viernes, 18 de enero de 2013

Aprendiendo: Epílogo


Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


No veo nada, todo está demasiado oscuro, todo al mi alrededor son paredes, creo que estoy en mi casa, en mi antigua casa, en la Veta. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué no estoy en la Aldea de los Vencedores? En ese momento oigo un llanto. Es un niño. Un niño pequeño.
—¡Prim!—
No puede ser nadie más, ningún niño vive aquí, solo ella, solo mi hermanita pequeña a la que tengo que proteger.
—¡Prim!
El llanto del bebé se intensifica. Corro a oscuras, me estoy acercando. Está cerca. No. Ahora suena desde el otro lado del pasillo ¿Cómo? Me doy la vuelta, corro de nuevo. La angustia se centra en mi estomago. Me duele, me duele mucho. Quiero llegar hasta Prim, pero parece que su llanto cambia de un lado a otro. Corro y corro, pero cuando estoy cerca deja de llorar y vuelve a hacerlo desde donde vengo. ¿Por qué?
—¡Prim!
Por fin veo una luz. Por debajo de una puerta se cuela un poco de luz, el llanto procede de ahí, se intensifica. Le están haciendo daño. Ese llanto es de dolor.
— ¡No! ¡No! ¡Prim! ¡Prim!
La puerta no se abre. Pero sé que está ahí. Prim llora con fuerza, con mucha fuerza, aunque su llanto parece distinto, no es el llanto de Prim. No es Prim quien llora. Prim está muerta. Lo sé, yo vi como se volatilizaba entre las llamas. Llora un bebé. Es el llanto de un bebé.
—¡No! ¡No! ¡ABRE!
La puerta se abre por fin. Pero la luz me ciega. Es más brillante que el sol. Mucho más. Se refleja en las paredes blancas, en la cuna con barrotes blancos. ¿Qué habitación es esta? Huele mal. Me dan nauseas. Sangre. Eso es, huele a sangre. Sangre seca y..Oh, ¡No! Sangre y rosas. El olor dulzón de las rosas se mezcla con el metálico de la sangre.
Necesito vomitar. Pero entonces le veo. Ahí junto a la ventana por la que entra toda esa luz. No veo su cara pero sé quién es. Entrecierro los ojos y le enfoco. Snow…Le creía muerto.
Hay algo que llora en sus brazos. ¡El bebé! Snow tiene ese bebé que llora y gimotea tan fuerte. Le está haciendo daño.
—¡NO! ¡NO!
El vacio en mi interior se intensifica al ver a esa criatura. Reconozco su llanto, ese llanto que me desvela por las noches. Que me reclama solo a mí.
—¡NO! ¡NO! ¡MI BEBÉ!
Ahora lo comprendo, Snow tiene a mi hijo. ¿Por qué?
— ¡Le haces daño!
El bebé llora y yo me quedo inmóvil. ¿De dónde ha sacado esa flecha? Snow levanta la flecha en su mano derecha. Me mira sonriendo, con esa lengua viperina asomando entre los dientes. Ríe y la hace descender con fuerza contra el pecho del bebé que deja de llorar.
—¡NOOO! ¡NOOO!
Desperté entre los brazos de Peeta y mis manos se dirigieron rápidamente a mi vientre. Lloré y gimoteé vergonzosamente. Pero no me importaba. Seguía ahí. Mi hijo seguía ahí, protegido en mi abultado vientre. Me acaricié sobre mi ropa recordándome que era una pesadilla. Dejándome acunar entre los brazos de Peeta.
Desde que me había quedado embarazada las pesadillas se sucedían todas las semanas, pero ahora, faltando poco tiempo para dar a luz esas pesadillas se intensificaban en violencia. Y prácticamente el resultado era el mismo. La personita que crecía en mi interior moría a manos de alguien. Snow generalmente.
Tuvieron que pasar muchos años hasta que acepté el darle una familia. Muchísimos según él. Pero como si las suplicas de Peeta hubieran sido escuchadas dos días después de aceptar formar una familia descubrí que estaba embarazada. Me había quedado embarazada en un descuido. Un descuido fortuito. Un descuido que ahora me brindaba las emociones más intensas que jamás había sentido.
Porque estar embarazada asustaba terriblemente. Saber que algo dentro de ti, te necesita, que le proteges, que has de cuidarle y que todas tus acciones le involucraran, asusta. Asusta la primera vez que te das cuenta de que tu vientre ya no está plano. Asusta la primera vez que notas como se mueve. Y la primera vez que deja de hacerlo. Asusta si está inquieto, o si está demasiado calmado. Asusta pensar si está cómodo, si te mueves mucho, o te mueves poco. Asusta hacerle daño.
Pero por muy asustada que esté, le quiero y mi vida se ha reducido al bienestar del bebé. Y la de Peeta a cumplir con mi bienestar. Sé que él también lo está pasando mal. Solo espero que no se arrepienta, porque aunque tengo miedo de que a nuestro bebe le pase algo, le quiero. Quiero a este niño más que a mi vida. Daría todo por él. Y por eso en mis 8 meses y medio de embarazo no he pisado el bosque. Echo de menos cazar. Pero sé que la vida que llevo dentro es más importante.
Me incorporé lentamente y miré a los ojos a Peeta, suplicándole perdón. Era la séptima noche consecutiva que le despertaba gritando. Adoro a este hombre, que parece no importarle la falta de sueño. Me besó y volvió a abrazarme.
—Lo siento….
—Ssssshhhhh…— me silenció posando sus labios sobre los míos— Pronto se acabaran las pesadillas.
—Y ¿si no? Sabes qué sueño, puede acompañarnos durante toda la vida…
—No lo harán. Si ya desaparecieron una vez lo harán de nuevo. Ya oíste al médico, es muy frecuente los sueños extraños en mujeres embarazadas.
— No son solo sueños extraños…
Mi voz solo fue un susurro. Pero no tenía ganas de discutir lo que el médico había dicho. Solo sabía que las pesadillas habían comenzado cuando supe que iba a ser madre y aún no se habían ido. Quizás debería aprender a vivir con ellas. A evitar gritar. Peeta cuando tiene una pesadilla no grita, el mismo me lo dijo, quizás yo pudiera aprender. Volví a caer en un profundo sueño sin apenas darme cuenta.
Pero el sueño duró poco. Una fuerte presión en el vientre hizo que me despertara. Al mirar por la ventana vi que estaba empezando a amanecer. Los primeros pájaros de la primavera cantaban sobre los árboles del jardín y entre las prímulas. Me giré para mirar a Peeta dormir. No pude evitar sonreír. Dormido conservaba aquella apariencia del adolescente que me enamoré. Sus largas pestañas rubias se rizaban enredándose las unas con las otras, su ceño relajado y esa sonrisa por estar soñando con algo bonito le daban esa apariencia de casi niño. Aunque hacía mucho que habíamos dejado de serlo.
Tuve que reprimir el gemido de dolor al sentir de nuevo esa fuerte presión en el vientre. Era la segunda vez que lo sentía, y esta vez con toda su fuerza al estar despierta. Y dolía. Dolía mucho. Aquello solo podía significar una cosa. Nuestro hijo no quería esperar más tiempo dentro de mí y quería nacer ya.
Cerré los ojos con fuerza esperando a que el dolor se pasara y cuando sentí mi vientre relajado acaricié la cara de Peeta dulcemente, no quería asustarle, aquello podía durar horas.
—Peeta…—susurré pasando mis dedos por sus labios— Despierta…
—¿Hmmm?
—Tienes que abrir los ojos y llamar al médico— Besé sus labios cuando abrió completamente los ojos— Vas a ser padre ya…
—¿ Qué? ¿has roto aguas? ¿ya viene?— todo lo pronunció tan atropelladamente que casi no le entendí.
—Sí… "ya viene"— No pude hablar más porque una nueva punzada de dolor recorrió todo mi vientre.
Peeta salió de la cama de un salto y se dirigió corriendo al salón, pude oír cómo se tropezaba con un par de sillas hasta llegar al teléfono. Poco después le oí murmurar algo y de nuevo sus pasos veloces hacia la habitación.
— El médico está de camino
Simplemente asentí ya que una nueva contracción me recorrió completamente. La intensidad se incrementaba con el paso de los minutos. Esta me hizo gritar sin poder evitarlo. En ese momento me maldije por haber aceptado las suplicas de Peeta. No solo había tenido que soportar los cambios en mi cuerpo, y en mi humor, la preocupación de proteger y cuidar a la criatura que llevo dentro, si no que ahora tengo que pasar por este dolor. Aunque en mi fuero interno sabia que pasar por esto merecería la pena. Tendríamos a nuestro bebé al lado, precioso, rosadito, esperaba que se pareciera a su padre.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos con otra fuerte punzada en mi bajo vientre a la vez que notaba como algo caliente me abandonaba, acababa de romper aguas. Para cuando llego el médico los dolores eran tan intensos que no podía evitar los gritos desgarradores que escapaban de mi boca, a la vez que estrujaba con fuerza la mano de Peeta.
Con el paso de las horas gemí grité y lloré de dolor. El miedo pudo invadirme durante unos minutos al pensar que mi vida cambiaba en ese momento, pero por suerte solo duró eso, unos minutos. Amaba a ese niño y deseaba ver su dulce carita. Lo peor del trabajo del parto fue sin duda el esfuerzo que tuve que hacer para que mi hijo saliera de mí.
Cuando noté que me abandonaba, las sensaciones se encontraron. La de felicidad se mezclo con la sensación de vacío, pero duro poco. Sólo hasta que oí ese llanto. El llanto de mi bebé, de mi hijo. De Peeta y mío. La persona que completaba nuestra especial familia.
Ni si quiera recordaba que tuviera los ojos cerrados cuando note una leve presión sobre mi pecho. Los abrí y allí estaba. Mirándome. La persona más pequeña del mundo me miraba recostada sobre mi pecho, sus ojos azules estaban bañados por sus primeras lágrimas, su tono de piel era rosáceo, y en su cabeza coronaba una mata de pelo oscuro. Y no pude evitar imitarle y llorar, llorar de felicidad al ver a mi hijo sobre mí. Era perfecto. Mitad fuego mitad pan.
—Es nuestra niña Katniss…es una niña…
La emoción en la voz de Peeta era palpable también. Busqué sus azules ojos con los míos y en efecto, al igual que los de nuestra hija y los míos estaban anegados de lágrimas. Busco mi boca y me dio un tierno beso. Tan tierno que creí estar en el cielo. Aquel momento no podía ser más perfecto.
Sus labios descendieron por mi cuello pero luego se posaron en la cabecita de la pequeña niña que tenia sobre mi pecho. Sonreí ante ese gesto tan paternal.
—Os quiero…más que a nada.
— lo se Peeta…yo…nosotras…a ti también— cerré los ojos, empezaba a estar demasiado cansada.
—¿Has decidido ya un nombre para ella?— Abrí los ojos y miré a mi pequeña, ahora dormía plácidamente, ajena a todo lo que le rodeaba.
— Quizás…tenga uno, pero quizás…no te guste…
— todo lo que hayas elegido tú me gustará
— Peeta…no tiene porqué.
— es así…siempre es así…
— Dandelion…— dije atropelladamente.
Era el único nombre que podía pensar para alguien que significaba tanto para nosotros, nuestro diente de león particular. Peeta me besó sonriendo, supuse que aceptaba que nuestra pequeña se llamase así. Lo habíamos conseguido. Éramos una autentica familia. Mi familia. Mi vida. Habíamos conseguido superar los miedos e inseguridades, y aunque mis pesadillas seguían, quizás, después de verle la cara a mi hija, desaparecieran.

FIN

Nota de autor: Siento el retraso al colgar estos ultimos capitulos, pero aquí estan por fin, todos juntitos y seguiditos, gracias por llegar hasta aqui, si alguien ha llegado XD

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