sábado, 28 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 28



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Los ojos de Peeta se estaban oscureciendo. Cuando le dije que Gale me había besado sus ojos se abrieron mostrándome toda su parte blanca y luego pude ver como su pupila poco a poco se dilataba llegando a borrar casi por completo el iris de aquel perfecto color azul.
— Peeta…tranquilízate…no fue nada más. No hubo nada más y me aparté…
Las lágrimas empezaban a concentrarse en mis ojos pidiendo salir. Hacía mucho tiempo que no veía así a Peeta, sus ataques habían disminuido mucho, tanto en número como en potencia.
El último había sido hacía más de dos meses en mi cocina, ni siquiera recuerdo qué fue el detonante aquella vez. Yo estaba cocinando y cuando me di la vuelta para mirarle estaba con los ojos fuertemente apretados y agarrándose a la parte trasera de una de las sillas. Me quedé estática, callada, y a los pocos minutos me miró. Estaba sudando pero sus ojos tenían su color normal. Me susurró un "estoy bien" y sonrió. Incluso después me dio un casto beso en los labios y continuamos el día con normalidad.
Pero ahora era diferente, sabía que era diferente. Sus ojos casi negros me lo decían. Apretó la mandíbula con fuerza me miró a los ojos de donde las lagrimas ya salían a borbotones y luego a mi cuello.
Cuando quise actuar fue tarde.
Sus manos se cernieron sobre mi cuello, y usando toda su fuerza empezaron a apretar, robándome el oxigeno. Forcejeé con todas mis fuerzas clavándole mis uñas en sus manos y muñecas pero no servía de nada el apretaba y apretaba tan fuerte que creía que iba a romperme el cuello antes de ahogarme.
Debido a mi torpe forcejeo mi espalda acabó contra la puerta del ostentoso despacho y el cuerpo de Peeta aprisionando el mío para que no me moviera. Sus ojos reflejaban todo el odio que en ese momento me tenía, y más que el hecho de estar quedándome sin aire lo que más me dolía era ver ese odio y esa rabia en sus ojos y su rostro. Ver su cara en ese estado me hizo aumentar la intensidad del llanto lo que provocó que el aire dejara por completo de entrar y salir de mi sistema.
Ya está, aquello acaba ahí. A manos del hombre al que amaba. Cuando empezaba a querer vivir de nuevo. Y no tenía miedo por mí, o al menos no mucho, tenía miedo por él. Por cómo se sentiría, porque sabía que no podría soportar la idea de haberme arrancado la vida. Y acabaría con la suya propia. Y a Peeta le quedaba mucho por vivir. Peeta tenía que ser feliz. Se lo merecía. Él más que nadie merecía ser feliz en esta vida.
Cuando noté que estaba perdiendo la consciencia hice un último acopio de fuerzas y como pude pegué mi cara a la suya y conseguí llegar con mis labios a los suyos. En ese momento estaban fruncidos por la rabia. Una de sus manos dejo de apretar mi cuello permitiendo que algo más de aire llegara a mí para tirar de mi pelo con fuerza. Me hizo gemir de dolor pero no aparté mis labios de él. Sorprendentemente los suyos se abrieron y dieron paso a su lengua que con fuerza se introdujo entre mis labios y buscó mi lengua. Le besé pensando que sería nuestro último beso. Sus agarres no habían disminuido de intensidad pero su lengua se movía dentro de mi boca con pasión.
Pero algo cambió la mano que agarraba mi cuello dejó de hacerlo y bajo hacia mi pecho izquierdo. Lo apretó y masajeó con fuerza. Su beso se había vuelto más voraz, más fiero. Pocos de los besos que me daba Peeta eran así. Tiró mas de mi pelo haciendo que quedara aún más expuesta a él y mordió mi labio a la vez que yo misma gemía y por fin podía tomar una gran bocanada de aire.
Pero el airé fue como fuego entrando en mi garganta magullada. Quemó de tal manera que no pude evitar toser. Por suerte pude apartarme de la cara de Peeta y toser contra su pecho. Manchando su camisa de sangre espesa, oscura. Peeta me soltó el pelo y pude encogerme. El dolor en mi cuello y mi garganta era completamente horrible. La tos no cedía y la falta de aire volvía a ser palpable. Tosí y tosí, pero ya no había sangre.
Miré a Peeta. Sus ojos estaban de nuevo azules y me miraban con horror. Sus manos tiraban de su propio pelo. Pasados unos segundos se arrodilló frente a mí, ahora el lloraba como un niño pequeño. Aquello me rompió el corazón. Pero no podía decir nada. La tos por culpa del fuego en mi garganta no paraba.
— Katniss…Dios mío ¿qué he hecho?— intenté hablar pero no salió ningún sonido de mi garganta. Así que solo negué con la cabeza. Quería que no se preocupara, quería que supiera que todo había pasado y que todo iba a ir bien. Pero la tos me lo impedía.
— voy a ir a buscar a alguien…—volví a negar con la cabeza y tiré de él hacia mí para que no se moviera de mi lado.
Dejé de toser a los pocos minutos. Aún así no solté la mano de Peeta en ningún momento. Más calmada, aunque aún jadeando le miré directamente a los ojos. Seguía llorando desconsoladamente. No podía imaginarme por lo que estaba pasando. Pero si a mí me ocurriera algo así no podría permanecer junto a él por miedo. Y odiaba esa idea, porque sabía que era lo que quería hacer. Alejarse de mí. Irse para no hacerme daño.
Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y volví a posar mis labios sobre los de él, manchándoselos de sangre. Pero el me rechazó, apartándose de mí. Dejándome completamente vacía, aquello dolía más que mi garganta.
— soy un monstruo…nunca estarás segura a mi lado— Negué de nuevo con la cabeza.
—No…— mi voz apenas fue audible. Pero me miró— no…no…no…no…— intentaba gritar, pero de mi garganta solo salía un murmullo.
—Katniss…no hables…no debes hablar…tengo que llamar a Haymitch, necesitas que te vea un médico.
—no…— me mordí el labio era frustrante no poder hablar, más incluso que el ardor. Le señale y luego me señale a mí— separaran…— esperaba que entendiera que si alguien sabía de su ataque podían intentar separarle de mí. Al parecer para la gente que ahora regía el país seguía siendo un símbolo importante.
— Quizás sea lo mejor…casi te mato.— volví a negar fuertemente aunque dolió como el demonio.
— Te amo…—coloqué mi mano en su pecho, sobre su corazón, le amaba, moriría de verdad si él no estaba cerca.
—Katniss…yo…si yo…—Parecía no encontrar las palabras—me mataré antes de hacerte daño— sus palabras sonaron duras. Sonaron a un "voy a hacerlo". Todo mi cuerpo tembló de pánico al oír eso.
—Moriré también—sentencié todo lo rápido y fuerte que pude. Me forcé tanto que volví a toser.
No me lo pensé dos veces y cuando el ataque de tos terminó me acurruqué contra su cuerpo abrazándole con toda la fuerza que el mío propio me permitió en ese momento. Pasados unos minutos noté un beso de Peeta en mi coronilla y me rodeó con sus fuertes brazos de forma muy delicada. Pronto empezó a susurrarme que lo sentía y que le perdonara de nuevo. Su voz quebrada me indicó que volvía a estar llorando de nuevo. Apreté la tela de su camisa en mi puño y besé su pecho por cada lo siento suyo. No había nada que perdonarle. Yo había cometido la imprudencia de creer que podía decirle algo así de doloroso a solas. Yo era la idiota y la culpable de aquel ataque.
Pasamos varios minutos en ese despacho, sentados en el suelo, yo besando su pecho y él acunándome. Aún no podía hablar, pero sabía que debíamos salir de ahí. Además, quería volver a casa y meterme en la cama junto a él.
—Ha…y…mi…tch…—susurré mirándole.
—Iré a buscarle…—asentí separándome de él.
Se apartó de mi cuerpo lentamente, con miedo de hacerme daño y dejó que me acurrucara de nuevo al lado de la puerta.
—Volveré enseguida—Asentí levemente y me quedé allí sentada abrazándome a mí misma.
No sé cuánto tiempo pasó desde que Peeta se fue y la puerta se abrió de nuevo. El primero en entrar fue Peeta seguido de un estupefacto Haymitch. Hasta que no tuve que levantar la mirada para clavarla en los ojos de ese hombre no me había dado cuenta lo cansada y dolorida que estaba, y no era solamente el cuello lo que me dolía.
—oh Dios santo…—oí murmurar perfectamente a mi mentor. Genial debía tener un aspecto horrible. Pero mi mirada se dirigió hacia Peeta. Él volvía a llorar en silencio.
—Hey…—mi voz sonó lastimera y ronca me llevé un dedo a los labios, haciendo el símbolo de silencio—ssshhh…—mirando esta vez a mi mentor. Peeta ya lo estaba pasando bastante mal como para que le recordara lo que había hecho.
—Nos iremos a casa encanto…—siguió susurrando. Luego se dirigió a Peeta— Tenemos que salir por la parte de atrás. No creo que por ahí nos vea nadie— Peeta solo asintió como un autómata.
—¿Puedes levantarte Katniss?—mi chico del pan se arrodillo frente a mí. Asentí levemente de nuevo y me incorporé lentamente. No entendía el porqué de que mis piernas temblaran tanto.
—Cógela en brazos chico— Fue una orden directa, y sin mediar palabra Peeta obedeció. Yo intenté protestar, pero al sentirme contra su pecho desistí y me deje llevar.
Me acurruqué como pude contra el pecho de Peeta, para mí todo estaba pasando a cámara lenta. Cerré los ojos y me dejé llevar. Concentrándome en latido del corazón de Peeta. En ese momento era demasiado rápido, no como cuando lo usaba de almohada. Ahora parecía el aleteo de un pajarillo asustado. No tardamos ni un minuto en salir al exterior. Lo noté al sentir el frío de la noche del distrito 12. Aunque estuviéramos en mayo en el distrito por las noches refrescaba. La temperatura bajaba bastante. A veces incluso la cazadora se hacía imprescindible. Y hoy parecía una de esas noches. Aun así Peeta siguió caminando, o corriendo, no podía distinguir el traqueteo muy bien. Pero de repente paramos. Demasiado pronto para haber llegado a casa.
—Espera Haymitch está tiritando— yo ni siquiera me había dado cuenta hasta que él lo dijo.
Note como descendíamos dejándome sobre una de sus rodillas y tuve que agarrarme más fuerte a su cuello para no carme cuando él me soltó. Al poco noté como algo me rodeaba. Era la chaqueta de su traje. Su aroma era inconfundible. Al poco volvió a levantarse volviendo a agarrarme con fuerza y emprendimos la marcha de nuevo. Caí en un extraño trance del que no desperté hasta que noté el aroma de mi hogar. Ese aroma que Peeta dejaba por las mañanas al hornear pan.


miércoles, 25 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 27



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


Peeta's POV

Mientras que caminaba por las calles del distrito de la mano de Katniss me sentía el hombre más feliz del mundo. Sentir la mano de Katniss apretando con fuerza la mía era la mejor sensación del mundo, bueno, si quitábamos el sexo con ella. Porque sí, por fin había sentido esa sensación de tenerla completamente para mí. Por fin habíamos hecho el amor. Y la primera vez había sido tan especial y tan bonita que me había enamorado aún más de ella.
Había conseguido jugar antes con ella, un par de días antes nos habíamos tocado, y sorprendentemente le había proporcionado su primer orgasmo, no creía que Katniss llegara a ser tan inocente, ni si quiera se había masturbado. Pero lo era. Era tan inocente que se ruborizaba desnudándose delante de mí. Y seguí sin entender el porqué, vale, tenia cicatrices, pero no menos que mi cuerpo. Y no iba a decir que las adorase, pero esas cicatrices y esos parches de piel más rosada le hacían ser más ella, para mí todo su cuerpo era perfecto. Aunque me había sorprendido la ausencia completa de vello en todo su cuerpo no me desagradaba, así de esa manera podía ver cada rincón sonrosado de su anatomía. Y aunque sabía que creía que tenia los pechos pequeños a mi me encantaban, y adoraba la forma en la que sus pezones se endurecían gracias a mi contacto. Y sus caderas me volvían loco, el movimiento de ellas buscando placer, incluso pensarlo hacia que mi entrepierna saltara.
Fue increíble oír como gemía gracias a las caricias que le proporcionaba. Increíble como sus gemidos dejaron de serlo y pasaron a ser gritos de placer. Auténticos gritos que me excitaban de manera casi sobrenatural. Sinceramente creía que después de tocarla y de que me tocara se me pasaría esas locas ganas de hacerlo, de acostarme con ella, pero todo lo contrario, mis ganas aumentaron, tanto que me costaba tenerla cerca. Necesitaba llegar hasta el final, necesitaba estar dentro de ella.
Quizás por eso le compré las pastillas, sabía que debía hacerle sentir segura, y para ella sería importante saber que de ninguna de las maneras se quedaría embarazada. Y aunque a mí no me importaría tener un hijo suyo, éramos demasiado jóvenes para cuidar de un bebé. El nerviosismo que sentí cuando tuve que decirle que las había comprado fue el peor que había sentido hasta ese momento, pero por suerte ella también había pensado en ello, y el alivio se mezcló con la sorpresa y la ansiedad por empezar a usarlas. En ese momento supe que solo era cuestión de tiempo, Katniss, estaba tomando confianza, se estaba dando cuenta de que el sexo no era malo.
Cuando por fin lo hicimos la sensación fue completamente maravillosa. Su interior húmedo y apretado era mejor de lo que había imaginado y de lo que había soñado. La sensación era perfecta. Podría haber muerto en ese mismo momento que habría sido el hombre más feliz del cielo, o del infierno, en ese momento no me habría importado. Lo único malo fue sentir como a ella le dolió. Ver en su cara el dolor, por unos minutos me sentí tremendamente culpable. Pero luego ella me pidió seguir y llegar dentro de ella fue espectacular, al igual que sentir como ella tenía su orgasmo.
Y ahora increíblemente ella empezaba a buscarme, cuando creía que no iba a hacerlo, cuando aquella primera vez creí que mi chica en llamas se había arrepentido. Pero no, me buscaba, y me excitaba aún más. Posiblemente me pasaba el día entero excitado, deseando estar sobre ella, dentro de ella. Pero una vez más me sorprendió al llevar ella la iniciativa y la voz cantante. Y entonces el sexo me gustó aún más. Ella encima moviéndose era la visión más perfecta del universo. Su cuerpo sudoroso y jadeante moviéndose sobre mí, gimiendo sobre mí, llegando por mí. Definitivamente Katniss sabía cómo subirme el ego.
Entré en el edificio de justicia con miedo. Sabiendo perfectamente quien estaría allí. Había sido participe de muchas de mis pesadillas, pesadillas en las que regresaba y Katniss le elegía. Porque eran muy parecidos, porque habían sido uña y carne tanto tiempo, que una relación así era imposible de cortar, aunque Katniss decía odiarle. Pero solo era dolor por lo que pensaba. Pero se daría cuenta de la verdad, y entonces…podría perderla.
Y cuando entramos y le vi y el nos vio y empezó a venir hacia nosotros apreté más fuerte la mano de Katniss, reclamándola como mía. Pero no sirvió de nada. Katniss consiguió soltarse y salir corriendo de la sala. Haymitch me impidió seguirla. Me agarró tan fuerte del brazo que me hizo daño. Intente soltarme forcejeando, pero entre él y Johanna me tranquilizaron, y luego hicieron que Annie se acercara con su hijo.
El niño era completamente adorable. Con su fino cabello bronce y sus ojos enormes. Me obligaron a cogerle en brazos y mi cabreo disminuyó un poco. Sonreí al pequeño y éste me devolvió la sonrisa. Y entonces me imaginé como sería tener uno así con Katniss. Sabía perfectamente que nuestra edad no era la adecuada. Pero habíamos vivido mucho, no éramos dos adolescentes normales. Ella había cuidado tanto de su hermana pequeña que sabría mantener una familia a la perfección. También sabía que Katniss nunca querría tener hijos, me lo había dicho innumerables veces. Pero las cosas ahora eran diferentes, quizás ella, algún día quisiera completar nuestra familia.
Aunque mi pequeña burbuja de ensoñaciones duraron poco. Katniss regreso diciéndome que se iba con Gale, a nuestra casa. Por culpa de ese estúpido que había metido la mano donde no debía. Los celos recorrieron cada fibra de mi ser, y salieron por todos mis poros. Me contuve y la deje ir. Deje al niño con su madre y mi frustración la pagó una de las sillas de la sala. Recibió una fuerte patada que la movió varios metros. Chocando contra el perfecto vestido de Delly. La miré intentando disculparme, pero ella se acerco. No sé por qué le conté todo lo que sentía. No sé por qué desahogué con ella mi rabia, y le dije todo aquello sobre Gale, y no sé por qué ella me abrazó y me invitó a bailar.
Al principio fui torpe, bailaba sin ganas, y desanimado. Pero gracias a las palabras de Delly poco a poco me fui animando, y es que ella tenía razón, o al menos esperaba que la tuviera. Katniss estaba enamorada de mí. Yo lo sabía. Lo sabía por la forma en la que hacíamos el amor, o por la forma en la que me besaba. Sabía que había besado en alguna ocasión a Gale, pero también sabía que no había sido como nuestros besos hambrientos y apasionados, esos besos en los que nos comíamos la boca y nos mordíamos las lenguas. Cuando me animé empecé a reírme de los comentarios que hacía Delly. La había subestimado. La chica era muy divertida, me encantaba como me hacía reír criticando los vestidos de la gente que procedía del Capitolio.
Cuando me di cuenta de que Katniss volvía a estar allí el remordimiento estalló en la cara y aparté la mano de la cintura de Delly. Seguro que mi pobre novia se pensaba lo que no era. Tenía que explicárselo. Me acerqué a ella y tuvimos una rara conversación insulsa. Hasta que dijo que tenía algo que decirme.
De nuevo mi alma abandonó mi cuerpo y descendió al infierno. Miles de pensamientos me vinieron a la cabeza, y ninguno bueno. Todos se basaban en lo mismo. Gale y Katniss. Gale y MI novia. En poseyéndola. Aunque el escenario cambiaba en esencia era lo mismo. El entrando en ella en nuestra cocina, o en nuestra cama, quizás les había dado tiempo a ir al bosque…
Agarre la mano de Katniss quizás con mucha fuerza y quizás fui algo brusco cuando tiré de ella para llevarla a otra sala, un despacho demasiado lujoso.
Intenté calmarme apoyándome en la mesa, para agarrarme a ella en caso de necesidad, aunque me crucé de brazos.
— ¿y bien? ¿qué pasa Katniss?— creo que el miedo se notó en mis palabras, mi barbilla tembló ligeramente y el airé no salió con la suficiente fuerza.
— Gale me besó— Había apartado la mirada dejó de mirarme y no pude descifrar si solo había sido un beso o si habían sido más.
Empecé a notar un calor característico quemándome las arterias de mi cuello. Ese calor descendió hacia mi corazón y empezó a ser bombeado a cada poro de mi piel. Bajé las manos apretando la mesa con fuerza. El calor quemaba. Llegaba a mis ojos. La furia que sentía hacia la mujer que se encontraba delante de mi empezó a incrementarse. Y empecé a sentir asco hacia ella. A querer rodear ese perfecto cuello con mis manos y apretar hasta que dejara de entrar aire a sus pulmones. Porque aquello que estaba delante de mi no era una mujer. No, no era una persona…
Busqué en mi memoria y encontré lo que era. Un muto. Una asquerosa mutación. El peor de los mutos que habían sido creados. Y como tal debía ser eliminado.


sábado, 21 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 26



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Me senté en el sofá dándole vueltas a todo. Primero el sueño y ahora el beso de Gale. El mundo estaba contra mi ¿o qué? Al menos ya tenía una cosa clara. Mi amor por Peeta. Se lo había reconocido a la persona que más dudaba de ese amor. Pero no podía evitar estar intranquila. Gale me había besado. Era un hecho. Y dudaba de que pudiera ocultárselo a Peeta. Nada más verle iba a tener el impulso de confesárselo. Era algo que no iba a poder evitar. Era imposible ocultarle algo. La culpabilidad me mataría. Di un puñetazo a uno de los cojines. Maldito Gale.
Y ahora estaba lo de ver a Peeta con el bebe de Annie en brazos, esa sonrisa casi paternal que le estaba regalando al niño, aunque Peeta y yo fuéramos casi niños. Pero habíamos vivido muy rápido, habíamos madurado demasiado rápido. Vivíamos juntos como pareja, era lo que iba después. Los hijos. Cabeceé, era demasiado pronto para hablar de ello. Solo teníamos 18 años, demasiado jóvenes aún para ser padres, me agarraría a eso por el momento, hasta que fuéramos lo suficientemente mayores, entonces pensaría en algo más.
Él no podía obligarme a ser madre. Suspiré. Y yo no podía obligarle a no ser padre ¿no? Me estaba desquiciando antes de tiempo, ahora lo que debíamos lidiar era el asunto de Gale. El beso que me había dado y que yo le había devuelto. Pocos segundos, pero lo hice. Y ahora no podía con la culpabilidad. Me apoyé en el respaldo del sofá y esperé que Gale bajara odiándome a mí misma.
Gale entró en el salón a los pocos minutos, su mano tenía un mejor aspecto, señal de que se había aplicado correctamente las dos cremas. Me levanté y alisé las arrugas de la falda del vestido, para luego encaminarme hacia la salida sin hablarle. Me calcé y volvimos a hacer el mismo camino a la inversa, bajo las mismas condiciones de antes, con las miradas y los cuchicheos a nuestro alrededor. ¿Es que no se cansaban?
—¿Por qué nos miran tanto?
— ¿tú qué crees? vamos vestidos raro, y estoy contigo y no con Peeta, seguro que creen que le he engañado contigo.
— Siempre fueron unos metomentodo en este distrito.
— La gente se aburre Gale, aunque las cosas hayan cambiado, la mayoría sigue viviendo como antes.
— La mayoría son estup…
—Gale, ya vale, deja de odiar tanto— vaya, debería de aplicarme mi propio consejo.
Seguí caminando un paso por delante de él hasta el Edificio de justicia. Entramos y fuimos directamente hacia el gran salón, el mismo hombre de antes comprobó nuestros nombres en una isla y pudimos entrar.
Busqué a Peeta de nuevo desde mi posición y cuando le vi otro trocito de mi mundo se derrumbó, hoy era el día de pasarlo mal, sí o sí. Bailando con Peeta, con una mano en su cintura y otra agarrada por la mano de él estaba Delly. Una hermosa y perfecta Delly. Su vestido lila se ajustaba perfectamente a su curvilíneo cuerpo, marcándole aún más su generoso busto. Ese escote insinuaba que lo que cubría la tela no era pequeño. Y Peeta estaba demasiado cerca de ella, también la agarraba de la cintura. Sonreía mientras que daba vueltas y vueltas al ritmo de la música. De vez en cuando reía a grandes carcajadas. Volvía a divertirse sin mí.
—Parece que el panadero se lo está pasando en grande— Al parecer Gale también lo había visto.
—Cierra el pico guaperas— me giré al reconocer la voz. Johanna me sonreía abiertamente
—Johanna…
—Descerebrada…— rodé los ojos a causa del cómico sobrenombre.
— Sabía que vendrías…
— no iba a perderme el cumpleaños de la gran Sinsajo…— resoplé pero ella me dio un furtivo abrazo.
Miré hacia donde debía estar Gale pero el ya se había alejado, asique volví a centrar mi atención en Johanna. Ella también se veía hermosa. No puedo evitar acariciar la cicatriz que ella misma me había hecho para quitarme el rastreador. Su pelo ha crecido desde la última vez que la vi, está perfectamente cortado a la altura de la oreja, completamente liso, con una pequeña diadema decorándolo para la ocasión. Su vestido verde realza el color de su piel, suspiré, todas las mujeres presentes a la fiesta estaban increíbles.
—¿tengo que darle una paliza a la rubia?— Miró a Delly sonriendo.
— No…— mi voz sonó demasiado triste— Peeta y ella son solo amigos.
— ¿Segura? Ella se está tomando muchas confianzas— en ese momento Delly le recolocaba la corbata a Peeta, él en ningún momento borro la sonrisa de su cara.
— segura, yo no soy tan divertida como ella.
—Pero él está contigo, te quiere y todas esas ñoñerías de enamorados.
—Eso creo…— Ahora fue ella quien puso los ojos en blanco.
—¿Ya has permitido que tu chico disfrute de los placeres carnales?
—¿Qué?
—Qué si tu y Peeta ya habéis tenido sexo.
— ¡Ssssssshhhhhh! ¡Johanna!— le tapé la boca completamente ruborizada— Sí…— susurré
—¿y qué tal?
— Duele como el demonio…— rió con una gran carcajada— pero después muy bien.
—¿Está bien dotado?— La miré interrogante— Qué si su miembro es grande— por suerte eso lo susurro, aún así enrojecí más.
— ¿Hay diferentes tamaños?
—Por supuesto…
— Pues no me parece adecuado contestar a eso.
— O sea, que no, si ya decía yo que tanto decorar pasteles…
— te equivocas…no tengo con qué comparar…pero bueno, pensé que no eran tan grandes.
—¿grande? ¿Cómo?— Me lo pensé dos segundos.
—Más de 20 centímetros seguro ¿eso es grande?
— JO-DER, eso es estar MUY bien dotado.
— ¿Y eso es bueno?
—Es más bueno que malo…
— no lo entiendo…
— Katniss, da igual, disfrútalo y punto.
El color rojo no abandonó mis mejillas hasta pasados unos largos minutos. En los que pude escudriñar toda la sala, buscando a las personas que conocía. Aunque para ser sincera la mayor parte del tiempo mis ojos estuvieron sobre Peeta y sus sonrisas estúpidas a Delly. La rubia empezó a caerme mal casi al instante. Sé que en el 13 había ayudado a Peeta y le había hablado bien de mí. Pero quizás todo eso era para ganarse su cariño y su corazón. Para robármelo, porque Peeta era mío. Siempre lo había sido, y quería que eso siguiera así.
Yo ya me había decidido por él, ahora el no podía dejarme. Ninguna hija de zapatero era mejor que yo ¿no? Apreté los puños hasta clavarme las uñas en las manos. Sabía perfectamente qué sentimiento era ese. Celos. Estaba completamente celosa. Y además tenía miedo. Peeta podía dejarme por ella. ¿A quien quería engañar? Delly era mucho mejor que yo. Seguro. Era más guapa, más alta, con más curvas, más pecho, no tendría pesadillas y además seguro que era una buena ama de casa, seguro que le encantaría cocinar con él.
Cuando Johanna se alejó de mí, con la excusa de saludar a un conocido, y me quedé sola, fui hacia la mesa donde estaba toda la comida y bebida. Tomé una copa en la que eché un líquido de color fucsia. Lo olí y lo probé. Estaba bueno, tenía la chispa del alcohol, pero no me importó, sabía bien, no iba a emborracharme con solo una copa. Luego, con la copa en la mano me dirigí hacia las sillas que había en uno de los laterales de la gran sala y me senté. Peeta aún ni se había dado cuenta de que estaba allí y eso me molestó aun más. Incluso pensé en acercarme a ellos, tirarle del pelo a Delly y arrancarle un par de mechones rubios para que al fin mi chico del pan se diera cuenta de mi presencia. Pero luego lo pensé mejor, no necesitaba montar un escándalo, bastante hablarían ya del baile de Peeta y Delly. Me negaba a ser la novia despechada. Lo sería pero solo en mi fuero interno.
Di un sorbo a la copa y suspiré cuando noté como alguien se sentaba a mi lado. Miré hacia esa dirección, cómo no...Haymitch, aunque no parecía tan borracho.
—Hey…
— Hey…— murmuré
—¿Cansada de bailar encanto?
— Sabes que yo no bailo— extrañamente su aliento no olía a alcohol.
— Pero tu noviete sí…— Le miró y suspiré sonoramente.
—Tengo ojos Haymirch— no quería sonar cortante, pero estaba enfadada con el mundo entero.
—¿Por qué no te acercas y le dices que has llegado?
— ¿Y quitarle la diversión?— sonreí tristemente—mírale…que feliz está.
— te equivocas pequeña…esta divirtiéndose, aunque parezca lo mismo, no es igual a estar feliz.
—lo que sea Haymitch
—¿Sabes cuando he visto feliz a Peeta?— esperó a que le mirara— cuando está a tu lado, cuando estas a menos de 30 centímetros de él, ahí Peeta sí es feliz.
—se que intentas animarme…— Chasqueó la lengua— Sé que Peeta me quiere… Pero mírales juntos…son perfectos.
— Bueno, Peeta ha elegido tu imperfección…
— ¿intenta ser un cumplido?
— intenta ser una forma de que abras los ojos, y de que apartes los celos…deberías haberle visto cuando te fuiste con Gale.
— ¿qué? El sabía que iba a curarle.
— Pero eso no evitó que los celos se apoderaran de él, Delly tuvo que tranquilizarle.
— Peeta ¿celoso?
— MUY celoso, creo que no quedó insulto que no recibiera Gale por su parte.
—Pues cuando se entere…— murmuré para mí misma.
—¿de qué?— me mordí el labio.
—Puede que Gale me besara en mi baño cuando fuimos a casa…— musité— sólo puede…
— ¿dejaste que te besara?
— ¡Ssssshhhh! No le dejé, me aparté, pero me beso unos segundos…y me siento culpable…y más ahora que estoy celosa.
— ¿se lo dirás?
— Tengo que hacerlo…no soportaría la culpa…se que le haré daño…pero mejor ahora que lo sepa ahora y no más tarde…no voy a ocultárselo, no se lo merece.
— como quieras encanto…pero ten cuidado, ya sabes que le pasa con los cambios de humor.
— lo sé, pero no tengo miedo de eso, tengo que decírselo.
— Está bien pero ten cuidado— Sorprendentemente mi mentor me beso en la mejilla, en una muestra de cariño que él no solía dar.
Volví la vista a Peeta que seguía agarrado a Delly bailando con soltura, como si llevaran años haciéndolo juntos. Suspiré de nuevo, ¿y si me acercaba? Me iba a levantar cuando la canción acabó y la gente en la pista aplaudió. Justo en ese momento los ojos de Peeta se posaron en los míos y como un acto reflejo, como si la cintura de Delly en ese momento tomara corriente eléctrica, Peeta la soltó, apartando la mano con demasiada brusquedad. Delly miró hacia donde Peeta miraba y su rostro se tornó aun más blanco. ¿Me tenía miedo? ¿De verdad? Eso era absurdo…
Peeta se giró hacia ella y supuse que le dijo que iba a venir a mi lado, puesto que a los pocos segundos se encamino en mi dirección.
— Has vuelto…
—Hace un rato, te dije que tardaría poco…
— Ya veo…¿Qué tal la mano de Gale?
— Supongo que bien.
—¿Supones?
— Me enfadé con él— suspiré mirando hacia los lados, varios ojos curiosos nos miraban, entre ellos los de Haymitch que no he había apartado de mi lado— ¿Podemos ir a un sitio más intimo? Tengo que decirte algo…
Vi la preocupación y la duda en sus ojos. Trago saliva pesadamente y miro a Haymitch, por el rabillo del ojos vi que este asentía.
—supongo que podemos ir a una de las salas más pequeñas que están aquí al lado…
Peeta me tomó de la mano y tiro de mí para que le siguiera. Tuvimos que sortear a la gente y hacernos unas cuantas fotos antes de abandonar la sala y encaminarnos hacia otra habitación. Cuando entramos Peeta cerró la puerta y para asegurarse de que nadie nos molestamos cerró con llave, ya que la pequeña llave dorada estaba dentro de su cerradura. La habitación parecía un pequeño pero lujoso despacho. Las pareces estaban decoradas con tapices rojos con dibujos dorados, muy parecidos a los de las cortinas del gran salón. El gran ventanal estaba semicubierto por dos grandes cortinas a juego con las paredes, delante de éste, había una enorme mesa de caoba con su enorme silla de cuero a juego. Sin duda aquello imponía, incluso más que el enorme salón de baile. Peeta se apoyó contra la enorme mesa, cruzando los brazos sobre el pecho, en una posición defensiva.
— ¿y bien? ¿qué pasa Katniss?— suspiré apartando la mirada jugando con mis propios dedos, las lágrimas empezaron a pedir permiso para asomar tan pronto como pensé la frase que iba a decirle.
— Gale me besó.


miércoles, 18 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 25



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



— ¡Catnip! ¡Catnip!¡Katniss!
Seguí corriendo todo lo rápido que esos zapatos me lo permitían a través del pasillo del Edificio de justicia, sabía que él me seguía, podía oír perfectamente como sus zapatos golpeaban contra el suelo de cerámica, cada vez más cerca. Para mi sorpresa encontré una puerta entreabierta la abrí del todo y entre en esa estancia. Cuando intenté cerrar la puerta algo me lo impidió y un desgarrador grito se oyó al otro lado de la puerta. La volví a abrir temerosa y allí estaba el culpable de mi último sueño, encogido agarrándose la mano izquierda.
— ¡Maldita sea Katniss!
—¿Qué…?
—Me has pillado la mano con la puerta, podías tener un poco más de cuidado.
— Lo siento…
—¿Por qué huyes de mí?
— no quiero verte Gale.
—¿Por qué?—Parecía enfadado, no sabía si por lo que le había dicho o por el dolor en la mano.
—Sabes porque, si quieres estar cerca de mí no vuelvas a preguntarlo— pronuncié las palabras entre dientes, apretando los puños alrededor de la tela del vestido.
—Katniss…yo…
—Cierra la boca Gale— Suspiró.
En ese momento sus ojos se clavaron en los míos y no pude descifrar lo que se leía en ellos, ya que era un conjunto de varias cosas, desde la pena al dolor. Aparté la mirada avergonzada y la dirigí a su mano magullada, la verdad es que debía haberle golpeado fuerte puesto que el dorso de la misma estaba empezando a tornarse de un tono púrpura. Suspiré sintiéndome culpable por ello, solo quería alejarme de él, no hacerle daño.
— En casa tengo algo para eso— señale su mano con mi barbilla— ven conmigo…
— Estoy bien…
— Voy a avisar a Peeta— no le hice caso deliberadamente— le diré que regreso en unos minutos.
— Va a pensar lo que no es Catnip— intentó bromear, pero a mí no me resultó gracioso.
— Peeta confía en mí, no tiene de qué preocuparse ni lo más mínimo— intenté sonar cortante, pero con Gale, pocas veces me funcionaba.
—Como quieras, te espero aquí.
—Bien
Retrocedí por el pasillo con los sentimientos agolpándose en mi corazón y llegando a mi cerebro, atontonándolo. Iba a estar a solas con Gale. En mi casa. Los dos solos. Me mordí el labio sin saber muy bien el porqué de mi nerviosismo y entre en la sala en busca de Peeta para decírselo. Tardé unos minutos en encontrarle. Cuando le vi mi mundo se derrumbó un poco más. Estaba al fondo del gran salón rodeado de gente y con un bebé con un suave cabello color bronce cubriéndole la cabeza. No tardo en reconocerle. Es el hijo de Annie, y cada día se parece más a su padre. Pero no es el bebé el que me hace estremecer, no, es ver a Peeta con él en brazos, es ver como mi chico del pan acuna al bebe de apenas 6 meses, haciéndole carantoñas, es ver como ríe cuando el bebé le devuelve la sonrisa. Ver a Peeta con un bebé me hace enfermar.
A Peeta le gustan los niños, lo sabía perfectamente, más de una vez le había visto regalar pasteles a niños que apenas conseguían dar sus primeros pasitos, casi todos de la Veta. Se divertía viéndoles hacer esos gorgoritos y se reía cuando posaban sus sucias manos sobre él para que los cogiera. Y sabía lo que tarde o temprano pasaría. Querría uno propio. Peeta querría un bebé suyo, de su sangre. Me lo pediría. Y yo me negaría a traer un crío a este mundo. No iba a ver sufrir a ningún hijo mío. No iba a obligarle a tener una madre desequilibrada y un padre que a veces perdería el norte y querría matar a su madre. Un bebé no necesitaba unos padres así. No podía sufrir innecesariamente. No debían. Peeta y yo no podíamos tener hijos, y eso sería algo que a Peeta le costaría entender. Pero tendría que hacerlo. Yo no iba a ser madre.
Annie tocó el brazo de Peeta y le indicó mirándome que estaba allí. Él sonrió mirándome y luego miró al niño sin borrar la sonrisa de sus labios. Y he de reconocer que esa sonrisa en Peeta era completamente adorable. Dulce y pura. Demasiado dulce para una personita que apenas conocía por unas pocas fotos que Annie nos había enviado. Pero parecía no importarle. Con esa sonrisa en su boca se acercó lentamente a mí. Atravesando todo el salón ante la atenta mirada de las personas.
— ¿Cómo te encuentras?— susurró sin dejar de arrullar al bebé, que posó sus enormes ojos en mí.
— Mejor…
—¿segura?— asentí con fuerza. Peeta con cuidado de no aplastar al bebé depositó un suave beso en mis labios.
— Sí...tranquilo— esbocé un pequeña sonrisa.
— ¿Quieres cogerle?— me ofreció el bebé con una sonrisa
— ¡NO!— retrocedí un paso, y me di cuenta de que quizás había sido demasiado brusca— se me caería…— intenté arreglarlo.
— Esta bien…
— Yo…— eso iba a ser más difícil de lo que pensaba— ehm…le he hecho daño a Gale y tengo que ir a curarle
— ¿qué?
—Peeta…volveré pronto— la sonrisa de sus labios desapareció rápidamente e incluso apartó su mirada de mí, centrándola de nuevo en la personita que tenía en brazos.
— de acuerdo…
— ¿todo bien Peeta?— noté como apretaba la mandíbula, empezaba a temer que tuviera un ataque, asique intenté coger al niño por instinto, pero él volvió a clavar sus claros ojos en mí.
—Sí, no tardes
Iba a darse la vuelta cuando le tome del brazo y me pegué a él para buscar su boca y colocar mis labios sobre los suyos. Acto seguido los recorrí con la lengua y cuando me lo permitió pasé a jugar con la suya, en un beso lento y suave, que aún así hizo que una leve hoguera se incendiara en mi interior. Jadeé contra sus labios y él se apartó con una leve sonrisa.
— Katniss… recuerda que esta noche te ayudaré— me mordí el labio.
— Quizás tengas que ayudarme antes, no sé si aguantaré a Gale.
— ¿Quieres que vaya yo?
— No, yo causé el daño yo lo arreglaré. No debió seguirme.
— ¿qué le hiciste?
—Le pillé la mano con la puerta— la verdad, es que viéndolo desde fuera sonaba divertido, y a Peeta le debió parecer igual puesto que dejo escapar una leve carcajada.
— Estúpido.
— Peeta…— le regañé sonriendo— fue mi culpa.
— Lo que sea, no tardes, ya te echo de menos
— lo sé…— sonreí divertida y volví a besarle, para luego encaminarme de nuevo a la salida.
Gale me esperaba en el pasillo sujetándose la mano, me miro interrogante, pero no le dije nada, simplemente seguí caminando, él me siguió solo un paso por detrás de mí. Sí cuando hice el camino contrario nos miraban con incredulidad a Peeta y a mí, ahora con Gale era completamente aterradoras todas las miradas. Pronto empezaron los murmullos y los cuchicheos, la gente susurraba mirándonos, suponiéndose cosas que no eran. No debía importarme, pero me importaba, me importaba todo lo que aquellas personas hablaran sobre mí, más que nada lo que podrían llegar a decirle a Peeta, me importaban sus sentimientos. Pero pensándolo bien no tendrían mucho de lo que hablar, Gale siguiéndome por las calles del distrito, nada más. Ni siquiera íbamos hablando, no nos tocábamos, solo me seguía.
Cuando entramos en la Aldea de los vencedores respiré más tranquila, ahí nadie nos miraría para luego cuchichear algo sin sentido. Llegamos a mi casa a los pocos minutos. Abrí la puerta y por primera vez en todo el rato dejé que me adelantara y le dejé entrar primero. Nada más entrar me descalcé, suspirando de placer al sentir el suelo plano y fresco bajo mis doloridos pies. Odiaba esos zapatos. Le indique que me siguiera de nuevo y subimos al baño de la planta superior. Ahí tenía el botiquín con todas las medicinas.
Se quitó la chaqueta de su traje quedándose solo con la camisa. Tragué saliva al comprobar que sus músculos eran más potentes, Gale estaba más fuerte que antes, y fijándome en su cara, ésta era más madura, ya no quedaba nada de la adolescencia en sus rasgos. Además parecía más alto. Estaba más atractivo que nunca. Suspiré sintiéndome una estúpida por esos pensamientos y observe su mano. Uhg, aquello debía doler de veras, estaba completamente hinchada y morada.
— ¿y si está rota?— susurré mientras que él se sentaba en el borde de la bañera
— Katniss, tienes fuerza pero no tanta— rió.
— Tu mano no opina lo mismo.
Me senté a su lado y tomé su mano herida. Una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo desde la yema de mis dedos hasta mi bajo vientre, contrayéndolo, aún así la ignoré y continué observando el golpe.
— Aplicaré una crema para el dolor y otra para el hematoma…se te pasará enseguida.
—Genial…
Me levanté aun con la sensación del cosquilleo en los dedos y abrí el armario donde guardábamos las pocas medicinas que usábamos habitualmente. Rebusque en busca de los dos ungüentos y haciendo gala de mi nerviosismo dejé caer una de las cajas que estaba ahí guardada. Gale se levanto para atraparla en al vuelo pero no lo consiguió, tuvo que cogerla del suelo. Quise que me tragara la tierra cuando vi la caja que era. Ni siquiera recordaba que Peeta hubiera guardado ahí la caja de pastillas anticonceptivas que había comprado él, aunque fuera lo lógico, no la recordaba, me maldije por no guardarla junto a la que compré yo en la mesita de mi habitación.
— Uh…oh…Vaya…— Musitó con cara de sorpresa. Yo solo suspiré.
— No esperaba que vieras eso, Gale —Me entregó la pequeña caja blanca y rosa.
—Ya…— suspiró también pasándose la mano sana por el pelo— Así que Peeta y tú vais en serio.
— Completamente.
— Y os cuidáis.
— ¿Qué?
— Las pastillas, usáis protección.
— Ah…sí, claro. Ya sabes mi opinión sobre los hijos.
— Supongo que me alegro.
— ¿De qué me cuide?— usé sus mismas palabras.
— De vuestra relación.
— No se te ve muy contento— su sonrisa fue triste mientras se incorporaba
— Sí, suponía que yo…
— ¿Qué tú qué?
No dijo nada, consiguió pegarme a la pared del baño apoyando su cuerpo contra el mío. No entendía su reacción. Pero aún así mi corazón se aceleró al igual que mi respiración. Mi pecho subía y bajaba al recordar el estúpido sueño de la noche anterior. Gale sonrió de lado al comprobar mi vergonzoso estado. Recorrió con sus dedos mi mejilla y mi cuello haciéndome jadear sin poder evitarlo.
—Apártate Gale
— Algo me dice que no quieres que lo haga.
— Hazlo…no me des otro motivo para odiarte.
—Tú no me odias— olió mi pelo y tuve que cerrar los ojos ante la sensación.
— No me obligues a ello, Gale…— intenté apartarme, pero obviamente él era más fuerte. No conocía a este nuevo Gale, y me asustaba.
—Sé que deseas esto…y la verdad es que yo también…somos muy parecidos, estamos destinados a estar juntos.
Le miré directamente a los ojos, tenía razón éramos completamente iguales. Puro fuego corría por nuestras venas, y estaba ese leve cosquilleo en mi vientre dirigiéndose hacia la unión de mis piernas por encontrarme así. Era el destino. Fuego con fuego. Sus labios se acercaron a los míos lentamente. Iba a besarme, y yo iba a dejar que me besara. Fuego, sus labios eran fuego. Dejé que posara sus labios sobre los míos y que su lengua se encontrara con la mía. Pero me aparté rápidamente, haciendo acopio de todas mis fuerzas conseguí apartarle de mí. No necesitaba su fuego. Yo ya tenía suficiente. Necesitaba una razón para seguir, una razón de ser. Y esa razón es el pan, el pan necesita del fuego para formarse, y el fuego necesita el pan para tener una razón por la que existir. Yo necesito a Peeta, a nadie más. No, no le necesito. Amo a Peeta. Eso iba más allá de la necesidad.
— No Gale, no creo en el destino, y si fuera así mi destino es Peeta. Solo existe Peeta para mí.
— Eso no es cierto.
— Lo es, aunque no lo creas, lo es Gale. Le he elegido a él, desde siempre ha sido él. Lo siento.
— le necesitas para sobrevivir…
—No, le necesito para vivir. Solo porque le amo. Sin él estaría incompleta. Entiéndelo Gale, podría sobrevivir sin ninguno de vosotros, pero a Peeta le necesito en mi vida. Le amo, y él lo sabe.
Y con esa última frase, le lancé los dos botes de ungüento y salí del baño para que el mismo se aplicara las malditas cremas.


lunes, 16 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 24



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Miré el vestido que había dejado sobre mi cama aún envuelta en una toalla. Había aceptado ir a la fiesta, pero aunque me llamaron, rechacé el tener un equipo de preparación. Yo misma elegiría mi vestido y yo misma me prepararía aunque lo hiciera mal, aunque pareciera un chiste de lo que mis apariciones televisivas habían sido. No me importaba.
Elegí uno de los vestidos diseñados por Cinna, cuando lo saqué del armario y acaricié la suave tela me estremecí recordando la última vez que había visto al hombre que había creado esa maravillosa prenda. Había dejado la prenda sobre la cama y echado a correr hacia la ducha. Pero ahora ya no había vuelta atrás. Había elegido el perfecto vestido, hecho a medida para mí e iba a ponérmelo. Con todo el dolor de mi alma iba a ponerme otro diseño de Cinna. Y esperaba que todo el mundo supiera que era obra suya.
Cogí la ropa interior, unas minúsculas bragas de encaje negro, me la puse y luego me metí en el maravilloso vestido. No podía llevar sujetador porque el escote sin tirantes no lo permitía, aun así el vestido se adaptaba perfectamente a mi contorno y además en la zona del pecho llevaba algo que hacía que este se viera más abundante de lo que era. Aún me costaba entender las modas del Capitolio antes de la revolución. Acaricié de nuevo la tela después de subir con cierta dificultad la cremallera de mi espalda. Coloqué la vaporosa falda y suspiré. La falda tenía una enorme raja que llegaba casi al principio de mi muslo. Resoplé, quizás no era tan buena idea ponerme aquel vestido y dejar a la vista esa pierna. ¿No sería demasiado atrevido?
Pero justo en el momento en el que mis manos se dirigían hacia la cremallera de nuevo recordé las palabras de Peeta, le gustaba que fuera atrevida. Bien, pues incluso en esa fiesta iba a serlo. Iba a demostrarle que estaba cambiando y que ya no era tan inocente. Volví a recolocarme la falda y suspiré. Al menos el color me gustaba, completamente negro salvo una discreta pedrería sobre el torso de color rojo intenso. Sus destellos recordaban a las chispas del carbón. La frase "la chica en llamas" viniendo de la boca de Cinna golpeó en mi memoria con fuerza, una fuerza abrumadora.
Tuve que sacudir la cabeza para eliminar los pensamientos negativos, y aunque no se fueron del todo conseguí poder arreglarme el pelo. No podía llevar mi trenza, aunque era lo que más deseaba, por lo que intenté hacerme uno de los recogidos que mi madre me hacía para la Cosecha. No quedó perfecto, y algún mechón se escabulló del agarre de las horquillas, pero le daba un toqué rebelde, y ese toque me gustó.
Desgraciadamente la peor parte llegó demasiado pronto. El maquillaje. Odiaba cuando mi equipo de preparación ocultaba mis rasgos bajo una máscara para luego rehacerlos a su gusto. Esa no era yo. Saqué del armario del baño la pequeña cajita con el poco maquillaje que había dejado mi equipo de preparación antes del Vasallaje y rebusqué en ella, seguro que había algo que supiera usar. Bien, rápido encontré un lápiz que recordaba que habían usado para delinear el exterior de mis ojos, eso hacía que la mirada gris fuera más intensa, y no me desagradaba. Uno, dos, tres…y hasta seis intentos tuve que hacer para que la línea quedara medianamente recta y aceptable en mi ojo izquierdo. Con el derecho fue más fácil, solo necesité la mitad de intentos. Me separé un poco del espejo, bien, a penas se notaba, pero lo suficiente para dar esa mayor intensidad. También encontré varios lápices que servían para los labios, de todos los colores inimaginables. Azules, morados, naranjas e incluso negro. Iba a rendirme cuando encontré uno de color rojo. Lo probé, pintándome los labios detenidamente. Arrugué el ceño al mirarme con detenimiento. Demasiado llamativos. Iba a ser el centro de atención sin necesidad de llevar unos labios tan visibles. Tomé un poco de papel higiénico y me los limpié. Maldita sea el pintalabios no se iba del todo. Me mordí el labio inferior volviendo a darme un vistazo general. Los labios aunque seguían rojos, ya no eran tan llamativos, tenían el mismo color que cuando me pasaba horas compartiendo besos con Peeta. Ahora eran de un rojo natural.
Decidí finalmente dejarlos como estaban. Volví a recolocar la falda por enésima vez y regresé a la habitación para calzarme los malditos zapatos. Aún me preguntaba cómo podía mantener el equilibrio con esos extraños zapatos, donde la parte del talón se elevaba de forma sustancial en comparación a la puntera, esos debían de tener una elevación de unos 10 o 12 centímetros.
En cuanto me los puse bajé las escaleras hacia el salón. Peeta ya debía de estar esperándome desde había horas. Entré en el salón nerviosa. ¿Qué pensaría Peeta de mi atuendo? ¿Y si no le gustaba? Aún no podía creer que hubiera aceptado ir a ese maldito evento. No podía creer que aun permitiera que jugaran con mi vida de esa forma. Mi idea habría sido pasar mis cumpleaños con Peeta solamente, que el hiciera una tarta y quizás invitar a Haymitch a tomar un trozo. Nada más, algo simple, y quizás ni eso, solo lo celebraría por Peeta, porque sabía desde hace tiempo que a Peeta le habría gustado.
Carraspeé al entrar ya que mi chico del pan restaba leyendo un libro. Me miró y una amplia sonrisa se formó en sus labios. Se levantó y sonreí también, estaba especialmente guapo. No era la primera vez que le veía en traje, ni la primera vez que le veía tan bien peinado, pero hoy tenía algo, un brillo en los ojos que le daban un aire diferente y mejor a como lo había visto hasta ahora.
—Estas…
—¿Rara?
— Espectacular…—No pude evitar sonreír aún más.
— ¿Crees que el vestido ha sido una buena elección?
—El vestido es perfecto…— Posó sus labios sobre los míos de manera muy dulce.
— Tú también estás perfecto…—noté como se ruborizaba levemente, algo que me hizo sonreír.
— No puedo creer que te ruborices Peeta…
— No me he ruborizado…
— Claro que sí— besé su mejilla.
—Katniss…—se apartó un paso de mí, algo que me puso muy nerviosa—Sé que habías dicho nada de regalos…pero…creo que a ese vestido le falta algo.
— ¿qué?
—Date…date la vuelta—Le miré sin entender nada—Por favor…— suplicó cuando no le hice caso.
Suspiré y le di la espada lentamente. Oí como se acercaba de nuevo a mí, pasó sus brazos por delante de mí y me colocó algo al cuello, después me lo besó. Miré hacia abajo y de mi cuello colgaba una pequeña bolita plateada. La cogí con los dedos y algo tintineó en su interior. Lo observé detenidamente. La bolita en realidad no era maciza, era una esfera que tenía varios dibujos y relieves, dejando ver lo que había en si interior, que era otra bolita de color blanco nacarado. Peeta lo tomó entre sus dedos y apretó el enganche, con lo que la bolita plateada se abrió dejando ver la de su interior, era la perla, mi perla.
—oh…
—¿no te gusta?— volvió a cerrar la bolita principal.
—Me…me encanta Peeta—susurré—es precioso…me encanta.—Me lancé a sus brazos y me abracé a él fuertemente luchando para que las lágrimas no hicieran acto de presencia.
— Es…lo que llaman un "llamador de ángeles" se supone que si lo haces sonar…—agitó un poco la bolita y esta tintineó— Tu ángel guardián acudirá a protegerte…
— No hace falta que lo use…mi protector esta a mi lado siempre— rocé mi nariz contra la suya y él mismo me besó.
—No es para tanto, además, tu eres la que siempre me ha protegido a mí.
— Cierto…pero tú me salvas de mis pesadillas, eso es más importante— sonreí ampliamente y nuestros labios volvieron a unirse, luego besó mi frente.
—¿Preparada?— Negué con la cabeza, sacudiéndola con fuerza.
—Pero debo hacerlo ¿no?— Asintió y me cogió la mano para luego besármela.
Salimos de la casa sin soltarnos de la mano, e incluso luego en la calle seguimos agarrados. Mis manos sudaban poderosamente, y estaba segura de que Peeta podía notarlo, pero aun así su agarre era firme. Salimos de la Aldea de los vencedores a los pocos minutos, y nos adentramos en el pueblo. Aunque el sol se había ocultado hacia un rato, aún era de día y la gente nos miraba con curiosidad a Peeta y a mí. Algo que hacía que me pusiera aún más nerviosa y horrorizada. No me gustaba llamar la atención y con ese vestido era lo que estaba consiguiendo.
Poco después habíamos llegado al Edificio de Justicia. Justo cuando estábamos enfrente de la puerta dejé de andar y retrocedí unos pasos soltando la mano de Peeta.
—No…no puedo hacerlo—susurre con una voz que casi no pude oír ni yo— Creía que si pero no…no puedo Peeta…
—Katniss…estoy contigo, estaré contigo, siempre.
Alzó su mano hacia mí, con una súplica en su cara y no pude rechazarla, volví a agarrar su mano con fuerza, me atrajo hacia él, y me beso con ternura. Una ternura casi infinita, como pocas veces me había besado, tan tierno que creía que me derretiría entre sus brazos. Atrapé su labio inferior con mis dientes y sonreí.
—Siempre…—musité.
Tomando una gran bocanada de aire entramos en el edificio. No sabíamos muy bien dónde ir, pero Peeta siguió el sonido de la suave música hasta el fondo del pasillo. Allí frente a una gran puerta había un hombre completamente uniformado, no era el mismo uniforme de los antiguos agentes de la paz, pero era muy parecido al de ellos, y eso fue algo que me intranquilizo aún más. Peeta tuvo que tirar de mí para acercarnos al hombre. Me di cuenta de que en sus manos tenía unos papeles cuando hizo un gesto para que nos detuviéramos y leyó algo en ellos, para después abrir la puerta.
La música se hizo más fuerte y Peeta volvió a tirar de mí con suavidad para entrar en la sala. Cuando entramos la inmensidad de aquella habitación me abrumó. Era una enorme estancia en la que el techo estaba a al menos diez metros sobre el suelo, ni por asomo pensaba que dentro de ese edificio podía entrar una habitación así de grande. Del alto techo colgaban 5 enormes lámparas de cristal, con decenas de bombillas cada una que hacían que las lágrimas de cristal de sus brazos resplandecieran como si tuvieran vida propia. Los enormes ventanales estaban cubiertos por unas cortinas blancas con dibujos dorados que recordaban a las enredaderas que subían las paredes de algunas de las casas de la Veta. En las pareces, había cientos de pinturas, parecidas a las que hacía Peeta de gente bailando o niños con alas, ángeles, todas ellas con marcos dorados. Al fondo, había una enorme mesa con todo tipo de manjares y bebidas, incluso desde tan lejos me llega el olor de la comida. No pude identificar de donde provenía la música, en el centro de la enorme sala había varias parejas bailando, divirtiéndose.
Todo aquello me asqueó, sobretodo la gente riendo y pasándoselo bien, gente que no conocía. ¿Por qué aquellas personas estaban allí? No me conocían, no sabían nada de mí salvo que era el maldito sinsajo, y aun así estaban en la celebración de mi cumpleaños. Era repugnante, no tenía otra palabra para describirlo. Miré a Peeta y mi cara tuvo que reflejar mis sentimientos, puesto que él sonrió y beso el dorso de la mano que aún tenía agarrada.
Paseé mi mirada por la sala, por cada una de las personas que había allí. A algunos les recordaba del distrito trece, pero a otros, la inmensa mayoría no conseguía ubicarles en ningún sitio, posiblemente porque no les conocía. Sabía perfectamente que habría gente de todos y cada uno de los distritos del país, incluso gente del mismísimo Capitolio, pero la verdad, no me importaba de qué distrito fueran, eran desconocidos, y no quería que decenas de desconocidos me felicitasen o me regalasen cosas estúpidas.
Oí a Peeta susurrarme al oído un tu si puedes justo en el momento en el que fijé mis ojos en otros ojos grises que me miraban. Mi terror se hizo realidad. Allí estaba, él, el culpable de una gran cantidad de mis pesadillas, y de ese último sueño tan ilícito. Y para mi desgracia estaba especialmente atractivo. Su pelo había crecido de manera notable, y sus músculos se habían ensanchado, aunque su espalda no llegaba al tamaño de la de Peeta se adivinaba poderosa debajo de aquel perfecto esmoquin negro.
Apreté más fuerte la mano de Peeta, con demasiada fuerza, sabiendo que, si no fuera porque Peeta tiene unas manos poderosas, se la habría roto ya. Pude notar como su cabeza giraba de mí hacia el punto fijo donde mi vista descansaba. Supe por su apretón que también le vio. O quizás fue porque me rodeó la cintura con un brazo cuando Gale comenzó a acercarse con grandes zancadas.
— Gale…
— Tranquila…— noté su beso en la sien mientras que Gale cada vez estaba más cerca de nosotros.
— ¡Catnip!— gritó cuando estuvo a menos de diez metros de nosotros.
Miré con pánico a Peeta, conseguí deshacerme de su agarre y salí corriendo de la sala sin esperar a que Gale se acercara más a mí.


miércoles, 11 de julio de 2012

Aprendiendo:Capitulo 23



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


—No voy a ir, no insistas Peeta…
— Tienes que ir…SABES que tienes que ir— Recalcó fuertemente la palaba "sabes".
— Y tú SABES… — recalqué también esa palabra como había hecho él—…que no puedo.
— Eres fuerte…podrás…
—¡NO!—Me tapé completamente con las sábanas.
Noté el peso de Peeta en la cama cuando se sentó en ella. Hacía un rato que se había levantado, había curado mis nudillos y acababa de darse una ducha y sólo llevaba puesto una minúscula toalla alrededor de la cintura.
—Katniss…
Consiguió meterse bajo las sábanas conmigo. Me miró y suspiró. Mis ojos debía estar de nuevo completamente rojos, después de que hiciéramos el amor volví a llorar como una niña pequeña. No podía evitarlo, todo aquello me superaba, no quería ver a toda esa gente. Solo quería que mi mundo se cerniera a esa habitación, a Peeta y a mí. No necesitaba a nadie más. Ni siquiera a Haymitch que aunque odiara reconocerlo era casi como una padre. No le necesitaba.
Fruncí lastimeramente el ceño mirándole a los ojos, no entendía porque no me comprendía, sabía perfectamente como me sentía, el más que nadie sabía por todo lo que estaba pasando. Todo lo que habíamos pasado. Me parecía increíble que después de todo el sí quisiera asistir a esa estúpida fiesta. Además un cumpleaños no era tan importante, solo una año más de sufrimiento. Acarició mi mejilla y cuando cerré los ojos por la caricia también paso sus dedos por mis párpados. Negué con la cabeza notando como las lágrimas volvían a escocer en mis ojos.
— no puedo ponerme un vestido bonito y celebrar la rebelión…celebrar todas las muertes…Peeta…
—Es celebrar tu cumpleaños— Bufé.
—No es por mi cumpleaños, ¿no lo entiendes?
—Lo sé, Katniss lo sé…— Se pegó más a mí— Pero debemos hacerlo…
— No quiero sufrir más, y verles…
— ¿Verles o verle?— Aparté la mirada mordiéndome el labio— Él no tuvo nada que ver…
—Cállate Peeta— coloqué mi mano sobre sus labios— no quiero hablar de eso.
Me besó la mano y la aparté para rodearle la cintura con ese brazo y usar su pecho como almohada. Así me sentía segura y protegida. Nunca había sido una persona débil, o eso creía. Desde los 11 años había luchado con todas mis fuerzas, incluso había sobrevivido a dos Juegos, pero ahora, me sentía completamente expuesta. Y todo era por culpa de mis sentimientos. Por culpa de sentir amor. Pero no me arrepentía de sentirlo, era de lo único que estaba segura. No me arrepentiría nunca, o al menos eso esperaba.
—¿Lo pensaré vale…?— susurré— al menos…voy a pensarlo…— noté como asentía y me abrazo más.
Pasamos bastante tiempo así, abrazados sin movernos. Luego él se levanto y me trajo algo de desayunar, apenas comí nada, y porque Peeta no dejó de insistir. El hambre se me había ido a los pies. Dejé que me alimentara pero luego le pedí que me dejara sola, lo hizo a regañadientes, pero lo hizo, por lo que pasé la mañana llorando bajo las sabanas, desnuda y con el pelo revuelto y enmarañado.
El alivio que sentí al hacer el amor con Peeta se había esfumado y la verdad era que volvía a necesitarle, necesitaba sus manos y su boca en mi cuerpo, su miembro en mi interior. Lo necesitaba para olvidar. Olvidar que esta tarde tenía que enfrentarme a uno de mis miedos. Había encontrado la mejor forma de olvidar. De eliminar el llanto. Y además estaba el placer que sentía gracias a las manos de mi chico del pan. Si por mí fuera, me pasaría todo el día dejando que me hiciera el amor. Enredada a sus caderas. Me froté las sienes, mi intimidad palpitaba solo de imaginarlo, de recordarlo.
Me levanté y busqué en mi armario algo cómodo que ponerme ni siquiera me paré a pensar en la ropa interior, aunque sí que la elegí de aquella que el Capitolio había dejado. Me trencé el pelo y baje a la cocina con intención de devorar la boca de Peeta. Pero al entrar en la cocina a quien primero vi allí fue a Haymitch devorando un plato de comida, Gruñí porque mis planes se habían ido por la ventana.
— Come más despacio Haymitch o te atragantaras…— Me miró entrecerrando los ojos.
— Es mejor que te preocupes solo por ti, preciosa— suspiré y miré a Peeta que estaba sacando unos bollos del horno.
Dejó los bollos sobre la encimera y se acerco a darme un casto e insuficiente beso.
—¿ ya te has decidido? —Negué con la cabeza y él beso mi frente con ternura.
—¿Decidirse?— Ambos miramos a Haymitch— no hay nada que decidir, irás a esa fiesta.
— No te metas en esto…
— Tengo que meterme, quieras o no sigo siendo vuestro mentor.
—Despierta Haymitch, los Juegos ya se han acabado…
—Encanto, una vez que vas los Juegos nunca acaban, tu más que nadie debería saber eso…— eso ultimo me dejó sin palabras, quise contradecirle, pero en mi interior sabía que era verdad.
—De todas formas, el ir o no, es mi decisión ¿Es mi cumpleaños no? Yo debería decidir si lo celebro o no.
—Mira bonita…— suspiró y dejó de hablar de repente, algo que me descolocó.
— ¿qué? Continúa— negó con la cabeza pausadamente.
—¿Debería felicitarte?— cambió de tema rápidamente.
—Ya sabes la respuesta…¿no?
—Tengo un reg…
— NO, no quiero un regalo, nada de regalos…— Ambos suspiraron.
Di la conversación por finalizada, así que me puse a colocar la mesa para comer Peeta y yo, aunque Haymitch ya estuviera acabando. Nos sentamos a comer en un silencio incómodo, sin mirarnos a la cara. Miré la comida en mi plato, era otra de las exquisitas recetas que Peeta solía preparar. Tomé un trozo con el tenedor, me lo lleve a la boca, y después de dar mil vueltas en mi boca la comida descendió por mi garganta. Papel, todo me sabía a papel, incluso el agua que usé para que la comida bajara mejor. Suspiré y removí la comida del plato sin volver a probar ni un solo bocado. Cuando levante la mirada, los dos hombres me estaban mirando. Rodé los ojos.
—Dejad de mirarme así, no tengo hambre eso es todo— Fijé la vista en Peeta— de verdad…— Él solamente asintió.
Haymitch se levanto en ese momento y le dio una palmadita a Peeta en el hombro.
— He de dar de comer a los gansos y prepararme para la fiesta— temblé solo de oírlo.
—Nos veremos allí…—La voz de Peeta fue solo un murmullo casi inaudible. Haymitch asintió y abandonó la cocina, poco después oímos como se cerraba la puerta que daba al exterior.
Peeta se levanto en silencio para recoger los platos. En su cara se podía leer claramente la decepción mezclada con la preocupación. Le miré mientras lo hacía, y como su cara cambiaba a la tristeza cuando tiraba a la basura la comida revuelta de mi plato. No pude evitarlo, me levanté de la silla de un salto y en cuanto se dio la vuelta choqué mis labios contra los suyos con fuerza, haciendo que retrocediera y su espalda golpeara la pared, a la vez que el plato se escurría de su mano y caía al suelo rompiéndose en mil pedazos.
Intentó protestar pero no se lo permití, mi lengua se metió entre sus labios para busca la suya y al poco esta salía a recibirla sin ningún miedo. Le besé con fiereza durante unos minutos pegando mi cuerpo al de él, haciendo que el fuego de mi interior se prendiera a la vez que empezaba a notar como la excitación de Peeta crecía. Mordí su barbilla y luego bajé a mordisquear su cuello haciéndole gemir cada vez que mis dientes atrapaban su piel.
Con un rápido movimiento le quite su camiseta y cuando intento hablar de nuevo volví a morderle los labios, besándole con toda la pasión que sabía darle. Yo misma me quité mi simple camiseta y pegué mi pecho desnudo a su fuerte torso. Gemí con solo ese contacto.
Las manos de Peeta volaron hacia mis pechos y los masajeó con una fuerza que hasta ahora no había utilizado provocándome una especie de dolor placentero. En un acto reflejo tiré de la cintura de su pantalón para que me siguiera hasta la mesa, donde me subí y deje que se colocara entre mis piernas a la vez que de un tirón Peeta se deshacía de mis pantalones dejándome tan solo con las braguitas puestas.
—¿Verdes?— Me miré. Ni siquiera recordaba el color de mis braguitas ni de cómo eran. Estas eran completamente de encaje con trasparencias por toda la prenda, dejando entrever cada rincón de piel que supuestamente cubrían. Además de ser de un color verde pino muy intenso.
— ¿no te agradan?
— No puedo creer que preguntes eso Katniss…— Volvió a besarme mientras que el mismo se desnudaba, mostrando su excitación haciendo que chocara contra mis ropa interior.
Gemí ante ese contacto tan íntimo, aún no me había acostumbrado a sentirle tan cerca, tan cálido. Clavé mis uñas en sus hombros cuando el chico del pan empezó a frotar su propia intimidad contra la mía sobre la tela que aún me cubría.
—Peeta…
Sonrió contra mis labios y continuó frotando mi punto de placer con su miembro, haciéndome gemir, haciendo que las palpitaciones de mi intimidad rogaran por ser atendidas y por tenerle en su interior. Yo misma agarre mi prenda y traté de quitármela, pero Peeta me lo impidió y al final fue él quien agarró la dichosa prenda y la deslizó por mis piernas besando en el proceso el interior de mis muslos.
— Peeta…ya…hazlo ya…hazme el amor…
Le necesitaba…necesitaba tenerle dentro, necesitaba olvidar todo el asunto de la fiesta, y había comprobado que solo sintiendo el calor de Peeta dentro conseguía borrarlo de mi mente. Conseguí que Peeta se colocara entre mis piernas de nuevo y mientras que volvía a posar sus labios en los míos le rodeé con las piernas, haciendo que se pegara más a mí, y que su intimidad chocara con la mía propia arrancándonos de la garganta un gemido a ambos.
Yo misma fui la que bajó su mano y coloqué el miembro de Peeta en la entrada de mi cuerpo. Le miré suplicando y lo hizo. Entro de mí suavemente, despacio, demasiado despacio para mi gusto en ese momento. Pero lo prefería así, mi interior no se había acostumbrado a la intromisión y notaba como el costaba dejar paso a esa dureza. Notaba como me estrechaba contra él, como le apretaba. Y eso parecía gustarle a Peeta, me di cuenta como él también aguantaba la respiración mientras que entraba en mí. Sus ojos cerrados y su boca entreabierta me invitaron a besarle cuando estuvo completamente en mi interior.
Fui yo la que empezó a mover las caderas sin cortar nuestro beso. El movimiento era sutil, demasiado suave, pero lo suficiente para que ambos empezáramos a gemir. Mis gemidos se convirtieron en gritos cuando Peeta empezó a salir casi al completo de mí y a volver a entrar con fuerza. Cada embestida era un intenso grito. Aunque pronto se convirtieron en un grito prácticamente continuado, cuando sus movimientos dejaron de ser lentos y pasaron a ser rápidos, sin perder la fuerza.
Yo no podía hace mucho más, asique me limité a no perder el agarre de Peeta con mis piernas y a clavarle las uñas en los hombros, mientras gritaba contra su cuello moviendo levemente mis caderas al compás del movimiento de Peeta. Con cada movimiento de cadera, una nueva corriente eléctrica me atravesaba. El fuego que se estaba concentrando en mi vientre gritaba a al unísono con mi garganta pidiendo explotar. Los movimientos de Peeta contra mi cuerpo me indicaron que el estaba a punto de derramarse en mi interior. Algo que llegó a mi sobreexcitado vientre, que sin previo aviso dejó que su fuego explotara recorriéndome completamente, incendiando cada célula de mi cuerpo. Sentí el calor de Peeta en mí y como sus movimientos se hacían poco a poco más lentos.
Me dejé caer sobre la mesa con los ojos cerrados y sonriendo. Temblaba levemente a causa de la excitación. Dejé mis piernas a cada lado del cuerpo de Peeta y el se inclino sobre mí, dejándome notar un poco de su peso y me besó dulcemente.
—Creo…preciosa…que me gusta esta nueva faceta tuya— consiguió decir entre jadeos y besos.
—¿Qué faceta…?—Mi respiración era tan errática como la de él.
—La de atrevida...aunque creo que la fiesta tiene algo que ver en todo esto ¿no es cierto?— Suspiré apartando la mirada de sus ojos azules.
— Tenerte…ehm…sentirte dentro de mí me hace olvidar… Pero obviamente no lo hago solo por eso. Me gusta hacer el amor contigo— Me besó dulcemente.
— A mí también me hace olvidar…y también me gusta hacerlo contigo.
—¿sabes Peeta?— Me incorporé quedándome sentada sobre la mesa— Ahora, después de sentir lo que siento contigo en esos momentos, siento que hemos que perdido el tiempo, las pesadillas habrían sido más fáciles de olvidar con esto.
—¿Olvidar con sexo?— Sonrió contra mis labios antes de depositar en ellos un casto beso.
—Lo nuestro no es solo sexo… Nosotros hacemos el amor…es el hecho de hacer el amor el que me hace olvidar.
Su sonrisa se volvió aún más intensa contra mis labios antes de volver a besarlos. Luego me abrazo apretándome contra su cuerpo con suavidad.
—Peeta…
— ¿hmmmm…?
— Iré a la maldita fiesta…— Asintió contra mi pelo.
— Después…me pasaré toda la noche haciéndote olvidar—Me estremecí al oírle susurrar eso contra mi oído y besé su cuello.
—¿Haciéndome el amor?
—Haciéndote el amor…