yo a ti también pequeña…—Acaricié los pequeños bucles de su pelo y la abrace con cuidado. Quizás fuera a la única criatura que le permitía un acercamiento más próximo.
Hazelle se acerco a nosotros y con sola una mirada a su hija hizo que ésta se bajara de los brazos de Peeta
—No nos ha molestado Señora Hawthorne…—Ella le sonrió.
—Lo se…—Agarró la mano de su hija— Muchas felicidades chicos…me alegro que intentéis ser felices— se acercó a mí y me abrazó.
—Gracias Hazelle…—La rodeé con mis brazos, ella había sido como una segunda madre para mí. Casi más que mi propia madre.
— Os voy a dejar disfrutar de la fiesta…Gracias por la invitación.
Sonreí mientras se alejaba, Peeta volvió a agarrarme de la mano, pero no duró mucho ya que decenas de personas se acercaron a felicitarnos, más de los que habían sido invitados. Estaba segura de que alguien había avisado a más gente de la necesaria. Suspiré pesadamente. No quería una gran celebración, no quería una lista de invitados numerosa. Quería encerrarme en casa con Peeta. Que me quitara el vestido y me hiciera el amor. Pero aún así forcé una pequeña sonrisa por cada una de las felicitaciones y dejé que las personas que no habían sido invitadas por nosotros personalmente disfrutaran de la fiesta. No había muchas fiestas por aquí, así que un poco de distracción no venía mal a nadie. Incluso sonreí ante al abrazo y los dos sonoros besos que le dio Delly a Peeta después de darme un simple beso en la mejilla a mí. ¿Aún no se había rendido?
Poco después tuvimos que sentarnos en una enorme mesa para que nos sirvieran la comida. Alrededor de esta había una decena más de mesas redondas. Todas perfectamente decoradas con flores naranjas. Todas ellas en grandes ramos decorados con hojas verdes, de mi verde. Sonreí al recordar que eran nuestros colores.
Peeta no me soltó la mano hasta que llegó la comida, un derroche de diferentes platos exquisitos, comidas típicas de cada distrito, y alguna también del Capitolio, como ese exquisito guiso de cordero con ciruelas pasas. El pan había sido horneado esta misma mañana en "nuestra" panadería y había bollos de los diferentes distritos también. Era algo que debíamos a nuestros amigos. Como un tributo a aquellos que habían muerto en la arena.
Comí en silencio, escuchando de fondo el murmullo de las conversaciones. Todas ellas habían olvidado el dolor por lo perdido ese día, estaban alegres felices. Y extrañamente eso a mí también me alegraba, saber que la gente se sentía feliz gracias a mí en cierto modo me llenaba de orgullo. Y sentía que quizás algún día podría llegar a ser una mujer feliz, sin remordimientos, sin pesadillas, sin recuerdos amargos.
—¿En qué piensas, preciosa?— Peeta me susurró al oído y di un suave brinco al no esperármelo.
— en la felicidad de las personas. En mi felicidad.— Me cogió la mano
— ¿y? ¿eres feliz?
—En este momento sí, me siento feliz al verles sonreír — recorrí el jardín con la mirada y luego la centré en él— al verte feliz…
—Yo también soy feliz viéndote así, sonriendo sin reservas— besó mi mano.
— Bueno, es lo que tú has conseguido…— su sonrisa se amplió.
Supe que iba a replicarme pero le callé con un suave beso. Luego se levanto de la silla y me tendió la mano.
—¿Inauguramos el baile?— sus ojos y su sonrisa brillaban demasiado para un rechazo
— No sé bailar…— Aún así tomé su mano y me levanté.
—Sólo tienes que seguir mi ritmo…será fácil.
— eso lo dudo, Peeta…no será fácil…
— Ya lo veremos…
Los músicos que estaban en una esquina del jardín empezaron a tocar casi al mismo tiempo que entramos en el recuadro que habían dejado como "pista de baile". La gente se acercó a mirar y eso me puso aún más nerviosa, no quería hacer el ridículo delante de tantas personas, no quería estropearle la fiesta a Peeta, para el esto era importante, y quería que saliera todo perfecto para él.
—¿Preparada?
— No— me sinceré con una sonrisa.
—Todo irá bien, confía un poco en mi Katniss— Empezó a balancearse suavemente y empecé a seguir su ritmo lentamente. Poco a poco sus pies empezaron a moverse del suelo y los míos a seguirle de una forma un poco torpe.
— ¿Donde aprendiste a bailar?
— Todos los años mis padres y yo íbamos al baile de fin de año. Cuando cumplí los 13 años le pedí a mi padre que me enseñara a bailar por si algún día ibas a ese baile.
— ¿sabes que viviendo en la Veta me habría sido imposible no?
— Estaba enamorado y era un niño, no perdía las esperanzas…— me ruboricé fuertemente ante ese comentario.
—tendrías que haberme invitado al baile…— Apoyé mi cabeza en su hombro, sorprendentemente estábamos moviéndonos fluidamente por la pista.
—Me habrías rechazado
— Quizás no. Te debía un agradecimiento ¿recuerdas?
— Me alegro de no haberlo hecho, si hubiéramos sido amigos, o algo más, tus primeros Juegos habrían sido aún más difíciles, sé que fingías por las cámaras…— susurró
— Fueron horribles Peeta—Le miré a los ojos e intentó replicarme— no por las muertes— le callé— si no porque mi compañero de distrito era el chico que me salvó la vida y se la salvó a mi hermanita. Y luego los besos en la cueva, sabes que no fingía siempre… Que no quería perderte no era fingido. Te necesitaba a mi lado— quizás en aquel momento, cuando aún no sabía que estaba enamorada de él mi necesidad de retenerlo era más por beneficio propio que por el suyo. Pero ahora estaba segura de que mi amor por él se había forjado en aquella cueva mientras que él luchaba por su vida.
— Te enamoraste en la cueva ¿verdad?
— Creo que sí…o quizás desde que confesaste tu amor delante de todo Panem ya te veía con otros ojos. No lo sé. Entender mis sentimientos era y es complicado. Creo que lo importante ahora es que soy tu esposa y que te amo ¿no?— sonreí mirándole a los labios.
— Y que yo te amo a ti…
— Estarás conmigo para siempre…— me acerqué unos centímetros más a sus labios.
— Para siempre…— me susurró.
La conversación acabó con un casto beso de Peeta en mis labios y continuamos moviéndonos por la pista durante unos agradables minutos, bailar pegada al cuerpo de Peeta no estaba tan mal. Por el rabillo del ojo pude ver algo que me dejó atónita. Gale bailando, mejor dicho, Gale bailando con Johanna. Ambos sonriendo como dos enamorados. Oh dios, ¿sería ese el caso? ¿Gale y Johanna? Eso era juntar la llama con la mecha. Eso podría producir una gran explosión. Aunque la diferencia de edad parecía importante, en mi opinión eso era lo de menos. Si dos personas querían compartir algo, qué más daban sus edades. Ojalá que Gale encontrara ese fuego que tanto buscaba en Johanna y ella a alguien por quien luchar. Hacían muy buena pareja, guapos, altos, fuertes, luchadores y sin pelos en la lengua. Definitivamente me gustaba ese acercamiento. Sonreí a Gale que me devolvió la sonrisa para luego decirle algo al oído a Johanna que también me miró, sus ojos brillaba de una forma extraña, un extraño brillo de complicidad y quizás alegría. Era raro. Siempre creí que no se aguantaban mutuamente… y ahora bailaban juntos. Quizás mi mente enamorada estaba adelantando acontecimientos pero desesperadamente quería verles felices.
La canción acabó y Gale dejó a Johanna susurrándole algo en el oído de nuevo y luego se acercó a nosotros. Nunca había visto a Gale con traje, y aunque la americana se la había quitado por causa del calor esa camisa con los dos primeros botones desabrochados le daban ese aire atractivo y sexy que siempre había tenido, ese aire de saberse guapo y lucirse, como solía hacer en el colegio. Sonreí al recordar como las chicas suspiraban por él y las maldiciones que recibía yo por estar a su lado.
—¿Me concedes el próximo baile Catnip? —Mientras que formuló la pregunta me miró a mí pero luego paso a mirar a Peeta. Éste último no dejó de sonreí y es mas. Tiro un poco de mi mano hacia Gale, en un acto que daba a entender que no le molestaría, o al menos no tanto como para matarle de celos.
— Claro…— sonreí extendiendo mi otra mano hacia la de Gale y cuando se la cogí solté la de Peeta que me miró sonriendo.
Gale se dirigió conmigo al centro de la "pista" y en cuanto la música empezó a sonar comenzó a balancearse y moverse por la pista, un poco más inseguro que Peeta. Pero aun así me dejé llevar, y aunque no apoyé mi cabeza en su hombro como con Peeta si que me acerqué a él lo más que pude, me gustaba sentir a mi amigo cerca, aunque fuera en un momento tan impropio de nosotros. Si hace tres años me hubieran dicho que acabaría bailando con Gale en mi propia boda, me habría echado a reí delante de quien fuera. Yo, que nunca iba a enamorarme, que nunca iba a compartir mi vida con otra persona…estaba aquí vestida de novia, feliz y enamorada.
— Sabes bailar…— intenté romper el silencio.
— Sí, quería bailar en tu boda así que he tomado un par de clases, no soy tan bueno como tu marido
— no lo digas así— espeté empezando a enfadarme.
— Me refiero solo al baile Katniss…todo está bien, ya lo hemos solucionado…¿no?
— Supongo…— me encogí de hombros— Estabas bailando con Johanna— no pude evitar sonreír divertida.
— Sí, ¿y?— Espetó apartando la mirada.
— Es una mujer muy bella, y divertida.
— y arrogante y creída…
— No sé a quién me recuerda…— le miré fijamente, tenían un carácter muy parecido.
— Yo no soy así, Catnip.
— No, a veces eres incluso peor— reí.
— Serás…
—Gale, si Johanna te gusta, y creo que es así, lánzate, ella puede ser ese fuego que tanto buscas…
— ¿Katniss Everdeen dando consejos de amor?
— Peeta me ha enseñado mucho. Y por cierto, ahora soy Katniss Mellark…— Le mostré el anillo que perfectamente estaba colocado en mi dedo con una sonrisa.
— Bien Señora Mellark— sonrió ampliamente, pero la borró enseguida, mirando por encima de mi hombro.
— ¿Qué?— Intenté darme la vuelta para mirar lo que le había hecho cambiar la cara, pero él me lo impidió con su cuerpo
— Delly intenta robarte el marido Catnip.

Aprendiendo: Capitulo 36


Disclaimer:The hunger games y la canción "tu cuerpo" no me pertenecen.


Camine del brazo de Haymitch hasta encontrarme a dos pasos de Peeta. Sus ojos brillaban de una forma especial, una forma que pocas veces había visto. Y supuse que era el brillo de la felicidad. Una felicidad que ahora me contagiaba, eliminando los pensamientos de dolor y culpabilidad. Me cogió la mano y me la besó dulcemente, apretándola con suavidad. No pude evitar sonreír emocionada. Ver así a Peeta me embriagaba.
—Estás preciosa, Katniss…
—Gracias…— Noté el rubor en mis mejillas.
El alcalde Carraspeó detrás de la mesa, no había reparado en él hasta ese momento. Le miramos y nos indicó que nos sentáramos en unas sillas tapizadas con lo que parecía ser terciopelo rojo. Peeta se sentó sin soltarme la mano. Parecía tan nervioso como yo.
—Señoras y señores…— empezó a hablar el alcalde, al oírle no pude evitar recordar a Madge—Nos hemos reunido hoy aquí para la celebración de un acto serio, como es el contrato matrimonial entre la Señorita Katniss Everdeen y el Señor Peeta Mellark. A partir de este momento, los cónyuges, están obligados a respetarse mutuamente, vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente— suspiré, eso era lo que llevábamos haciendo desde hace meses— ¿tienen algo que decir?
—Katniss…—Peeta pareció ponerse aún más nervioso. Me tomó la otra mano también y me besó ambas, después carraspeó para aclararse la garganta, y quizás evitar el nerviosismo—Katniss, me entrego a ti este día, para compartir mi vida contigo. Puedes confiar en mi amor, porque es real. Prometo serte un esposo fiel y compartir y apoyarte en tus esperanzas, sueños y metas. Mi corazón estará contigo para siempre. Cuando caigas, te levantaré, cuando llores te reconfortaré, cuando rías, reiré contigo. Todo lo que soy y todo lo que tengo es tuyo desde este momento hasta la eternidad.— No pude evitar que a mis ojos acudieran unas malditas lágrimas de emoción. El amor que sentía por aquel hombre se incrementaba palabra a palabra.
—Peeta…— colocó un dedo sobre mis labios sonriendo.
— Lo sé…— Luego miró al alcalde de nuevo.
—Continuemos…—Nos tendió un libro del que teníamos que leer la promesa de matrimonio
—Katniss…—Empezó Peeta—¿quieres ser mi mujer?
—Si…—mi sonrisa era tal que tiraba de mis mejillas con fuerza— si quiero…—Besé su mano— Peeta, ¿quieres ser mi marido?
—Sí quiero…— Susurró mirándome a los ojos— Katniss, te recibo como esposa y prometo amarte fielmente durante toda mi vida…
—Peeta, yo te recibo como esposo y prometo amarte fielmente durante toda mi vida.
—Ahora…firmad aquí…
El alcalde nos tendió una hoja amarillenta escrita con varios párrafos que no me paré a leer y lo firme sin dudar. Podría estar firmando mi sentencia de muerte que no me importaba. Peeta firmó también sin pensarlo y volvió a agarrar mi mano.
—Ahora los anillos, chico…—le murmuró el señor alcalde.
Peeta sacó una cajita del bolsillo y de ella un perfecto anillo. Como el de pedida, el metal dorado (supuse que oro) estaba labrado con los mismos dibujos de mi llamador de ángeles, pero esta vez, la piedra que lo coronaba no era un diamante, era una perla, una pequeña y perfecta perla. Y eso me gustaba más que el diamante más caro del país, porque la perla tenía un significado para nosotros. Luego me dio la cajita, en ella quedaba su anillo, del mismo color dorado que el mío y con los mismos dibujos, más grueso y sin perla. Dentro pude leer la inscripción "Katniss & Peeta" y la fecha de hoy. Supuse que en el mío pondría lo mismo. Las manos me temblaron levemente mientras que lo deslizaba por su dedo.
Sonreí mirándole y sus labios se posaron contra los míos en un suave y dulce beso que clausuraba la ceremonia oficial. Ahora solo faltaba el Tostado de pan. Sé que el alcalde dijo algo pero mis oídos no le escucharon, todos mis sentidos estaban concentrados en las sensaciones que el beso de Peeta me estaba proporcionando. Cuando nos separamos un aplauso inundó la sala. Y mis mejillas se colorearon de un intenso rojo. No pude evitarlo. Peeta me beso la mano mientras que todos se acercaban a felicitarnos.
Estaba toda aquella gente a la que habíamos invitado. Todos menos uno. Todos menos Gale. Como había supuesto, no había venido, y eso en lo más profundo de mi corazón dolía. Un trozo de mi ser se desgarraba. Mis esperanzas se destruyeron en aquel momento. Pero no podía venirme abajo en ese momento. Ni Peeta ni nadie que se esperaba una bonita celebración se lo merecían.
Después de que cada uno de nuestros amigos nos felicitaran salimos del Edificio de Justicia cogidos de la mano.
—Ya eres mi esposa…— Peeta susurró a mi oído suavemente antes de dejar un suave beso en mi mejilla
—Sabes que hasta que no tostemos el pan no…— Le guiñé un ojo, intentando se seductora.
Caminamos junto a nuestros amigos hacia nuestra casa. Ahora ya podía decir "nuestra" sin ningún miedo. Porque era donde íbamos a vivir juntos. Para siempre. Al llegar a la puerta pudimos comprobar que algunos de los que habían sobrevivido de la Veta estaban decorando el jardín. Colocando mesas, flores, farolillos blancos y demás cosas de fiesta. Todo estaba precioso, todo estaba perfecto. Aquellas personas cuando nos vieron se acercaron a felicitarnos. Extrañamente parecían felices. Sonreían y reían, nos abrazaban. Y nosotros ni siquiera les conocíamos personalmente. Obviamente a todos les conocía de años atrás, de verles en las calles polvorientas, y a algunos incluso les había vendido carne fresca. Por ejemplo, allí estaba la señora Custard. Había perdido a su marido en el mismo accidente en el que murió mi padre. Su hijo mayor había muerto en los Juegos un año antes de ese suceso. Varias veces le había dado carne a cambio de mantas o jerséis de lana que ella misma obtenía de sus escuálidas ovejas. Pero su hija pequeña no estaba. Supuse que no había sobrevivido a la destrucción del 12 y eso hizo que no pudiera mirarla a los ojos aún cuando ella me sonrió y felicitó. Me sorprendió que ella pareciera feliz.
Peeta y yo tuvimos que posar para varias fotos. Aunque a Peeta parecía encantarle yo no lo estaba pasando tan bien. Quería entrar en casa, tostar el pan y relajarme con mi chico del pan, con mi marido.
Cuando por fin pudimos entrar a la casa Peeta me besó tan dulcemente que creí que perdería el conocimiento ante tanta ternura. Su lengua acaricio mis labios y mi lengua con suavidad. Pero pronto reclamé por más. Mi beso se volvió más demandante y cálido. Peeta lejos de apartarse respondió a la intensidad de mi beso pegándome contra la pared de la entrada. Gemí contra sus labios y sus manos que hasta entonces habían estado posadas en mi cintura bajaron hasta posarse sobre mi trasero y apretarlo a través de la tela del vestido. Posé mis manos en sus caderas y le hice que se pegara a mí. Inmediatamente noté que estaba tan excitado como yo. Sonreí contra sus labios y mi mano se dirigió hacia su intimidad. La apretó haciendo que mi chico gimiera contra mi boca.
Pero un carraspeo detrás de nosotros hizo que nos apartáramos rápidamente. Jadeando y excitados. De todas las personas que estaban en la fiesta fue a vernos la persona menos indicada. Mi madre fulminó con la mirada a Peeta. Luego me miró a mí y no tuvo que decir nada para saber lo que quería decir su cara. Enfado, decepción, sorpresa…y un sinfín de calificativos más.
—Debéis realizar el ritual ahora— espetó apartando la mirada.
Peeta y yo asentimos. Él me cogió de la mano y me la beso. Para luego separarse e ir hacia la cocina. Yo seguí a mi madre. El salón estaba decorado con velas y flores. Y olía maravillosamente a madera quemada y carbón. En la chimenea crepitaban estos dos materiales, haciendo que el salón pareciera un autentico horno. Estábamos a finales de agosto y aún hacía calor fuera. Así que aquí el calor era casi insoportable.
Por suerte mi chico del pan se unió a mí enseguida. Volvió a agarrarme la mano y nos acercamos a la abrasadora chimenea. En frente de ésta había extendida una sábana blanca con bordados dorados. En una esquina estaba bordados nuestros nombres y la fecha de hoy. Peeta me ayudo a arrodillarme con una de sus manos ya que en la otra llevaba la rejilla para colocar el pan y el pan envuelto en un paño blanco de seda.
Se arrodilló a mi lado y en cuanto colocó la plancha de metal sobre las brasas, mi madre llamo a los invitados principales. A los únicos que quería que estuvieran en ese momento: Haymich, Johanna, Annie con su bebé, Effie y ella misma. Cuando estuvieron todos a nuestro alrededor comenzaron a cantar la canción de boda.
Peeta sonrió y empezó desenvolver el pan. En cuanto lo hizo me sorprendió que el pan tuviera forma de corazón. Sonreí abiertamente al verlo. Debería haberlo supuesto, Peeta era así de romántico. Cogió el pan por un lado y por el otro lado lo cogí yo y a la vez estiramos para que se partiera por la mitad. El trozo de cada uno no era mucho más grande que la palma de mi mano. Peeta beso el pan y lo colocó sobre la rejilla para que empezara a tostarse. Yo hice lo mismo que él y luego le tomé de la mano y cuando el resto dejó de cantar me acerqué a su oído y empecé a cantarle una canción diferente a las que solía cantar antes, una canción que nunca había cantado. Había esperando el momento oportuno. Esperando este momento.
Despertaré en el diván de tus sueños,
fugaz como un atardecer en invierno,
y reír cerca de ti, arropado junto a mí,
destapando el antifaz, de tu cuerpo.
Besarte es sentir, el calor del infierno,
miradas cómplices, de nuestro juego
y sentarme junto a ti y saber que estás ahí,
está canción te hará sentir…el deseo...
Eres la llama de mi corazón,
la furia que cabalga en mi interior,
estrella que ilumina mi valor,
es tu cuerpo...
Y sentarme junto a ti y saber que estás ahí
está canción te hará sentir… el deseo...
Eres la llama de mi corazón,
la furia que cabalga en mi interior,
estrella que ilumina mi valor,
es tu cuerpo...
Cuando acabé Peeta me miro sonriendo y con los ojos vidriosos, a punto de llorar. Sonreí acariciando su mejilla y le besé dulcemente. Al poco nuestros acompañantes volvieron a cantar la misma canción de amor que estaban cantando antes. Sonreí mirándole a los ojos de muevo, perdiéndome en ellos, y en las lenguas de fuego que se reflejaban en ellos. Luego miré hacia el pan. Con cuidado le di la vuelta y comprobé que estaba tostado ya.
—Ya esta…
—Pues…cógelo…Con cuidado, Katniss…
Asentí y tomé uno de los trozos de pan con la mano intentando no quemarme. Lo sople levemente, la verdad era que los dedos me ardían. Dejamos el pan sobre la sabana unos segundos mientras que la canción acababa y empezaban con otra. Cogí el trozo que me correspondía y lo soplé de nuevo unos segundos, para luego acercárselo a la boca a Peeta. Él mismo me acerco el trozo que él tenía en la mano y mirándonos a la los ojos mordimos los trozos de pan a la vez.
Mi "familia" empezó a cantar más alto, y la felicidad que me lleno por completo. Me perdí en el mar azul de los ojos de Peeta mientras que saboreaba el trozo de pan que Peeta me había dado. Sonreí acabando de masticar y cuando Peeta iba a darme otro trozo una nueva voz se unió al coro.
No podía creerlo, había escuchado mis suplicas, ahora sí que podía ser completamente feliz, Gale, mi amigo, mi mejor amigo estaba allí, a mi lado. Cantando en mi boda. Cuando le sonreí, él me devolvió la sonrisa y pude morder otro trozo del pan. Cuando acabó la canción Peeta y yo nos abrazamos con fuerza.
—Te amo Katniss…
—Te amo Peeta…
No pudimos disfrutar mucho de nuestro abrazo íntimo ya que Haymitch nos abrazó con fuerza a ambos. Al poco nos separamos y Effie llorando me abrazó a mí. Pero yo quería que me rodearan otros brazos. Conseguí que me soltara y me acerque a mi amigo.
—Gale…
—Estas muy guapa Catnip…
—Gracias…
—yo estaría mejor…—señalo a Peeta con la barbilla
—Gale…—le regañé—Basta…
—Bromeaba…
—Ya lo sabía.
Abrió sus brazos y me pegue a su pecho abrazándole, inundando mis fosas nasales con su embriagador olor. Le había echado de menos. Adoraba que estuviera aquí, a mi lado. Compartiendo mi felicidad.

Aprendiendo: Capitulo 35


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.

El tiempo pasaba volando. Mañana me casaba. Y contárselo a la gente no fue fácil. Nada fácil. Mi yo interior me decía que iban a juzgarme. Iban a criticarme. Y no quería eso. Nos casábamos porque éramos felices juntos. Nos amábamos y nos necesitábamos. Y el unirnos para siempre era solo un signo más de nuestro amor. ¿eso era el casamiento no?.
A la persona que menos me costó contárselo fue a Johanna. Su grito a través del otro lado del teléfono fue casi gutural. Luego me pregunto si estaba embarazada. ¿Qué clase de pregunta era esa? Solo le dije que Peeta y yo íbamos a casarnos y me preguntó eso. No lo entendía. Obviamente ni estaba embarazada ni pretendía estarlo en mucho tiempo. Aunque después de eso tuve una pequeña discusión con Peeta. Y estaba confirmado. Peeta pretendía tener hijos.
Y recordarla hacía que la piel se me erizara. Peeta no quería entender que yo no podía tener hijos. No podía condenarlos a una vida de sufrimiento. No podía permitir que sus sueños se llenaran de pesadillas por oír a su madre gritar. O ver a su padre quieto, apretando los dientes con los puños cerrados con fuerza. No, debía entender que eso no podía pasarles.
Sin duda, a quien más me costó decírselo fue a Gale. Sabía que no le gustaría. Que quizás me colgara el teléfono. Pero debía saberlo. Además, había sido mi mejor amigo durante mucho tiempo, me había ayudado y apoyado en los momentos más difíciles. Gracias a él mi vida en el bosque no era tan mala. Y por todo eso quería que estuviese ahí conmigo ese día. No podía dejar de pensar en nuestras pobre conversación de hace unos días.
¿Gale…?
— ¿Katniss? ¿Eres tú? No esperaba una llamada tan pronto…
— ah..sí…
¿ocurre algo?
No…bueno sí…nada malo— no sabía cómo decírselo, como abordar el tema.
Dímelo…me estas preocupando
Sí…sí…—empecé a jugar con el cable del teléfono, nerviosa— Como sabes…Peeta y yo tenemos una relación…intensa…
— Ajam…
— y bueno…él y yo…
¿Éstas intentando decirme que vas a casarte con él?— la boca se me secó
Sí…
Catnip…no te reconozco…
Las personas cambian, maduran Gale…— espeté
Tú has cambiado demasiado.
— Quizás sí, pero no puedes decir eso solo porque no te haya elegido…
no es por eso… Solo es que te echo de menos
— eres tú el que se ha alejado…vuelve…
— sabes que no puedo…
— O no quieres…— suspiré—¿ Vendrás ese día?
No lo sé…— musitó.
— Gale…sabes lo importante que eres para mí. Ojalá…ojalá vengas.
— Katniss…tengo que colgar— sonaba desganado
Adiós Gale…
Gale colgó sin despedirse. Podía apostar que se había enfadado conmigo. Pero no podía evitar ese enfado, que iba a casarme era un hecho. Y aún hoy después de que hayan pasado dos meses desde que tuvimos esa conversación sigue enfadado. No me ha llamado, no me ha escrito, ni si quiera para responder a la invitación a la boda. Y temía no volverle a ver nunca. Gale era mi amigo, y le quería, no quería que se volviera a alejar.
Posiblemente para Peeta lo peor fue cuando se lo tuvo que decir a mi madre. Para mí era una tontería pero él insistió en pedirle mi mano a mi madre. Como si eso fuera a cambiar algo entre nosotros. Aunque mi madre hubiera dicho que no, mis planes con Peeta seguirían igual.
Peeta había cogido el teléfono en un descuido mío y marcó el número de mi madre al instante.
¿Señora Everdeen?— le oí hablar desde la cocina y corrí hacia el salón.
—…— aunque oía el murmullo del teléfono no podía entender lo que decía mi madre.
Sí…soy Peeta… La llamaba para preguntarle algo…importante.
—…— mi madre solo hablo tres segundos.
yo…—Peeta me miró— Quería pedirle la mano de Katniss. Quiero casarme con ella, señora— me ruboricé fuertemente, tenía miedo de la reacción de mi madre.
—…— ésta vez el murmullo en el teléfono duró más que unos pocos segundos.
— Lo sé, señora… Pero usted sabe que voy a cuidarla y protegerla para siempre— Peeta también estaba ruborizándose y empezaba a tartamudear.
—…— el murmullo sonó más fuerte, señal de que gritaba.
Lo haré. Gracias señora Everdeen. Espero que acepte venir.
—…
Adiós…Hasta pronto…
Había sido una conversación pobre. Como todas las que solía tener mi madre desde que Prim había muerto. Quizás hasta había hablado más con Peeta que lo que solía hablar conmigo. Pero eso ya no importaba. Peeta tenía su permiso para casarse conmigo. Aunque para ser sincera, su permiso me daba igual, me iba a casar con Peeta pasara lo que pasara, sin importar si alguien intentaba interponerse.
Esta noche iba a dormir separada de Peeta. Y eso me dolía en el alma, pero al final Annie le había convencido de que daba buena suerte no ver a la novia hasta la ceremonia. O al menos en su distrito se hacía así. Debía repetirme una y otra vez que sería la última noche de mi vida que dormiría lejos de él, que mañana sería solo mío. Solo para mí. Tumbada en mi cama no podía dejar de mirar el anillo de pedida. Era precioso, esperaba que el de casada fuera parecido.
Cerré los ojos dando gracias al cielo de que en el Capitolio no se había enterado nadie.
Mentiría si dijera que no estaba nerviosa, los nervios se acumulaban en mi estomago y mi cabeza. Hacían que ambas partes de mi anatomía palpitaran y se estrujaran proporcionándome un leve dolor. Y no lo entendía muy bien, nada de nuestra vida iba a cambiar. Íbamos a seguir viviendo juntos, durmiendo juntos, abrazados. El seguiría trabajando en la panadería como hacía desde hace 15 días y yo seguiría ayudándole. Nada iba a cambiar.
Unos golpes en la puerta de mi cuarto hicieron que me despertara sobresaltada, no recordaba haberme quedado dormida. Sin esperar una respuesta, Johanna entro en la habitación como un torbellino.
—Despierta descerebrada, tienes mucho que hacer antes de atarte a tu chico del pan
— no lo digas como si fuera una condena…—Bostezo y tengo que entrecerrar los ojos cuando corre las cortinas haciendo que la intensa luz del sol entre por la ventana.
— Es una condena…¿Qué necesidad tenéis de firmar un papel?
— Joanna, se supone que las bodas son románticas…— Recuerdo la boda de Annie y Finnick en el 13. Y aunque una punzada de dolor me contrae al recordarle a él, sus caras en ese momento me dice que merece la pena.
— Bien…pues mueve el culo y a la ducha. Sólo te quedan 3 horas de soltería.
—¿Sólo? La verdad es que tengo ganas de que acabe ya, por mí…solo estaríamos Peeta y yo.
— Ya, te entiendo…
— ¿Me entiendes? ¿Has estado enamorada alguna vez?
— Eso no es para mí descerebrada…Anda, mueve ese precioso culito…
Resoplé y me levante. Me encaminé al baño y evitando mirarme mucho en el espejo me metí en la ducha. Froté mi cuerpo dejando que el agua caliente me relajara. Estaba más nerviosa que el día anterior, mucho más. Salí de la ducha y regrese a mi habitación. Me puse algo cómodo y baje a desayunar.
Por primera vez desde que Peeta había vuelto mi cocina no olía a pan recién hecho, aun así encima de la mesa había una pequeña cestita con bollitos de queso. Sonreí y cogí uno y me puse a preparar dos tazas de chocolate, mientras que Johanna devoraba otro de los bollitos sin ninguna delicadeza.
— Ahora entiendo por qué te casas con él…
— ¿qué?
— esto está delicioso…
—Lo sé— le coloqué una taza frente a ella y me senté a su lado.
— Pareces nerviosa
— Lo estoy, no puedo evitarlo, y ni siquiera se el porqué…
— Las novias suelen estarlo, es normal.
—supongo…
—Venga acaba…— se bebió su chocolate de un solo trago— Te ayudaré a prepararte.
— ¿tú?— Casi me atraganto con el ultimo pedazo de bollo
— Sí, yo. Muévete.
Dejé el chocolate a la mitad y después de lavar lo que habíamos manchado nos dirigimos a mi cuarto. No sabía muy bien lo que pretendía hacer conmigo, y la verdad es que me asustaba un poco. Se sentó en la cama y se quedó mirándome
— ¿Qué tienes pensado hacerte en el pelo?
— Lo quiero suelto, ondulado, como le gusta a Peeta. Nada raro, nada sofisticado. Quiero ser yo.
—Ajam… Me parece bien…— sonreí dando gracias interiormente.
Se levanto y sin decirme nada salió de la habitación para regresar a los pocos minutos con un enorme maletín y una silla. Me obligó a sentarme en esa silla y me exigió que me quedara quieta, para luego empezar a trabajar en mi pelo sin dejar que yo dijera nada.
—No sabía que entre árbol y árbol derribado te dedicaras a la estética— intenté reír pero su mirada me obligo a cerrar la boca.
— yo no me reiría ahora, puedo dejarte calva, encanto…
Carraspeé y dejé que siguiera sin decir nada más. Esa amenaza era suficiente. Pasados unos minutos dejó mi pelo y empezó a embardunarme la cara de maquillaje. Definitivamente esto le quedaba lejos a la alocada y casi masculina Johanna. Me la imaginaba cazando a mi lado, no maquillándome. Era completamente extraño. Se apartó a los pocos minutos. No parecía haber utilizado muchos potingues.
Se aparto satisfecha y ella misma abrió el armario para sacar el vestido envuelto en una funda de plástico. Me acerqué y yo misma bajé la cremallera de la funda. Ante mí se descubrió el vestido perfecto. Era blanco, como era costumbre en el distrito. Y diseñado por Cinna, no podía ser de otra forma. Era el vestido más sencillo de todos los que había diseñado para mi anterior boda falsa. Largo hasta los pies, con el faldón suelto, mientras que el tronco se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Sin tirantes, sin pedrería, el único toque de color se lo daba un lazo a la cintura en modo de fajín de color carbón. Era precioso, ideal para mí.
Dejé que Johanna se fuera y empecé a vestirme. De ropa interior me puse un conjunto de encaje como ya era costumbre, en esta ocasión debía ser completamente blanco. Luego me puse el vestido, aunque tuve que pedir ayuda para abrocharlo de forma correcta.
Miré la hora en el despertador y comprobé que aun me quedaban 45 minutos de espera para ir al Edificio de Justicia. Después de firmar los absurdos papeles podríamos volver a casa a hacer el ritual del tostado del pan. Era lo que yo quería hacer.
Johanna fue a prepararse y aproveché para mirarme en el espejo del baño. Había hecho un trabajo estupendo. El pelo estaba perfecto. Mucho mejor de lo que yo sola habría podido conseguir. Y el maquillaje era natural, nada sobrecargado, nada de lo que asustarse. Podía decirse que estaba guapa. Hasta yo podía reconocerlo.
En cuanto Johanna acabó y confirmo que Peeta ya se había ido nos encaminamos hacia el Edificio de Justicia ante la atenta mirada de las personas. Obviamente pocos de ellos sabían que hoy iba a dar ese gran paso. Las miradas me intimidaban y hacían que las mejillas me ardieran, pero intenté no darle importancia. Yo quería eso, no importaba lo que los demás dijeran.
Al llegar al palacio de justicia mis ojos se fueron directamente a mi madre, estaba en la entrada junto a Effie y Haymitch. Por un momento había temido que no viniera. Y aunque me hubiera gustado reprocharle el que no me hubiera ayudado a arreglarme estaba allí, sabía que era lo único que esa mujer podía darme. Sabía que su amor de madre había desaparecido aquel día cuando la mina explotó llevándose a mi padre. Y quedo enterrado el día que Prim murió. No sé lo que yo era para ella, pero estaba segura que sus sentimientos no eran los que tenían las madres hacia sus hijos. Esta era otra de las razones por la que no quería tener hijos. No quería que un niño viviera sin el amor de su madre.
Mi madre se acerco a mí con pasos cautelosos, como si me tuviera miedo, pero cuando estuvo solo a un par de pasos dibujo una forzada sonrisa en su rostro.
— estás preciosa hija— sentí como titubeaba
—Gracias madre…— conseguí sonreírle un poco. No quería malos pensamientos el día de mi boda.
— Ojalá tu padre y Prim pudieran verte— Mi corazón se estrujó un poco, y sentí que en ese momento estaba haciendo mal en intentar se feliz, teniendo en cuenta todas las muertes que tenia a mis espaldas.
— Lo sé madre— la corté. Era mi día feliz, no iba a permitir que me lo robara.
Por suerte Haymitch se acerco a nosotras y me abrazó con fuerza levantándome del suelo. No me esperaba tanta efusividad por su parte así que solté un pequeño grito que hizo reír a Johanna y a Effie.
—¿Preparada, encanto?
— Por supuesto…Tengo ganas de firmar esos papeles y regresar a casa.
— Quizás sea algo más que solo firmar unos simples papeles…
— ¿Qué?
—Ya lo veras…entremos…
Me ofreció el brazo y se lo agarré suavemente, Mis nervios se agolparon de nuevo en mi estomago, haciendo que se contrajera con un molesto hormigueo. Entramos en el edificio y girando un par de veces en el pasillo entramos en una pequeña sala con unos cuantos bancos colocados en fila, en ellos estaban sentados todos aquellos a los que conocía. Mi gente, mis amigos, por decirlo de algún modo. Y allí, al principio de la sala, junto a una enorme mesa estaba esperándome Peeta. Con su impecable traje de novio. Estaba guapísimo. Esperándome. Sonriéndome.