sábado, 11 de agosto de 2012

Aprendiendo: Capitulo 32



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Prácticamente corrí a mi habitación, Peeta me seguía de cerca, compartiendo la misma ansiedad. Antes de entrar no pude evitar darme la vuelta y besarle de nuevo. Ya echaba de menos esos dulces labios. Esta vez fui yo quien le atrapó contra la pared mientras bebía de sus labios. Cuando noté que sus manos se dirigían de nuevo hacia mis senos las agarré apartándome con una sonrisa.
— Mejor en la cama…— Me mordí el labio inferior como sabía que le gustaba a él y me di media vuelta.
Supe que a Peeta le costó reaccionar un poco, ya que me dio tiempo a inclinarme frente a la mesita de noche y abrir el cajón de las píldoras. Pero no me dio tiempo a más. Peeta se acomodó contra mi espalda. Besó, lamió y mordisqueó mi cuello con demasiada lentitud mientras que sus manos comenzaban a acariciar mi cintura por debajo de mi camiseta. Con un poco de dificultad conseguí coger una de las pastillas y metérmela en la boca. Sus manos no se pararon en mi cintura, claro que no. Siguieron su habitual camino hacia mi pecho. No pude ahogar el gemido que salió de mi boca cuando Peeta tomó ambos pechos y los masajeó. Los acarició suavemente y luego con mayor fuerza, proporcionándome aún más placer. Eché mi cabeza hacia atrás apoyándola sobre el hombro de mi chico del pan, dejándole así mayor superficie de mi cuello expuesta que no dudó en atacar con sus labios y su lengua.
Cuando mis gemidos se hicieron más intensos se separó un segundo de mí y me quitó la camiseta. Ni él ni yo pusimos atención a donde fue a parar, porque enseguida volvió a posicionarse como antes, provocando en mis pechos miles de sensaciones que volaban hasta la unión de mis piernas. Haciendo que ésta palpitase rogando atención. Como si Peeta hubiera escuchado las suplicas de mi sexo, hizo descender su mano derecha, que se perdió bajo mis pantalones, acariciándome sobre la tela de mis braguitas. En mi garganta se formó un grito de placer a la vez que mis piernas temblaban. Sí, demasiado tiempo sin esas caricias me habían hecho hipersensibilizarme, como si fuera la primera vez que me tocara.
Giré mi cara y busqué su boca para intentar callar un poco los gemidos que estaba dejando escapar gracias al frote que estaba haciendo contra mí. Estar en esa situación, con Peeta colocado de esa manera me excitaba más que cualquier otra forma de la que antes me había tocado. Notar su dureza contra el final de mi espalda me excitaba. Y no pude evitar moverme un poco para hacérselo saber, me apreté más contra él, robándole un gemido.
Acto seguido y sin esperármelo Peeta me obligo de un leve empujón a tumbarme en la cama. Le miré un par de segundos jadeando antes de que él mismo se quitara su camiseta y se lanzara contra mis labios. Me los besó y mordió, buscó mi lengua y jugó con ella. Nuestras lenguas pelearon y se enroscaron con una fuerza que no conocía en nosotros, una fuerza arrolladora que me gustaba demasiado. Peeta también podía ser fuego y en este momento me lo estaba demostrando.
Sus manos comenzaron a pelear con el botón de mis pantalones. Esta vez ganaron la batalla pronto y procedieron a deshacerse de ellos. Tuve que ahogar una risita cuando oí como Peeta gimió al ver mi ropa inferior. La tela transparente no dejaba nada a la imaginación, además esta se notaba que estaba perfectamente mojada allí donde mis piernas se unían, justo sobre mi intimidad. Puede que eso antes me habría incomodado, pero deseaba tanto que Peeta me hiciera el amor que el verme así no hizo más que aumentar mi deseo por él. Por probar lo que llevaba días rondando por mi cabeza.
—Creo que te gusta…— susurré. No hacía falta preguntar, no apartaba los ojos de mis braguitas.
—Me encantan…
Hice acopio de valor, recordando a Haymitch y sus "armas de mujer" por lo que le ofrecí la única cosa que sabía que ahora haría rendirse a Peeta. Me pasé la lengua por los labios y separé un poco más las pernas, dejando que viera a través de la transparente tela toda mi intimidad. Aunque me sentí demasiado expuesta me gustó comprobar cómo los ojos de Peeta se oscurecían por el deseo. Sonrió un poco y se colocó entre mis piernas para esta vez centrarse en recorrer con sus labios mi cuello de nuevo. Cuando éstos bajaron por mi escote intercalándose con sus propios dientes, hizo desaparecer mi sujetador. Estaba tan centrada en sus labios que ni siquiera sentí cómo lo desabrochaba.
En el momento en el que su boca hizo posesión de la parte más rosada de uno de mis pechos, esta se endureció hasta casi doler, y el placer que me recorrió provocó que mi espalda se arqueara bajo el cuerpo de Peeta. Su lengua jugó con esa parte de mi anatomía y sus dientes la atrapaban con suavidad. El otro pecho lejos de estar desatendido era estimulado con una de sus manos. Y yo no podía parar de gemir y retorcerme de placer ante tantas sensaciones.
Cierto es que podría haberme dejado hacer y podría haberle dado la voz cantante en esta ocasión, pero yo no quería eso. La última vez me había gustado demasiado mandar, llevar el ritmo, ser yo la que le provocaba a él. Asique en un rápido movimiento, conseguí que rodáramos y quedé sobre él. Sus ojos completamente abiertos por la sorpresa me hicieron sonreír. Aunque mi sonrisa duró poco porque enseguida volvió a atacar mis labios, incorporándose para quedar a mi altura. Con ese simple movimiento nuestras entrepiernas se rozaron a través de las telas que no separaba, y a ambos nos abandono un sonoro gemido. Mordí su labio inferior y moví mi cadera buscando mi placer y el suyo, sobretodo este último, quería oírle gemir.
Cuando conseguí arrancarle varios gemidos volví a obligarle a recostarse y esta vez fueron mis labios los que se perdieron en su cuello. Recorrí toda esa superficie con los labios, intercalándolos con los mordisquitos aquí y allá dependiendo de la intensidad del gemido de Peeta. Mi lengua jugó con el lóbulo de su oreja mientras que a la vez mis manos bajaban pos su abdomen y desabrochaban sus pantalones.
Él mismo fue quien se quitó los pantalones, pero no le deje hacer lo mismo con sus calzoncillos. Cogí sus manos entrelazando mis dedos en ellas a la vez que mis besos descendían por su pecho. Mordisqueé sus pectorales bajando hacia sus abdominales. Cuando le solté de mi agarre, sus manos empezaron a acariciar mi pelo y mi espalda. En el momento en el que mis labios llegaron a la goma de sus calzoncillos no me detuve y continué besándolo, besé la tela de algodón que se ajustaba enormemente a su dureza. Recorrí con besos esa dureza sobre la tela. No necesitaba preguntarle si le gustaba, sus gemidos y la forma que tenía de tensar las caderas cada vez que recibía un beso era suficiente.
Bien, ahora venia la prueba de fuego, iba a hacer lo que tan bien había estudiado en el "Manual de la perfecta amante" que encontré en el sótano. Deslicé suavemente sus calzoncillos a través de sus piernas hasta que su miembro quedó ante mí. Enorme, duro y caliente. Me mordí el labio intentando eliminar el nerviosismo. Lo tomé con mi mano e hice el movimiento de sube y baja que el mismo Peeta me había enseñando. Lentamente. Haciendo que mi chico entrecerrara los ojos y gimiera. Sonreí con un poco de autosuficiencia al comprobar ese efecto. Me agradaba que él no fuera el único que proporcionaba placer.
Mi mano subió y bajo durante unos segundos por toda su hombría pero yo no quería eso. Su miembro no estaba a escasos centímetros de mi cara para solo acariciarle. Volví a lamerme los labios por enésima vez y como el otro día besé la brillante punta. El gemido de Peeta no se hizo esperar.
—Katniss…
No le hice ni el más mínimo caso y mi lengua sustituyo a mi mano. Recorrió su longitud de abajo arriba. Otro gemido por su parte hizo que repitiera la acción para luego centrarme en la hinchada punta, en el libro decía que era la parte más sensible, asique mi lengua jugo sobre ella mientras que le miraba a los ojos. Dejé de jugar con mi lengua de esa manera y lo rodeé con mi boca succionando levemente, y aunque me costó un poco dejé que entrara en mi boca todo lo que pude. El gemido de Peeta no se hizo esperar, esta vez mucho más intenso que los anteriores, tanto que tuve que volver a mirarle para comprobar que estaba bien. Moví lentamente mi cabeza para que su sexo saliera de mi boca y volví a dejar que entrara a la vez que conseguía mover mi lengua sobre él. Continué con ese movimiento cada vez más rápido haciendo también cada vez más presión con mis labios. Noté como Peeta enredaba una de sus manos en mi pelo y me indicaba que ritmo seguir. Eso lejos de molestarme lo agradecí y de una manera extraña hizo que el fuego en mi interior se incrementara más. En un principio había pensado que resultaría desagradable, pensé que tener esa parte de su cuerpo en mi boca me repugnaría. Y nada más lejos de la realidad. Ni siquiera el sabor era desagradable.
Continué con ese movimiento ayudándome de las manos para acariciar el resto de miembro que no entraba en mí. Aquello me estaba gustando. Adoraba la forma en la que Peeta gemía, tan alto y fuerte que parecía casi como si gritara. Seguí y seguí casi sin creerme que yo estuviera haciendo eso. Yo Katniss Everdeen estaba proporcionándole placer a un hombre con la boca, y no me disgustaba, es más, el fuego en mi interior era tal que la tentación de llevar una de mis manos hacia mis palpitaciones era cada vez más intensa. Y eso aunque me gustaba también me asustaba un poco. Y una vocecita en mi interior decía que estaba perdiendo mi esencia. Tenía miedo de dejar de ser la antigua Katniss. Pero otra vocecita, la que de momento ganaba, me decía que por sentir placer no iba a cambiar. Y demonios, el placer que estaba sintiendo ahora al escuchar a Peeta no lo cambiaría por nada.
—Katniss…para…no quiero…—Paré de moverme lentamente un poco asustada, no entendía por qué de repente me decía que no quería, le miré sin apartarle de mi boca— no quiero terminar en tu boca…
No pude evitar sonreír levemente y lanzarme a besar sus labios, compartiendo su sabor. Un sabor que me excitaba sobremanera. Mucho más que mi sabor cuando lo probé de sus labios. Nuestro beso se torno tan apasionado, ya no solo era besos, eran mordiscos. Y entre beso y beso Peeta dio un tirón a mis braguitas, rasgándolas, arrancándomelas sin contemplaciones. Eso elevó la intensidad del fuego en mi interior, ahora quemaba demasiado. Y por ello yo misma conseguí llevar su miembro a mi entrada y dejé que me invadiera. Su gemido se juntó con el mío llenando la habitación. Comencé a moverme lentamente acostumbrándome al tamaño. Pero sentir las manos de Peeta agarrando y apretando mis nalgas hizo que mis movimientos rápidamente se volvieran más demandantes, buscando apagar el fuego de mi interior.
Peeta no pudo estarse quieto, supongo que a causa de su propio fuego interior. Se incorporo abrazándome y empezó a moverse sentado frenéticamente. Sus movimientos y los míos propios se convirtieron en una locura. La velocidad no podía ser mayor, así como la fuerza del movimiento. Peeta se hundía en mí con fuerza, y a cada embestida un grito salía de mi boca. El movimiento frenético que teníamos sobreexcitaba mis células, y notar los dedos de Peeta clavándose en mi cuerpo avivaba ese fuego en mi interior, un fuego que no tardaría en explotar y que estaba controlando gracias que mis propios dedos estaban clavados en los hombros de él.
Justo cuando noté el calor de Peeta derramarse dentro de mí me dejé ir y el fuego en mi interior explotó, de tal manera que todas mis articulaciones temblaron de placer, a la vez que mi grito retumbaba en todas las habitaciones de la casa.
Mi chico del pan, lamio y mordisqueo mi cuello descendiendo la velocidad del movimiento de su cadera. Nuestros jadeos se mezclaron cuando buscó mi boca y me besó de manera dulce, demasiado casta para lo que acabábamos de hacer. Le devolví el beso enredando mis dedos en su pelo. Me separé unos segundos y le sonreí mirándole a los ojos. Luego él besó mi frente con ternura.
— Tú me amas ¿real o no real?— susurré contra sus labios como él hizo la primera vez que hicimos el amor.
—Real…— susurró después de una pequeña risa.
Peeta se recostó dejándome sobre él. Sin salir de mí aún. Me abrazó tan fuerte que creía por un momento que conseguiría sacar todo el aire de mis pulmones, aunque yo no me quedé corta y me aferre a él con todas mis fuerzas.
—Peeta…
— ¿hmmmm?— incluso apoyada en su pecho supe que tenía los ojos cerrados.
—¿Querrías…tostar el pan…conmigo?— susurré


No hay comentarios:

Publicar un comentario