sábado, 28 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 28



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Los ojos de Peeta se estaban oscureciendo. Cuando le dije que Gale me había besado sus ojos se abrieron mostrándome toda su parte blanca y luego pude ver como su pupila poco a poco se dilataba llegando a borrar casi por completo el iris de aquel perfecto color azul.
— Peeta…tranquilízate…no fue nada más. No hubo nada más y me aparté…
Las lágrimas empezaban a concentrarse en mis ojos pidiendo salir. Hacía mucho tiempo que no veía así a Peeta, sus ataques habían disminuido mucho, tanto en número como en potencia.
El último había sido hacía más de dos meses en mi cocina, ni siquiera recuerdo qué fue el detonante aquella vez. Yo estaba cocinando y cuando me di la vuelta para mirarle estaba con los ojos fuertemente apretados y agarrándose a la parte trasera de una de las sillas. Me quedé estática, callada, y a los pocos minutos me miró. Estaba sudando pero sus ojos tenían su color normal. Me susurró un "estoy bien" y sonrió. Incluso después me dio un casto beso en los labios y continuamos el día con normalidad.
Pero ahora era diferente, sabía que era diferente. Sus ojos casi negros me lo decían. Apretó la mandíbula con fuerza me miró a los ojos de donde las lagrimas ya salían a borbotones y luego a mi cuello.
Cuando quise actuar fue tarde.
Sus manos se cernieron sobre mi cuello, y usando toda su fuerza empezaron a apretar, robándome el oxigeno. Forcejeé con todas mis fuerzas clavándole mis uñas en sus manos y muñecas pero no servía de nada el apretaba y apretaba tan fuerte que creía que iba a romperme el cuello antes de ahogarme.
Debido a mi torpe forcejeo mi espalda acabó contra la puerta del ostentoso despacho y el cuerpo de Peeta aprisionando el mío para que no me moviera. Sus ojos reflejaban todo el odio que en ese momento me tenía, y más que el hecho de estar quedándome sin aire lo que más me dolía era ver ese odio y esa rabia en sus ojos y su rostro. Ver su cara en ese estado me hizo aumentar la intensidad del llanto lo que provocó que el aire dejara por completo de entrar y salir de mi sistema.
Ya está, aquello acaba ahí. A manos del hombre al que amaba. Cuando empezaba a querer vivir de nuevo. Y no tenía miedo por mí, o al menos no mucho, tenía miedo por él. Por cómo se sentiría, porque sabía que no podría soportar la idea de haberme arrancado la vida. Y acabaría con la suya propia. Y a Peeta le quedaba mucho por vivir. Peeta tenía que ser feliz. Se lo merecía. Él más que nadie merecía ser feliz en esta vida.
Cuando noté que estaba perdiendo la consciencia hice un último acopio de fuerzas y como pude pegué mi cara a la suya y conseguí llegar con mis labios a los suyos. En ese momento estaban fruncidos por la rabia. Una de sus manos dejo de apretar mi cuello permitiendo que algo más de aire llegara a mí para tirar de mi pelo con fuerza. Me hizo gemir de dolor pero no aparté mis labios de él. Sorprendentemente los suyos se abrieron y dieron paso a su lengua que con fuerza se introdujo entre mis labios y buscó mi lengua. Le besé pensando que sería nuestro último beso. Sus agarres no habían disminuido de intensidad pero su lengua se movía dentro de mi boca con pasión.
Pero algo cambió la mano que agarraba mi cuello dejó de hacerlo y bajo hacia mi pecho izquierdo. Lo apretó y masajeó con fuerza. Su beso se había vuelto más voraz, más fiero. Pocos de los besos que me daba Peeta eran así. Tiró mas de mi pelo haciendo que quedara aún más expuesta a él y mordió mi labio a la vez que yo misma gemía y por fin podía tomar una gran bocanada de aire.
Pero el airé fue como fuego entrando en mi garganta magullada. Quemó de tal manera que no pude evitar toser. Por suerte pude apartarme de la cara de Peeta y toser contra su pecho. Manchando su camisa de sangre espesa, oscura. Peeta me soltó el pelo y pude encogerme. El dolor en mi cuello y mi garganta era completamente horrible. La tos no cedía y la falta de aire volvía a ser palpable. Tosí y tosí, pero ya no había sangre.
Miré a Peeta. Sus ojos estaban de nuevo azules y me miraban con horror. Sus manos tiraban de su propio pelo. Pasados unos segundos se arrodilló frente a mí, ahora el lloraba como un niño pequeño. Aquello me rompió el corazón. Pero no podía decir nada. La tos por culpa del fuego en mi garganta no paraba.
— Katniss…Dios mío ¿qué he hecho?— intenté hablar pero no salió ningún sonido de mi garganta. Así que solo negué con la cabeza. Quería que no se preocupara, quería que supiera que todo había pasado y que todo iba a ir bien. Pero la tos me lo impedía.
— voy a ir a buscar a alguien…—volví a negar con la cabeza y tiré de él hacia mí para que no se moviera de mi lado.
Dejé de toser a los pocos minutos. Aún así no solté la mano de Peeta en ningún momento. Más calmada, aunque aún jadeando le miré directamente a los ojos. Seguía llorando desconsoladamente. No podía imaginarme por lo que estaba pasando. Pero si a mí me ocurriera algo así no podría permanecer junto a él por miedo. Y odiaba esa idea, porque sabía que era lo que quería hacer. Alejarse de mí. Irse para no hacerme daño.
Hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y volví a posar mis labios sobre los de él, manchándoselos de sangre. Pero el me rechazó, apartándose de mí. Dejándome completamente vacía, aquello dolía más que mi garganta.
— soy un monstruo…nunca estarás segura a mi lado— Negué de nuevo con la cabeza.
—No…— mi voz apenas fue audible. Pero me miró— no…no…no…no…— intentaba gritar, pero de mi garganta solo salía un murmullo.
—Katniss…no hables…no debes hablar…tengo que llamar a Haymitch, necesitas que te vea un médico.
—no…— me mordí el labio era frustrante no poder hablar, más incluso que el ardor. Le señale y luego me señale a mí— separaran…— esperaba que entendiera que si alguien sabía de su ataque podían intentar separarle de mí. Al parecer para la gente que ahora regía el país seguía siendo un símbolo importante.
— Quizás sea lo mejor…casi te mato.— volví a negar fuertemente aunque dolió como el demonio.
— Te amo…—coloqué mi mano en su pecho, sobre su corazón, le amaba, moriría de verdad si él no estaba cerca.
—Katniss…yo…si yo…—Parecía no encontrar las palabras—me mataré antes de hacerte daño— sus palabras sonaron duras. Sonaron a un "voy a hacerlo". Todo mi cuerpo tembló de pánico al oír eso.
—Moriré también—sentencié todo lo rápido y fuerte que pude. Me forcé tanto que volví a toser.
No me lo pensé dos veces y cuando el ataque de tos terminó me acurruqué contra su cuerpo abrazándole con toda la fuerza que el mío propio me permitió en ese momento. Pasados unos minutos noté un beso de Peeta en mi coronilla y me rodeó con sus fuertes brazos de forma muy delicada. Pronto empezó a susurrarme que lo sentía y que le perdonara de nuevo. Su voz quebrada me indicó que volvía a estar llorando de nuevo. Apreté la tela de su camisa en mi puño y besé su pecho por cada lo siento suyo. No había nada que perdonarle. Yo había cometido la imprudencia de creer que podía decirle algo así de doloroso a solas. Yo era la idiota y la culpable de aquel ataque.
Pasamos varios minutos en ese despacho, sentados en el suelo, yo besando su pecho y él acunándome. Aún no podía hablar, pero sabía que debíamos salir de ahí. Además, quería volver a casa y meterme en la cama junto a él.
—Ha…y…mi…tch…—susurré mirándole.
—Iré a buscarle…—asentí separándome de él.
Se apartó de mi cuerpo lentamente, con miedo de hacerme daño y dejó que me acurrucara de nuevo al lado de la puerta.
—Volveré enseguida—Asentí levemente y me quedé allí sentada abrazándome a mí misma.
No sé cuánto tiempo pasó desde que Peeta se fue y la puerta se abrió de nuevo. El primero en entrar fue Peeta seguido de un estupefacto Haymitch. Hasta que no tuve que levantar la mirada para clavarla en los ojos de ese hombre no me había dado cuenta lo cansada y dolorida que estaba, y no era solamente el cuello lo que me dolía.
—oh Dios santo…—oí murmurar perfectamente a mi mentor. Genial debía tener un aspecto horrible. Pero mi mirada se dirigió hacia Peeta. Él volvía a llorar en silencio.
—Hey…—mi voz sonó lastimera y ronca me llevé un dedo a los labios, haciendo el símbolo de silencio—ssshhh…—mirando esta vez a mi mentor. Peeta ya lo estaba pasando bastante mal como para que le recordara lo que había hecho.
—Nos iremos a casa encanto…—siguió susurrando. Luego se dirigió a Peeta— Tenemos que salir por la parte de atrás. No creo que por ahí nos vea nadie— Peeta solo asintió como un autómata.
—¿Puedes levantarte Katniss?—mi chico del pan se arrodillo frente a mí. Asentí levemente de nuevo y me incorporé lentamente. No entendía el porqué de que mis piernas temblaran tanto.
—Cógela en brazos chico— Fue una orden directa, y sin mediar palabra Peeta obedeció. Yo intenté protestar, pero al sentirme contra su pecho desistí y me deje llevar.
Me acurruqué como pude contra el pecho de Peeta, para mí todo estaba pasando a cámara lenta. Cerré los ojos y me dejé llevar. Concentrándome en latido del corazón de Peeta. En ese momento era demasiado rápido, no como cuando lo usaba de almohada. Ahora parecía el aleteo de un pajarillo asustado. No tardamos ni un minuto en salir al exterior. Lo noté al sentir el frío de la noche del distrito 12. Aunque estuviéramos en mayo en el distrito por las noches refrescaba. La temperatura bajaba bastante. A veces incluso la cazadora se hacía imprescindible. Y hoy parecía una de esas noches. Aun así Peeta siguió caminando, o corriendo, no podía distinguir el traqueteo muy bien. Pero de repente paramos. Demasiado pronto para haber llegado a casa.
—Espera Haymitch está tiritando— yo ni siquiera me había dado cuenta hasta que él lo dijo.
Note como descendíamos dejándome sobre una de sus rodillas y tuve que agarrarme más fuerte a su cuello para no carme cuando él me soltó. Al poco noté como algo me rodeaba. Era la chaqueta de su traje. Su aroma era inconfundible. Al poco volvió a levantarse volviendo a agarrarme con fuerza y emprendimos la marcha de nuevo. Caí en un extraño trance del que no desperté hasta que noté el aroma de mi hogar. Ese aroma que Peeta dejaba por las mañanas al hornear pan.


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