lunes, 16 de julio de 2012

Aprendiendo: Capitulo 24



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Miré el vestido que había dejado sobre mi cama aún envuelta en una toalla. Había aceptado ir a la fiesta, pero aunque me llamaron, rechacé el tener un equipo de preparación. Yo misma elegiría mi vestido y yo misma me prepararía aunque lo hiciera mal, aunque pareciera un chiste de lo que mis apariciones televisivas habían sido. No me importaba.
Elegí uno de los vestidos diseñados por Cinna, cuando lo saqué del armario y acaricié la suave tela me estremecí recordando la última vez que había visto al hombre que había creado esa maravillosa prenda. Había dejado la prenda sobre la cama y echado a correr hacia la ducha. Pero ahora ya no había vuelta atrás. Había elegido el perfecto vestido, hecho a medida para mí e iba a ponérmelo. Con todo el dolor de mi alma iba a ponerme otro diseño de Cinna. Y esperaba que todo el mundo supiera que era obra suya.
Cogí la ropa interior, unas minúsculas bragas de encaje negro, me la puse y luego me metí en el maravilloso vestido. No podía llevar sujetador porque el escote sin tirantes no lo permitía, aun así el vestido se adaptaba perfectamente a mi contorno y además en la zona del pecho llevaba algo que hacía que este se viera más abundante de lo que era. Aún me costaba entender las modas del Capitolio antes de la revolución. Acaricié de nuevo la tela después de subir con cierta dificultad la cremallera de mi espalda. Coloqué la vaporosa falda y suspiré. La falda tenía una enorme raja que llegaba casi al principio de mi muslo. Resoplé, quizás no era tan buena idea ponerme aquel vestido y dejar a la vista esa pierna. ¿No sería demasiado atrevido?
Pero justo en el momento en el que mis manos se dirigían hacia la cremallera de nuevo recordé las palabras de Peeta, le gustaba que fuera atrevida. Bien, pues incluso en esa fiesta iba a serlo. Iba a demostrarle que estaba cambiando y que ya no era tan inocente. Volví a recolocarme la falda y suspiré. Al menos el color me gustaba, completamente negro salvo una discreta pedrería sobre el torso de color rojo intenso. Sus destellos recordaban a las chispas del carbón. La frase "la chica en llamas" viniendo de la boca de Cinna golpeó en mi memoria con fuerza, una fuerza abrumadora.
Tuve que sacudir la cabeza para eliminar los pensamientos negativos, y aunque no se fueron del todo conseguí poder arreglarme el pelo. No podía llevar mi trenza, aunque era lo que más deseaba, por lo que intenté hacerme uno de los recogidos que mi madre me hacía para la Cosecha. No quedó perfecto, y algún mechón se escabulló del agarre de las horquillas, pero le daba un toqué rebelde, y ese toque me gustó.
Desgraciadamente la peor parte llegó demasiado pronto. El maquillaje. Odiaba cuando mi equipo de preparación ocultaba mis rasgos bajo una máscara para luego rehacerlos a su gusto. Esa no era yo. Saqué del armario del baño la pequeña cajita con el poco maquillaje que había dejado mi equipo de preparación antes del Vasallaje y rebusqué en ella, seguro que había algo que supiera usar. Bien, rápido encontré un lápiz que recordaba que habían usado para delinear el exterior de mis ojos, eso hacía que la mirada gris fuera más intensa, y no me desagradaba. Uno, dos, tres…y hasta seis intentos tuve que hacer para que la línea quedara medianamente recta y aceptable en mi ojo izquierdo. Con el derecho fue más fácil, solo necesité la mitad de intentos. Me separé un poco del espejo, bien, a penas se notaba, pero lo suficiente para dar esa mayor intensidad. También encontré varios lápices que servían para los labios, de todos los colores inimaginables. Azules, morados, naranjas e incluso negro. Iba a rendirme cuando encontré uno de color rojo. Lo probé, pintándome los labios detenidamente. Arrugué el ceño al mirarme con detenimiento. Demasiado llamativos. Iba a ser el centro de atención sin necesidad de llevar unos labios tan visibles. Tomé un poco de papel higiénico y me los limpié. Maldita sea el pintalabios no se iba del todo. Me mordí el labio inferior volviendo a darme un vistazo general. Los labios aunque seguían rojos, ya no eran tan llamativos, tenían el mismo color que cuando me pasaba horas compartiendo besos con Peeta. Ahora eran de un rojo natural.
Decidí finalmente dejarlos como estaban. Volví a recolocar la falda por enésima vez y regresé a la habitación para calzarme los malditos zapatos. Aún me preguntaba cómo podía mantener el equilibrio con esos extraños zapatos, donde la parte del talón se elevaba de forma sustancial en comparación a la puntera, esos debían de tener una elevación de unos 10 o 12 centímetros.
En cuanto me los puse bajé las escaleras hacia el salón. Peeta ya debía de estar esperándome desde había horas. Entré en el salón nerviosa. ¿Qué pensaría Peeta de mi atuendo? ¿Y si no le gustaba? Aún no podía creer que hubiera aceptado ir a ese maldito evento. No podía creer que aun permitiera que jugaran con mi vida de esa forma. Mi idea habría sido pasar mis cumpleaños con Peeta solamente, que el hiciera una tarta y quizás invitar a Haymitch a tomar un trozo. Nada más, algo simple, y quizás ni eso, solo lo celebraría por Peeta, porque sabía desde hace tiempo que a Peeta le habría gustado.
Carraspeé al entrar ya que mi chico del pan restaba leyendo un libro. Me miró y una amplia sonrisa se formó en sus labios. Se levantó y sonreí también, estaba especialmente guapo. No era la primera vez que le veía en traje, ni la primera vez que le veía tan bien peinado, pero hoy tenía algo, un brillo en los ojos que le daban un aire diferente y mejor a como lo había visto hasta ahora.
—Estas…
—¿Rara?
— Espectacular…—No pude evitar sonreír aún más.
— ¿Crees que el vestido ha sido una buena elección?
—El vestido es perfecto…— Posó sus labios sobre los míos de manera muy dulce.
— Tú también estás perfecto…—noté como se ruborizaba levemente, algo que me hizo sonreír.
— No puedo creer que te ruborices Peeta…
— No me he ruborizado…
— Claro que sí— besé su mejilla.
—Katniss…—se apartó un paso de mí, algo que me puso muy nerviosa—Sé que habías dicho nada de regalos…pero…creo que a ese vestido le falta algo.
— ¿qué?
—Date…date la vuelta—Le miré sin entender nada—Por favor…— suplicó cuando no le hice caso.
Suspiré y le di la espada lentamente. Oí como se acercaba de nuevo a mí, pasó sus brazos por delante de mí y me colocó algo al cuello, después me lo besó. Miré hacia abajo y de mi cuello colgaba una pequeña bolita plateada. La cogí con los dedos y algo tintineó en su interior. Lo observé detenidamente. La bolita en realidad no era maciza, era una esfera que tenía varios dibujos y relieves, dejando ver lo que había en si interior, que era otra bolita de color blanco nacarado. Peeta lo tomó entre sus dedos y apretó el enganche, con lo que la bolita plateada se abrió dejando ver la de su interior, era la perla, mi perla.
—oh…
—¿no te gusta?— volvió a cerrar la bolita principal.
—Me…me encanta Peeta—susurré—es precioso…me encanta.—Me lancé a sus brazos y me abracé a él fuertemente luchando para que las lágrimas no hicieran acto de presencia.
— Es…lo que llaman un "llamador de ángeles" se supone que si lo haces sonar…—agitó un poco la bolita y esta tintineó— Tu ángel guardián acudirá a protegerte…
— No hace falta que lo use…mi protector esta a mi lado siempre— rocé mi nariz contra la suya y él mismo me besó.
—No es para tanto, además, tu eres la que siempre me ha protegido a mí.
— Cierto…pero tú me salvas de mis pesadillas, eso es más importante— sonreí ampliamente y nuestros labios volvieron a unirse, luego besó mi frente.
—¿Preparada?— Negué con la cabeza, sacudiéndola con fuerza.
—Pero debo hacerlo ¿no?— Asintió y me cogió la mano para luego besármela.
Salimos de la casa sin soltarnos de la mano, e incluso luego en la calle seguimos agarrados. Mis manos sudaban poderosamente, y estaba segura de que Peeta podía notarlo, pero aun así su agarre era firme. Salimos de la Aldea de los vencedores a los pocos minutos, y nos adentramos en el pueblo. Aunque el sol se había ocultado hacia un rato, aún era de día y la gente nos miraba con curiosidad a Peeta y a mí. Algo que hacía que me pusiera aún más nerviosa y horrorizada. No me gustaba llamar la atención y con ese vestido era lo que estaba consiguiendo.
Poco después habíamos llegado al Edificio de Justicia. Justo cuando estábamos enfrente de la puerta dejé de andar y retrocedí unos pasos soltando la mano de Peeta.
—No…no puedo hacerlo—susurre con una voz que casi no pude oír ni yo— Creía que si pero no…no puedo Peeta…
—Katniss…estoy contigo, estaré contigo, siempre.
Alzó su mano hacia mí, con una súplica en su cara y no pude rechazarla, volví a agarrar su mano con fuerza, me atrajo hacia él, y me beso con ternura. Una ternura casi infinita, como pocas veces me había besado, tan tierno que creía que me derretiría entre sus brazos. Atrapé su labio inferior con mis dientes y sonreí.
—Siempre…—musité.
Tomando una gran bocanada de aire entramos en el edificio. No sabíamos muy bien dónde ir, pero Peeta siguió el sonido de la suave música hasta el fondo del pasillo. Allí frente a una gran puerta había un hombre completamente uniformado, no era el mismo uniforme de los antiguos agentes de la paz, pero era muy parecido al de ellos, y eso fue algo que me intranquilizo aún más. Peeta tuvo que tirar de mí para acercarnos al hombre. Me di cuenta de que en sus manos tenía unos papeles cuando hizo un gesto para que nos detuviéramos y leyó algo en ellos, para después abrir la puerta.
La música se hizo más fuerte y Peeta volvió a tirar de mí con suavidad para entrar en la sala. Cuando entramos la inmensidad de aquella habitación me abrumó. Era una enorme estancia en la que el techo estaba a al menos diez metros sobre el suelo, ni por asomo pensaba que dentro de ese edificio podía entrar una habitación así de grande. Del alto techo colgaban 5 enormes lámparas de cristal, con decenas de bombillas cada una que hacían que las lágrimas de cristal de sus brazos resplandecieran como si tuvieran vida propia. Los enormes ventanales estaban cubiertos por unas cortinas blancas con dibujos dorados que recordaban a las enredaderas que subían las paredes de algunas de las casas de la Veta. En las pareces, había cientos de pinturas, parecidas a las que hacía Peeta de gente bailando o niños con alas, ángeles, todas ellas con marcos dorados. Al fondo, había una enorme mesa con todo tipo de manjares y bebidas, incluso desde tan lejos me llega el olor de la comida. No pude identificar de donde provenía la música, en el centro de la enorme sala había varias parejas bailando, divirtiéndose.
Todo aquello me asqueó, sobretodo la gente riendo y pasándoselo bien, gente que no conocía. ¿Por qué aquellas personas estaban allí? No me conocían, no sabían nada de mí salvo que era el maldito sinsajo, y aun así estaban en la celebración de mi cumpleaños. Era repugnante, no tenía otra palabra para describirlo. Miré a Peeta y mi cara tuvo que reflejar mis sentimientos, puesto que él sonrió y beso el dorso de la mano que aún tenía agarrada.
Paseé mi mirada por la sala, por cada una de las personas que había allí. A algunos les recordaba del distrito trece, pero a otros, la inmensa mayoría no conseguía ubicarles en ningún sitio, posiblemente porque no les conocía. Sabía perfectamente que habría gente de todos y cada uno de los distritos del país, incluso gente del mismísimo Capitolio, pero la verdad, no me importaba de qué distrito fueran, eran desconocidos, y no quería que decenas de desconocidos me felicitasen o me regalasen cosas estúpidas.
Oí a Peeta susurrarme al oído un tu si puedes justo en el momento en el que fijé mis ojos en otros ojos grises que me miraban. Mi terror se hizo realidad. Allí estaba, él, el culpable de una gran cantidad de mis pesadillas, y de ese último sueño tan ilícito. Y para mi desgracia estaba especialmente atractivo. Su pelo había crecido de manera notable, y sus músculos se habían ensanchado, aunque su espalda no llegaba al tamaño de la de Peeta se adivinaba poderosa debajo de aquel perfecto esmoquin negro.
Apreté más fuerte la mano de Peeta, con demasiada fuerza, sabiendo que, si no fuera porque Peeta tiene unas manos poderosas, se la habría roto ya. Pude notar como su cabeza giraba de mí hacia el punto fijo donde mi vista descansaba. Supe por su apretón que también le vio. O quizás fue porque me rodeó la cintura con un brazo cuando Gale comenzó a acercarse con grandes zancadas.
— Gale…
— Tranquila…— noté su beso en la sien mientras que Gale cada vez estaba más cerca de nosotros.
— ¡Catnip!— gritó cuando estuvo a menos de diez metros de nosotros.
Miré con pánico a Peeta, conseguí deshacerme de su agarre y salí corriendo de la sala sin esperar a que Gale se acercara más a mí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario