sábado, 30 de junio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 19



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


En cuanto me acurruqué cerré los ojos y aspiré profundamente la almohada. Tenía el mismo olor que Peeta, a pan recién hecho, ya que estaba ocupando su lado de la cama. Acaricié la almohada y sonreí. Aún me costaba creer lo que había pasado en esa cama. Peeta y yo habíamos tenido relaciones. Habíamos hecho el amor. Y fue mágico. Cursimente mágico. Indudablemente Peeta era el chico más atento y tierno de mundo. Pero a la vez apasionado. Sus manos me acariciaban sin miedo. Estaba segura de que él conocía cada punto de mi cuerpo y la reacción que producía en mi cuando sus manos pasaban por aquí y por allá. Demasiadas caricias como para no saberlo.
Él también sabía que zonas tocar y cuando para que mi respiración se acelerara. Sabía cómo besar mi cuello, el momento exacto en el que debía pasar a usar los dientes, el momento en el que la ropa iba a empezar a sobrarme. Y estaba segura de que él sabía ese punto de nuestras caricias en el que yo no podría decirle que no y aún así nunca me había presionado. Tuve que pedírselo.
Aunque cuando se lo pedí estaba completamente nerviosa y se formó un nudo en mi estomago, no vacilé y mi voz no me traicionó quebrándose, Tuve que aguantarme la risa cuando vi su cara de asombro entre la de placer. Después de eso me besó tan dulcemente que por un segundo pensé que no aceptaría, que tendría que jurarle que quería que sucediera, incluso rogarle, porque creí que el pensaría que lo hacía por él. Pero me creyó y pocos minutos después estaba entrando en mí.
Si dijera que no me dolió estaría mintiendo. Un dolor agudo me atravesó en ese momento pero el calor de Peeta en mi interior, tan profundamente en mí, tan mío, mereció la pena. Porque sí, Peeta era más mío que nunca. Solo mío.
Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos, yo nunca pensaba así, no era propio de mi persona. Siempre había pensado que nadie puede pertenecerle a nadie, solo a sí mismo, y aun así ahora estaba tomando posesión de Peeta, lo peor de todo era que esos pensamientos me agradaban. ¿Peeta sentiría lo mismo? Aún recordaba el momento en el que me había cogido de las muñecas y me había susurrado que era suya…asique supuse que sí.
Metí mi mano bajo las sábanas y la posé en mi vientre, rozando con los dedos la parte más alta de mi intimidad, esa zona que debía de estar cubierta de vello, pero que ahora por culpa del Capitolio estaba lisa y suave como cuando era niña. Recordé lo mucho que odiaba mi intimidad así, pero a Peeta no parecía importarle. Recordé como su mirada se dirigía a ese punto cuando toda mi ropa desaparecía de mi cuerpo, como se humedecía los labios mirándola, el tiempo que pasó en el sofá observándola minuciosamente. Definitivamente no le desagradaba. Aunque no entendía por qué a mí me había desprovisto de cada vello de mi cuerpo, dejándome solo el pelo y a Peeta le habían dejado como antes. Él seguía con su vello natural. Pensándolo bien mucho mejor para mí porque adoraba la línea que iba desde su ombligo hasta esa zona prohibida hasta hace un par de días. ¿Cuántas veces lo había pensado? ¿Cuántas veces mi memoria me había llevado a esa primera vez que la acaricié? ¿Cuántas veces mi imaginación se apoderó de mí consiguiendo que pensara en mi mano llegando más debajo de lo permitido?
Sonreí recordándolo. Si Peeta pensaba que estaba desesperado y que era un pervertido por querer intimar conmigo, ¿yo que era? Aunque lo negara e intentara hacer desaparecer esos pensamiento yo también los había tenido, mi imaginación había volado hacia situaciones comprometidas en alguna que otra ocasión. Y luego estaba los sueños. Esos sueños que se intercalaban con las pesadillas. Últimamente estos eran más numerosos y las pesadillas más escasas. En ellos por lo general solía pasar lo mismo, Peeta besándome y mordiéndome los labios, acariciándome con ternura, hasta que su mano tocaba mi sexo, luego como por arte de magia estaba sobre mí como hace un rato, haciéndome el amor. Pero a diferencia de esa tarde en mis sueños no sentía tanto placer. No sentía nada físico. Solo era sentimental, cariño, amor, ternura, y satisfacción por tenerle así.
Obviamente nunca le diría nada a cerca de esos sueños, incluso yo intentaba borrarlos de mi memoria. Yo misma actuaba como si no existieran… ¿podría soportarlos a partir de ahora? Posiblemente lo sueños ahora serian más intensos, ahora sabía lo que se sentía en esa situación, sabía que sensaciones me producía tener a Peeta sobre mí, entrando en mí. Dudaba que pudiera soportarlos, además, me daba demasiada vergüenza por si él se enteraba de ellos. Maldita sea mi imaginación… Estaba segura que alguna noche me jugaría alguna mala jugada, hablaría en alto y Peeta sabría que estaba teniendo esos vergonzosos sueños.
Hice descender mi mano un poco más recorriendo mi intimidad a la vez que un escalofrío recorría mi columna vertebral. Era una sensación muy parecida a la misma que sentía cuando Peeta me besaba con insistencia. Dirigí los dedos a mi entrada y me asombré de lo rápido que había actuado en mí la pomada, ya no me dolía en absoluto. Noté que la humedad aún seguía ahí y recordé el momento en el que me apliqué la pomada, esas ganas fugaces de introducir mis dedos más dentro de mí. Sorprendida por lo que eso suponía aparté rápidamente e intenté descansar tal y como me había dicho Peeta.
No pude descansar mucho porque a los pocos minutos entró Peeta con solo una minúscula toalla atada a la cintura. Una nueva corriente eléctrica me recorrió centrándose entre mis piernas. Estaba condenadamente atractivo así. Sonreí estúpidamente, me devolvió la sonrisa acercándose a mí para besar mis labios de manera demasiado casta para mi gusto. Debí arrugar un poco la nariz puesto que el rió levemente dándome un pequeño toque en ella. Me mordí el labio cuando se alejo hacia el armario para coger su ropa, habíamos decidido que trajera cosas aquí, ya que prácticamente vivíamos juntos.
—¿qué te he dicho de morderte el labio?
—No sé…—Volví a mordérmelo, si que lo recordaba, perfectamente, y esta vez lo hice completamente consciente con una leve esperanza de que se abalanzara a besarme de nuevo.
— No lo hagas…por mi salud mental— Sonreí— Me vuelve loco…
— Pues ponle remedio— Juro que intenté poner voz seductora, pero la ansiedad no me lo permitió y soné como la Katniss de siempre.
— Preciosa, tengo que preparar la cena…Estarás muerta de hambre.
— En realidad no tengo hambre—mentí, si tenía un poco de apetito, pero mi mayor hambre era de otra cosa, tenía hambre de besos y caricias.
— Katniss, mientes mal, lo sabes— Resoplé frunciendo el ceño— Te avisaré cuando esté preparada.
— Entonces, mientras, me daré una ducha — Estuve a punto de decirle que también iba a ser una ducha fría, pero por vergüenza me contuve.
Me levanté sin soltar el agarre de la sábana, manteniéndola contra mi pecho para que me cubriera.
—Katniss…— Suspiró— ¿Qué dije sobre lo de taparte ante mí? Es absurdo…
— Absurdo o no Peeta me… me avergüenza— Yo tampoco entendía mi vergüenza, estaba deseando que me acariciara pero a la vez me cubría para que no me viera.
— Como quieras…
Posó sus labios en los míos y luego me los acarició con la lengua, mi propia lengua salió al encuentro de la suya y se fundieron en un rápido juego cada vez más intenso y rápido. Su boja bajó a morder lentamente mi barbilla para después delinear con suavidad mi mandíbula mientras que sus manos acariciaban mis hombros, Mi respiración se volvió errática en cuestión de segundos. Sus labios empezaron a dejar dulces besos en mi cuello intercalándolos con tiernos mordisquitos. Dejé caer la sábana y rodeé su cuello con mis brazos para empezar a jugar con los mechones de su húmedo pelo. Peeta llevó sus manos hacia mi espalda y la acaricio descendiendo por los lados de esta y las dejo en mis caderas. Separó sus labios de los míos. Jadeando levemente al igual que yo.
— Ya puedes ir a la ducha— Miró mi cuerpo desnudo con una sonrisa torcida.
—¿Qué? Lo has hecho para…—Bufé— ¡Lo has hecho a propósito!— Peeta rió.
— Serás…
— ¿Qué?— Sonrió divertido plantándome cara.
— Un…un…un…un maldito mentiroso Peeta Mellark— Apreté los puños, en realidad solo esta simulando estar enfadada, aguantándome la risa, sabía que él se había dado cuenta, pero quería seguirle el juego.
—¿Un mentiroso? ¿por querer ver a mi novia sin ropa?— otra vez esa palabra que seguía dándome repelús.
—Por mentirle para que lo haga…
— Le recuerdo señorita Katniss Everdeen que debajo de esa sábana estaba ya desnuda, por voluntad propia…
— ¿Y no ha pensado…— Le di un corto beso en los labios, ahora si había conseguido poner ese maldito tono seductor—…Señor Mellark…que lo que quería su novia era que la viera desnuda, pero sobre la cama y debajo de usted de nuevo?— Puse mi mejor sonrisa, o al menos lo intenté, porque decir aquello me puso de los nervios y salí de la habitación completamente desnuda.
Nada más salir del cuarto di grandes zancadas hasta el baño. Entré y cerré la puerta apoyándome en ella con la respiración acelerada. Me miré al espejo y mis mejillas empezaban a colorearse del tono rojo que ya era normal en mí. Aunque para ser sincera estaba contenta porque el rubor hacia acto de presencia ahora y no cuando le estaba diciendo esas palabras tan raras en mi a Peeta.
Antes de salir pude ver su cara de sorpresa, seguro que eso no se lo esperaba viniendo de mí. Supuse que él de mi esperaba que fuera una chica sumisa, que se dejaba hacer, a la que habría que proponérselo siempre. Pues estaba equivocado, no iba a ser una chica de esas, no iba a ser nunca más la inocente e inmaculada Katniss, por mucha vergüenza que me diera iba a decir cosas como esas, a intentar seducirlo, tal y como ponía en ese libro que había encontrado. Suspiré aliviada cuando oí como bajaba las escaleras, ya pensaría en cómo enfrentarme a él después.
Accioné el agua y aunque no la puse fría del todo si que estaba por debajo de su temperatura óptima, necesitaba hacer desaparecer el calor en mi vientre. Me metí bajo la ducha intentando apartar de mí los recuerdos de Peeta moviéndose sobre mí y de su calor entrando y saliendo de mi interior. Cuando creí haberlo conseguido me enjaboné el cuerpo y el pelo, me aclaré y salí para envolverme en una toalla y secarme.
Fui a la habitación solo con la toalla como había hecho Peeta antes. Decidí ponerme algo cómodo para estar en casa, por lo que mi atuendo se basó en una simple camiseta gris de manga corta y unos pantalones negros que solo llegaban a la rodilla. Ambas cosas de algodón suave y elástico. Aún así como ropa interior elegí otras braguitas del Capitolio. Esta vez escogí unas de color rojo brillante, prácticamente eran transparentes, salvo en la parte central, el trozo de tela que debía cubrir mi intimidad, además sobre las transparencias venían dibujadas con un exquisito bordado unas mariposas, del mismo tono rojo haciendo que así al menos no fueran tan atrevidas. Recé para que no fueran incomodas, aunque para ser sincera, aunque lo fueran seguiría con la prenda puesta solo para que Peeta me viera con ella. Sé que le gustaban esas prendas, lo había visto en sus ojos esa misma tarde mientras me desnudaba y se encontraba con la sorpresa de mi conjunto de ropa interior. Mientras me las ponía sonreí imaginando su cara al verlas sobre mi piel. Sorpresa, satisfacción y excitación, eran las tres cosas que se habían mezclado en su rostro al bajar mis pantalones. ¿pasaría lo mismo con esas?
Al acabar de vestirme me peiné y con el pelo aún húmedo bajé al encuentro de Peeta en la cocina. La estancia ya olía a un exquisito guiso. Inspiré fuertemente y mi estomagó protesto de hambre.
—Lo confieso…— Peeta se sobresaltó y se dio la vuelta para mirarme— Me muero de hambre…


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