sábado, 30 de junio de 2012

Aprendiendo: Capítulo 20



Disclaimer:The hunger games no me pertenece

Peeta estaba de espaldas a la puesta centrado en una cacerola, al oírme se dio la vuelta y sonrió. El corazón me dio un vuelco cuando vi su blanca sonrisa de nuevo. Era completamente adictiva, no podía estar si ella mucho tiempo. Le devolví la sonrisa acercándome a curiosear lo que estaba cocinando. En la cazuela había una mezcla de diferentes verduras que desprendían un exquisito olor y que hicieron que mi estomago gruñera de nuevo, tan fuerte que hasta Peeta lo oyó empezando a reírse.
— No tiene gracia, solo son tripas pidiendo alimento, bobo…
— La tiene porque decías que no tenías hambre…— Resoplé.
— ¿Tardará mucho en hacerse?
— Un ratito…— echó unos trozos de carne a la cazuela, por el aspecto, supuse que era ganso—Pero he pensado en tu hambre y he preparado un poco de queso con manzana.
Miró hacia la mesa y allí estaba, rebanadas de esponjoso pan con el cremoso queso de cabra, y por encima rodajas de manzana perfectamente colocadas espolvoreadas con un poco de canela. Se me hizo la boca agua al verlas, no me había percatado de su existencia, mi mirada estaba centrada completamente en él. Esa sencilla comida era lo único que podía traerme un buen recuerdo de los Juegos. Peeta y yo en la cueva, compartiendo comida y besos, yo protegiéndole, aunque en ese momento estaba aterrada, y la mayor parte del tiempo actuaba, también hubo momentos para recordar. Como que allí fue la primera vez que sentí ése hambre en mi interior y el fuego quemándome gracias a uno de sus besos.
—Oh…— Gemí mientras me llevaba una a la boca, me sentía como si no hubiera comido en años, me había acostumbrado demasiado a las comidas regulares.
—Esta riquísimo, Peeta, qué buen cocinero eres…
—Solo es queso y manzanas…yo solo lo he juntado…
—Da igual—Fruncí el ceño— Está rico y lo has hecho tú. Me vale— Sonrió ampliamente y siguió atendiendo al guiso de verduras.
Me senté en una de las sillas, junto al plato con las rebanadas del pan y me quedé observando  cómo los músculos de sus brazo se tensaban y destensaban al remover la comida. Mi vista siguió paseándose por su ancha espalda. La camiseta volvía a quedarle ligeramente ajustada, por lo que sus músculos se marcaban a la perfección bajo esa fina tela. Y la tela se movia con cada leve contracción muscular haciéndome sonreír levemente. Me mordí el labio al recordar como mis dedos se clavaban en ella cuando Peeta estaba haciéndome el amor. Mi intimidad palpitó por enésima vez ese día haciendo que me removiera incomoda en la silla. Maldita sea, ¿es que ahora me voy a convertir en una asquerosa pervertida? Peeta me estaba pervirtiendo, eso era un hecho, lo estaba haciendo como pareja, y aun así, aunque me incomodaba, no me desagradaba la idea, me gustaba que Peeta me enseñara a sentir lo que me había prohibido sentir.
— ¿En qué piensas Katniss? Estas muy callada.
—No pienso…—Mentí a medias— Sólo te observo…me gusta tu espalda.
—¿Mi espalda?— Se giró para mirarme.
—Eso he dicho…
—¿qué tiene de especial?
—¿ A parte de que es tuya? — esas palabras salieron de mi boca sin ser pensadas, por lo que me arrepentí cuando las escuché de mis labios, aun así seguí— Es grande…ancha…musculosa…fuerte…perfecta— El sonrió
—¿Hay más cosas que te gusten de mí?
—no te besaría si solo me gustara tu espalda…
—Eso ya lo sé…quería decir que me gustaría saber qué es lo que más te gusta de mí…
— Tus pestañas— creo que la velocidad con la que lo dije asustó a Peeta, pero un segundo después ya estaba sonriendo— Son tan rubias que solo se ven bien si hay mucha luz…pero a la vez son larguísimas parece que se van a enredar, pero nunca lo hacen…son…perfectas también….
—¿algo más?— Tenía una amplia sonrisa en los labios, y un leve rubor en las mejillas, eso me dio algo de valor
— si…— Sin detenerme a pensarlo levante un poco su camiseta y pasé la yema de los dedos por la suave línea de vello— Me gusta mucho esta parte…estos…pelitos…— Miré sus ojos, viendo en ellos la vergüenza, algo que pocas veces había visto en ellos.— y no entiendo por qué…supongo que la palabra que los definiría es “sexy” pero, sinceramente nunca he pensado en que es y que no es sexy— suspiré, estaba hablando demasiado. Bajé la mirada al suelo avergonzada.
— Tú eres sexy…— me agarró con suavidad la barbilla para que le mirara.
— Eso si que no…acepto que creas que soy hermosa…¿pero sexy?— sonreí levemente— definitivamente no…
— Eso es que no te has visto desnuda…
—Me he visto desnuda más veces que tu…
—Pero no como yo te he visto, en…en nuestros momentos íntimos…— Me ruboricé fuertemente. Perfecto— Es completamente sexy esa cara que pones, lo la manera en la que mueves tus caderas para buscar mis caricias…
— Vale, tú ganas— no quería seguir escuchándole, ese tema me ruborizaba demasiado. Pero definitivamente, yo no podía ser clasificada como una persona sexy.
— Eso es, yo gano porque tengo razón, aunque no lo creas…—resoplé mientras que se daba la vuelta para volver a atender la cazuela.
Cuando acabó de hacerse la comida pusimos entre los dos la mesa en silencio y luego nos sentamos a cenar. Esa noche Peeta se sentó a mi lado y no enfrente como solía hacer. Mientras que cogía un trozo de las verduras que Peeta había hecho el pasó su dedo por mi cuello, haciendo pequeñas formitas, dibujándolas. Sonreí contra la comida y me metí el tenedor en la boca, saboreando la exquisita comida. Él bajó lentamente por mi cuello hacia mi escote muy lentamente haciendo que mi piel se erizada.
—Peeta…— Arrastré la ultima sílaba.
—¿hmmm..?— Continuó por mi escote sin hacer caso de mi advertencia acariciándome dulcemente.
Le dejé continuar rindiéndome ante esa caricia, pero no me quedé atrás y empecé a acariciarle también empezando por su cuello, dirigiéndome hacia los pelillos de su nuca donde enredé los dedos. Peeta sonrió mirándome directamente a los ojos.
Y entonces pasó. Peeta se lanzó contra mis labios como si nunca me hubiera besado, enredó sus dedos en mi pelo y busco mi lengua como si la necesitara para vivir. Dejé que entrara en mi boca y mis labios empezaron a jugar con los suyos. Se levanto de la silla y me obligo a levantarme para pegar su cuerpo al mío. Nuestro beso empezó a ser más intenso, nuestras respiraciones empezaron a acelerarse y el fuego de mi interior a incendiarse. Sus manos recorrieron toda mi espalda hasta colocarse cada una en uno de  mis glúteos los cuales fueron apretados sin piedad. Gemí contra los labios de Peeta al notar esa presión y  mis manos volaron para introducirse debajo de su camiseta y acariciar su firme vientre.
Yo misma me subí sobre la mesa y dejé que se colocara entre mis piernas a la vez que le quitaba la camiseta. En ese momento por fin pude tocar su perfecto torso completamente desnudo y solo para mí. Me incliné sobre su cuello y empecé a besarlo con devoción, recorriéndolo, dejando un caminito de besos desde su barbilla a su clavícula. Poco a poco me centre en su pecho, que también bese dulcemente, intercalándolo con tiernos mordisquitos. La respiración De Peeta era completamente errática, hecho que el único efecto que tenía en mi era hacer que mi entrepierna palpitara de forma aberrante.  Junto con mis besos mis manos también hicieron un camino hacia abajo, llegando a esa línea de vello traspasándola y sorprendentemente, incluso para mí se perdió bajo el pantalón del Chico del pan, acariciando toda su longitud por encima de su ropa interior. Maldita sea, estaba tan excitado como yo, aun no me acostumbraba a ese calor contra mis dedos. Peeta gimió con fuerza buscando mi boca de nuevo para beber de ella. Sin esperar mucho más comenzó a quitarme la camiseta de un rápido tirón, aunque sin entender por qué la dejó a la mitad de mi cabeza, tapándome los ojos solamente. Busqué sus labios a ciegas y me frustré al no encontrarlo.
—Madre mía Katniss…
—¿Qué?— Mi respiración no me daba tregua, estaba haciéndome jadear de manera casi embarazosa.
— No llevas sostén…—Negué con la cabeza y me beso de nuevo con esa hambre tan característica suya. Esa hambre que le hacía pasar el chico bueno, al malo y rudo.
Peeta descendió a jugar con la parte más sensible de mis pechos. Me los besó y lamió arrancándole a mi garganta varios gemidos muy intensos. No me di cuenta de que por fin había liberado mis ojos hasta que mi mano volvió a colarse bajo sus pantalones y apretó ese gran trozo de carne dura. El gemido de Peeta contra uno de mis pezones no se hizo esperar. Froté esa parte de su anatomía sobre la tela, para luego bajarle un poco los pantalones y meter mi mano por dentro de esa última tela que nos separaba. Otra vez su calor me pego de lleno en la mano haciendo que las palpitaciones de mi intimidad fueran dolorosas y  mi ropa interior se humedeciera hasta un punto casi insospechado.
Sus manos descendieron por mis costados y sin esperar más me arrancaron de un solo tirón los pantalones con cintura elástica que llevaba en ese momento. Peeta separó sus labios de mí y le oí gruñir sonoramente, por un solo segundo temí que algo estuviera mal con mis braguitas especialmente elegidas para él. Pero como para quitarme cualquier duda Peeta me besó de nuevo mordiendo mis labios con ansias, estaba claro lo que quería de mí.
Mi mano volvió a acariciarle, bajando y subiendo por toda su longitud mientras que la otra consiguió que la ropa que me molestaba bajara un poco. Peeta me robó otro gemido al pasar su dedo sobre mis bragas haciendo presión entre mis pliegues, justo en ese punto de placer desolador.
—Hazlo otra vez…— Susurré moviendo mi cadera contra su mano buscando el roce. Cuando lo hizo, mi cabeza cayó hacia atrás acompañada de mi gemido.
Sus dientes se clavaron en mí a la vez que apartaba el encaje y su mano se encontraba cara a cara con la piel más sensible de todo mi cuerpo. Acarició mi punto de placer con suavidad, aunque ese tierno masaje consiguió que en mi garganta emitiera intensos gemidos.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong.
Ahora no…— Se quejó Peeta sin apartar sus manos de mí.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong.
Definitivamente  deberías…dejarme que le pateara el culo…— Conseguí decir entre jadeos.
— Lo haré yo mismo…— Su beso fue demasiado tierno, signo inequívoco de que nuestras caricias sobre la mesa de la cocina habían acabado.
— Podemos hacerlo los dos…— supuse que mis labios formaron un ridículo puchero, puesto que Peeta levantó una de las comisuras de mis labios con su dedo, muy suavemente.
Dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong dindong
Se apartó de mí dejándome fría y sobrexcitada pero lo asumí y me bajé de la mesa para ponerme mi ropa. Peeta recolocó la suya intentando que su excitación no se notara y fue a abrir a nuestro invitado forzoso.
— ¡Vas a quemar el maldito timbre! — espeté nada más ver a nuestro mentor.
—Tranquila encanto— Se llevo una mano a la cabeza en señal de dolor y la otra me la extendió a mí, en ella traía un sobre. Lo cogí con algo de recelo.
— ¿Qué es esto?
— Míralo tú misma, aunque no esperaba enterarme así, creía que éramos amigos.
El sobre tenía inscrito el símbolo del capitolio y estaba enviado por la mismísima Paylor. Lo abrí lentamente, ante la atenta mirada de Peeta y mi mentor. Saqué el trozo de papel, un papel decorado con ribetes dorados y leí.

“Se le informa que ha sido invitado a la celebración
del decimoctavo cumpleaños de nuestra querida Sinsajo,
que será celebrado el 8 de mayo en el Edificio de Justicia del Distrito 12 a partir de las 20:00
Imprescindible vestir de etiqueta.”

Comencé a hiperventilar al leer aquella simple frase. Celebración y mi cumpleaños no se llevaban bien. Nunca había celebrado mi cumpleaños, ¿Qué iba a celebrar? ¿Qué estaba un año más cerca de entrar en la cosecha? ¿Qué seguía en ella? ¿Qué ese año podía ser elegida? No, definitivamente no iba a hacerlo este año tampoco.
—¿Katniss? —La voz de Peeta me pareció completamente lejana.
— Yo…yo…— Tartamudeé— no….
Arrugué el sobre en mi puño para luego lanzárselo a la cara a Haymitch y salí corriendo hacia mi habitación, para refugiarme entre las sábanas e impedir que así me vieran llorar.
Oí como Peeta intentaba seguirme y Haymitch se lo impedía. Oí como hablaban de la celebración. Y entre lágrimas oí pronunciar varios nombres incluyendo el de Johanna y el de Gale, ese último  nombre hizo que me estremeciera.
Cerré los ojos con fuerza deseando que se callaran, incluso tapé mis oídos, pero las palabras que había leído hacía unos minutos me taladraban el cerebro. 8 de mayo, mi cumpleaños… mañana era 8 de mayo, mañana era mi cumpleaños, mañana habría una fiesta en mi honor a la que yo no asistiría.

Aprendiendo: Capítulo 19



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


En cuanto me acurruqué cerré los ojos y aspiré profundamente la almohada. Tenía el mismo olor que Peeta, a pan recién hecho, ya que estaba ocupando su lado de la cama. Acaricié la almohada y sonreí. Aún me costaba creer lo que había pasado en esa cama. Peeta y yo habíamos tenido relaciones. Habíamos hecho el amor. Y fue mágico. Cursimente mágico. Indudablemente Peeta era el chico más atento y tierno de mundo. Pero a la vez apasionado. Sus manos me acariciaban sin miedo. Estaba segura de que él conocía cada punto de mi cuerpo y la reacción que producía en mi cuando sus manos pasaban por aquí y por allá. Demasiadas caricias como para no saberlo.
Él también sabía que zonas tocar y cuando para que mi respiración se acelerara. Sabía cómo besar mi cuello, el momento exacto en el que debía pasar a usar los dientes, el momento en el que la ropa iba a empezar a sobrarme. Y estaba segura de que él sabía ese punto de nuestras caricias en el que yo no podría decirle que no y aún así nunca me había presionado. Tuve que pedírselo.
Aunque cuando se lo pedí estaba completamente nerviosa y se formó un nudo en mi estomago, no vacilé y mi voz no me traicionó quebrándose, Tuve que aguantarme la risa cuando vi su cara de asombro entre la de placer. Después de eso me besó tan dulcemente que por un segundo pensé que no aceptaría, que tendría que jurarle que quería que sucediera, incluso rogarle, porque creí que el pensaría que lo hacía por él. Pero me creyó y pocos minutos después estaba entrando en mí.
Si dijera que no me dolió estaría mintiendo. Un dolor agudo me atravesó en ese momento pero el calor de Peeta en mi interior, tan profundamente en mí, tan mío, mereció la pena. Porque sí, Peeta era más mío que nunca. Solo mío.
Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos, yo nunca pensaba así, no era propio de mi persona. Siempre había pensado que nadie puede pertenecerle a nadie, solo a sí mismo, y aun así ahora estaba tomando posesión de Peeta, lo peor de todo era que esos pensamientos me agradaban. ¿Peeta sentiría lo mismo? Aún recordaba el momento en el que me había cogido de las muñecas y me había susurrado que era suya…asique supuse que sí.
Metí mi mano bajo las sábanas y la posé en mi vientre, rozando con los dedos la parte más alta de mi intimidad, esa zona que debía de estar cubierta de vello, pero que ahora por culpa del Capitolio estaba lisa y suave como cuando era niña. Recordé lo mucho que odiaba mi intimidad así, pero a Peeta no parecía importarle. Recordé como su mirada se dirigía a ese punto cuando toda mi ropa desaparecía de mi cuerpo, como se humedecía los labios mirándola, el tiempo que pasó en el sofá observándola minuciosamente. Definitivamente no le desagradaba. Aunque no entendía por qué a mí me había desprovisto de cada vello de mi cuerpo, dejándome solo el pelo y a Peeta le habían dejado como antes. Él seguía con su vello natural. Pensándolo bien mucho mejor para mí porque adoraba la línea que iba desde su ombligo hasta esa zona prohibida hasta hace un par de días. ¿Cuántas veces lo había pensado? ¿Cuántas veces mi memoria me había llevado a esa primera vez que la acaricié? ¿Cuántas veces mi imaginación se apoderó de mí consiguiendo que pensara en mi mano llegando más debajo de lo permitido?
Sonreí recordándolo. Si Peeta pensaba que estaba desesperado y que era un pervertido por querer intimar conmigo, ¿yo que era? Aunque lo negara e intentara hacer desaparecer esos pensamiento yo también los había tenido, mi imaginación había volado hacia situaciones comprometidas en alguna que otra ocasión. Y luego estaba los sueños. Esos sueños que se intercalaban con las pesadillas. Últimamente estos eran más numerosos y las pesadillas más escasas. En ellos por lo general solía pasar lo mismo, Peeta besándome y mordiéndome los labios, acariciándome con ternura, hasta que su mano tocaba mi sexo, luego como por arte de magia estaba sobre mí como hace un rato, haciéndome el amor. Pero a diferencia de esa tarde en mis sueños no sentía tanto placer. No sentía nada físico. Solo era sentimental, cariño, amor, ternura, y satisfacción por tenerle así.
Obviamente nunca le diría nada a cerca de esos sueños, incluso yo intentaba borrarlos de mi memoria. Yo misma actuaba como si no existieran… ¿podría soportarlos a partir de ahora? Posiblemente lo sueños ahora serian más intensos, ahora sabía lo que se sentía en esa situación, sabía que sensaciones me producía tener a Peeta sobre mí, entrando en mí. Dudaba que pudiera soportarlos, además, me daba demasiada vergüenza por si él se enteraba de ellos. Maldita sea mi imaginación… Estaba segura que alguna noche me jugaría alguna mala jugada, hablaría en alto y Peeta sabría que estaba teniendo esos vergonzosos sueños.
Hice descender mi mano un poco más recorriendo mi intimidad a la vez que un escalofrío recorría mi columna vertebral. Era una sensación muy parecida a la misma que sentía cuando Peeta me besaba con insistencia. Dirigí los dedos a mi entrada y me asombré de lo rápido que había actuado en mí la pomada, ya no me dolía en absoluto. Noté que la humedad aún seguía ahí y recordé el momento en el que me apliqué la pomada, esas ganas fugaces de introducir mis dedos más dentro de mí. Sorprendida por lo que eso suponía aparté rápidamente e intenté descansar tal y como me había dicho Peeta.
No pude descansar mucho porque a los pocos minutos entró Peeta con solo una minúscula toalla atada a la cintura. Una nueva corriente eléctrica me recorrió centrándose entre mis piernas. Estaba condenadamente atractivo así. Sonreí estúpidamente, me devolvió la sonrisa acercándose a mí para besar mis labios de manera demasiado casta para mi gusto. Debí arrugar un poco la nariz puesto que el rió levemente dándome un pequeño toque en ella. Me mordí el labio cuando se alejo hacia el armario para coger su ropa, habíamos decidido que trajera cosas aquí, ya que prácticamente vivíamos juntos.
—¿qué te he dicho de morderte el labio?
—No sé…—Volví a mordérmelo, si que lo recordaba, perfectamente, y esta vez lo hice completamente consciente con una leve esperanza de que se abalanzara a besarme de nuevo.
— No lo hagas…por mi salud mental— Sonreí— Me vuelve loco…
— Pues ponle remedio— Juro que intenté poner voz seductora, pero la ansiedad no me lo permitió y soné como la Katniss de siempre.
— Preciosa, tengo que preparar la cena…Estarás muerta de hambre.
— En realidad no tengo hambre—mentí, si tenía un poco de apetito, pero mi mayor hambre era de otra cosa, tenía hambre de besos y caricias.
— Katniss, mientes mal, lo sabes— Resoplé frunciendo el ceño— Te avisaré cuando esté preparada.
— Entonces, mientras, me daré una ducha — Estuve a punto de decirle que también iba a ser una ducha fría, pero por vergüenza me contuve.
Me levanté sin soltar el agarre de la sábana, manteniéndola contra mi pecho para que me cubriera.
—Katniss…— Suspiró— ¿Qué dije sobre lo de taparte ante mí? Es absurdo…
— Absurdo o no Peeta me… me avergüenza— Yo tampoco entendía mi vergüenza, estaba deseando que me acariciara pero a la vez me cubría para que no me viera.
— Como quieras…
Posó sus labios en los míos y luego me los acarició con la lengua, mi propia lengua salió al encuentro de la suya y se fundieron en un rápido juego cada vez más intenso y rápido. Su boja bajó a morder lentamente mi barbilla para después delinear con suavidad mi mandíbula mientras que sus manos acariciaban mis hombros, Mi respiración se volvió errática en cuestión de segundos. Sus labios empezaron a dejar dulces besos en mi cuello intercalándolos con tiernos mordisquitos. Dejé caer la sábana y rodeé su cuello con mis brazos para empezar a jugar con los mechones de su húmedo pelo. Peeta llevó sus manos hacia mi espalda y la acaricio descendiendo por los lados de esta y las dejo en mis caderas. Separó sus labios de los míos. Jadeando levemente al igual que yo.
— Ya puedes ir a la ducha— Miró mi cuerpo desnudo con una sonrisa torcida.
—¿Qué? Lo has hecho para…—Bufé— ¡Lo has hecho a propósito!— Peeta rió.
— Serás…
— ¿Qué?— Sonrió divertido plantándome cara.
— Un…un…un…un maldito mentiroso Peeta Mellark— Apreté los puños, en realidad solo esta simulando estar enfadada, aguantándome la risa, sabía que él se había dado cuenta, pero quería seguirle el juego.
—¿Un mentiroso? ¿por querer ver a mi novia sin ropa?— otra vez esa palabra que seguía dándome repelús.
—Por mentirle para que lo haga…
— Le recuerdo señorita Katniss Everdeen que debajo de esa sábana estaba ya desnuda, por voluntad propia…
— ¿Y no ha pensado…— Le di un corto beso en los labios, ahora si había conseguido poner ese maldito tono seductor—…Señor Mellark…que lo que quería su novia era que la viera desnuda, pero sobre la cama y debajo de usted de nuevo?— Puse mi mejor sonrisa, o al menos lo intenté, porque decir aquello me puso de los nervios y salí de la habitación completamente desnuda.
Nada más salir del cuarto di grandes zancadas hasta el baño. Entré y cerré la puerta apoyándome en ella con la respiración acelerada. Me miré al espejo y mis mejillas empezaban a colorearse del tono rojo que ya era normal en mí. Aunque para ser sincera estaba contenta porque el rubor hacia acto de presencia ahora y no cuando le estaba diciendo esas palabras tan raras en mi a Peeta.
Antes de salir pude ver su cara de sorpresa, seguro que eso no se lo esperaba viniendo de mí. Supuse que él de mi esperaba que fuera una chica sumisa, que se dejaba hacer, a la que habría que proponérselo siempre. Pues estaba equivocado, no iba a ser una chica de esas, no iba a ser nunca más la inocente e inmaculada Katniss, por mucha vergüenza que me diera iba a decir cosas como esas, a intentar seducirlo, tal y como ponía en ese libro que había encontrado. Suspiré aliviada cuando oí como bajaba las escaleras, ya pensaría en cómo enfrentarme a él después.
Accioné el agua y aunque no la puse fría del todo si que estaba por debajo de su temperatura óptima, necesitaba hacer desaparecer el calor en mi vientre. Me metí bajo la ducha intentando apartar de mí los recuerdos de Peeta moviéndose sobre mí y de su calor entrando y saliendo de mi interior. Cuando creí haberlo conseguido me enjaboné el cuerpo y el pelo, me aclaré y salí para envolverme en una toalla y secarme.
Fui a la habitación solo con la toalla como había hecho Peeta antes. Decidí ponerme algo cómodo para estar en casa, por lo que mi atuendo se basó en una simple camiseta gris de manga corta y unos pantalones negros que solo llegaban a la rodilla. Ambas cosas de algodón suave y elástico. Aún así como ropa interior elegí otras braguitas del Capitolio. Esta vez escogí unas de color rojo brillante, prácticamente eran transparentes, salvo en la parte central, el trozo de tela que debía cubrir mi intimidad, además sobre las transparencias venían dibujadas con un exquisito bordado unas mariposas, del mismo tono rojo haciendo que así al menos no fueran tan atrevidas. Recé para que no fueran incomodas, aunque para ser sincera, aunque lo fueran seguiría con la prenda puesta solo para que Peeta me viera con ella. Sé que le gustaban esas prendas, lo había visto en sus ojos esa misma tarde mientras me desnudaba y se encontraba con la sorpresa de mi conjunto de ropa interior. Mientras me las ponía sonreí imaginando su cara al verlas sobre mi piel. Sorpresa, satisfacción y excitación, eran las tres cosas que se habían mezclado en su rostro al bajar mis pantalones. ¿pasaría lo mismo con esas?
Al acabar de vestirme me peiné y con el pelo aún húmedo bajé al encuentro de Peeta en la cocina. La estancia ya olía a un exquisito guiso. Inspiré fuertemente y mi estomagó protesto de hambre.
—Lo confieso…— Peeta se sobresaltó y se dio la vuelta para mirarme— Me muero de hambre…


Aprendiendo: Capitulo 18



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Volví a dormitar sobre el pecho de Peeta, completamente relajada, escuchando el palpitar de su corazón y el ritmo acompasado del aire entrando en sus pulmones. Sus manos se movían armoniosamente sobre mi espalda, dibujando de nuevo cientos de caricias.
—¿estás dormida?
—No…de momento…— noté como sonreía.
— ¿Cómo te encuentras?
— Estoy genial…
— Pero te duele…—Susurró contra mi pelo.
—Puedo soportarlo…— Suspiró.
–Lo siento cielo…lo siento muchísimo— me besó la cabeza abrazándome más fuerte contra su pecho si eso era posible.
—Yo no lo siento, ¿preferirías que esto no hubiera ocurrido?— Me incorporé para que nuestras caras quedaran a la misma altura, él negó con la cabeza— Entonces ese dolor es necesario— Besé sus labios dulcemente, saboreándolos.
Acto seguido Peeta me dio un beso en la frente y se levantó dejándome un poco descolocada, tumbada en la cama y desnuda. Me sentí tremendamente frágil, y sentí que la cama era enorme en comparación a mi enjuto cuerpecito. Estando con Peeta las cosas cambiaban, la cama era el lecho más cómodo del mundo, suave y cálido. Pero allí, sola, se me antojaba enorme. Me incorporé levantándome, pero ahogué un grito contra mi mano al ver el estado de la cama. Estaba completamente revuelta, y ni siquiera nos habíamos dignado a retirar la colcha, por lo que en esta, en esa acolchada tela, había una importante mancha de sangre, más grande de lo que imaginaba que sería la hemorragia que se produciría al perder mi pureza. Siempre había oído que era posible sangrar, pero que el sangrado era mínimo, unas gotas, y eso no eran precisamente 4 gotas.
Peeta regreso en ese momento y me abrazó desde atrás, hundiendo su cabeza entre mi pelo para luego depositar un beso en mi cuello.
—Mira…— Señalé la impúdica mancha.
—Vaya…eso es…
—demasiado grande, Peeta— Apreté sus manos que no habían dejado de rodear mi cintura con ternura.
— Estoy seguro de que es normal, habrá chicas que sangren más que otras…en el patio del colegio se oía hablar a chicas…algunas decían que no sangraron…— Suspiré, sabía que tenía razón, pero algo dentro de mí no dejaba que la preocupación despareciera — Nos ha costado mucho, quizás por eso la mancha es más grande…no pienses en eso, cariño.
Se apartó de mí y con un movimiento rápido, apartó la colcha de la cama, dejándola en el suelo y me obligó a tumbarme en la cama sobre las sábanas. Se tumbó a mi lado y me beso con ternura.
—No te preocupes…además pronto dejara de dolerte.
Se colocó de rodillas y aunque intenté impedirlo por vergüenza, me separó las piernas para después colocarme en mi intimidad una gasa impregnada en lo que parecía agua fría. Me recorrió un escalofrío y de mi garganta salió un gemido, el cual no supe descifrar si fue de sorpresa o de alivio. Peeta besó mi vientre por debajo del ombligo mientras que hacía un poco de presión con el paño. Yo me dejé hacer, mirándole. Parecía que estaba completamente concentrado en su labor de aliviarme las molestias. Cerré los ojos y me mordí el labio cuando Peeta con otra gasa empezó a recorrer la zona de mis muslos más cercana a mi sexo, limpiando esas zonas de todo rastro de nuestra actividad.
— No hagas eso…—murmuró
— ¿el qué?
— Morderte el labio
—¿ por qué? — Lo hice de nuevo involuntariamente.
— Porque saltaré sobre ti y no podrás evitar que vuelva a poseerte — Me besó de nuevo mi vientre, pero esta vez mis caderas se elevaron para acortar la agonía de mi piel que deseaba ser besada de nuevo.
— Incluso ahora eres un caballero…— Susurré con la respiración levemente acelerada.
— ¿ por qué dices eso ahora?
— Mira lo que estás haciendo…escucha la forma que tienes de decir que hemos estado juntos…o el cómo te estás aguantando las ganas de hacerme algo más aunque tus ojos estén oscurecidos— sonreí levemente— Eres el perfecto caballero…
— Y tú la perfecta señorita…— Reí
— Eso sí que no te lo crees ni tú, por muy enamorado que estés de mí.
—Me refería a este momento, también te estás aguantando las ganas, aunque para ti sería fácil…una frase, y caigo rendido a tus pies
—Para ti también lo sería, mira como me tienes…— me ruboricé al pronunciar esas palabras, Peeta en vez de rebatirme me besó de nuevo, apretando un poco más esa gasa que me cubría.
Gemí contra sus labios pero mi mano impidió que la de Peeta siguiera su trabajo normal en mí. Entendió perfectamente mi gesto y aunque no rompió el beso su mano se quedó estática contra mi piel, separados únicamente por esa fina gasa.
— Mantén un rato las gasas así, luego te pondré la pomada para el dolor…
—no es necesario…estoy bien
—insisto…así dejará de dolerte—Me besó en la frente. Suspiré, lo mejor que podía hacer en ese momento era rendirme y dejarme cuidar, Peeta no iba a dar su brazo a torcer.
—¿Sabes que esto es completamente vergonzoso?— Volvió a rozarme los labios con los suyos sonriendo.
—Pues a mí me encanta estar así— Su mano se paseó por mi bajo vientre, haciendo que se me erizara la piel.
—A mi no…estamos desnudos…
— Hace un momento también estábamos desnudos pero no te importaba…—Me guiño un ojo, divertido.
— es diferente…no vamos a hacer el amor con ropa…¿no?
—Pues esto es lo mismo, tu pecho es el mismo que el de antes…¿qué más da que siga mirándolo?— Pasó su dedo por uno de mis pezones, este se endureció aun más y como antes, se le escapó esa sonrisita pícara.
— Tienes respuestas para todo…— Sonrió más, con autosuficiencia.
— Exacto — volvió a darme un casto beso— Además te duele por mi culpa, tengo que curarte.
— No ha sido tu culpa…los dos hemos querido esto…no me arrepiento— En ese momento Peeta se lanzó a mí y me abrazo con fuerza, dejándome completamente sorprendida, no me esperaba una reacción así ni por asomo.
— No puedes imaginarte qué significa para mi oírte decir que no te arrepientes…es algo que me aterra, que al final te arrepientas de haber llegado a esto.
—No voy a arrepentirme…— rodeé su cuello con mis manos— Nunca Peeta… Contigo mi vida tiene otro sentido…aunque suene tremendamente cursi, es la verdad, me has hecho ver las cosas de otro modo…hasta has hecho que me enamore…
— Enamorada…
— Ajam…
— De mí…
— Exacto…— Sus labios empezaron a depositar suaves besos a lo largo de me cuello a la vez que mi piel se erizaba y mi respiración se aceleraba— Como sigas…
—¿hmmmm?
— tus cuidados no habrán servido para nada…— Con toda mi fuerza de voluntad conseguí apartar sus labios de mi piel— Además…si sabes que me duele no disfrutaras…eres demasiado caballeroso para ello.
— Y tú me conoces demasiado bien…— Beso mi frente mientras que una sonrisa se dibujaba en mis labios.
— Pasamos mucho tiempo juntos…
— Si…y me encanta…y a partir de ahora mucho más— No pude evitar reír.
—AL final va a ser cierto lo que decía Haymitch de que estabas desesperado…
—Katniss…estaba absolutamente desesperado…¡era horrible! ¿Sabes lo que es levantarte cada mañana con una erec…—Le tapé la boca ruborizada aunque no era yo la que estaba hablando así.
— Me hago una idea Peeta, no hace falta que me lo expliques con detalles— Sonrió contra mí mano y la aparté.
— Conseguiré que hablar de estos temas no te produzca tanta vergüenza…el sexo es algo natural…
— Creo que eso va a costarte más que el hecho de que me entregara a ti…
— Eso ya lo veremos…
Sus labios volvieron a jugar con los míos mientras que su mano derecha volvía a reposar sobre la gasa que poco a poco iba perdiendo el frescor y por lo tanto su poder de alivio. La entrada a mi cuerpo seguía ardiendo de forma asombrosa, no era un ardor ni un dolor insoportable, pero por encontrarse en mi zona más sensible, era bastante molesto, aunque el proceso por el que fue producido el daño fue el mejor momento de toma mi corta vida.
—¿Sigues sin querer echarte la pomada?— Negué con la cabeza
—me la echaré…
—Perfecto…— Cogió el bore de la pomada y desenroscó la tapa.
— He dicho que me la echaré, no que dejaré que lo hagas— Sonreí a causa de su cara de incredulidad y decepción — No es que no quiera que me toques…Pero me da vergüenza
— Tienes que dejar de ser tan vergonzosa conmigo, he recorrido con mis manos cada rincón de tu cuerpo Katniss…es tarde para ruborizarse.
— No puedo evitarlo…Quizás para otras sea más fácil…
— No me importa lo fácil o difícil que sea para otras, lo que quiero es que no te avergüences cuando te miro o te toco…— Suspiré.
— No puedo evitarlo — Repetí. Fijé los ojos en los suyos, que ahora seguían teniendo ese deje de decepción— Pero…— Tomé aire profundamente— Puedes mirar mientras me la aplico ¿no?—Conseguí decirlo casi sin tartamudear ni arrastrar las palabras sintiendo como la sangre se acumulaba en mi cara, estaba completamente loca, iba a dejar que me viera de nuevo tan expuesta, siendo completamente consciente de ello, ya que ahora no iba a estar excitada. Vi como su mirada cambiaba, sus ojos empezaron a brillar a la vez que se oscurecieron un poco.
Tomé el bote con el ungüento e introduje los dedos tocando el pastoso contenido, el tacto de esa pomada me asqueaba un poco. Era algo grasienta, y tenía un olor característico, un olor amargo y penetrante, Pero increíblemente al poco de contactar con la piel, se volvía cremoso, para más tarde desaparecer como si en la zona no se hubiera aplicado nada, dejando solo un leve olor que me recordaba al de las margaritas. Cogí una buena cantidad con el dedo índice y corazón. Pasé la mirada del bote a los ojos de Peeta que estaban fijos en mis dedos. Respiré profundamente y separé levemente las piernas apartando la mirada de la cara de Peeta. Podía asegurar que estaba más nerviosa y mas avergonzada ahora que cuando le tenía encima a punto de entrar en mi. Decidí cerrar los ojos para así evitar encontrarme con su mirada y baje los dedos a mi intimidad. Tuve que introducirlos un poco en mí para llegar al centro de mi ardor. Apreté los ojos y los dientes mientras esparcí el ungüento, aunque la sensación fue agradable y por una milésima de segundo casi pierdo la cordura, estuve tentada a hundirlos más en mí como había hecho Peeta con su dedo. Pero esa idea tan pronto como vino se fue, me habría sentido completamente absurda.
Abrí los ojos sin dejar de aplicarme la pomada y vi como el bueno del Chico del pan tenía su mirada justo donde estaba mi mano. El rubor que sentí me mareó y aun fue más fuerte cuando mi mirada descendió hasta el centro de su anatomía y observó su hombría de nuevo lista para el ataque. Aparté rápidamente los dedos de mí.
— Peeta…— Sus ojos se dirigieron hacían donde estaban fijos los míos.
— Es una reacción normal—Le noté avergonzado—Lo siento…
—No sé en que estaba pensando cuando te dije que podías mirar…
—En que crees que soy un caballero…y puede que mi mente lo sea…pero mi cuerpo no…si algo le gusta reacciona.
—Reacciona demasiado…
—Es lógico…eres demasiado sensual—Carraspeó— pero no te das cuenta, lo haces inconscientemente…y eso es lo que me vuelve loco…como ver cómo te tocas…aunque fuera por la crema…
—Me gustaría darme cuenta de esas cosas…
—Yo espero que nunca lo hagas…
—¿Por qué?
— Me gusta cómo eres, cielo…— Le besé dulcemente cubriéndome con la sábana, noté como sonreía contra mis labios pero no me dijo nada por taparme.
—¿qué vamos a hacer con…?—Dirigí la vista a su dureza.
— Darme una ducha fría mientras que descansas — La idea de que se fuera volvía a golpearme— No tardaré ni cinco minutos en volver…
Aunque mi cara posiblemente reflejo tristeza dejé que se fuera y me acurruqué en la cama dándole vueltas a todo, aún no creía que hubiera sido capaz de entregarme así a Peeta, como decían los poetas, "en cuerpo y alma".


Aprendiendo: Capítulo 17



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.



Me desperté un poco aturdida, tardé un par de minutos en ubicarme. Estaba en mi cama, junto a Peeta, y el ardor en la parte más intima de mi ser me recordaba lo que había pasado hacía tan solo un rato. Levanté la cabeza y miré a Peeta.
—Hola…—susurré
—Hola…— Sonrió ampliamente acariciando mi espalda. Su mano viajó desde mi hombro hasta la curvatura de mi columna antes de llegar a mi trasero.
—Siento haberme dormido…
—Sabes que me gusta verte dormir…
—Pero no es muy romántico quedarse dormido después de…
—¿Desde cuándo eres romántica, Katniss?—Sonreí.
—Yo no…pero tú sí lo eres…
—Pues…—me besó suavemente en los labios— No hay nada más romántico que verte dormir sobre mí después de haberte hecho el amor.
El rubor de mis mejillas aumentó considerablemente, Peeta sonrió aún más y me acarició una de ellas. Luego volvió a besarme abrazándome con fuerza. Sonreí devolviéndole el abrazo pegándole contra mi cuerpo aun más. Y justo en ese momento, justo en ese lugar, en mi cama, con mi Chico del pan, desnudos y abrazándonos, me sentí feliz, inmensamente feliz. Por primera vez en dos años, todos los malos recuerdos, toda la culpabilidad, todos los remordimientos desaparecieron de mi mente. Solo estábamos Peeta y yo, los amantes trágicos, pero ahora, en esa cama, no había nada de tragedia, solo felicidad. La felicidad en toda su esencia. Y sin poder evitarlo rompí a llorar, primero se me llenaron los ojos de lágrimas, lágrimas que empezaron a escocer y se desbordaron, luego siguieron los sollozos y el llanto en toda su plenitud.
Pocas veces había llorado de felicidad, una vez fue cuando nació mi hermanita, yo solo tenía cuatro años, pero había deseado tanto que llegara al mundo, tanto que fuera una niña, que después de escuchar durante toda la noche los gritos de mi madre, cuando mi padre apareció en el salón con esa mantita rosa que me había pertenecido, envolviendo ese cuerpecito rosadito, me levanté del sofá de un salto. Cuando abrió sus enormes ojos azules lloré saludándola.
Otra de las veces fue con el mismo chico que ahora me acompañaba, en nuestros segundos juegos, cuando creía que había muerto y Finnick le revivió. Reía y lloraba a la vez, ese llanto de felicidad al saber que él seguía conmigo, que volvía a tener la oportunidad de salvarle, es posible que ahí me diera cuenta de que le quería más de lo que pensaba, aunque no lo reconocería nunca.
Las lágrimas pronto mojaron el pecho de Peeta, y las convulsiones del llanto le alertaron.
—¿Katniss, que pasa?— Simplemente negué con la cabeza hundiéndola más en su pecho— oh madre mía ¿qué he hecho…? Katniss perdóname, yo creía que…pensé qué…yo no..— Sonaba nervioso y desesperado.
—Lloro de felicidad…—Susurré avergonzada.
—¿de felicidad?— Asentí mirándole a los ojos, a ese profundo mar que ahora parecía asustado—¿eres feliz?
—En este momento sí, por eso no quiero que se acabe nunca.
—Congelémoslo… Es aún mejor que el picnic en la azotea de edificio de entrenamiento— Susurró contra mis labios— ¿lo permitirías?— Sonreí más ante sus palabras mientras él me secaba las lágrimas.
—Lo permitiría— me besó tiernamente pasando sus dedos por mi pelo enredándolos en él.
—Viviríamos siempre desnudos…— Colocó su mano en uno de mis glúteos, gesto que hizo que me estremeciera.
—Desnudos siempre…— Susurré, era un momento romántico, uno de los pocos que habíamos vivido fuera de las cámaras, era de verdad, y era solo nuestro, apenas podía creerme que estuviera actuando así, pero lo estaba haciendo, lo estaba haciendo sin fingir.
—Desnuda para mí…— Esa palabras hicieron que apareciera un leve cosquilleo en mi vientre dirigiéndose hacia abajo, hacia la unión de mis piernas.
— y tú para mí, que no se te olvide —Peeta rió suavemente.
—Para hacerte el amor durante horas— El cosquilleo se incrementó y llego a mi intimidad. Con solo esas palabras Peeta había conseguido excitarme casi tanto como lo hacían sus besos. Escondí la cara en su pecho de nuevo para que no viera que me acababa de ruborizar.
—Como antes…
— sí…o quizás mejor…— Me besó en la cabeza.
— ¿Mejor? ¿Crees que eso se puede mejorar? Yo lo dudo…
— Ha sido nuestra primera vez, a partir de ahora irán a mejor, por ejemplo, ya no te dolerá
—No me ha dolido tanto— Susurré mintiendo, la verdad es que sí que había dolido, tenía la sensación de que mi interior era demasiado estrecho para su dureza, y que la próxima vez también me dolería.
—Katniss, vuelvo a recordarte que mientes mal, se que te dolió, vi tu cara, oí tu grito…
—Y yo te recuerdo que he pasado por cosas peores, desvirgarme no ha sido tan doloroso…
—"desvirgarte" suena tan bien…— Arrugué la nariz, puede que sonara bien, pero no podía evitar que oírlo me avergonzara.
— El…el…acto ha sido mutuo…—Le miré a los ojos y me sonrió para después besarme dulcemente.
Volví a apoyarme en su pecho y escuché su corazón cerrando los ojos. Sonreí al notar que no latía del todo calmado y que si movía un poco mi cadera éste latía un poco más rápido. Coloqué una de mis piernas entre las suyas dejando su pierna buena entre las mías, aunque fue un gesto mío me estremecí al notar el calor de su muslo en mi intimidad. Ese gesto sí que hizo latir su corazón con más fuerza. Seguí escuchado ese tum-tum sin creerme lo que acababa de ocurrir hacia un par de horas. Peeta y yo habíamos hecho el amor. Y lo más raro de todo es que yo sabía que iba a hacerlo, y quise que así fuera, por eso me tomé esa pastilla, y aunque los nervios hicieron acto de presencia, no tuve miedo a hacerlo, me entregué a él y lo disfruté. Disfruté como una loca con sus movimientos, mis caderas buscaron mayor roce y se movieron para sentirle aun más y en ese momento no había sentido vergüenza, no había pensado en las consecuencias, ni en que estaba mal. Lo hicimos. Peeta me demostró todo lo que siente por mí con cada roce. Y yo por fin le demostré también lo que yo sentía por él. Con hechos y con palabras. Le había dicho que le amaba, me lo preguntó con ese estúpido juego y yo le conteste solo una palabra, solo un "real". La sonrisa de Peeta en ese momento fue mágica. Fue tan pura, tan sincera, tan grande. Fue la mejor sonrisa que he visto en mi vida. Y dirigida a mí, y debido a lo que yo había dicho.
Aún me parecía increíble que yo hubiera reconocido que le amaba. Ni si quiera me lo había planteado a mí misma. Pero cuando me lo preguntó no tuve ni una sola duda. Amaba a Peeta y posiblemente mi amor venia desde muy atrás, quizás desde aquel día que con 11 años me dio la vida. Era posible que ni siquiera mi cerebro supiera interpretar lo que sentía mi corazón. O simplemente no quiso hacerlo por todos mis problemas y por mis convicciones. Yo era una chica dura, una chica que debía alimentar a su familia, pensar en amoríos cuando te estabas muriendo de hambre estaba mal, muy mal. Por eso mi cerebro se negó a admitir lo que mi cuerpo sentía, incluso después de que todo se acabara, le costaba admitirlo, pero era la verdad.
Peeta era mi diente de león, a su lado podría llegar a ser un poquito feliz, me conformaba con sentirme la mitad de feliz de lo que en ese momento me sentía durante el resto de mi vida. Y yo también quería hacerle feliz, mi corazón decidió en ese momento que haría lo que fuera para que yo fuera su diente de león, quería ser su anaranjada luz del atardecer. Mi corazón quería serlo todo para él y mi cerebro estaba dispuesto a dejarle.
Cerré los ojos sonriendo para mí misma debido a ese remolino de pensamientos que tenia. Lo importante era que aunque solo fuera durante unos minutos, solo hasta que los recuerdos dolorosos volvieran, era feliz. Feliz al lado del chico del pan e increíblemente, feliz estando desnuda su lado.
Sin darme cuenta mi mano derecha empezó a dibujar formas en el pecho de Peeta. Subía y bajaba por todo ese torso tan fuerte y musculoso. Al poco se dirigió hacia su cuello que también llenó de caricias. Las manos de Peeta empezaron a imitar a la mía y también empezaron a acariciar mi cuerpo. Volvíamos a nuestras costumbres recorrer nuestros cuerpos con miles de caricias. Pero ahora era diferente, Peeta no se detenía al llegar a mis pechos para volver a bajar, acariciando solo la zona de mi vientre. Ahora las yemas de sus dedos se paseaban sin pudor por esas pequeñas montañas de mi cuerpo, centrándose en la parte más rosada, haciendo que se endureciera y le arrancara una sonrisa pícara al dueño de esos dedos. Mi garganta no pudo evitar que se le escapara un leve gemido, solo un murmullo de satisfacción.
—¿Te gusta?— susurré mirándole a los ojos
—Me encanta como se pone duro con mi roce— Sonreí un poco avergonzada.
–Creo…creo que se pone así porque me gusta—susurré contra la piel de su pecho.
—Sí…me encanta tu cuerpo cuando estas disfrutando, tu boca entreabierta, esos grititos, tus pupilas dilatadas oscureciendo el gris de tus ojos…
—Tus ojos también se oscurecen…y me gusta verlos así, aunque la primera vez creí que ibas a tener un ataque— Reí un poco nerviosa, su risotada fue más relajada.
Al reír movió la pierna que estaba entre las mías rozando completamente mi sexo arrancándome esta vez sí un verdadero gemido, haciendo que apretara los dientes. Peeta dejó de reír y volvió a mover la pierna, esta vez rozando deliberadamente mi intimidad. Gemí con más intensidad que antes clavando mis dedos en su pecho.
—Eso lo has hecho a posta…—Murmuré mirándole, increíblemente sus ojos volvían a estar oscurecidos.
— Por supuesto preciosa…— Volvió a hacerme gemir a la vez que con su mano me pegaba más a él.
Me estiré y le besé con suavidad, entreteniéndome en el sabor de sus labios para luego saborear su dulce lengua que también empezó a probar la mía, aumentando el ritmo de nuestros juegos, empezando a hacerme jadear. A los pocos segundos Peeta jadeaba al unísono conmigo. Sentir su aliento contra mi boca estaba excitándome mucho más de lo que solía hacerlo cuando nuestra ropa se interponía entre el contacto de nuestras pieles. Pero ahora, desnudos, notaba que con cada mísero beso mi vientre ardía más y mi entrepierna empezaba a palpitar y a humedecerse contra el muslo de Peeta que había empezado a moverse con un suave movimiento rítmico de vaivén.
A los pocos minutos mis labios se dirigieron por la fuerte mandíbula de Peeta hacia su cuello donde depositaron miles de besos. Mi mano descendió por todo su costado hacia volver a acariciar su adorable línea de vello, pero sin quererlo rozó su dureza, de la cual yo me percaté en ese preciso momento. Reuniendo fuerza de voluntad separé los labios de su magnífico cuello para mirarle a los ojos mientras que recorría toda su longitud con mis dedos. Entreabrió la boca con una medio sonrisa que se borró para dejar paso al gemido cuando lo rodeé con la mano y apreté con suavidad. Cerró los ojos con fuerza cuando mi mano empezó a subir y bajar por su hombría lentamente, mientras que de su boca salían pequeños jadeos y gemidos que poco a poco se iban intensificando, siendo cada vez más sonoros.
—Katniss…
— sssssshhhh…Deja que siga— Le di un corto beso en los labios— No creo que pudieras entrar en mí ahora…— Su mirada demostró preocupación e intentó que parara de acariciarle poniendo su mano sobre la mía— Peeta…— Estaba siendo sincera, lo que más deseaba en ese momento era volver a tenerle dentro de mí, pero mi intimidad, aunque palpitante, me dolía y ardía de una forma bastante intensa, por lo que supuse que sería mejor esperar a que el dolor despareciera para poder disfrutar plenamente de mi chico del pan.
Le aparté su mano y moví la mía mucho más rápido, con esos movimientos debió rendirse ya que volvió a cerrar los ojos y me dejó seguir. Mi mano recorría todo su miembro con tanta velocidad que hasta me parecía imposible que esa mano fuera la mía. Pero lo era, y sentir su calor y su dureza contra ella me excitaba sobremanera, así que podía asegurar que el muslo de Peeta estaría impregnado de mi humedad como había estado su pantalón después de nuestro encuentro en el sofá el día anterior.
No tardé más de dos minutos en notar una de sus manos entre su muslo y mi entrepierna, sus hábiles dedos encontraron rápidamente ese punto de placer y empezaron a acariciarlo de manera frenética, haciendo que los jadeos de la excitación pasaran a convertirse en mis ya conocidos grititos. Aun así, mi mano no dejó de ejercer su trabajo y como prueba de ello, al rato Peeta dejó de mover sus dedos sobre mí, y aguantando la respiración ahogó un intenso gemido más hondo contra mis labios. Ese conocido líquido blanquecino manchó su vientre y no dio ni dos suspiros, cuando sus dedos volvieron a trabajar en mí, primero despacio, para luego pasar a un movimiento más intenso, frotando en pequeños círculos ese punto. Cuando sus labios volvieron a unirse a los míos el estallido de placer me recorrió las venas y cada una de mis terminaciones nerviosas hasta dejarme agotada jadeando contra la boca de Peeta sin ser capaz de besarle.
Cuando conseguí seguirle el beso a Peeta, éste me abrazo con fuerza sonriendo contra mis labios, cuando nuestro beso acabó susurró contra mi oído que me amaba, provocando que cada centímetro de mi piel vibrara.

Aprendiendo: Capitulo 16



Disclaimer:The hunger games no me pertenece.


No me gustaba ver a Peeta así, su cara reflejaba claramente sus pensamientos, una mezcla entre desesperación y decepción, y lo peor del mundo era que odiaba decepcionar a mi Chico del pan. Y ahora lo había hecho, quizás fueran mis palabras o mis actos, pero allí estaba, mirándome con esa cara. Posó su mano en mi cara y acarició mi mejilla con el pulgar. Era increíble como una leve caricia podía hacerme estremecerme.
—Lo siento, Peeta…
—¿el qué sientes?—Su aliento chocó contra mis labios.
—Todo… sobretodo el haberte hablado así…
—olvídalo… No debí pedirte que fueras a su casa…—Sonrió un poco, lo suficiente para que mis labios quisieran imitarle.
—También…—susurré. Ahí iba, tome valor y lo solté— También siento el hecho de no merecerte.
–¿QUÉ?— La sorpresa que se dibujó en su rostro me asustó un poco.
—Sí…lo siento, eres demasiado bueno, atento, cariñoso y yo no soy nada de eso…además…todo lo que te he hecho pasar, todo el daño, todo eso que empezó cuando no te di las gracias por ese pan que me salvo…— Como no me dijo nada continué—Obviamente no soy buena para ti. Pero no puedo evitar la necesidad de retenerte. Soy egoísta, pero no quiero que te alejes de mí—Peeta puso un dedo en mis labios para silenciarme.
—¿Pero qué…?¿Quién dice que no seas buena para mí?
—Maldita sea Peeta, todo el mundo lo sabe—Las lágrimas empezaban a picar en mis ojos— Incluso Haymitch…
—¿Te ha dicho eso?—Asentí
—Hace mucho…
—Le daré una paliza.—Empezaba a sonar cabreado.
—Peeta…
—No escúchame Katniss—Cogió mi cara con ambas manos para que le mirara— Estoy enamorado de ti desde la primera vez que te vi, y nadie se me antoja más perfecta para mí que la mujer de la que estoy enamorado desde siempre. Que se vayan al carajo todos lo que crean que tú no me mereces, o que me haces daño. Porque eso no es así. Te mereces lo que tu desees, todo lo que tú quieras, porque eres la chica con el corazón más grande que conozco—Volvió a poner el dedo en mis labios cuando intenté replicarle— Y yo he tenido la suerte de que te fijaras en mí por fin, aunque fuera de esa forma, aunque te costara hacerlo lo hiciste, y me hiciste el hombre más feliz del mundo. Aquel primer beso…—
Aparte su dedo de mi boca.
—Sabes que ese beso fue…
—lo sé, lo sé—me cortó— Pero también sé que algunos besos en aquella cueva para ti fueron diferentes—Las mejillas me quemaron un poco, signo de un incipiente rubor.
—Has sufrido mucho por mi culpa…
—Volvería a pasar por ello si eso me asegurará que podría volver a dormir contigo un par de noches más.
—No digas eso…No permitiré que nadie te haga daño
—Pues…deja de decir que no me mereces porque eso me hace daño. Soy el hombre más afortunado del mundo por estar aquí contigo
—¿Soportando mis lágrimas, mis pesadillas y mi negativa a tener algo más…intenso?
—Eso está desapareciendo, las lágrimas apenas hacen acto de presencia, tus pesadillas prácticamente igual y lo otro…—paso el dedo por las marcas de mi cuello que el mismo había hecho— Estamos avanzando…
Suspiré,¿ qué iba a decirle yo ahora? Me había dejado completamente sin palabras, todo lo que me había dicho, había dado de lleno a mi corazón y lo había hecho palpitar de una forma casi desconocida.
—¿entonces…?
—Entonces, Katniss no pienses en eso y vamos a seguir siendo una bonita pareja.
—Pareja…
—Sí pareja, aunque te cueste decirlo, aunque no lo asimiles somos pareja, novios.—Esa palabra reboto con fuerza en mis oídos, una cosa era imaginárselo y otra cosa era oírlo en alto.
—Nunca me lo has pedido…— Sus rubias pestañas se batieron con rapidez.
—Creí que no sería necesario, después de llevar meses besándonos y durmiendo juntos era un hecho.
—Supongo…
—Creía que no eras esa clase de chica Katniss— eso me descoló.
—No te entiendo…—Él solo sonrió.
—No importa…—Cogió mi mano, entrelazó nuestros dedos y besó el dorso de mi mano— Katniss Everdeen… ¿Te gustaría ser mi chica? ¿Quieres salir conmigo?
El corazón me dio un vuelco, la sangre se concentró en mi vientre, el aire abandonó mis pulmones, la vista se me nubló y la boca se me secó. Maldita sea, lo que éramos era un hecho muy claro. Nos acariciábamos como novios, nos besábamos como novios, vivíamos como novios e incluso estábamos llegando a cosas más serias, como novios. Lo éramos, pero nunca le había puesto nombre, al menos yo no, me daba miedo, me asustaba ese hecho. Pero ahí estaba la pregunta…Demonios, si estaba así con ser novios, ¿qué pasaría cuando me preguntara si quería casarme con él? No pude evitar sonreír al darme cuenta de que estaba pensando ya en la pedida de matrimonio cuando aún no había respondido a su primera pregunta.
—¿Katniss…?—Peeta me devolvió a la tierra.
—¿qué? Ah…si…La respuesta…Sí…claro que quiero, ya lo somos ¿no?
Peeta sonrió, de una manera que pocas veces veía, enseñándome cada uno de sus dientes, blancos, perlados, perfectos. Luego me besó tan dulcemente que me supo a poco, por lo que volví a besarle, entreteniéndome en sus labios, luego mi lengua esperó a que su boca le diera permiso y pasó a jugar dentro. Nuestras lenguas se enroscaron y jugaron dentro de su lengua y luego en la mia. Cuando me separé para tomar aire, Peeta me empujó pegándome contra la pared con cierta fuerza, ese acto lejos de molestarme me gusto e hizo que el cosquilleo en mi vientre se tornara en forma de calor. Jadeé contra sus labios cuando sus manos apretaron mis caderas y fueron hacia mi trasero pegándome más a él apoyados contra la pared. En un acto instintivo e irracional di un leve saltito y rodeé su cadera con las piernas, como lo hice sentada en la mesa de la cocina esa misma mañana. Peeta gruñó mordiéndome el labio apretando mis glúteos. Reí suavemente, me encantaba cuando Peeta cambiaba su faceta de caballero y pasaba a ser ese chico malo que tocaba todos los rincones de mi cuerpo haciendo que me derritiera.
Pasé a besar su cuello cuando noté su excitación contra mi ingle, comprobando que él ya estaba tan excitado como yo. Cuando Peeta me imitó y empezó a besar mi cuello pase a los mordiscos y a desabrochar los botones de su camisa, pero me estaba costando sobremanera por el estado de nerviosismo asique harta di un fuerte tirón separando las dos partes, haciendo que los botones que faltaban por desabrocharse saltaran. Peeta rió contra mi cuello.
—Esto sí que no me lo esperaba, Katniss— Le besé de nuevo moviendo un poco las caderas buscando un poco más de roce, necesitaba sentir esa sensación tan placentera que solo él sabía darme.
—Creo que no te esperabas muchas cosas de mí…pero estas cosas te gustan ¿no?
—¿Haces esto por qué a mí me gusta?—Lamió el lóbulo de mi oreja, acto que hizo que ahogara un gemido contra su cuello.
—¿qué? —Le miré a los ojos, esos ojos oscurecidos por el deseo, por el deseo por mi cuerpo— No…Peeta, esto lo hago porque me gusta, algo así no lo haría porque tu lo quisieras, no soy tan buena como tú…—Peeta me sonrió.
—Me gusta oírte decir que esto te gusta…
—Estaría loca si no me gustase…—Peeta subió una de sus manos y apretó uno de mis pechos, gemí ahora sin reprimirme.
—Peeta…vamos a la cama…—Apretó mi cuerpo más hacia él.
—Cómo me ha gustado oír eso—Nuestro labios volvieron a unirse mientras que iba hacia la habitación conmigo en brazos.
Me recostó en la cama y bajo a mordisquear mi cuello haciendo que mi corazón latiera con intensidad, el calor de mi vientre creciera haciendo que mis braguitas empezaran a mojarse vergonzosamente. Luego siguió por mi clavícula y mi hombro, mientras sus manos empezaban a dibujar formas por debajo de la ajustada camiseta que llevaba hoy. Conseguí que rodáramos y me puse a horcajadas sobre él. Buscó mi boca y me devolví el cálido beso gustosa mientras que mis manos se paseaban por sus costados dirigiéndose hacia ese lugar donde se concentraba la excitación del Chico del pan.
Sus manos volvieron a perderse debajo de mi camiseta acariciando todo el surco que dejaba mi columna vertebral, haciendo que cada centímetro de mi piel ardiera. Me incorporé para que me quitara la camiseta, cosa que hizo rápidamente. Se quedó mirándome jadeando mientras que acariciaba mis caderas.
—¿Peeta…?
— No imaginaba que llevaras eso puesto…—Paso uno de sus dedos entre mis pechos.
—¿Te gusta? Me lo he puesto por ti…
—Me estas volviendo loco con él…—Y me ruboricé fuertemente, aunque al menos algo sí que había hecho bien.
Se incorporó para colocarse a mi altura y volver a besarme haciendo un movimiento de vaivén con el que conseguí notar su excitación. Gemí fuertemente moviendo mis labios sobre los de Peeta como una loca, jugando con su lengua dentro de su boca casi sin respirar, las palpitaciones de mi entrepierna eran cada vez más molestas, necesitaba los dedos de Peeta acariciándome en ese punto. Le empujé suavemente para que se recostara de nuevo y bajé a besar y mordisquear su torso a la vez que mis manos subían y bajaban por sus costados. Besé por encima de su ombligo a la vez que mis manos iban al cierre de su pantalón, lo desabrochaban y bajaban la cremallera. Jadeé al ver el enorme bulto que se formaban en su ropa interior.
—¿Estás bien, Katniss?— Asentí pasando mis dedos por esa zona arrancándole un gemido. Sonreí contra sus labios. Le besé y pase mi lengua por sus labios.
—Espera…
Me estiré y busqué en el cajón de la mesita. No sabía si ocurriría o no, pero era mejor prevenir, además, así le mostraba a Peeta que por mi parte podíamos llegar a donde él quisiera. Cogí el bote de píldoras que guardé allí, lo abrí con nerviosismo, y cogí una de esas pastillas rosadas. Peeta sonrió acariciándome la espalda mientras me metía la pastillita en boca. Se la enseñé sobre mi lengua y me la tragué. Peeta me atrajo hacia él y chocó sus labios contra mis labios en ese momento no parecía que me estuviera besando, si no que estaba devorándomelos. Jadeé de nuevo empezaba a tener mucho calor, y la ropa empezaba a sobrarme.
Peeta Pareció adivinarlo porque bajó sus manos y acarició mis muslos desnudos desde las rodillas hacia arriba, llegando al botón de los pantalones que desabrochó con destreza y de un solo tirón consiguió bajarlos hasta las rodillas.
—Vaya…¿Hay alguna sorpresa más?— Acaricio el suave encaje de la cinturilla de mis braguitas.
—¿no tienes suficientes?— Retiró completamente los pantalones de mis piernas.
Se colocó entre mis piernas mirándome con la misma intensidad con la que me había mirado en el sofá. Se inclinó sobre mí para besarme de nuevo e hice que pegara su cadera a la mía haciendo que ambos gimiéramos cuando nuestras intimidades contactaron. Rápidamente mis manos se dirigieron hacia su trasero, y con suaves tirones hice bajar sus pantalones, aunque abandonaron sus piernas gracias a Peeta que también tiró de ellos. Ahora nuestras entrepiernas se separaban solo por esas finas telas que componían nuestra ropa interior. Moví las caderas como sabía que a los dos nos gustaban. El calor se intensificó en mi vientre y mi entrepierna palpitó aun más rápido, adelantando a mi corazón.
Peeta pasó sus labios por mi mandíbula, descendiendo por mi cuello hasta mi hombro. Apartó el tirante del sostén y mordió con cierta fuerza pero a la vez con dulzura, haciéndome gemir. Como sabía que tendría problemas con el broche de esa prenda, yo misma lo desabroche provocando una sonrisa por su parte. Continuó besando de esa forma descendiendo por mi cuerpo, hacia mis senos, que enseguida descubrió, mandando el sujetador al suelo. Mentiría si dijera que no me sentí un poco expuesta y aún más nerviosa al estar en esa situación. Pero la sensación de nerviosismo desapareció cuando Peeta posó un beso en la parte más rosada y dura de mis pechos y luego lo lamio. Mi espalda se arqueó y un gemido ronco abandonó mi cuerpo, acto seguido lo rodeó con la boca y succionó. Eso me volvió loca. Una de mis manos se enredó entre los mechones de su pelo y la otra descendió por su espalada, aunque en su cadera se dirigió hacia delante y acarició esa línea de vello que tan bien conocía, y que me gustaba incluso más que sus pestañas. El gemido de Peeta no se hizo esperar apretando un poquito más sus dientes alrededor de mi pezón, con lo que hizo que acto seguido yo gimiera. Mi mano bajó un poco más, posándose sobre su dureza apretando un poco, otro gemido mucho más intenso se escapó de su boca.
Estaba tan entretenida en acariciarle que no supe donde estaba su mano hasta que noté como la metía debajo de mis bragas. Mi gemido se convirtió en grito cuando rozo ese punto, ese trocito de piel entre mis pliegues que cuando sentía las caricias de Peeta hacia que el fuego en mi interior se intensificara. Cerré los ojos y le dejé hacer desatendiendo su intimidad durante unos segundos, Pero rápidamente le imité y metí la mano bajo esa tela que le cubría y acaricié toda su longitud con la yema de los dedos. Volvió a gemir contra mi pecho pero pronto volvió a buscar mi boca para besarme como si lo necesitara. Bebí de sus labios a la vez que rodeaba con la mano esa dureza y le acariciaba como él mismo me había enseñado, pero muy lentamente. El gemido de Peeta se volvió más ronco contra mis labios que se abrieron en una mueca de placer cuando noté como su dedo se perdía en mi interior. Gemí con un leve gritito cuando empezó a mover ese dedo de dentro a fuera lentamente.
Parece ser que a Peeta empezó a molestarle nuestra ropa tanto como a mí, ya que con su mano libre tiro hacia debajo de mis braguitas, le ayudé un poco, pero para fastidio de los dos tuvo que apartar su mano de mí para acabar de quitármelas. Aprovechando también para quitarse sus propios calzoncillos. Volvió a quedarse mirándome, pero esta vez yo no me mantuve quieta, si no que continué acariciándole, cada vez más rápido. Volvió a inclinarse sobre mí y a besarme con furia. Nuestras entrepiernas volvieron a rozarse y aparté la mano para notarle sobre mi piel al completo. Mis piernas se separaron un poco más para que él se acomodara mejor y volví a mover las caderas para rozarme contra su dureza provocándonos unos intensos gemidos.
Peeta separo nuestras bocas y me miró a los ojos volviendo a acariciar ese punto en mi intimidad. Mis gritos y jadeos volvieron a inundar la habitación. No pude evitar cerrar los ojos y evadirme del mundo, dejé que Peeta me acariciara agarrándome a las sábanas. Cuando uno de sus dedos volvió a albergarse en mi interior mi cuerpo no lo soportó y exploto haciéndome gritar y arquear mi espalda bajo el cuerpo de Peeta.
Le miré con una sonrisa dibujada en mis labios. Peeta me beso dulcemente devolviéndome la sonrisa, aunque sus ojos seguían oscuros. Tan oscuros que apenas había rastro de azul en sus ojos. Volví a rodear con la mano su miembro y le acaricie lentamente mientras que volvía a lamer sus labios y luego mantenía una lucha con su lengua.
—Quiero que lo hagas Peeta…—Sus gemidos se intensificaron contra mis labios.
—¿Hacer qué?— Mis mejillas se ruborizaron, tendría que ser más clara
—Quiero que me…—Tragué saliva— que me hagas el amor…Ahora— Puso su mano sobre la mía para que dejara de acariciarle y me besó muy tiernamente, uno de sus besos de "buenas noches" como los llamaba yo.
—¿estás segura?
—Completamente…—Le cogí de las caderas y le acerque más a mí, su pene se clavo en mi ingle de nuevo.
El beso que Peeta me dio en ese momento me descolocó completamente. Fue dulce pero a la vez intenso, con amor y deseo mezclados a partes iguales. Tan tierno, pero tan apasionado que me costó seguirlo, aunque creo que al final lo conseguí puesto que lo continuó durante unos segundos mientras colocaba su dureza en ese lugar por donde se había perdido su dedo.
—Si quieres que pare…
Asentí posando mis manos en sus caderas y noté la misma presión que la tarde anterior, solo que más intenso, aquello era notablemente más grande. Respiré profundamente y besé a Peeta para olvidar lo que estaba pasando ahí abajo. Noté como intentaba hacerse camino en mi interior, molestaba un poco pero era soportable, un par de segundos después grité.
—Duele…
—¿paro?
— No…no, continua, sabes que es posible que llegue a dolerme…
Y continuó, continuo haciendo presión, había algo en mi interior que le impedía el paso. Me besó dulcemente prácticamente lamiendo mi lengua y lo consiguió, entró completamente en mí, despacio pero con firmeza. Y volví a gritar, esta vez fue un dolor agudo y fuerte, atravesó mi interior y noté como algo dentro de mí se desgarraba. Pero noté algo más, noté el calor de Peeta en mi interior, y ese calor, el placer que me producía sentirle tan dentro de mí, tan mío, embriagó todo mi cuerpo. Volví a la realidad al notar los labios de Peeta en mi frente y en mis mejillas.
—Lo siento…lo siento, lo siento, lo siento…
—Estoy bien…
Aún así el agarre de su cadera lo mantuve firme para que no se moviera durante unos minutos en los que nos entretuvimos en besarnos y acariciarnos. Pasado ese tiempo aparte las dos manos de su cadera, las coloqué en sus glúteos y Peeta salió un poco y volvió a entrar en mí. El dolor volvió, menos intenso pero volvió, apreté los dientes y le dejé seguir. El dolor, poco a poco fue desapareciendo y las sensaciones que me provocaba Peeta empezaron a hacerme gemir cada vez más intensamente. Su cuerpo se contraía sobre mi cada vez más rápido, cada vez más fuerte, su boca se paseaba por mi cuello y mi boca a partes iguales, mientras que sus gemidos se mezclaban con los míos. Mis caderas empezaron a moverse al compás de las suyas para buscar un mayor roce. Pronto mis gemidos dejaron paso a los gritos, esos gritos vergonzosos que solía emitir cuando Peeta me tocaba, llenos de placer. Pero este placer era mucho mayor que el que me habían provocado sus caricias. Con este placer me sentía llena, sentir el miembro de Peeta en mi interior era sin duda la mejor sensación que había tenido en mi vida.
Los movimientos de Peeta se tornaron aun más fuertes y aun más rápidos, su cuerpo embestía contra el mío con tanta fuerza que el cabecero de la cama daba sordos golpes contra la pared. Enrollé mis piernas alrededor de las caderas de Peeta como cuando estábamos en el pasillo. Eso hizo que ese punto de placer rozara contra el cuerpo de Peeta y eso fue mi perdición. Cada embestida era un gemido por su parte y un grito por la mía. El calor en mi vientre crecía a pasos agigantados, tan rápido y tan intenso que apenas era capaz de soportarlo. Y al parecer mi cuerpo no lo soportó. Explotó, explotó de una manera tan intensa tan fuerte que mi grito de placer, ese grito gutural se debió oír en toda la aldea de los vencedores. Me di cuenta de que había arqueado la espalda cuando note el brazo de Peeta rodeándome la cintura a la vez que seguía moviéndose rápidamente, solo unos segundos más, y a la vez que me mordía en el cuello, noté algo igual de cálido que él derramarse en mi interior, supuse que era ese líquido viscoso.
Dejó de moverse poco a poco y apoyó todo su peso sobre mi cuerpo, jadeando contra mi cuello, buscó mi boca y me beso dulcemente. Sonreí mientras nos daba la vuelta y me dejaba sobre él, sin salir de mí. Apoyé mi cabeza en su pecho. Acarició mi pelo y mi espalda, que estaba cubierta de sudor, hasta el final de esta. Luego me levantó la cara, sujetándola por la barbilla y poso un corto beso en mis labios sin dejar de jadear. Sonreí como una tonta mezclando mis jadeos con los suyos.
—Tú me amas ¿Real o no real?
— Real…