Era increíble lo que me hacía
pensar esa estúpida situación. Yo, Katniss Everdeen había excitado a Peeta
Mellark, al Chico del pan. Y ni siquiera sabía cómo. ¡Era él el que me estaba
acariciando!
Suspiré y me senté en una roca,
me descolgué la mochila y busqué en su interior. Si mal no recordaba debía de
tener un panecillo ahí guardado, lo había metido la última vez que había salido
a cazar y como estuve tan entretenida finalmente no me lo comí aquel día. En
efecto, ahí estaba, del tamaño de un puño, blanco y suave. Lo cogí y su olor
hizo rugir aún más a mi estomago.
Maldita sea, tenía que haber desayunado. Y
todo por culpa del chico que había hecho ese perfecto panecillo. Su reacción me
había asustado y me había hecho sentir culpable, aunque estaba segura de que yo
no había hecho nada, ¡era su culpa! El se había colocado así él, era él que me
estaba clavando “eso” yo no tengo la culpa de que me molestara, yo no tengo la
culpa de haberlo tocado. Había tocado su…su pene.
Había tenido que buscar en mi memoria las
clases de educación sexual que nos habían dado en el colegio para encontrar la
palabra que nombraba esa parte de su cuerpo. En mi casa el tema “sexual” estaba
completamente vetado. Y aunque no lo estuviera, la nula relación que tenia con
mi madre no me habría dado la oportunidad. En esas clases también nos habían explicado
qué era el periodo femenino, para qué servían las relaciones sexuales e incluso
nos hablaron sobre métodos anticonceptivos. Recuerdo que sentí especial asco en
la parte de las relaciones, y más aún cuando explicaron que como fruto la mujer
podía quedar embarazada. Niños, bocas a las que alimentar, niños que al cumplir
los doce años empezarían a participar en la Cosecha, niños que irían a los
Juegos, niños que sufrirían, morirían…En ese momento decidí que nunca tendría
hijos, nunca tendría relaciones sexuales, los métodos de anticoncepción eran
demasiado caros para la gente de la Veta, era más importante comer.
Pero, ¿había cambiado de opinión?
¿Peeta me había cambiado en cuanto a lo de…las…relaciones…? Me ruboricé de nuevo
al pensar en un momento tan íntimo con él. Yo la chica que había dado sus
primeros besos actuando para el país entero ahora se ruborizaba pensando en
momentos de intimidad. Era gracioso cuanto menos.
Intenté dejar de pensar en todo
eso y mordí el bollo de pan. Genial, duro y seco, ya no tenía nada de la
suavidad que caracterizaba al pan de Peeta, pero… había comido cosas peores,
mucho peores, no era nada exquisita. Acabe el panecillo en pocos minutos y me
levante estirando mis extremidades, hinchando mis pulmones de aire con ese olor
a hierba mojada y pino, un olor fresco que tantos recuerdos agridulces me
traía.
Anduve deprisa entre los arboles
del borde del bosque hasta uno que tenía un enorme hueco en su tronco, metí la
mano y saque mi arco y el carcaj con las flechas. Era algo estúpido guardar ahí
mis armas, ya que no había ningún impedimento para tener armas en casa en el
nuevo Panem, pero qué iba a decir, era un animal de costumbres.
Me colgué los dos utensilios al
hombro y me adentré aun más en el bosque, en busca de algún animalillo
desprevenido. Al cabo de una media hora oí por encima de mí los murmullos y
chilliditos de una ardilla. Dirigí mi vista hacia el sonido y allí estaba, una
enorme y gorda ardilla mordisqueando lo que parecía una nuez. Incluso para las
ardillas eran tiempos mejores, nunca había cazado ardillas tan gordas como las
que conseguía ahora, además de que su número había aumentado considerablemente.
Cogí el arco y una flecha, tensé la cuerda, apunté mientras contenía la
respiración y la ardilla calló a mis pies. La miré durante unos segundos, al
menos podía asegurar que mi habilidad como cazadora no había disminuido. La
recogí con cuidado sin poder evitar mancharme las manos del viscoso liquido
rojo que le manaba del ojo (justo donde la flecha se había insertado). Luego
retrocedí por el mismo camino, devolví el arco y el carcaj a su árbol y me
dirigí hacia casa, no necesitaba cazar más, con una ardilla era suficiente para
la cena, ya no tenía que sobrevivir a base de vender lo que cazaba.
Cuando llegué a casa un delicioso
olor me envolvió. Peeta estaba horneando, y por como olía no solo era pan.
Dejé la cazadora en la entrada y
entré en la cocina. Peeta amasaba encima de la mesa, sus manos y parte de los
brazos estaban cubiertos de harina, su cara estaba roja y su ceño fruncido por
el esfuerzo, sus músculos se tensaban y destensaban a la vez que la masa era aplastada.
Sonreí levemente mirándole, su camiseta también tenía restos de harina, esa
camiseta le quedaba algo pequeña, en estos meses Peeta había vuelto a ganar
algo de músculo, por lo que las camisetas solían quedarle demasiado justas
ahora. Y en especial esta, marcaba sus pectorales y la parte de su ombligo,
completamente lisa y fuerte. No pude evitar que mi mirada bajara un poco más
hasta esa parte de su anatomía que había tocado hacía un par de horas. Ahora ya
no quedaba rastro de dureza, aun así esa parte seguía siendo perceptible.
Recordé el tacto a través del pantalón del pijama y me mordí el interior de la
mejilla. “Maldita sea katniss” me dije a mi misma, ¿cómo era posible que
pensara en cosas así?
—Hola...- Musité apoyada en el
marco de la puerta.
—Katniss…no te oí llegar— Peeta
se ruborizó un poco más, no había que ser muy listo para saber el porqué.
—Qué bien huele… ¿magdalenas? —Mejor
no tocar el escabroso tema.
—Con chocolate…— Mis ojos se
iluminaron y un gemido de satisfacción se escapo de mi boca, desde que había
probado ese delicioso producto en el tren camino al Capitolio podía decir que
me había vuelto adicta.
— ¿Tardaran mucho es estar
listas? —
—Solo media hora más…—
—No sé si podré esperar— dije con
fastidio.
—Tendré que entretenerte…—
Se acerco a mí y posó sus labios
sobre los míos, era increíble lo dulce que llegaba a ser, le devolví el beso,
pero yo a diferencia de él di un paso más, entreabrí los labios y con mi lengua
perfilé los suyos, invitándole a que los abriera, cosa que hizo para luego
acariciar mi lengua con la suya. Disminuí la distancia que nos separaba
pegándome contra su pecho posando mis manos en su cadera y continué besándole
con fiereza. No tarde en sentir el hambre y la sed por sus labios, ahora nadie
podía impedirme disfrutar de ellos. Continué jugando con su lengua, separándome
lo justo para respirar y luego volver a juntar nuestras bocas. El hambre se fue
intensificando, centrándose en un punto bajo mi ombligo mandando descargas
eléctricas a la zona que se encontraba entre mis muslos. Peeta posó una de sus
manos en mi cintura apretándome la cadera contra la suya. Jadeé al notar como
su mano se dirigía hacia mi espalda y la otra se posaba en mi nuca. No sé
cuánto tiempo pasamos con nuestros labios pegados cuando empecé a notar que
cada vez me faltaba más el aire y el punto donde se juntaban las corrientes
eléctricas de mi cuerpo empezaba a palpitar y a ¿humedecerse? Abrí los ojos
cuando me di cuenta qué demonios significaba eso, aunque no me aparté sí que
reduje la intensidad del beso y con un suave mordisco en el labio inferior de
Peeta me aparte, jadeando en busca de
más aire.
Peeta iba a reclamarme, lo noté
en su expresión, pero justo en el momento en el que iba a hablar, Buttercup,
nuestro ahora estúpido gato saltó sobre la mesa, encima de los ingredientes
para el pan, tirando la harina.
—¡Hey!¡NO! — le gritó Peeta
espantándole. Reí suavemente recomponiéndome de lo sucedido.
—te dije que tenía que haberlo
cocinado cuando tuve la oportunidad…— dije con una sonrisa burlona, aunque en
realidad estaba incomoda con lo que aun sentía en mi interior.
— Aún estamos a tiempo— Replicó
él molesto, aunque no sabía el porqué, podía ser por el estropicio que había
causado el gato, o por haberme apartado.
—Sabes que no…— Susurré
entristecida, era el gato de Prim, lo único que me quedaba de ella. Peeta me
miró y se acerco a abrazarme, me quedé un par de segundos entre sus brazos y
luego me separé.
—Voy a darme una ducha…— usé la
misma excusa que él había usado por la mañana, no lo hice queriendo, necesitaba
esa ducha de verdad, pero algo en sus ojos me hizo ver que creía que sí, aún
así le deje creerlo y desaparecí de la cocina.
Entre en el baño rápidamente y
cerré la puerta con el cerrojo. Luego me apoye contra esta jadeando de nuevo.
La palabra excitación volvió a aparecer en mi cabeza, en un día dos veces, eso
no era bueno, no podía ser bueno…Ni siquiera sé como supe que lo que sentí en
la cocina era eso, quizás lo leyera en algún libro, o quizás lo escuchara en el
colegio, tenia q ser eso…nadie me lo había explicado, nadie me había contado
nada acerca de “eso”, nadie me había preparado para estas sensaciones…Pero
estaba claro que yo sabía lo que era, era completamente consciente de lo que le
pasaba a mi cuerpo. Pero es algo que yo no quería, algo que no me podía
permitir. Es posible que todo esto estropeara la relación tan protectora que
Peeta y yo empezábamos a tener, y no podía permitirme perderlo, sé que si algo
ocurriera, tanto él como yo lo pasaríamos mal, no soportaría ver herido de
nuevo a mi Peeta.
Cerré los ojos con fuerza y me
maldije a mí misma, no me entendía, no entendía ni mis pensamientos ni a mi
cuerpo. Ahogue un leve grito de desesperación en mi mano y empecé a desnudarme
mirándome a la vez en el gran espejo de la mampara de la ducha. Después de
dejar caer mis braguitas me quedé quieta, de pie ante mi reflejo, escudriñando
cada porción de mi cuerpo. Suspiré, no me sentía atractiva, no me veía guapa.
Mi piel aún tenía los numerosos “parches” de piel que el Capitolio me había
implantado, eran zonas con la piel más clara que la mía propia, aunque eran
igual de suaves y cada día se notaban menos. Deseaba que desaparecieran. Luego
estaba la falta de vello, no sé qué absurdo tratamiento de belleza habían usado
en mi cuerpo pero desde la preparación para el Vasallaje no había crecido ni un
solo pelo en mi cuerpo, mis piernas, axilas e incluso mi entrepierna estaban
completamente lampiños. Y lo odiaba profundamente, me daba apariencia de cría,
si no fuera por mis pechos, que aunque no eran muy grandes tenían el tamaño
justo y necesario para mi edad. Mis caderas se habían redondeado, signo
inequívoco de que estaba alimentándome bien, y de que estaba convirtiéndome en
toda una mujer. Una mujer… Suspiré ¿Esto era lo que le gustaba a los hombres?
¿Esto es lo que le gusta a Peeta? Lo dudaba.
Me deshice la trenza y tape mis
pechos con mi pelo ondulado, así sí que parecía una cría. Me sorprendí a mí
misma pensando en que seguramente mi cuerpo no le resultaría atractivo a Petta.
Definitivamente no sabía que se había despertado en mi cuerpo, ¿por qué justo
ahora empezaba a importarme esas nimiedades? Era repulsivo…
Abrí el grifo del agua caliente, y observé cómo salía
el agua, pronto empezó a brotar vaho y a empañar el espejo, mejor, así no tenia
que mirarme. Me metí bajo el agua e intenté dejar la mente en blanco.
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