Disclaimer: The junguer games no me pertenece
El resto del día paso sin pena ni gloria. Después de comer
Peeta fue a llevarle una ración de su guiso a Haymitch, y se pasó allí toda la
tarde. En cuanto a mi cogí nuestro libro de recuerdos y empecé a escribir una
nueva página. Esta se la dediqué a ese estúpido gato que ahora dormitaba sobre
el sofá. No lo reconocería en alto nunca, pero le debía mucho a ese saco de
piel y huesos. Le había sacado más de una sonrisa a Prim, solo tenía que
frotarse contra sus piernas, para que mi hermanita dejara de llorar. Y ahora
extrañamente me estaba ayudando a mí.
Cuando reapareció lo odié, venia buscándola a ella, la
llamaba insistentemente, se pasó noches enteras maullando y rascando la puerta
de la habitación de Prim. Y esos maullidos lastimeros me hacían caer aun mas en
la locura, lloraba escuchándole, noche tras noche. Luego esos maullidos fueron
disminuyendo, solo los oía en contadas ocasiones, sobre todo por las noches,
cuando me despertaban de las pesadillas. Vales sí, por esa parte debería
estarle agradecida.
Un par de noches después de que regresara Peeta,el maldito
gato volvió a maullar insistentemente, esa noche me despertó como todas las
demás, salvo por un detalle, esa noche, por primera vez en mucho tiempo estaba
teniendo un sueño feliz. Me levanté hecha una furia y cogí al gato por el
pellejo, dispuesta a retorcerle el cuello sin ningún miramiento. Pero cuando
alcé la mano para hacerlo, el me la cogió entre sus garras y me la lamio con su
áspera lengua. Le miré un segundo, lo solté empezando a llorar. El gato lejos
de bufarme y salir corriendo como era habitual en él, se pego a mí y se froto
contra mis piernas, como hacía con Prim. Lloré más fuerte, pero desde entonces
no pude volver a pensar en acabar con él.
Decidí escribir todo eso en el libro, y poco a poco, con la
mejor caligrafía de la que disponía lo hice, más tarde cuando llegó Peeta, le
pedí que dibujara a Buttercup.
Cociné para cenar un estupendo estofado de ardilla, la
receta era básicamente la misma que la del rico estofado de cordero del
Capitolio, pero en el 12 el cordero escaseaba, por lo que lo hacía con ardilla,
la idea salió de Peeta, el era el experto en la cocina, y yo, bueno yo solo era
una mera aprendiz. Cenamos entre las típicas bromas y caricias de Peeta.
Caricias que últimamente me hacían estremecer, notaba la piel de mi nuca
erizarse cada vez que sus dedos rozaban algún punto perdido de mi cuello, y no
podía evitar sonreír como una tonta mirando mi plato.
Me acosté un rato antes que Peeta, esperé a que llegara y me
resguarde en su pecho abrazandole. Le besé en él y lo acaricie con suavidad con
los ojos cerrados. Mientras, Peeta enredaba sus dedos en mi pelo, formando
bucles proporcionándome una sensación de calidez y confort. Y así dejé que el
sueño se apoderara de mí.
No sé cuánto tiempo había dormido cuando me desperté, aún estaba todo oscuro. Me di la vuelta
buscando a Peeta para utilizar su pecho de almohada, pero el otro lado de la
cama estaba frío. Sentí una leve opresión en el pecho y encendí la luz.
Obviamente en la habitación solo estaba yo. Intenté tranquilizarme repitiéndome
a mí misma que Peeta seguramente estaría en el baño. Dejé la luz encendida y me
arropé encogiendo las piernas. Era horrible esa intranquilidad que sentía al no
tenerle junto a mí en la cama, le necesitaba a mi lado, necesitaba su suave
respiración como canción de cuna, incluso necesitaba los suaves ronquiditos que
emitía cuando estaba profundamente dormido. Empecé a tiritar y jadear con los
ojos fuertemente cerrados.
Conté los segundos uno, dos, tres…me mordí el labio,
veintinueve, treinta, treinta y uno… ¿por qué era tan estúpida? Me incorporé
destapándome y salí hacia el baño. No había luz bajo la puerta. La opresión en
el pecho regresó. ¿Por qué se había ido? ¿Por qué me había vuelto a dejar sola?
Por suerte algo dentro de mí me hizo mirar hacia las escaleras, un suave
reflejo de luz anaranjada subía por ellas. Suspiré aliviada y me dirigí hacia
la estancia de donde provenía la luz escaleras abajo.
La luz venía del salón y por la intensidad de la misma
deduje que era de la lámpara que estaba junto al sofá. Me apoyé en el marco y
me quedé observando a Peeta, que estaba sentado en el cómodo sofá con un
delgado libro en la mano. Por su mirada el librito debía de ser de lo más
interesante. Pasaba las páginas rápidamente con la boca medio abierta, de vez
en cuando hacía alguna mueca un tanto extraña y se quedaba mirando esa página
durante más tiempo que el resto. Si que debía ser interesante porque estuve
allí mirándole por lo menos quince minutos y no se dio cuenta de mi presencia.
Carraspeé suavemente entrando en la sala. Me miró asustado
casi como si fuera un asqueroso muto, con los ojos desorbitados y la boca aún
más abierta que antes. Rápidamente escondió el librito tras él y cogió un cojín
del sofá colocándoselo en el regazo. Retrocedí dando un paso atrás, su reacción
me había asustado, no dudaba que en unos segundos se lanzaría a mí cuello.
— ¿Peeta…?— Tartamudeé — Estas teniendo uno de tus ataques,
¿real, o no real?—
— ¡¿Qué?! ¡NO! Katniss no…no…no real…claro que no…— Parecía
nervioso.
— Entonces ¿Qué ocurre? ¿Qué es eso que escondes?— Me
acerqué más pero él se interpuso en mi camino, cubriendo con su cuerpo el
delgado libro.
No titubeé y me lance contra él para conseguir el maldito
objeto de la discordia que en ese momento estaba protegido por su fuerte
cuerpo. Conseguí agarrarlo pero el también lo hizo y empezamos a forcejear. Yo
tiraba con fuerza, con ambas manos, pero el tiraba con aún más fuerza con una
sola mientras que con la otra agarraba el cojín que estaba entre los dos. Al
final acabé a horcajadas sobre Peeta, tirando del libro con todas mis fuerzas,
pero el papel de las tapas era resbaladizo y mis manos perdían firmeza, así que
cada poco tenía que inclinarme un poco más para cogerlo bien. Peeta no parecía
que me iba a dejar salirme con la mía y no lo entendía solo era un estúpido
libro por el cual estábamos peleándonos como dos niños, por un juguete de
trapo. Di un tirón más intenso y conseguí el libro a la vez que perdía el
equilibrio.
Caí de espaldas con un golpe seco en la alfombra, pero con
el maldito libro en mis manos. Fulminé con la mirada a Peeta que volvía a
mirarme con la boca abierta.
— Katniss no es lo que parece…— Levante una ceja mirándole
con socarronería.
Me recompuse en el suelo, y aunque el trasero me ardía me
quedé sentada. Miré la portada del libro. En ella había una fotografía a todo
color de una mujer en ropa interior. Su conjunto era de un intenso color
negro aunque completamente trasparente,
se podía ver a través de la tela sus pechos y su entrepierna. Leí el título del
supuesto libro “Chicas calientes”. El aire de mis pulmones me abandonó y miré a
Peeta. No entendía nada.
— Katniss…yo no…Haymitch…—
— ¡¡SSSSSHHHHH…!!— Espeté y volví a mirar el libro.
Tomé aire, reuní valor y lo abrí por la mitad. Un grito
ahogado salió de mi garganta. En esa hoja no había letras, ni siquiera otra
mujer semidesnuda. Ahí, también en color, había una enorme fotografía de un grandísimo
pene penetrando un enrojecido sexo femenino. Lancé el delgado libro al suelo.
Estoy segura de que mi cara emitía luz propia de lo colorada y ardiente que la
tenía, incluso las orejas me ardían.
— Quiero explicártelo…Haymitch me dio esa revista…yo no
quería—
—Sin embargo…— jadeé— estabas mirándolo…—
— Por curiosidad. —
Suspiré, no sabía que decir, no entendía porque Peeta, el
bueno y dulce Chico del pan estaba mirando esa “revista” con multitud de
fotografías de mujeres desnudas y parejas haciendo el amor. ¿Qué pretendía con
ello? ¿Acaso le gustaba mirarlo? Eso era asqueroso. Le miré a los ojos, ahora
mismo no sabría descifrarlos, sus cejas rubias estaban inclinadas hacia arriba
en el centro y tenía el ceño fruncido. En su mirada se podía vislumbrar
¿Culpabilidad? ¿Arrepentimiento? ¿Vergüenza? Es posible que una mezcla de las
tres.
— Él pensó que quizás eso nos ayudaría…a…—
— ¡A nada Peeta! ¡Yo no quiero esa clase de ayuda!—
Sin soportarlo más y sin saber a qué demonios nos podían
ayudar unas fotografías así, salí corriendo hacia la habitación y me metí en la
cama tapándome hasta la cabeza. No entendía nada, esto, lo que Peeta y yo
teníamos cada vez era más y más difícil, al contrario de lo que yo había pensado.
Estúpida de mí había pensado que el cariño que nos teníamos haría las cosas más
sencillas, los besos y las caricias serían el pan nuestro de cada día, nunca
discutiríamos… Genial, a buena hora me daba cuenta de que estaba pensando como
una princesita de cuento, y lamentablemente yo había dejado de creer en
princesas hacía mucho tiempo.
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