miércoles, 1 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capítulo 29



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Abrí los ojos cuando sentí como me depositaba en una cama. Vi como me miraba con preocupación y tuve que cerrar los ojos para no ver su cara, ya que el corazón se me encogía de una forma demasiado dolorosa. Al poco entro Haymitch jadeando.
—Acabo de llamar al médico, vendrá enseguida— entre en pánico y mire con terror a Haymitch
—no…no…no…— no podía pronunciar nada más.
— todo está bien encanto, es el médico del distrito, no dirá nada a nadie—murmuró él a la vez que Peeta suspiraba.
—¿Nadie?—conseguí decir antes de otro ataque de tos debido a la maldita quemazón de la garganta me atacara.
—A nadie Katniss…—suspiré no muy convencida
Busqué la mano de Peeta pero él la apartó en cuando conseguí tomársela. Un nuevo miedo se apoderó de mí. Peeta alejándose de mi lado. No lo soportaría. Ahora que ya había asumido mi amor por él no podría soportarlo. Le necesitaba. Necesitaba que estuviera conmigo. Como amigo, como pareja y como amante. Necesitaba sus abrazos y sus besos, sus caricias. Incluso ahora le necesitaba haciéndome el amor. No podía darme la espalda por algo así. Ya habíamos pasado por ello, podríamos volver a superarlo. Juntos podríamos. Pero no podía alejarse.
Estaba perdida en mis pensamientos de desolación cuando sonó el timbre de la puerta. Peeta sin decir nada salió de la habitación. Miré a Haymitch aterrorizada.
—Está asustado preciosa, volverá a ser el mismo de siempre pronto.
—y yo…—luché contra el llanto.
—estuviste peor la primera vez que te atacó.
—por él—no me entendía, tenía miedo por él, estaba asustada por lo que él pensaría.
— ¿Sientes miedo por él?—asentí—Al final vas a estar enamorada de verdad ¿eh?— le fulminé con la mirada— He hablado con él, el también te quiere, se le pasará— suspiré mordiéndome el labio y cerrando los ojos.
Pocos segundos después oí como regresaba Peeta seguido de unos pasos más pesados y sonoros. Abrí los ojos y detrás de él se erguía un enorme hombre. Perfectamente llegaría a medir los dos metros y sus enormes brazos eran el doble que los de Peeta, al igual que su gran pecho. Moreno y con los ojos verdes. No recordaba haberle visto nunca por el distrito, así que podría apostar que era del 13, o incluso del mismísimo Capitolio. Miré a Haymitch con miedo, pero él se acercó a darle un apretón de manos como si le conociera de toda la vida.
—Artz viejo amigo…—Haymitch incluso sonreía.
—Haymitch, bribón…—éste incluso le dio una palmada en la espalda con su enormes manos, parecía que iba a rompérsela.
Después de saludar a Peeta con un seco apretón de manos me miró a mí. Escudriñándome con la mirada. Depositando sus ojos en mi cuello. Debía tener un aspecto completamente horrible.
—Soy el Doctor Artz Leighis, seré su médico hasta que se recupere señorita Everdeen— no pude evitar el suspiro que salió de mis labios— Creo que no es muy amiga de los médicos…
—Lo que ocurre Artz es que la señorita tiene miedo de que informe del accidente a las autoridades— Aclaró Haymitch, algo que agradecí enormemente
—No fue un accidente—espetó Peeta por detrás de los otros dos hombres— He estado a punto de matarla ¡¿Es que no os dais cuenta?¡Algún día pasará!—No sabía si el médico estaba al tanto de la técnica del "secuestro" que había sufrido Peeta, pero le miró sin cambiar la expresión de su cara.
—Sé que no lo harás— Haymitch le apretó el hombro— se lo mucho que amas a esa chica—en ese momento me di cuenta de que estaban hablando como si yo no estuviera presente en la sala. Genial, ahora me hacían el vacio.
Haymitch obligo a Peeta a salir de la habitación, su rostro se iba enrojeciendo por momentos, al igual que sus ojos, signo inequívoco de que estaba a punto de llorar, y ver llorar a Peeta no lo soportaba. Por eso agradecí el gesto de mi mentor. Aunque segundos después entendí que lo hizo porque el médico iba a empezar a examinarme.
El doctor se sentó en la cama junto a mí y llevo sus enormes manos hacia mi cuello. Tocándolo con suavidad, aun así ese toque dolió como si me clavara mil agujas en él. Gemí tímidamente. No quería que pensara que era una debilucha pero de verdad que dolía.
— Sé que duele Katniss…has tenido suerte…si sus pulgares hubieran estado uno sobre el otro te habría roto la tráquea en cinco segundos…— no sé si lo hacía para animarme, pero no sirvió de nada—¿Puedes hablar? Dime tu nombre.
—Katniss Ever…— Mi voz sonaba ronca y pesada hasta que se fue apagando sin dejarme pronunciar la última silaba de mi apellido. El doctor arrugó la nariz, signo de que aquello no era bueno.
—Abre la boca— obedecí sin rechistar y hundiéndome la lengua con un palo de madera y apuntando con una linterna a mi boca miró su interior. Al poco se aparto y volvió a tocar mi cuello, moviendo lentamente los dedos—gira la cabeza hacia la derecha…—lo hice— y ahora a la izquierda— volví a obedecer—bien…— se separó de mi guardándose la linterna en uno de sus bolsillos.
Artz se acerco a la puerta e hizo un gesto de cabeza, con eso los otros dos hombres entraron a la habitación, la cara de preocupación de Peeta me mataba. No portaba verle así quería gritarle que le quería y que le amaba, que estaba bien, que no se preocupara porque no había cambiado nada en mis sentimientos, que seguía queriendo pasar el resto de mi vida a su lado. Siendo su novia. Quería seguir estando a su lado, despertar a su lado y dejar que me hiciera el amor una y mil veces más. Le necesitaba. Y si no fuera por los otros dos hombres, incluso se lo suplicaría con mi paupérrima voz. Para que ambos olvidáramos ese mal trago.
—bueno…— El doctor empezó a hablar frotándose las manos— el daño podía haber sido peor— Peeta cambió el peso de su pierna sana a la ortopédica, incomodo— tiene inflamadas las cuerdas bocales y las amígdalas, de ahí que no pueda hablar. Pero no hay daño ni muscular ni a nivel óseo, y mucho menos medular, el mareo y el cansancio es por la falta de aire— Haymitch asintió atento, Pero fue Peeta el que mejor se tomó la noticia ya que su suspiro lleno toda la estancia— los hematomas del cuello pueden ser tratados con los ungüentos específicos— prosiguió el médico— la inflamación y el dolor interno pueden ser tratados con un espray bucal que les recetaré a continuación. En dos o tres días debería estar como nueva.
—gracias Artz amigo…—Haymitch volvió a estrecharle la mano sonriendo.
—Katniss…—se dirigió a mí sin soltar la mano de Haymitch— sería bueno que tomaras una ducha caliente, intentaras tomar un caldo caliente y luego un poco de miel, será de gran ayuda, hazlo y descansa—no pude evitar negar con la cabeza, sabía que no aguantaría estar de pie en la ducha— seguro que tu chico te ayudará en todo— el aludido aparto la mirada, dirigiéndola a la ventana. Y pude oír como los otros dos hombres suspiraban al unísono conmigo.
—Claro que lo hará— sentenció Haymitch.
— Y por su puesto puedes estar tranquila…— se acerco a tomar mi mano que era prácticamente la mitad en tamaño que la suya— nadie sabrá nada de lo que ha ocurrido. Yo mismo te traeré el espray para que nadie haga ninguna conjetura— le apreté la mano en señal de agradecimiento.
Cerré los ojos mientras que mis tres acompañantes salían del cuarto. Nada más oír la puerta de la entrada cerrarse pude escuchar como Haymitch y Peeta discutían. No oía gran cosa, es más, ni siquiera entendía las palabras, pero por su tono de voz estaba claro que estaban discutiendo, recriminándose cosas. Y podía imaginarme qué clase de cosas eran, así que no pude evitar que una furtiva lágrima abandonara mi ojo izquierdo. Sentía que irremediablemente iba a perder a Peeta, aquello había sido una brecha en nuestra relación que no sabía cómo arreglaríamos.
Al poco oí de nuevo la puerta de la casa, esta vez se cerró con un fuerte portazo, y unos pies enfadados subieron por la escalera. Por el crujir de la madera supe que era Peeta, reconocería el sonido de sus pasos en cualquier parte, por muy fuertes, o débiles que fueran. Entro en la habitación y se quedó mirándome sin decir nada. Recorriéndome con la mirada. Yo tampoco sabía qué hacer, así que no aparté mis ojos de su perfección.
— voy a prepararte un baño caliente…— parecía que había pasado horas desde que entró en el cuarto hasta que habló, aunque hubiera preferido que no lo hiciera, porque acto seguido me dejó de nuevo sola.
Mi chico del pan regreso a los pocos minutos y se sentó en la cama a mi lado. Volvió a mirarme en silencio durante un minuto o más, sus ojos viajaban de los míos a mi cuello, y yo quería que dejara de mirarme así, empezaba a avergonzarme su mirada, pero lo peor, es que no sabía que pensaba, y las conjeturas que mi atolondrado cerebro hacía me asustaban. Pasado ese tiempo se inclino un poco, mirando mi vestido con atención.
—Voy a quitarte el vestido para llevarte al baño…ya tienes la bañera llena—Asentí suavemente mientras que sus manos recorrieron mis costados.
Supuse que era para buscar la cremallera, por que cuando la encontró aparto la mano del lado contrario. Con la suavidad que le caracterizaba la hizo descender hasta mi cadera. Luego tomó la tela del pecho del vestido y tiró hacia abajo. Pude ver perfectamente como sus ojos se abrían mucho más y un gemido ahogado salí a de su boca cuando el vestido me dejó con el pecho completamente al descubierto. Le vi apartar la mirada, como si no quisiera verme, como si le diera asco cosa que me incomodó. Así que simplemente uno de mis brazos cubrió mi pecho rápidamente.
—Katniss…no tiene sentido que te tapes…te he visto el pecho muchas veces ya…sé como es de memoria…— suspiro— además, voy a bañarte…
—¿qué?— mi voz sonó mas ronca que la de Haymitch con resaca.
— Ya oíste al médico. Voy a bañarte, a prepararte un caldo calentito y curarte el cuello…es lo mínimo que puedo hacer después de lo que he hecho.— suspiré sin decir nada.
Peeta siguió con su tarea, y si el gemido que dejó escapar de su boca con mi pecho desnudo me asustó, el que dio cuando vio las minúsculas bragas que semicubrian mi intimidad me aterró. Pero entonces supe porque era, recordé que esa ropa me la ponía por él, porque le excitaba. Sabía que esas braguitas podían haberle excitado y ahora no quería excitarse conmigo, ahora no quería ni mirarme. Retiró el vestido de mi cuerpo y lo dejó a los pies de la cama.
—Bueno…ahora voy a quitarte las braguitas…¿o prefieres que no lo haga?— suspiré.
—Hazlo…— Tosí con fuerza, pero cuando me calmé prosiguió a desnudarme completamente.
Se mordió el labio cuando la prenda abandonó mis piernas, noté que estaba sumamente nervioso e incomodo, sus manos temblaban levemente, y no dejaba de cambiar el peso de su cuerpo de una a otra pierna. Levanté un poco una de mis rodillas, para que mi intimidad fuera menos visible pero no sirvió de mucha ayuda ya que él me cogió en brazos como si mi peso fuera el de una pluma.
Me llevo al baño y me deposito en la bañera. El agua estaba a la temperatura perfecta, y mis músculos se relajaron casi al instante. La espuma con olor a canela flotaba sobre el agua, él se relajo también cuando quedé cubierta por esa espuma de olor delicioso.
— ¿Estas cómoda?— Asentí mirándole. No quería que me dejara sola.
—¿Te froto un poco con la esponja?—asentí de nuevo. Necesitaba tenerle cerca.
Peeta cogió la esponja, y aunque titubeó un poco empezó a frotar suavemente mis hombros dándome un placentero masaje. Después pasó a mi espalda y luego los brazos. Metió el brazo bajo el agua y frotó mi vientre y luego mis piernas, pero nunca tocó mis partes más sensibles. Aunque mi piel se sobre excitaba con cada toque suyo. Para cuando empezó con el masaje en los muslos yo ya estaba completamente excitada y húmeda era consciente de ello incluso bajo el agua. Y me odiaba por ello. Me odiaba por excitarme en una situación así. Cuando Peeta por primera vez estaba pasándolo mal a mi lado.
Minutos después me ayudó a levantarme y apoyándome en él me rodeó con una mullida toalla. Hasta que no vi que le había mojado su camiseta no me había dado cuenta de que él ya se había cambiado la camisa ensangrentada. Un escalofrío me recorrió cuando recordé aquel momento en el que se la manché, al recordar su cara de pánico. Volvió a cogerme en brazos y segundos después me estaba depositando en la cama. Allí con otra toalla me secó bien.
— Ahora te vestiré…— volví a asentir, no podía hacer nada más.
Se acerco al armario y al poco regresó con un camisón de raso azul eléctrico y unas braguitas de encaje del mismo color. Sin duda era ropa del capitolio. ¿La habría elegido por que le gustaba? No quise darle mayor importancia y dejé que me deslizara la ropa sin quitarme la toalla, no lo hizo hasta que las braguitas estuvieron en su sitio y el camisón tapando mis pechos. Luego me arropó suavemente con las sabanas.
— voy a por el ungüento…— regreso en solo unos segundos— ¿te lo apli…— no acabó la frase se sentó a mi lado, abrió el bote, hundió los dedos en él y empezó a extenderlo sobre la piel de mi cuello.
Gemí levemente cuando sus dedos rozaron un punto de dolor, supuse que uno de los moratones. Peeta me miró suplicando perdón. Sonreí levemente y le tome la mano donde tenía el bote. Por suerte no la apartó, acaricié el dorso de su mano con mi pulgar y continuó con la aplicación. Luego aplico el segundo ungüento, ese que debía borrar el hematoma.
—voy a preparar el caldo— se apartó bruscamente cuando termino de extender toda la crema sobre mi ya no tan dolorido cuello.
Suspiré y no pude hacer nada más que acurrucarme en la cama sintiéndome fría. Odiaba pensarlo pero en mi cabeza no dejaba de rondar la idea de que estaba perdiendo a Peeta. Perdiendo el amor de mi vida. La única persona por la que aún estaba viva y quería seguir estándolo.



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