sábado, 30 de junio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 2

Disclaimer: The junger games no me pertenece.



Era increíble lo que me hacía pensar esa estúpida situación. Yo, Katniss Everdeen había excitado a Peeta Mellark, al Chico del pan. Y ni siquiera sabía cómo. ¡Era él el que me estaba acariciando!
Suspiré y me senté en una roca, me descolgué la mochila y busqué en su interior. Si mal no recordaba debía de tener un panecillo ahí guardado, lo había metido la última vez que había salido a cazar y como estuve tan entretenida finalmente no me lo comí aquel día. En efecto, ahí estaba, del tamaño de un puño, blanco y suave. Lo cogí y su olor hizo rugir aún más a mi estomago.
 Maldita sea, tenía que haber desayunado. Y todo por culpa del chico que había hecho ese perfecto panecillo. Su reacción me había asustado y me había hecho sentir culpable, aunque estaba segura de que yo no había hecho nada, ¡era su culpa! El se había colocado así él, era él que me estaba clavando “eso” yo no tengo la culpa de que me molestara, yo no tengo la culpa de haberlo tocado. Había tocado su…su pene.
 Había tenido que buscar en mi memoria las clases de educación sexual que nos habían dado en el colegio para encontrar la palabra que nombraba esa parte de su cuerpo. En mi casa el tema “sexual” estaba completamente vetado. Y aunque no lo estuviera, la nula relación que tenia con mi madre no me habría dado la oportunidad. En esas clases también nos habían explicado qué era el periodo femenino, para qué servían las relaciones sexuales e incluso nos hablaron sobre métodos anticonceptivos. Recuerdo que sentí especial asco en la parte de las relaciones, y más aún cuando explicaron que como fruto la mujer podía quedar embarazada. Niños, bocas a las que alimentar, niños que al cumplir los doce años empezarían a participar en la Cosecha, niños que irían a los Juegos, niños que sufrirían, morirían…En ese momento decidí que nunca tendría hijos, nunca tendría relaciones sexuales, los métodos de anticoncepción eran demasiado caros para la gente de la Veta, era más importante comer.
Pero, ¿había cambiado de opinión? ¿Peeta me había cambiado en cuanto a lo de…las…relaciones…? Me ruboricé de nuevo al pensar en un momento tan íntimo con él. Yo la chica que había dado sus primeros besos actuando para el país entero ahora se ruborizaba pensando en momentos de intimidad. Era gracioso cuanto menos.
Intenté dejar de pensar en todo eso y mordí el bollo de pan. Genial, duro y seco, ya no tenía nada de la suavidad que caracterizaba al pan de Peeta, pero… había comido cosas peores, mucho peores, no era nada exquisita. Acabe el panecillo en pocos minutos y me levante estirando mis extremidades, hinchando mis pulmones de aire con ese olor a hierba mojada y pino, un olor fresco que tantos recuerdos agridulces me traía.
Anduve deprisa entre los arboles del borde del bosque hasta uno que tenía un enorme hueco en su tronco, metí la mano y saque mi arco y el carcaj con las flechas. Era algo estúpido guardar ahí mis armas, ya que no había ningún impedimento para tener armas en casa en el nuevo Panem, pero qué iba a decir, era un animal de costumbres.
Me colgué los dos utensilios al hombro y me adentré aun más en el bosque, en busca de algún animalillo desprevenido. Al cabo de una media hora oí por encima de mí los murmullos y chilliditos de una ardilla. Dirigí mi vista hacia el sonido y allí estaba, una enorme y gorda ardilla mordisqueando lo que parecía una nuez. Incluso para las ardillas eran tiempos mejores, nunca había cazado ardillas tan gordas como las que conseguía ahora, además de que su número había aumentado considerablemente. Cogí el arco y una flecha, tensé la cuerda, apunté mientras contenía la respiración y la ardilla calló a mis pies. La miré durante unos segundos, al menos podía asegurar que mi habilidad como cazadora no había disminuido. La recogí con cuidado sin poder evitar mancharme las manos del viscoso liquido rojo que le manaba del ojo (justo donde la flecha se había insertado). Luego retrocedí por el mismo camino, devolví el arco y el carcaj a su árbol y me dirigí hacia casa, no necesitaba cazar más, con una ardilla era suficiente para la cena, ya no tenía que sobrevivir a base de vender lo que cazaba.
Cuando llegué a casa un delicioso olor me envolvió. Peeta estaba horneando, y por como olía no solo era pan.
Dejé la cazadora en la entrada y entré en la cocina. Peeta amasaba encima de la mesa, sus manos y parte de los brazos estaban cubiertos de harina, su cara estaba roja y su ceño fruncido por el esfuerzo, sus músculos se tensaban y destensaban a la vez que la masa era aplastada. Sonreí levemente mirándole, su camiseta también tenía restos de harina, esa camiseta le quedaba algo pequeña, en estos meses Peeta había vuelto a ganar algo de músculo, por lo que las camisetas solían quedarle demasiado justas ahora. Y en especial esta, marcaba sus pectorales y la parte de su ombligo, completamente lisa y fuerte. No pude evitar que mi mirada bajara un poco más hasta esa parte de su anatomía que había tocado hacía un par de horas. Ahora ya no quedaba rastro de dureza, aun así esa parte seguía siendo perceptible. Recordé el tacto a través del pantalón del pijama y me mordí el interior de la mejilla. “Maldita sea katniss” me dije a mi misma, ¿cómo era posible que pensara en cosas así?
—Hola...- Musité apoyada en el marco de la puerta.
—Katniss…no te oí llegar— Peeta se ruborizó un poco más, no había que ser muy listo para saber el porqué.
—Qué bien huele… ¿magdalenas? —Mejor no tocar el escabroso tema.
—Con chocolate…— Mis ojos se iluminaron y un gemido de satisfacción se escapo de mi boca, desde que había probado ese delicioso producto en el tren camino al Capitolio podía decir que me había vuelto adicta.
— ¿Tardaran mucho es estar listas? —
—Solo media hora más…—
—No sé si podré esperar— dije con fastidio.
—Tendré que entretenerte…—
Se acerco a mí y posó sus labios sobre los míos, era increíble lo dulce que llegaba a ser, le devolví el beso, pero yo a diferencia de él di un paso más, entreabrí los labios y con mi lengua perfilé los suyos, invitándole a que los abriera, cosa que hizo para luego acariciar mi lengua con la suya. Disminuí la distancia que nos separaba pegándome contra su pecho posando mis manos en su cadera y continué besándole con fiereza. No tarde en sentir el hambre y la sed por sus labios, ahora nadie podía impedirme disfrutar de ellos. Continué jugando con su lengua, separándome lo justo para respirar y luego volver a juntar nuestras bocas. El hambre se fue intensificando, centrándose en un punto bajo mi ombligo mandando descargas eléctricas a la zona que se encontraba entre mis muslos. Peeta posó una de sus manos en mi cintura apretándome la cadera contra la suya. Jadeé al notar como su mano se dirigía hacia mi espalda y la otra se posaba en mi nuca. No sé cuánto tiempo pasamos con nuestros labios pegados cuando empecé a notar que cada vez me faltaba más el aire y el punto donde se juntaban las corrientes eléctricas de mi cuerpo empezaba a palpitar y a ¿humedecerse? Abrí los ojos cuando me di cuenta qué demonios significaba eso, aunque no me aparté sí que reduje la intensidad del beso y con un suave mordisco en el labio inferior de Peeta  me aparte, jadeando en busca de más aire.
Peeta iba a reclamarme, lo noté en su expresión, pero justo en el momento en el que iba a hablar, Buttercup, nuestro ahora estúpido gato saltó sobre la mesa, encima de los ingredientes para el pan, tirando la harina.
—¡Hey!¡NO! — le gritó Peeta espantándole. Reí suavemente recomponiéndome de lo sucedido.
—te dije que tenía que haberlo cocinado cuando tuve la oportunidad…— dije con una sonrisa burlona, aunque en realidad estaba incomoda con lo que aun sentía en mi interior.
— Aún estamos a tiempo— Replicó él molesto, aunque no sabía el porqué, podía ser por el estropicio que había causado el gato, o por haberme apartado.
—Sabes que no…— Susurré entristecida, era el gato de Prim, lo único que me quedaba de ella. Peeta me miró y se acerco a abrazarme, me quedé un par de segundos entre sus brazos y luego me separé.
—Voy a darme una ducha…— usé la misma excusa que él había usado por la mañana, no lo hice queriendo, necesitaba esa ducha de verdad, pero algo en sus ojos me hizo ver que creía que sí, aún así le deje creerlo y desaparecí de la cocina.
Entre en el baño rápidamente y cerré la puerta con el cerrojo. Luego me apoye contra esta jadeando de nuevo. La palabra excitación volvió a aparecer en mi cabeza, en un día dos veces, eso no era bueno, no podía ser bueno…Ni siquiera sé como supe que lo que sentí en la cocina era eso, quizás lo leyera en algún libro, o quizás lo escuchara en el colegio, tenia q ser eso…nadie me lo había explicado, nadie me había contado nada acerca de “eso”, nadie me había preparado para estas sensaciones…Pero estaba claro que yo sabía lo que era, era completamente consciente de lo que le pasaba a mi cuerpo. Pero es algo que yo no quería, algo que no me podía permitir. Es posible que todo esto estropeara la relación tan protectora que Peeta y yo empezábamos a tener, y no podía permitirme perderlo, sé que si algo ocurriera, tanto él como yo lo pasaríamos mal, no soportaría ver herido de nuevo a mi Peeta.
Cerré los ojos con fuerza y me maldije a mí misma, no me entendía, no entendía ni mis pensamientos ni a mi cuerpo. Ahogue un leve grito de desesperación en mi mano y empecé a desnudarme mirándome a la vez en el gran espejo de la mampara de la ducha. Después de dejar caer mis braguitas me quedé quieta, de pie ante mi reflejo, escudriñando cada porción de mi cuerpo. Suspiré, no me sentía atractiva, no me veía guapa. Mi piel aún tenía los numerosos “parches” de piel que el Capitolio me había implantado, eran zonas con la piel más clara que la mía propia, aunque eran igual de suaves y cada día se notaban menos. Deseaba que desaparecieran. Luego estaba la falta de vello, no sé qué absurdo tratamiento de belleza habían usado en mi cuerpo pero desde la preparación para el Vasallaje no había crecido ni un solo pelo en mi cuerpo, mis piernas, axilas e incluso mi entrepierna estaban completamente lampiños. Y lo odiaba profundamente, me daba apariencia de cría, si no fuera por mis pechos, que aunque no eran muy grandes tenían el tamaño justo y necesario para mi edad. Mis caderas se habían redondeado, signo inequívoco de que estaba alimentándome bien, y de que estaba convirtiéndome en toda una mujer. Una mujer… Suspiré ¿Esto era lo que le gustaba a los hombres? ¿Esto es lo que le gusta a Peeta? Lo dudaba.
Me deshice la trenza y tape mis pechos con mi pelo ondulado, así sí que parecía una cría. Me sorprendí a mí misma pensando en que seguramente mi cuerpo no le resultaría atractivo a Petta. Definitivamente no sabía que se había despertado en mi cuerpo, ¿por qué justo ahora empezaba a importarme esas nimiedades? Era repulsivo…

Abrí el grifo del agua caliente, y observé cómo salía el agua, pronto empezó a brotar vaho y a empañar el espejo, mejor, así no tenia que mirarme. Me metí bajo el agua e intenté dejar la mente en blanco.

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